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Entre lo luminoso y lo oscuro
Conversación con Armando González Torres
Cultura | Este País | Héctor Iván González | 01.08.2014 | 0 Comentarios

Retrato,-2006

Dentro de la serie “Autores off the record” que organiza el Centro Xavier Villaurrutia mantuve una conversación con el escritor Armando González Torres (Ciudad de México, 1964). Repasamos sus inicios en la escritura, la influencia de algunos poetas en libros como Sobreperdonar (Libros Magenta, 2011) o Teoría de la afrenta (DGP / Conaculta, 2008), y su mirada sobre Octavio Paz, de quien González Torres es un especialista relevante. Como es bien sabido, Armando es autor de Las guerras culturales de Octavio Paz (Colibrí, 2012), libro que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes. Asimismo, hablamos de La pequeña tradición: Ensayos sobre literatura mexicana (DGE Equilibrista / UNAM, 2011), premio José Revueltas 2008. Recientemente el Senado de la República y el Conaculta publicaron su Itinerario crítico: Antología de textos políticos de Octavio Paz, del cual también pudimos hablar. HIG

Héctor Iván González: Al parecer, inicias tu carrera en un taller de crónica cultural que impartía Huberto Batis, incluso se comenta que tenías un heterónimo llamado Antístenes.

Armando González Torres: Uno de los primeros espacios donde empecé a publicar fue ese legendario taller de crónica que daba Huberto Batis en el Museo Carrillo Gil, que era muy sui géneris porque lo único que hacía Batis era leer los textos, guardarlos en el bolsillo sin decir nada y, si le gustaban, los veías publicados durante la semana en el periódico Unomásuno, o en el suplemento Sábado, y la siguiente sesión él llegaba con sobres cargados de dinero (a veces se equivocaba y te pagaba el doble). Era una forma muy estimulante de iniciarse en el oficio literario. Yo hacía reseñas y crónicas. Hice un circuito de crónicas en el Centro, la Merced y las iglesias antiguas, era una arqueología muy peculiar que apuntaba hacia lo alto y hacia lo bajo, hacia la zona roja y hacia las zonas sagradas. Generé a ese personaje, Antístenes: un filósofo cínico, que retrotraía al bajo mundo de la Ciudad de México, y retrataba sus aventuras.

Creo que en tus libros de poesía pervive ese ambiente entre lo luminoso y lo oscuro, no sé si estés de acuerdo.

En muchos escritores existe una conjunción entre la biblioteca y el arrabal, el estudio y el burdel; desde siempre ha habido una oscilación entre el enclaustramiento y el salir a la calle, entre la letra introspectiva y la entraña viva de la ciudad.

Tienes una serie de libros de poesía que ha ganado innúmeros premios. Como poeta, te siento muy cercano a Francisco Cervantes o a Eduardo Lizalde. ¿Tú las concibes como figuras tutelares?

En efecto, son dos autores que he leído con fruición. Con Cervantes tuve una amistad muy larga, hasta su muerte. Era un personaje extraordinario, de un exterior muy duro, pero de una inmensa sabiduría y generosidad. Era un misántropo que se la pasaba maldiciendo al mundo, pero quienes lo conocíamos bien sabíamos que en realidad era vulnerable y sensible. Era un poeta extraordinario, excéntrico en todos los sentidos, escribía en una mezcla de español, portugués y gallego, que muchas veces era ininteligible, pero te hacía pensar en que el núcleo de la poesía sigue siendo el ritmo. Con este tipo de autores aprendes el sentido del pasado y la tradición. Aunque soy un lector de poesía desordenado, omnívoro, guardo una idea de la tradición. No creo que se pueda hablar de una concepción permanente de este oficio, pero sí creo que hay una tradición, un grupo de autores, técnicas y temas que cualquier aspirante a poeta debería conocer.

En julio de 1998 aparece un texto tuyo sobre Octavio Paz en la revista Viceversa; este ensayo inaugura una extensa investigación que se convertirá en Las guerras culturales de Octavio Paz.

Mi relación como lector con Paz era muy añeja. Probablemente pertenezco a una de las últimas generaciones para las que estaba muy presente. Decir si te gustaba Paz o no era mucho más que una elección literaria, era una elección política, una elección vital. Decir si leías o no a Paz significaba muchísimo en tu popularidad escolar. Si ibas en el cch, por ejemplo, no ibas a tener mucho éxito con las muchachas de izquierda, que eran la mayoría… En fin, era una figura omnipresente en todo: en nuestros debates políticos y en nuestra forma de leer poesía. Yo era un lector ferviente, tan ferviente como escéptico de Paz, y desde muy joven tuve el interés de explicarme a mí mismo esa relación ambivalente de atracción-sospecha hacia un autor como él.

