Hace cuatro años, el director técnico de la selección mexicana, Javier Aguirre, ofreció una opinión honesta de las posibilidades de su equipo en la Copa Mundial de 2010:
“Se genera mucha expectativa respecto al equipo mexicano y luego hay voces que salen de tono, ¿Campeones? México es lo que es, fue 15 en Alemania, en Corea cuando yo lo dejé fue 11 y cuatro años antes en Francia número 13 y cuatro años antes en Estados Unidos, 13, México está deambulando entre el 10 y el 15 en los últimos cuatro Mundiales, con lo cual, de ahí a dar un salto a los tres primeros tiene un abismo.
“Yo siempre trato de ser prudente y decirle a la gente que vamos a hacer lo mejor posible, no es un grupo fácil, inauguramos el Mundial contra Sudáfrica y luego Francia y al último Uruguay, no será nada fácil para nadie.”
Fue una evaluación brutal, pero finalmente correcta. Un empate de poca monta contra Sudáfrica, una victoria de lujo contra Francia, y dos derrotas consecutivas contra los vecinos rioplatenses, y ya: otra vez, fiel al guión que el Vasco dictaba, México se fue en los octavos de final.
El de Aguirre es un comentario deprimente, ya que expresa la esperanza de ser mediocre. Peor aún, las palabras vienen de un hombre que sabe del fútbol y que tiene fama de hablar con franqueza. Lamentablemente, no es un sentimiento tan raro, pero sí habla de una dinámica peculiar: no tiene sentido que un país tan grande y enamorado del fútbol no tenga mejores resultados. Hay muchas explicaciones, desde una supuesta falta de voluntad de trabajar en conjunto en todo el país (esta idea viene de Jorge Castañeda) hasta las intervenciones eternas de los que manejan la FMF.
El Mundial de Brasil, donde México arranca su competencia este mismo viernes, es una nueva oportunidad de romper el patrón de resultados tibios, y más importante aún, romper la expectativa tan destructiva de ser mediocre. Durante años, el Mundial de Brasil se ha vislumbrado como la mejor posibilidad desde hace una generación para romper esta maldición mundialista. México está jugando en su propio hemisferio, que siempre es una ventaja. Hace dos años, una selección joven ganó el torneo Olímpico, derrotando un conjunto brasileño que se parece mucho a la selección carioca actual. (Es decir, Brasil no mandó un equipo débil a Londres.) Este torneo debería ser el apogeo de la generación dorada, la misma que ganó el mundial sub-17 en 2005 y que ahora tiene jugadores importantes en equipos de calidad por toda Europa. (Es una lástima que uno de ellos es Carlos Vela en la Real Sociedad, quién por razones que solamente él sabrá, optó por el martirio futbolístico.)
Sin embargo, como siempre, han surgido razones para dudar. La calificación de México fue horrorosa de principio a fin; logró el objetivo gracias a un gol del último momento de la última jornada, metido por su rival más importante. Llevan muchos meses sin lucir contra un equipo fuerte.
Además, tiene un grupo complicadísimo: Brasil, el anfitrión, presunto favorito, y el poder futbolístico más importante del planeta; Croacia, que cuenta con quizá la mejor dupla mediocampista en el mundo actualmente en Luca Modric y Iván Rakitic; y Camerún, que como siempre cuenta con jugadores de calidad, aunque surgieron rumores de una huelga en el vestuario hace unos días.
Es decir, si bien México cuenta con jugadores excepcionales, una salida rápida no es un resultado tan imposible.
Pero llegar lejos en el Mundial nunca es fácil. Requiere acciones grandes y pasos importantes. Es decir, en algún momento el equipo tricolor va a tener que ganar a un rival de mucha clase y experiencia. Es la única forma de lanzarse entre los mejores. Requiere que se dé el salto de fe que despreciaba el Vasco. Ojalá y este sea este torneo donde vemos un paso histórico en el futbol mexicano. En todo caso, falta poco para ver.