El activismo internacional como vía de legitimación pero también como requisito para la creación de un bloque anticapitalista fue un componente vital de la política de Chávez. Desde que tomó el poder, Nicolás Maduro, aunque de manera más modesta, ha seguido los mismos pasos.
El 14 de abril de 2013, Nicolás Maduro es elegido presidente de la República Bolivariana de Venezuela, sucediendo a Hugo Chávez (1999-2013), fallecido el mes precedente a consecuencia de un cáncer. El desafío era grande y las expectativas agudas, ya que el carisma del líder desaparecido estaba muy vinculado con el proyecto de Revolución bolivariana. A pesar de las dificultades enfrentadas para reemplazarlo, nos parece que Nicolás Maduro ha intentado seguir al pie de la letra la política exterior diseñada por su predecesor. Así, el espacio latinocaribeño ha mantenido su estatus prioritario en la estrategia de inserción internacional venezolana, aunque la prioridad regional no significa que la diplomacia solo haya actuado en este ámbito (ver el Cuadro).
La presencia internacional de Venezuela cambió en los últimos años para enfocarse más en los asuntos regionales. Esta evolución se debe a dos factores principales: la enfermedad de Hugo Chávez, que limitó su capacidad de viajar, y la crisis económica que afecta al país desde 2009. En 2013, por ejemplo, el producto interno bruto solo creció 1.7%, mientras que la inflación alcanzó 56.2% (Cepal y Banco Central de Venezuela).
Nuestro objetivo en este texto es proponer una lectura de la orientación diplomática del Gobierno de Nicolás Maduro. La Constitución de 1999 otorga grandes poderes al presidente en la conducción de la política exterior. Cabe recordar que si bien la carrera política del nuevo dirigente está muy vinculada al proyecto bolivariano (fue mensajero de Hugo Chávez cuando estuvo en la cárcel, diputado tras la victoria chavista de 1999, presidente de la Asamblea Nacional en 2005, luego ministro de Relaciones Exteriores de 2006 a 2012 y vicepresidente a finales de 2012), Nicolás Maduro ya era un militante de la izquierda en los años noventa, sindicalista del metro de Caracas y miembro de un círculo bolivariano. Las apreciaciones sobre su carácter han podido disentir (más pragmático para unos, igual de radical para otros), pero la gran mayoría de los analistas concuerdan en el seguimiento sincero de las ideas de Hugo Chávez por parte de Nicolás Maduro.
Una región privilegiada por el presidente
El nuevo Gobierno demostró cierto dinamismo diplomático, aunque irregular, con una concentración en los primeros tres meses y medio del mandato. Del abanico de países incluidos destacan los socios regionales: 11 de los 18 Estados visitados pertenecen a América Latina y el Caribe (ver el Cuadro). Bolivia, Ecuador y Uruguay incluso han recibido dos veces al mandatario venezolano por motivos bilaterales o multilaterales.
El acercamiento con la región fue también facilitado por otros dos elementos. Por una parte, ocurrieron reconciliaciones importantes: las relaciones diplomáticas con Paraguay, rotas después de la destitución de Fernando Lugo, fueron restablecidas en octubre de 2013; luego de que los vínculos bilaterales con Colombia atravesaron un hiato, cuando el presidente Juan Manuel Santos recibió en mayo a Henrique Capriles —líder de la principal coalición de oposición, la Mesa de Unidad Democrática (MUD)—, el reencuentro entre los dos jefes de Estado se produjo apenas dos meses más tarde en Ayacucho; finalmente, a pesar del reclamo del Gobierno venezolano sobre el territorio del Esequibo, las relaciones con Guyana fueron prosperando con la visita de Nicolás Maduro en agosto.
Por otra parte, las autoridades bolivarianas han seguido con sus actividades de solidaridad y mediación. El presidente viajó a Haití en junio para confirmar su deseo de apoyar la reconstrucción de este país. En diciembre, comprometió a Venezuela en las negociaciones relativas a la solución de los problemas fronterizos entre Santo Domingo y Puerto Príncipe, junto con la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Europea y la Comunidad del Caribe (Caricom). Aunque no participa en el diálogo de paz sobre Colombia organizado desde La Habana, el Gobierno venezolano constituye un actor importante debido a la presencia de las guerrillas en su territorio. Concedió así la entrega de Guillermo Enrique Torres Cueter “Conrado”, capturado en Venezuela, para que participara en las negociaciones como miembro de la delegación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
¿Por qué tal devoción hacia el espacio latinocaribeño? A nuestro parecer, esta estrategia se basa en tres motivos fundamentales: el contexto económico, la ideología bolivariana y las crisis políticas internas.