Cuando Paz murió, Fernando Fernández, director de la revista Viceversa, me invitó a hacer un itinerario de sus polémicas. Tenía tanto material que, al cabo de algunos años, se convirtió en Las guerras…, que es un libro que retrata la historia de Paz como polemista, y, al hacer eso, también realicé un retrato de la época. De esa época intelectual que en momentos fue profundamente visceral pero también fecunda. Hoy veo que hubo muchas distorsiones, muchos momentos donde se comportaron como verdaderas verduleras, pero que también tuvieron un diálogo de ideas de extraordinaria altura, profundidad e intensidad.

También hay otros libros sobre Paz: La divina pareja, de Jorge Aguilar Mora —del cual Anthony Stanton dijo que Aguilar había sido simplista con Paz—; Adonde yo soy tú somos nosotros, de Monsiváis, o Las primeras voces del poeta, del propio Stanton. ¿A ti qué te parecían estas obras? Monsiváis retoma la influencia de D.H. Lawrence en El laberinto de la soledad, y Aguilar Mora señala, entre otras cosas, que Paz se mete con autores que no comprende.

El de Aguilar Mora es muy interesante, muy denso. Es un libro que sufrió mucho silencio crítico, sufrió el ninguneo, aunque —dentro de lo que se puede dilucidar en un estilo tan oscuro como el de Aguilar— contiene una serie de cuestionamientos muy válidos en torno a Paz. Desgraciadamente este libro nunca tuvo eco, quizá debido a la susceptibilidad a la crítica que tenemos en México, a observar cualquier sinónimo de crítica como una afrenta o una ofensa personal y también por el clima de extrema polarización política que existía en esos tiempos. Creo que la resonancia del pensamiento de Paz y el debate que este suscitó —muy amplio y visceral— no siempre alcanzó su máximo potencial debido a este clima enrarecido. Paz descalificó a muchos de sus adversarios insertándolos a todos —de una manera injusta— en una izquierda cerril, mientras que muchos de ellos etiquetaron a Paz como un conservador, un vendido, y en esa guerra de calificativos se perdieron muchas de las ideas que podían haberse debatido. Por otro lado, no hay que olvidar que Paz, además de ser una figura fundamental que luchó por la libertad de las ideas, era también jefe de un grupo cultural, poderoso, con intereses legítimos.

¿Y en el caso de Monsiváis?

Bueno, creo que los diálogos intelectuales más importantes entre Paz y Monsiváis están en esas polémicas que sostienen en los años setenta y ochenta a propósito del socialismo, donde quedan solo unas frases deshilvanadas: la frase lapidaria con la que Paz resume a Monsiváis cuando le dice que “no es un hombre de ideas, sino de ocurrencias”, y él le contesta que Paz “no es un hombre de ideas, sino de dogmas”.

Hablando de tu interpretación del ambiente cultural del siglo XX, escribes Del crepúsculo de los clérigos, donde te dedicas a dilucidar las figuras de Paz, Fuentes y Monsiváis. Siento que eras mucho más crítico con Fuentes cuando estaba vivo que quienes ahora lo critican ya estando muerto. ¿Cómo se gestó esta obra?

Como casi todos mis libros —excepto el de Paz que fue más orgánico—: se gestan de una manera más o menos azarosa, recopilo los artículos que voy escribiendo. Uno escribe mucho con base en las efemérides, debido a la demanda de los espacios culturales. Hay escritores que a mí me parecen interesantes de toda la vida, Camus, por ejemplo, y ahora se le presta atención porque es su centenario, pero si en otro momento escribes sobre él te van a decir que “no es de actualidad”. Alfonso Reyes relataba el caso de un erudito que mandó un texto sobre Dios a una revista de filosofía, y le contestaron: “Esto no es de actualidad”.

En este libro pude ilustrar una inquietud que tengo sobre la extinción de estos intelectuales omnívoros, todo-terreno, cuyos últimos representantes son Paz, Fuentes y Monsiváis. Y creo que de Paz a Monsiváis hay una clara involución creativa. Considero que la curiosidad y el poder de síntesis de Paz (por ejemplo, siendo poeta es el primer autor que escribe un libro sobre el gran antropólogo Lévi-Strauss) se convierte, en un autor como Monsiváis, en una ubicuidad banal y declarativa. En fin, lo que hago en Del crepúsculo de los clérigos es sopesar las ventajas y limitaciones de este tipo de intelectual omnívoro. A menudo se puede caer en la opinión superficial, pero es útil establecer vínculos entre campos del conocimiento que ahora permanecen aislados como feudos, y en los que también se puede adoptar una posición moral mucho más vigorosa que aquella que permite la supuesta asepsia académica contemporánea. Lo que yo hago en este libro es sopesar las virtudes y los defectos de esta figura intelectual ya extinta.

