Es imposible determinar quiénes, cómo y cuándo decidieron la integración de América del Norte e incluir en ella a México.
La respuesta lógica es afirmar que con el Tratado de Libre Comercio, lo que equivale a una simplificación política y económica absurda, porque las consideraciones para decidirlo fueron muchas, y porque hay hechos aislados registrados que indican que fue mucho antes, que lograrla y consolidarla tiene otros motivos que van más allá de lo comercial, porque para que México sea parte activa de la región económica más importante del mundo —como dijo Barack Obama en la reunión cumbre de Toluca—, lo que primero se requiere es transformar el comportamiento de los mexicanos; para ello se necesita cambiar su percepción del mundo, su cultura, su idea de la civilización.
Lo que a continuación expongo queda sujeto a mi escasez de recursos para una investigación de fondo y sistemática, se desprende de una lectura atenta de la información y de los —aparentemente imperceptibles— cambios en los hábitos de consumo recreativo y cultural de los mexicanos, su incidencia en el ámbito educativo y en los usos y costumbres nacionales; de su manera de ser, pues.
• Puesta al día de los recursos científicos y técnicos que facilitaron el descubrimiento —vía satélite— de los recursos naturales mexicanos.
• Apertura ilimitada a la programación de televisión y radio de Estados Unidos, primero, y del mundo después, a través de las antenas parabólicas y de los servicios de televisión por cable.
• Acceso de los mexicanos egresados de universidades de Estados Unidos a puestos gerenciales en las empresas, y a los altos cargos de la política, en los tres poderes.
• Desestructuración de la historia patria mediante la exhibición y desmitificación de sus mitos nacionales, a través de libros de historia y de modificaciones a los libros de texto gratuito, conceptuados y escritos por un grupo de neohistoriadores carentes de conciencia nacional y sentido de pertenencia.
• Reformas electorales que condujeron al cambio de ciertos hábitos políticos y a la alternancia, aunque están atorados con la transición.
• Declaración de guerra al narcotráfico, porque una sociedad que está inmersa en la inseguridad de una guerra interna, está mejor dispuesta al cambio de paradigmas y a asilarse en el refugio de otras ofertas que la civilización pueda ofrecerle, sin importar que le exija cambiar su comportamiento, su cultura y su sentido de pertenencia.
• Reformas constitucionales, jurisdiccionales y legales para disminuir las asimetrías y facilitar la integración al modo de vida estadounidense y a la asimilación a su manera de percibir el mundo y el lugar de México en él, lo que está muy lejos de alcanzarse.
Todo indica que, al menos desde la administración de Miguel de la Madrid Hurtado, los gobernantes mexicanos se hallan inmersos en instrumentar el cambio y asegurar la integración de México a América del Norte.
Por momentos parece que hay más retrocesos que avances, lo que me obliga a reconsiderar la declaración que Mario Vargas Llosa me hizo durante una entrevista con relación al mestizaje que, según él, en México se dio como en ningún otro lugar en América Latina, lo que facilitó la consolidación de la idea de patria, del sentido de pertenencia y la cultura de los mexicanos, además de valores éticos y civiles.
Desarraigar anímica y culturalmente a los mexicanos es una empresa que se emprendió en Estados Unidos al momento en que sus autoridades comprendieron los alcances del proyecto de la Revolución; como en ese proyecto han tenido avances y retrocesos, ahora lo apuestan todo a la integración total, en la que comenzaron a trabajar a través de la educación y del entretenimiento cultural.
La eficacia del proceso en el que se encuentra inmerso México fue probado primero en otras naciones y con otros propósitos, para que el gasto en vidas no fuera en vano. Ese fue el propósito de los hijos robados a sus madres y colocados en familias ajenas. Son los novedosos parámetros de la ingeniería social.
Juan José Saer dejó anotado lo siguiente:
Todo presente es, casi por definición, arduo y sombrío. La cognoscibilidad relativa del pasado neutraliza sus amenazas, en tanto que el tembladeral del presente es incierto y precario. El hombre vive ese presente como el privilegio dudoso de una sentencia diferida. Nuestro presente, hecho de violencias cumplidas y de amenazas que persisten, no difiere, en suma, de los presentes que lo han precedido y que, en el mejor de los casos, han sustituido la violencia sumaria por una presión insidiosa y monótona que impregna el aire y la materia de los días. Para nuestra sed pulsional, el presente es como un nudo de prisiones.
