La mejor guía para visitar A Passage to India1 se la debemos al mismo Forster. En 1939, a unos meses solamente de que iniciara la Segunda Guerra Mundial y veinticinco años después de la aparición de esa novela, el autor inglés publicó uno de sus ensayos más celebres, “What I Believe”.2 De cara al futuro, a un conflicto que se sabía próximo e inevitable y que se adivinaba catastrófico, “What I Believe” fue una declaración de principios. Suena a la revisión que hacen ciertas personas de sí mismas ante la muerte inminente o ante un desafío de pronóstico reservado. Si Forster hubiera perdido la vida en la guerra, “What I Believe” se leería como una inmejorable carta de despedida. Pero de cara al pasado, donde habían quedado ya sembradas y florecían todas las novelas que el autor iba a escribir, “What I Believe” funcionó también como una suerte de poética retrospectiva.
Es verdad que en este ensayo Forster no reflexiona sobre el acto y el producto literarios. Eso lo hizo más bien en Aspects of The Novel (1928), una pieza importante de teoría crítica en la que inventarió y comentó los dispositivos centrales de la obra narrativa: trama, ritmo, personajes, etcétera. Este libro propone las claves para entender el trabajo de Forster desde un punto de vista técnico. “What I Believe”, en cambio, sintetiza el sistema de valores del autor. Ahí está, a grandes rasgos, lo que le interesa y lo que desprecia de la realidad y, sobre todo, de los hombres, el compás intelectual y moral que orientaba su vida mundana y estética. Estas páginas contienen las claves para entender el trabajo de Forster desde un punto de vista psíquico. Aspects of The Novel es la poética mecánica; “What I Believe”, la anímica.
¿En qué creía E.M. Forster? La suya, me parece, era una fe gestada a partir de la experiencia y los estados de intimidad. Solo aquello que cabía en la esfera privada podía formar parte de su credo. Los grandes valores de la axiología debían encarnar en la vivencia subjetiva para recibir su aval. Hablaba de la importancia no del amor filial ni de la amistad en general sino de las relaciones personales. “A partir de ellas —decía— imprimo cierto orden en el caos contemporáneo”. Deliberadamente las contrastaba con valores de repercusión social más extendida, al menos en apariencia, pero también más abstractos: “Las relaciones personales son vistas como lujos burgueses, como producto de un periodo de buen clima que ha pasado, y nos instan a deshacernos de ellas, y a dedicarnos a algún movimiento o causa. Odio la idea de las causas”. Creía en la democracia, pero no como un sistema para la realización del homo socialis, sino como un campo para el florecimiento del individuo. En la tradición de Whitman, la enaltecía y defendía porque en su seno él podía expresarse a plenitud. Volvía así al campo de lo subjetivo: “Las personas que más admiro son las que son sensibles y quieren crear algo o descubrir algo. […] Esa gente tiene más oportunidad bajo la democracia”. El gobierno del pueblo solamente como medio. El fin último de la fe de Forster lo constituían esas personas sensibles. Seguramente por lo que eran en sí mismas, pero también, y acaso principalmente, por lo que aportaban a aquella esfera íntima. Forster no disimula su egoísmo psicológico, más bien lo abraza: “Lo que hay de bueno en la gente —y por ende en el mundo— es su insistencia en la creación, su fe en la amistad y en la lealtad para su propio bien”. Y en una última profesión de fe, sin duda la más potente del ensayo, abunda en la ponderación de estos individuos:
Creo en la aristocracia —dice—, si es esa la palabra adecuada, y si un demócrata puede usarla. No en una aristocracia del poder, basada en el rango y la influencia; sino en una aristocracia de los sensibles, los considerados y los valientes. Sus miembros están en todas las naciones y clases, […] y hay un entendimiento secreto entre ellos cuando se encuentran. Representan la verdadera tradición humana, la única victoria permanente de nuestra extraña raza sobre la crueldad y el caos. […] Son sensibles para otros tanto como para sí mismos, son considerados sin ser fastidiosos, su coraje no es ostentación sino el poder de resistir, y se les puede hacer bromas.