Hablas de las efemérides y me viene a la mente tu libro La pequeña tradición: Ensayos sobre literatura mexicana. En esta obra regresas al canon mexicano, retomas a Reyes. Creo que Paz es el mejor lector de Reyes porque, al parecer, Cuesta influyó para que su grupo no lo tomara en serio. Algunos de los Contemporáneos —Gorostiza y Pellicer— después se lamentaron en sendas cartas por no haberlo tratado más. Es Paz quien lo atiende con agudeza.

Alfonso Reyes fue un escritor oceánico, monumental, que trató los más diversos temas, sin embargo, no lo considero un intelectual público como lo fueron Paz, Fuentes y Monsiváis, sino que él siempre prefirió —aparte de su discreción política y su reserva— el tono menor. Por esa razón lo incluyo en este libro, donde hablo de la tradición de escritores de principios y mediados del siglo XX. Autores que, en un entorno dominado por la idea de una literatura edificante, con fines de ingeniería social, que sirviera al pueblo, optaron por defender el carácter estético e íntimo de la creación literaria. Por eso, aunque son escritores distintos entre sí, creo que conforman una pequeña constelación. Además, hablamos de una tradición que se desarrolló con todos los incentivos en contra. Escribir literatura intimista frente a los murales de Diego Rivera, la literatura mexicanista y la realista, no solo era una elección estética sino que, para algunos, en la vida pública, llegó a ser un estigma por ser “desnacionalizados” y todos los demás calificativos que se daban a quienes no seguían el derrotero estético que estaba de moda. Por eso me parece heroica esa tradición.

La correspondencia entre Reyes y Paz (que recopiló Anthony Stanton) muestra la relación que existía entre ellos. Reyes fue un mentor muy comprensivo que apoyó mucho a Paz, aunque desde el primer encuentro vieron que eran personalidades literarias muy distantes. Reyes era un intelectual consagrado, mucho más orientado hacia las concordias, apegado a la idea de una cultura universal, y Paz era un joven atrabancado, con anhelos sociales, y tenía la idea de que la literatura debía servir para cambiar la vida, tal vez no al servicio de un partido, pero sí que debía causar una conmoción personal y un cambio social. Eran muy distintas sus visiones y sus derroteros, y eso habla bien de Reyes porque aceptó apoyar, hasta en el sentido económico, a un autor que sabía que no le iba a rendir pleitesía.

En Itinerario crítico: Antología de textos políticos, podemos ver, más que solo una recopilación, un trabajo de recuperación de algunos textos. ¿A partir de qué idea y por qué elegiste algunos escritos que Paz descartó u olvidó para sus obras completas?

En realidad solo hay dos que no están incluidos en las obras completas: uno de los magníficos reportajes que hizo sobre la fundación de la onu en 1945, cuando vivía en San Francisco —el cual rescató hace algunos años Antonio Saborit—, y las cartas que envió al canciller mexicano en 1968, durante los meses previos a la represión del 2 de octubre y a su renuncia. En ellas hace un diagnóstico de los movimientos juveniles del mundo, y en particular del mexicano, y discrepa claramente de la noción del gobierno del presidente Díaz Ordaz que atribuía las movilizaciones a una conspiración comunista. Para Paz, los estudiantes enarbolan legítimas demandas democráticas que deben ser atendidas.

¿Crees que tu antología modificará de alguna forma la imagen que se tiene de Octavio Paz? ¿Se acentuará su presencia o permanecerá como hasta el momento?

Creo que la imagen petrificada que pervive de Paz es la del intelectual consagrado que, después del 68, encabeza de manera controvertida la agenda intelectual y política del país. La idea de esta antología es ofrecer una perspectiva más amplia del pensamiento, la actividad y las posturas políticas de Paz a lo largo de toda su vida. Por eso se recogen textos mucho menos conocidos de su juventud y temprana madurez con la intención de mostrar los cambios y continuidades en su ideario político.

Recopilas textos primerizos, documentos oficiales y algunos discursos que no fueron conocidos por la mayoría. Después de estudiarlo a profundidad, ¿crees que el pensamiento de Paz tiene una unidad coherente o que sus ideas iban surgiendo a medida que las situaciones se iban suscitando?

Paz fue un autor con una capacidad sorprendente para actualizar y rectificar sus ideas. A lo largo de su vida hay una evolución y un enriquecimiento de su pensamiento político. Sin embargo, hay una enorme congruencia en sus posiciones y creo que entre el adolescente inflamado y con ansia de cambio y el octogenario consagrado pervive el mismo instinto libertario y la misma pulsión crítica.~

___________

Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) es escritor y traductor. Colabora en distintas publicaciones, coordinó y prologó La escritura poliédrica: Ensayos sobre Daniel Sada (Tierra Adentro, 2012). Mantiene el blog <hombresdeagua1.blogspot.com>. Actualmente es becario del Fonca en el género de novela.

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