En esta reflexión está algo más que el sedimento de la experiencia padecida durante la junta militar, el arrasamiento de la guerra sucia con el propósito de asegurar el desarraigo de una idea de la vida que se opone a la lógica del poder, pero sobre todo a la de la economía.
Saer no se detiene:
El ejército se prepara durante años para la coyuntura decisiva que es el debilitamiento del poder civil burgués a causa del ascenso de las clases populares y reemplaza al poder civil no por poseer una ideología superior, sino los medios y el saber técnico capaces de mantener en su sitio a un gobierno que ya no representa ningún consenso social. La situación, que quisiera mostrarse natural, se doblega y vacila bajo el peso de sus contradicciones. Dejando de lado todas las incongruencias teóricas, políticas y morales, tales como actuar en nombre del orden anulando la Constitución, invocar la patria a cada momento y plegarse a los designios de las potencias mundiales, decirse los campeones de la libertad y encarcelar a los particulares por sus opiniones políticas…
Lo anterior es uno de los recuentos de los estragos de la junta militar en Argentina, cuyo propósito fue desarticular la cohesión social y promover el desarraigo de valores culturales y cívicos, para hacer fáciles las tareas del gobierno.
Acá, en esta nación que no hubiera soportado una guerra sucia de esas dimensiones, sustituyeron el procedimiento por una guerra contra el narcotráfico, que pronto adquirió —como lo muestra la presencia de las autodefensas y de grupos armados con otros propósitos— las dimensiones de una guerra interna, llevada a esos límites con el propósito de causar estupor e inseguridad entre la población, y así facilitar el desarraigo que conducirá a aceptar y acoger la integración a América del Norte, como solución mágica a los males de los mexicanos.
No todo está resuelto, porque el problema adquiere dimensiones culturales que tienen treinta siglos de arraigo, como lo quiso mostrar Carlos Salinas de Gortari en esa extraordinaria exposición “México: Esplendor de 30 siglos”. La pregunta crucial es: ¿están los mexicanos preparados anímica y culturalmente para cambiar de paradigmas, de proyecto nacional, y sumarse a una civilización en la que los usos y costumbres son totalmente diferentes a los patrones de conducta que acá se aceptan y aplauden?
Pienso en el mestizaje, y en si este aceptará, manso, una propuesta distinta a la vivida durante doscientos años. Llevan casi cien intentándolo, como lo muestra Robert Lansing, secretario de Estado de Woodrow Wilson, en su escrito del 5 de febrero de 1920, donde afirma:
México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente […]. Debemos abrirle a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modelo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos […]. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la presidencia.
El proyecto varió, ya no se trata de controlar a México, les representó demasiado esfuerzo y riesgo. Hoy quieren, necesitan, están urgidos de asimilarlo y convertirlo en parte de América del Norte, cuya zona geográfica empezará en los ríos Usumacinta y Suchiate, para culminar en Alaska.
Desconozco si los avances en este proyecto les permiten, a los estadounidenses, ser optimistas, porque los alcances de la ingeniería social que pretenden hacer con los mexicanos están más allá de la lógica, aunque lo recién ocurrido en Crimea obliga a reconsiderar las posibilidades de éxito y el debilitamiento de la idea de lo mexicano. ~
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Escritor y periodista, GREGORIO ORTEGA MOLINA (Ciudad de México, 1948) ha sabido conciliar las exigencias de su trabajo como comunicador en ámbitos públicos y privados —en 1996 recibió el Premio José Pagés Llergo en el área de reportaje— con un gusto decantado por las letras, en particular las francesas, que en su momento lo llevó a estudiarlas en la Universidad de París. Entre sus obras publicadas se cuentan las novelas Estado de gracia, Los círculos de poder, La maga y Crímenes de familia. También es autor de ensayos como ¿El fin de la Revolución Mexicana? y Las muertas de Ciudad Juárez.