El deseo de una nación de alcanzar el desarrollo social y económico se confunde con las expectativas deportivas durante el mayor espectáculo del mundo. En el Brasil de 2014, resulta imposible separar la política del futbol.
Cuando a mitad de la cancha el árbitro sopla su silbato, el mundo se detiene. Ya no importan el hambre, la pobreza, la desigualdad social, el cambio climático, las tensiones en Ucrania, las enfermedades devastadoras o las guerras que no se acaban. Los enfrentamientos en Siria y Afganistán pasan a segundo plano. Cuando inicie el Mundial de Futbol en Brasil lo importante será el acoplamiento ofensivo entre Neymar y Hulk, el rendimiento de Messi fuera del Barcelona, la confianza de Iker Casillas bajo el arco, el poder defensivo de Italia, la estrella solitaria de Cristiano Ronaldo en Portugal. Las dudas serán si Thomas Müller será capaz de igualar la potencia goleadora del legendario Gerd Müller, y si Brasil podrá llegar a ser por sexta vez en su historia campeón del mundo.
Muchos detestan la combinación del futbol y la política. Es un fenómeno relativamente nuevo, sobre todo si se trata del surgimiento de puntos de vista divergentes en el seno de un mismo equipo o un mismo país. En ese sentido, el futbol es como la guerra: lo único que importa, más allá de cualquier debate de ideas o acción humanitaria, es derrotar al enemigo. Si el rival cae aplastado, mejor.
Por eso llamó la atención la polémica no tan velada entre dos astros que han brillado intensamente en diferentes momentos de la historia futbolística de Brasil: Neymar, el brujo ambidiestro que esconde el balón como si fueran pases de magia, y Pelé, considerado por muchos como el mejor futbolista de la historia del balompié mundial.
El telón de fondo de la polémica fueron las protestas que incendiaron a Brasil hace varios meses, cuando miles de inconformes recorrieron las calles de varias ciudades gritando consignas contra el derroche de dinero del Mundial y la malversación de fondos por la corrupción de algunos funcionarios, y exigiendo al Estado el uso de esos recursos para resolver los problemas de salud, educación y pobreza de la población. La inconformidad llegó a los estadios. Sorpresivamente, los jugadores fueron abucheados por sus propias porras en la Copa Confederaciones. Ante esa situación, Pelé salió a decir que los futbolistas no tenían nada que ver con los problemas políticos del país, y que había que apoyar a la selección en todo momento y ante cualquier situación. Como en la guerra.
Neymar, por su parte, no siguió al pie de la letra los exhortos del llamado Rey. Dijo que las movilizaciones sociales lo habían inspirado, y cada vez que hablaba sobre el tema mostraba su simpatía hacia las causas de los inconformes. Para evitar algo parecido a un distanciamiento entre estrellas, Pelé dijo que él también quiere lo mejor para Brasil en términos de escuelas y hospitales, pero que el Mundial de Futbol era una oportunidad única para demostrar que Brasil es capaz de organizar una fiesta mundial que opaca todos los problemas.
El imperialismo en la red
El Mundial de Futbol es un universo en expansión. Es un tweet que se envía varias veces al día, trending topic del momento, tema ineludible de las conversaciones y sobremesas, cruce de todas las apuestas, oportunidad de hacer negocios al vapor, imán de públicos distintos y hoguera de todo tipo de pasiones. Es un fenómeno que se puede medir por sus audiencias. Más allá de los públicos en los estadios nuevos o recién remodelados, las legiones de periodistas que ha convocado y la expectativa abierta en todas las televisiones del mundo, están los 200 millones de dólares gastados en telecomunicaciones y las 189 millones de entradas que ha generado en Google.
En todos los partidos, las miradas del mundo se concentran en los movimientos de un balón. Y ese furor imanta el ánimo de las redes sociales y multiplica los deseos de comunicación inmediata. Cada lance tiene 140 caracteres. El gol al acecho, la jugada maestra, la falta caliente en el área, el pase largo, el golpe artero a la espinilla, la carrera ganada, la triangulación certera, el estirón del arquero, el balón en la red. No solo las televisoras hacen su tarea. Internet hierve con la información inmediata.