Entre restricciones económicas y motivos ideológicos
Desde los últimos años de la presidencia de Hugo Chávez, la diplomacia venezolana se había enfocado más en los asuntos regionales. Las visitas internacionales de Nicolás Maduro reflejaron la continuación de esta tendencia. El nuevo mandatario no sufre las limitaciones físicas de su predecesor pero, sí, todavía tiene que gobernar en un contexto de restricción económica. Cabe recordar que no es la primera vez que la política exterior venezolana se concentra más en su entorno inmediato a causa de una economía difícil. Así ocurrió, en particular, después de la crisis de la deuda en los años ochenta y noventa del siglo pasado.2 A diferencia de ese periodo, ahora la diplomacia bolivariana ha seguido activa hacia otras regiones, aunque sea de una manera más atenuada que durante la década pasada. Además, varios socios regionales son proveedores importantes de la economía venezolana, en particular Brasil y Colombia, tercer y cuarto abastecedores en 2011, respectivamente. La región importa entonces en el diseño de la política económica del Gobierno de Nicolás Maduro.
Un segundo factor relevante radica en la ideología de los actores de la Revolución bolivariana. Su visión de las relaciones internacionales orienta su estrategia regional. Inspirado en el legado de Simón Bolívar, cuya referencia es permanente, Hugo Chávez incentivó varios proyectos de integración hasta alcanzar cierto protagonismo. El presidente Nicolás Maduro y su equipo han seguido el mismo camino. Participaron activamente en cinco arenas principales: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), creada por Hugo Chávez y Fidel Castro en 2005; Petrocaribe, programa de ayuda en la compra de petróleo para los pequeños Estados del Caribe, también lanzado por Venezuela el mismo año; el Mercado Común del Sur (Mercosur); la Unión de las Naciones Suramericanas (Unasur), y el Banco del Sur. El mandatario venezolano asistió a 10 cumbres, incluyendo tres en Caracas (Cumbre Petrocaribe-Alba en mayo de 2013; Reunión extraordinaria del Alba sobre Siria en septiembre de 2013 y Segunda Cumbre Petrocaribe-Alba en diciembre de 2013). Solo faltó a un encuentro del Alba en Bolivia por motivos de salud y tuvo que retrasar una cumbre del Mercosur, prevista para enero de 2014, por petición de Argentina. Además de estos encuentros, Venezuela obtuvo en julio de 2013 la presidencia pro tempore del Mercosur, tan solo un año después de su entrada formal en el organismo. Esta gratificación, además de los compromisos con otras instituciones regionales, desembocó en la organización en Venezuela de 14 reuniones técnicas y del primer Encuentro Mercosur Obrero con actores no gubernamentales en febrero de 2014. Todas estas actividades convierten a Venezuela en un actor protagónico de los procesos de integración regional en América Latina y el Caribe, lo que favorece la promoción de las ideas bolivarianas.
Otra vertiente de la Revolución bolivariana radica en su visión crítica del sistema internacional que apunta principalmente a la diplomacia de Estados Unidos, calificada de “imperialista”. A los ojos de los dirigentes bolivarianos, los representantes de la primera potencia mundial buscan la defensa de sus intereses vía un proceso de dominación. Por lo tanto, sus acciones son contrarias a los intereses de los países más débiles, como los del Sur, que deben desarrollar políticas exteriores contrarias a estos objetivos hegemónicos. Además, según el oficialismo, tal lectura necesita apoyos y aliados para prosperar frente a los desequilibrios del sistema internacional. Se trata de una visión tradicional de los estudios internacionales, compartida por muchos actores, la cual considera que los países en desarrollo deben contar con su fuerza numérica para participar en el juego mundial, ya que las dotaciones materiales e inmateriales se concentran en el Norte. Por eso los dirigentes venezolanos han buscado socios que puedan compartir sus ideales.
