Desde hace siglos, las rivalidades entre los grandes poderes han determinado el curso de la historia. Francia, España e Inglaterra pelearon por el control de Europa, América y África desde el año 1500 hasta entrado el siglo xix. Luego se sumaron a la contienda Alemania y Rusia, y España claudicó: los conflictos entre estos países marcaron la historia política del siglo xix y los primeros 20 años del xx. En las últimas seis décadas del siglo xx fueron los Estados Unidos y la Unión Soviética los rivales más importantes, y su lucha por la supremacía militar, política y sobre todo ideológica afectó a todo el mundo.
En este sentido, los 25 años desde la caída del Muro de Berlín han sido anormales. La Unión Soviética desapareció y el único gran poder que quedó en el escenario fue Estados Unidos. En lugar de un sistema dominado por rivalidades, se convirtió en un mundo unilateral.
Sin el freno que presenta un rival geopolítico verdadero, Estados Unidos de vez en cuando peca de arrogante. El ejemplo clásico fue la invasión de Irak, en contra de toda definición de ley internacional, pero no es la única. Los rusos, por ejemplo, se quejan de promesas rotas en la ampliación de OTAN durante los años 90. Y más allá de actuaciones específicas, hasta las élites políticas empezaron a creer los mitos sobre el país como el actor no solamente indispensable por su peso sino únicamente altruista también.
Pero al mismo tiempo, la falta de una rivalidad verdadera coincidió con un nivel de paz jamás visto antes. Según varias investigaciones recientes, se ha desplomado la tasa de muertes violentas en guerra durante las décadas después del fin de la Guerra Fría. Más aún, gracias al fin de estas rivalidades, la posibilidad de una cataclismo nuclear, que colgó encima del mundo como la espada de Damocles durante cuarenta años, ha disminuido muchísimo.
Sin embargo, la desaparición de las rivalidades siempre se supo que sería temporal, y los meses recientes han traído varios recordatorios de que este interregno peculiar está llegando a su fin. El ejemplo más obvio se encuentra en Ucrania, donde el ejército ruso, después de meses de asesorar “clandestinamente” a los rebeldes secesionistas, parece haber iniciado una invasión a su vecino. Esta situación, más la expropiación de la Península Crimea, ha despertado preocupaciones latentes de que Rusia quiera repetir el proceso en Polonia y los países bálticos, y así convertirse de nuevo en el virrey de media Europa.
Un desafío más imponente aún se encuentra en China, que lleva años incrementando sus fuerzas armadas y mostrando cada vez más firmeza y seguridad en hablar de sus objetivos e intereses en Asia. No han llegado a invadir a sus vecinos ni fomentar insurgencias, pero sus reclamos sobre el control de las aguas asiáticas, y sobre todo los yacimientos, son cada vez más frecuentes. Y al contrario de Rusia, China tiene una economía enorme y diversa. China tiene sus propios problemas que pueden llegar a frenar su alza, pero lo más probable es que será la primera potencia económica en el mundo en las próximas décadas, y se sabe que con la riqueza inevitablemente viene el poder.
Las preguntas estratégicas básicas para analizar esta situación son:
1) ¿Qué quieren Rusia y China?
2) ¿Qué tan realizables son sus objetivos y que están dispuestos a hacer para conseguirlos?
3) ¿Qué costo tendría la realización de estos objetivos para los demás países?
4) ¿Qué tanto harían los demás países, sobre todo Estados Unidos, para impedir que logren sus metas?
Las respuestas a estos interrogatorios no son muy claras. Podemos dar por hecho que China y Rusia quieren restablecer sus esferas de influencia en sus propios vecindarios, pero sus líderes no lo querrán hacer si mina su posición doméstica. Tampoco se sabe qué implica una “esfera de influencia”: convenios económicos y posiciones mutuas en la ONU es una cosa, la reconquista de países soberanos es algo muy distinto. Y es de esperar que Estados Unidos no quiera sacrificar sus propios intereses en las zonas respectivas, pero tampoco querrá arriesgarse a una guerra con poderes nucleares.
Es decir, las actitudes de los protagonistas serán fundamentales para determinar si la época por venir está llena de peligros o marginalmente más tensa. Pero lo que queda claro es que China y Rusia no estarán contentos con un sistema internacional que no deja espacio para otros poderes mundiales.