La política brasileña hacia los medios electrónicos ha sido, en más de un sentido, autónoma y contestataria. En los últimos años se ha formado un frente entre el Gobierno, los jueces y los medios de comunicación brasileños contra la hegemonía de Estados Unidos y sus firmas en la red. En 2011, cuando los mapas de Google habían bajado las imágenes de los satélites y ponían a las calles de la mayoría de las ciudades del mundo ante los ojos de cualquier usuario, las autoridades municipales de Río de Janeiro se quejaron por el señalamiento exagerado de las favelas reconocidas por su violencia, mientras que el morro del Pan de Azúcar —una de las maravillas turísticas de la ciudad— no merecía ningún reconocimiento. La presión fue tan fuerte que Google rectificó. Fue una de las pocas ocasiones en las que la geografía satelital tuvo que ser modificada porque sus perfiles contenían sesgos ideológicos.
En 2012 entraron en juego otras instancias. A finales del año se llevaron a cabo elecciones municipales, y las autoridades electorales estuvieron muy atentas al desarrollo de las campañas de los candidatos en la nueva arena de las redes sociales. Como en Brasil la ley castiga la denigración de los candidatos en los medios electrónicos tradicionales —la televisión y el radio—, la normatividad se aplicó de manera automática en internet y, ante las transgresiones, los jueces no tuvieron condescendencias. En el estado de Mato Grosso do Sul, la corte solicitó a Google el bloqueo de los videos de YouTube tomados en la ciudad de Campo Grande, porque algunos de ellos insultaban y difamaban a uno de los candidatos a la alcaldía. Google se quejó de que Brasil era uno de los países que más solicitaban el retiro de videos de la red, lo cual atentaba contra la libertad de expresión. Las autoridades enfatizaron el hecho de que en los videos se acusaba al candidato a la alcaldía de enriquecimiento ilícito, además de instigar al aborto, el alcoholismo y la violencia. Y ante la tardanza en la remoción del video, un juez ordenó el arresto de José Silva Coelho, presidente de Google en Brasil.
En las mismas fechas, las autoridades judiciales dieron un plazo de 10 días a YouTube para remover un video titulado “La inocencia de los musulmanes”, que había sido generado en Estados Unidos y había desatado un oleaje de protestas en los países árabes. La Unión Nacional Islámica de Brasil había recurrido a la corte, y la propia presidenta Dilma Rousseff había criticado una especie de islamofobia de los países occidentales en su discurso ante las Naciones Unidas. Ante la presión, nuevamente, el video fue retirado de la red.
Pero no todos los casos fueron ganados por las autoridades. En el estado de Paraiba, en la punta nordeste del país, un tribunal ordenó la detención de otro ejecutivo de Google luego de que se negó a retirar un video de YouTube que se burlaba de un candidato a la alcaldía. Días más tarde, otro juez revocó la orden porque resolvió que el funcionario de Google no fue quien subió el archivo a YouTube, y menos aún fue el autor intelectual del video. Y por esa razón, dijo el juez, no podía ser castigado.
Esos forcejeos tuvieron un enfrentamiento igualmente llamativo cuando la mayoría de los periódicos brasileños, agrupados en la Asociación Nacional de Periódicos, decidieron negarle a Google News la recomendación de los artículos publicados en sus diarios, alegando una piratería de sus contenidos. Carlos Lindenberg, presidente de la asociación, sostuvo que “estar en Google Noticias no ha contribuido al crecimiento de nuestras audiencias en el medio digital. Al contrario, al proveer algunas líneas de nuestras notas al internauta, el servicio reduce las posibilidades de que este busque la historia completa en nuestros sitios”.1
El tema cobró vuelo porque la Asociación agrupa a más de 90% de los periódicos de Brasil, y porque su exigencia era el pago por parte de Google a cambio de utilizar la información de los diarios. Bill Keller, un exdirector del New York Times, apoyó a los diarios brasileños argumentando que la incorporación de la información ajena sería equivalente al uso indebido de los derechos de autor, y al calor del debate la discusión se extendió hasta abarcar temas como la propiedad de las noticias, el derecho de cobrar por las notas periodísticas y la obligación de citar a las fuentes. La disputa quedó en empate; nadie pudo responder a la pregunta de quién perdía más con el retiro de los periódicos brasileños de Google News: si la firma, por la falta de información local, o los periódicos, por la reducción de su circulación en la red. Sin vencedores ni vencidos, las cosas siguieron igual.