Como si se tratara del espíritu del autor, esta matriz de creencias alienta a todo lo ancho de A Passage to India. Más aún, encarna plenamente en la figura de Fielding, alter ego de Forster. Cuando Adele Quested llega a Chandrapore, a la ribera misma del imponente Ganges, para encontrarse con su novio Ronny Heaslop, y pregunta, durante la fiesta inicial en el club, cómo puede ver la verdadera India, Fielding rehúye esta abstracción y le sugiere algo quizá más difícil pero también más palpable: “Intente ver indios”. Él busca hacer lo propio. A diferencia de la mayoría de los ingleses, no vive en la estación civil, una colonia situada en terreno elevado que mira a la ciudad y no comparte nada con ella salvo el cielo abarcador, sino abajo, a ras de tierra y pueblo. Fielding resiente el trasfondo teorético que parece haber en el interés de Miss Quested por descubrir la India. Como Forster, él aspira a establecer relaciones personales. Cuando Fielding la invita a su casa para que pueda reunirse con la gente de Chandrapore en una atmósfera más propicia, no es ella quien, finalmente, intima con un indio, es él. El encuentro entre Fielding y Aziz es, creo, el encuentro entre dos miembros de esa aristocracia forsteriana. Ocurre ese entendimiento reservado al que se refiere Forster: “A Fielding no lo tomaba por sorpresa la rapidez de su intimidad. Con un pueblo así de emocional, lo apropiado era mostrarse de una vez o no hacerlo nunca”.
La evidencia de que Cyril Fielding y el doctor Aziz son sujetos sensibles y considerados está dispersa en toda la obra; de que poseen ese otro trazo aristocrático, la valentía, y conocen la lealtad, sobre la que Forster funda su fe en las relaciones personales, es prueba el punto de quiebre —el incidente en las Cuevas de Marabar— y los hechos subsiguientes. Tras la acusación de Adele, Fielding no duda de la inocencia de Aziz, y no duda por la sencilla razón de que Aziz es su amigo, es decir, es alguien a quien ha visto, a quien ha conocido intuitivamente. La fiabilidad, para él, pasa menos por la razón que por la entraña. “No es cuestión de contratos —dijo Forster en su ensayo—; esta es la principal diferencia entre el mundo de las relaciones personales y el mundo de las relaciones de negocios. Es una cuestión para el corazón, que no firma documentos. […] la fiabilidad es imposible si no hay una calidez natural”. Fielding es valiente porque su fidelidad a Aziz supone que le vuelva la espalda a sus coterráneos y que arriesgue su posición. En Fielding se verifica ese extremo de la amistad que previó Forster en una de las ideas más famosas de su credo: “[…] si tuviera que elegir entre traicionar a mi país y traicionar a mi amigo, esperaría tener las agallas para traicionar a mi país”. Fielding no será el único renegado. A la postre, Miss Quested también traicionará a Inglaterra, o al menos a quienes la representan en la India. En su caso, sin embargo, la motivación no será la amistad. Quested actuará por virtud, por congruencia. Hay aquí un sistema de valores de al menos tres niveles. En uno, los ingleses cierran filas contra un indio que, desde el punto de vista del prejuicio, no es más que el reflejo vivo de los vicios comunes a todos los indios; a los Heaslop y los Turton y los Lesley los mueve visceralmente el falso ideal de la raza. En el segundo nivel, el de Quested, gobernará la moral: no los lazos humanos con alguna persona, sino la fidelidad a sí misma o a un código. En el último, finalmente, donde se halla Fielding, el motor de los actos serán los sentimientos de amistad. A Passage to India es, entre otras cosas, una defensa de la moral de las emociones.
Forster, al igual que Fielding, amaba lo general solamente a través de lo particular. Su fe era empírica, nunca teórica, a priori, como el dogma. Si creía vehementemente en las relaciones personales, era porque un cúmulo de amistades, o una sola verdadera, se lo había permitido. Si aplaudía la democracia, era porque la necesidad vital y el hallazgo, así fuera provisional, de la tolerancia se lo indicaba. La novela de Forster tiene diversos méritos: el tono irónico amable, como alguien ha dicho, el ingenio y el sosiego de la voz narrativa; las virtuosas caracterizaciones mediante gestualidad y descripciones pero sobre todo, tal vez, mediante el diálogo; la implantación de una dimensión mística; la estructura musical; la delicada aunque encantadora urdimbre de la trama… Pero la mayor virtud de la novela de Forster es su visión de la India. A diferencia de Quested, Forster pudo ahondar en esas tierras y en esa humanidad. ¿Cuál fue, en la lógica de la fe empírica, su conducto a la India? Los indios, sencillamente. Un indio, o unos cuantos. El pasaje a la India fueron sus habitantes. ~
1 Everyman’s Library, Nueva York, 1992.
2 En Oxford Anthology of English Literature, Oxford University Press, Nueva York, 1973.
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IGNACIO ORTIZ MONASTERIO (Ciudad de México, 1972) es editor de esta revista. Escribe narrativa y ensayo.