El símbolo de esta estrategia de contestación, y de constancia/continuidad con la época de Hugo Chávez, es la relación con Cuba y el régimen castrista.3 Nicolás Maduro tiene lazos antiguos con la isla —debido a su militancia— y viajó cuatro veces a La Habana durante su primer año de mandato. En abril de 2013 se trató incluso de su primer desplazamiento internacional. A partir de 2005, la promoción de la visión bolivariana del mundo pasa también por el Alba, como lo demostró la reunión especial del Consejo Político del organismo que tuvo lugar en Caracas en septiembre de 2013, cuando varios países occidentales hablaron de una posible intervención en Siria debido a la acusación de uso de armas químicas por parte del Gobierno de Bashar al-Assad. Los países miembros de la Alianza denunciaron las intenciones occidentales, en una tentativa por romper cualquier consenso con la visión dominante. También apoyaron las posturas rusa y china, más reacias a los proyectos de intervención militar en este caso. Asimismo, la prohibición de que el avión del presidente Evo Morales sobrevolara los territorios español, francés, italiano y portugués (porque temían que transportara a Edward Snowden, quién reveló el espionaje de gran alcance de varias agencias de Estados Unidos) constituyó una oportunidad para denunciar el comportamiento de las grandes potencias.
Crisis interna, legitimidad externa
Empero, el factor más influyente de la política regional venezolana durante el último año han sido las crisis políticas internas. El ritmo de la diplomacia bolivariana fue determinado por las situaciones domésticas, que han podido propiciar el activismo cuando la legitimidad del Gobierno estuvo en juego, por ejemplo, después de la elección presidencial de abril de 2013 y la falta de reconocimiento inmediato de los resultados por parte de la principal coalición de oposición, la MUD (que pidió recontar los votos y luego no estuvo de acuerdo con el método usado). A veces, también, la actualidad política interna llevó a reducir las actividades internacionales presidenciales, como fue el caso durante la campaña para las municipales en diciembre de 2013 (ningún viaje entre octubre y noviembre) y desde las manifestaciones que estallaron en febrero de 2014.
La presencia regional venezolana ha sido amplificada por otros tres fenómenos, que no están vinculados con la estrategia bolivariana pero que tienen que ver con las crisis. Desde la llegada al poder de Hugo Chávez, Venezuela se ha beneficiado de una cobertura mediática permanente. En efecto, sea para criticar a las autoridades o para apoyarlas, los medios y las redes sociales dedican una atención especial al caso venezolano. Venezuela es noticia también porque genera muchos debates y tiende a insertarse en las divisiones partidistas de sus vecinos. La crisis desencadenada en febrero pasado con protestas estudiantiles y de fuerzas opositoras al Gobierno se ha ido internacionalizando. El ejemplo brasileño ilustra esta evolución. Al principio, algunos editores de la prensa escrita, bastante crítica de la presidenta Dilma Rousseff (2011-), del Partido de los Trabajadores (PT), publicaron comentarios pidiendo la denuncia de las respuestas gubernamentales frente a las protestas en Venezuela. El debate se convirtía directamente en una contienda política —en un contexto de preparación para la elección presidencial de finales de 2014— cuando una de las más virulentas opositoras al proceso bolivariano, la exdiputada María Corina Machado, fue invitada a expresar su opinión ante el Senado brasileño a principios de abril. Recibió en esta oportunidad el apoyo de la principal agrupación de oposición, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Por fin, los debates sobre la situación venezolana también ocupan la agenda diplomática regional y hemisférica. El contexto actual de crisis perturba la posición regional venezolana tranquilizada. Las declaraciones del expresidente panameño Ricardo Martinelli enojaron al nuevo líder bolivariano, quien anunció la ruptura de las relaciones diplomáticas el 6 de marzo de 2014 (reanudadas en julio del mismo año). Este ejemplo ilustra el vínculo entre política exterior y crisis interna en Venezuela. Este nuevo foco de tensiones recuerda la inestabilidad de ciertos vínculos de la diplomacia bolivariana. Sin embargo, no llega a cuestionar la inserción ni el papel protagónico de Venezuela en la región.