Como el tema da para mucho, la presidenta Rousseff no dudó en abordar nuevamente el tema en este año futbolístico. Si bien en su pasada comparecencia en las Naciones Unidas había alzado la voz contra el espionaje de Estados Unidos a sus propios aliados —poniendo el dedo en la violación a la soberanía de las naciones, a la confianza que debe prevalecer entre mandatarios y a la privacidad de los individuos—, su ímpetu contra el viejo imperialismo no se detuvo en esa reunión. Este año, en un encuentro denominado Netmundial que se llevó a cabo en São Paulo, convocado para discutir los temas que conciernen a la administración centralizada de las páginas web, Rousseff lanzó una plataforma tecnológica y normativa con el fin de que las empresas de Estados Unidos compartiesen con otros actores la administración global de la red. En su propuesta, concebida como una legislación para el uso de internet, se contemplan los derechos de los usuarios en el marco de la libertad de expresión y —lo que resultó más cuestionable— el propósito de lograr una administración compartida de la red, donde cada país pudiese tener el manejo de sus propios servidores.
Al final del evento, la postura de Brasil sobre la neutralidad de la administración en internet quedó plasmada en un documento, pero sin carácter obligatorio para los Estados ni para las corporaciones. Es decir, Brasil perdió contra Estados Unidos por la mínima diferencia.
Carreras en distinto césped
En víspera de las elecciones presidenciales en octubre, y en un panorama sombrío de la otrora pujante economía brasileña, la presidenta Rousseff tiene todas sus esperanzas puestas en que la escuadra verde-amarela levante la copa de campeón del mundo. El contexto actual no podía serle más adverso: la economía está creciendo a un mediocre ritmo de 1.8%, la corrupción descubierta en la petrolera del Estado ha levantado protestas en muchos rincones de la nación, los empresarios se inclinan cada vez más por el candidato de la oposición, muchos sectores institucionales —la policía, por ejemplo— se manifiestan a diario por las restricciones presupuestales, y en el seno de su partido hay una nostalgia cada vez más extendida por el presidente Lula.
Según las últimas encuestas, Rousseff sería la vencedora en octubre, pero los márgenes se han ido estrechando conforme transcurre el tiempo. En mayo tenía un punto menos que en abril, y siete puntos menos que a principios del año. Si las elecciones se adelantaran, la actual presidenta ganaría con 35% de los votos, lo cual no es un pronóstico muy halagüeño para el partido de Lula, que fue considerado el líder más poderoso del mundo por la revista Time en 2010.
Por eso Dilma aparece cada vez más al frente de los preparativos para el Mundial. A principios de mayo estuvo pateando balones en el estadio Corinthians, que será la sede inaugural del campeonato con el partido de Brasil contra Croacia. Y seguramente será una figura de primera fila si su equipo se corona en el Maracaná.
Con Brasil levantando la copa, muchos aseguran que la reelección de Dilma Rousseff estaría a un paso de su culminación en octubre. La predicción de Pelé se habrá cumplido. Con un golpe de suerte, montada en la marea del Mundial, la economía podría repuntar. Y todo eso dependerá de la habilidad de los botines de Neymar, un joven desgarbado que vive para el futbol y gana millones de euros, pero que es sencillo como los pobres y a quien nada le gusta más que desbalancear al contrario con un movimiento de cadera, mantener el balón en el aire y llevarlo a la red. Magia pura.
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MARIO GUILLERMO HUACUJA es autor de El viaje más largo y En el nombre del hijo, entre otras novelas. Ha sido profesor universitario, comentarista de radio, guionista de televisión y funcionario público.