Estigmaticen, apunten, fuego
La violencia física esta presidida de la violencia simbólica y uno de sus mecanismos más eficaces y destructivos es el estigma, pues no sólo legitima la violencia sino que la invisibiliza.
La violencia invisible
Para un gran sector de la población los insultos estigmatizantes no se tratan de una violencia real, sino de juegos o bromas inocentes, de tal modo que esa violencia permanece invisible, pero no por ello menos dañina.
Es de amplia difusión, entre las instituciones y personas encargadas del estudio y prevención de la violencia y la discriminación, el hecho de que la violencia directa o visible es solo la punta del iceberg que esconde una enorme cantidad de violencia simbólica; la cual es programada, ejercida y solapada cotidianamente por la sociedad en general.
La violencia visible o directa consta de amenazas, jalones, golpes, secuestros, violaciones, asesinatos, crímenes de odio, feminicidios. En palabras de la Organización Mundial de la Salud , la violencia visible es “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones”.
Este tipo de violencia sucede porque descansa en prácticas, creencias, sistemas de valores, narrativas, actitudes, usos del leguaje a través de los cuales se legitima, normaliza y naturaliza la dominación e invasión de unos seres humanos por parte de otros. Pues si la violencia se acepta como normal, natural, legítima y necesaria, no se ve la necesidad de evitarla; así es la vida.
El estigma
Los estigmas eran marcas especiales que se ponían en la antigüedad a las personas para distinguir a los esclavos de los hombres libres. Hoy se trata de un arma simbólica y un atentado contra los derechos humanos. Una de las consignas que portaban quienes se manifestaron durante la XXXVI Marcha del Orgullo LGBTTTI el mes pasado, hacía alusión a la resiente polémica del grito de puto en los estadios de futbol. Sus pancartas decían puto (o pinche puto) fueron las últimas palabras que escucharon muchas personas en México antes de ser asesinadas.
El estigma refuerza un “valor” o prejuicio social de amplia difusión con el cual se busca que la persona a la se le adjudica pase por des-preciable, es decir, que cualquiera le pueda arrebatar su valor. Por medio del estigma se reduce a la persona a un personaje del cual identificamos solo “su parte más abominable”. Esta cualidad abominable hace al estigmatizado/a “merecedor” de cualquier tipo de violencia, incluso el asesinato. El ejemplo nos lo dieron las excusas de quienes defendían que el grito de puto en el estadio no se trataba de violencia homofóbica, sino que se le quería decir al portero que era “cobarde” (ya no era homosexual sino su “atributo principal” cobarde y por cobarde merecedor del insulto).
El estigma le permite al agresor/a una distancia radical con el estigmatizado/a, ya no es una persona (un/a semejante), multidimensional, cambiante, compleja, como lo somos todos/as, sino un símbolo unidimensional de lo abominable, listo/a para recibir la agresión sin “ningún tipo de responsabilidad” por parte del agresor/a. Todos/as podemos ser víctimas del estigma, preferentemente si alguien nos puede identificar como la antinomia de los ideales autoritarios, clasistas, racistas, sexistas; por nacos/as, negros/as, indios/as, putos/as, etcétera. En relación a la sexualidad de las personas será más fácil estigmatizar a quienes se salen de los estereotipos promovidos por la heterenormatividad patriarcal.
La radical diferencia
El estigma se vale de hacer ver al otro como radicalmente distinto (moral y naturalmente inferior), desde las discusiones de los teólogos de la iglesia católica para determinar si las mujeres y los pueblos originarios de América poseían alma, hasta la retórica de la propaganda bélica de las películas de Hollywood, autonombrada género de acción, en donde todo opositor a que EU gobierne el mundo es terrorista.
Esta radical diferencia es la antinomia del espíritu de los derechos humanos y además es falsa. Por una parte el ser humano no tiene una naturaleza intrínseca sino que se construye a través de sus actos y ni siquiera estos actos le confieren un ser inamovible, por otra parte, los trabajos para develar la estructura del genoma humano (las instrucciones bioquímicas para que los organismos se conformen a partir de las múltiples particiones de las células básicas, ovulo y espermatozoide) han demostrado que todas las personas compartimos el 99% de información genética.
La cultura de la paz
Desde 1998 la ONU resolvió que entre sus líneas de acción prioritarias está la promoción de la cultura de la paz, que consiste en una serie de valores, actitudes y comportamientos que rechazan la violencia y previenen los conflictos tratando de atacar sus causas para solucionar los problemas mediante el diálogo y la negociación entre las personas, los grupos y las naciones. Estigmatizar a personas o grupos sociales abona la cultura de la violencia cuyas desastrosas consecuencias son hoy palpables en nuestro país, pues quita responsabilidad a las personas por la gratuidad de sus acciones. Vivir de una manera ciudadana implica modificar nuestros hábitos, valores y actitudes en pro del respeto, la inclusión y el bien común y todos/as podemos hacer algo al respecto, pues el control de nuestras acciones depende únicamente de nosotros mismos/as.
Tú, ¿qué hábitos constructivos podrías adoptar para contribuir a generar una cultura de la paz?
Más información sobre el autor en www.sexologohumanista.com
Una cultura de la paz se debe generar en todos los ámbitos como un principio humano que no sólo haga entender la diversidad sin estigmatizarla sino incluyendo las diferencias, fomentando la solidaridad, el respeto y el amor hacia el otro y nuestro entorno.