De hecho, el Gobierno bolivariano ha buscado confirmar su legitimidad mediante una diplomacia regional activa. En el caso del reconocimiento de las elecciones, Nicolás Maduro emprendió una serie de visitas oficiales con una estrategia según la cual ser recibido por sus pares confirma el reconocimiento de su estatus de jefe de Estado. La cumbre de la Unasur del 18 de abril de 2013, antes de su investidura al día siguiente, sirvió a Nicolás Maduro para buscar aliados, demostrar que no estaba aislado e imponerse en la tensión con la MUD, lo que consiguió. Las manifestaciones que lo vuelven a cuestionar no desembocan en la misma estrategia. Sean realistas o no, el Gobierno no esconde sus temores de un intento de golpe de Estado, razón por la cual el presidente no ha viajado desde el comienzo de la crisis. No obstante, frente a la subida de las preocupaciones internacionales, especialmente desde Estados Unidos, el Gobierno bolivariano promovió una gestión regional de la situación.
Apoyos sólidos y misión cumplida
Los socios latinocaribeños de Venezuela no han sido capaces de reaccionar de una manera colectiva a la violencia en las manifestaciones, al contrario de lo que consiguieron dentro de la Unasur en abril de 2013. Existen divergencias en la lectura de los hechos y en la designación de los responsables. Pero finalmente, los dirigentes bolivarianos han podido contar con respaldos fiables a la hora de tomar posición. Los motivos de los apoyos son múltiples. Por un lado, resalta la solidaridad indefectible de los miembros del Alba, en particular de Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua. También se juntan, aunque de manera menos ostensible, Argentina y países del Caribe que se benefician del programa Petrocaribe. Por otro lado, importan las aspiraciones globales de Brasil, cuyos gobernantes se muestran renuentes a la intromisión de potencias foráneas —léase Estados Unidos— en los asuntos de América del Sur (con excepción de Colombia). Finalmente, una mayoría de países latinocaribeños tiene interés en la estabilidad de Venezuela y en el mantenimiento de los proyectos económicos y solidarios existentes, lo que les inclina a favor del grupo político en el poder.4
Por lo tanto, los resultados de la ofensiva regional venezolana han sido bastante favorables para el Gobierno bolivariano. El ministro de Relaciones Exteriores, Elías Jaua, promovió una “sudamericanización” de la gestión de la crisis, y pidió oficialmente un encuentro de la Unasur para tratar del tema. Consiguió convencer a sus colegas ya que el 7 de marzo una mayoría votó a favor de no poner el asunto venezolano en la agenda de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en la cual participa Estados Unidos. En cambio, una reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la Unasur se desarrolló en Chile el 12 de marzo, durante la investidura de Michelle Bachelet. Los representantes acordaron la creación de una comisión de formato variable para acompañar el diálogo en Venezuela. El primer grupo que viajó a Caracas los días 25 y 26 de marzo estuvo integrado por los ministros de Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Uruguay, además del secretario general de la Unasur, el venezolano Alí Rodríguez Araque, antes miembro del Gobierno de Hugo Chávez. Solo el actor colombiano hubiera podido tener un potencial crítico en el grupo. La segunda visita se realizó los días 7 y 8 de abril con una delegación de ocho ministros, el secretario general de la Unasur y un representante del Vaticano. El representante venezolano en la OEA, Roy Chaderton, declaró a finales de marzo: “Chávez nos dejó un anillo de protección en torno de Venezuela”. Por lo tanto, la legitimidad y el mantenimiento en el poder del Gobierno de Nicolás Maduro deben mucho a su diplomacia regional.
Para concluir y abrir el debate sobre la política exterior venezolana, cabe subrayar la movilización internacional intensa de la oposición, principalmente a través de la MUD, durante los últimos 12 meses. Este activismo participa también en la visibilidad de Venezuela y en la exportación de sus líneas de división. Por consiguiente, si bien la diplomacia bolivariana desempeña un rol preeminente en la proyección global del país, tampoco resume todas las actividades internacionales de los actores venezolanos.
1 Todo mi agradecimiento a Fabrice Andréani, Roberto Breña, Armando Chaguaceda, Camille Forite, Alejandra Galindo y Carlos Romero por sus comentarios.
2 Elsa Cardozo, Cuatro escritos, cuatro momentos: La política exterior venezolana en la segunda mitad del siglo XX, CEC, Caracas, 2007.
3 Según datos oficiales de agosto de 2013, 57 mil personas se beneficiaron de los convenios de salud y fueron enviadas a Cuba para seguir un tratamiento o ser operadas.
4 Carlos Romero, “Venezuela en la encrucijada”, en Razón Pública, 30 de septiembre de 2013.
__________________
ÉLODIE BRUN es profesora-investigadora del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México.