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Política cultural para un país en crisis
Este País | Pablo Boullosa, Néstor García Canclini, Juan Domingo Argüelles, Federico Reyes Heroles, Ariel Ruiz Mondragón | 01.04.2014 | 0 Comentarios


Recientemente se conjugaron dos hechos relacionados con la cultura en México: los 25 años de la fundación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y la instrucción que el presidente Peña Nieto dio al titular de ese organismo, Rafael Tovar y de Teresa, para implementar en Michoacán el programa Cultura en Armonía, con la intención de elevar la calidad de vida y como un medio para la cohesión, la inclusión y la prevención social de la violencia. En este contexto, y como una forma de celebrar su 23 aniversario, Este País convocó a una conversación para intentar dilucidar los retos, oportunidades y riesgos de la política cultural en México. Participaron Federico Reyes Heroles, director fundador de la revista; Néstor García Canclini, uno de los más destacados estudiosos latinoamericanos de los fenómenos culturales; Pablo Boullosa, escritor y divulgador de temas culturales, y Juan Domingo Argüelles, ensayista, poeta y especialista en el fomento a la lectura. Moderó Malena Mijares, directora de la revista. En la discusión destacamos la relevancia que tiene la cultura para el bienestar social. Partimos de dos preguntas: ¿qué entendemos por cultura? y ¿a partir de qué visión de la cultura deben trabajar las instituciones del Estado que buscan fomentarla?  ARM

 

PABLO BOULLOSA: Yo doy una definición de cultura que nos remite a su sentido original grecolatino: cultura como un cultivo y como una vinculación. Cultivo de nuestras facultades intelectuales y vinculación con las mejores obras del pasado, de todos los lugares y de todos los tiempos.

Sé que cada día nos inclinamos más hacia la definición de cultura como un fenómeno antropológico, como aquello que hacen los seres humanos. Yo recuerdo que a Juan José Arreola le escandalizaba oír la frase de “la rumba es cultura”; decía “la rumba es un comportamiento”. Eso no es cultura porque justamente no contempla el cultivo de nuestras facultades intelectuales ni la articulación con los clásicos.

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: Ya en los años cincuenta dos antropólogos célebres, Kroeber y Kluckhohn, habían documentado más de 250 usos de la noción de cultura dentro de la antropología. Al respecto, hay dos grandes líneas: una, la más antropológica, es la de que todo lo que hacen los seres humanos es cultura; pero para no perdernos al incluir, como hacen muchos libros de antropología, la economía, la tecnología y la educación en el mismo nivel que la religión, el arte, etcétera, a veces se dice: “Si hay cultura en toda acción humana es porque esta tiene nivel de significación”. La cultura tiene que ver con el sentido, con cómo manejamos la significación en la vida social.

Generalmente, cuando trabajamos en políticas culturales pensamos de un modo más restringido: hace muy poco tiempo se limitaba la cultura a las bellas artes, la literatura y algo más. En México encontramos una Dirección de Culturas Populares desde hace pocas décadas, y las industrias culturales han entrado con dificultad por esa misma objeción de escritores como Arreola, que desestiman lo que parecería banal o emociona fácilmente. Hay muchos motivos por los cuales se recorta ese sentido, y lamentablemente a veces en las políticas culturales se privilegia el sentido elitista.

Pero este último también es poco solvente porque es fácil demostrar que en las artesanías y las fiestas tradicionales hay un refinamiento extraordinario. Creo que es importante registrar esa apertura del concepto, que se ha ido reflejando al incluir dentro del Conaculta algunas industrias culturales como el cine y la televisión, las culturas populares tradicionales, campesinas, indígenas y urbanas.

Dejaría como problema que todo el conjunto de actividades ligadas a lo digital aún están poco presentes en las políticas culturales.

 

JUAN DOMINGO ARGÜELLES: Creo que uno de los ejercicios más interesantes que se han realizado en México es el de las “Listas fundamentales de la cultura mexicana” que hizo Este País precisamente con el auspicio del Conaculta. Ahí quedó demostrado que la cultura no es un concepto restringido a las manifestaciones cultas o el arte refinado. Resultó que eran tan importantes el tequila y el mole como Pedro Páramo, y hubo quien nombraba, dentro de su concepto cultural amplio, lo mismo a José Pablo Moncayo que a Lila Downs, por ejemplo.

¿Qué significaban para los participantes ciertos referentes culturales y artísticos que, aparentemente, no están ni siquiera jerarquizados? Ellos los nombraron como parte de su universo muy personal, y en esa riqueza yo encontraba que el ámbito cultural se ha ampliado en la visión de la gente.

Lo que lamentaría es que, en ese mismo sentido, no se ha ampliado el concepto desde el punto de vista institucional. No se hace eco de la idea que tiene la gente común de que, aunque parezca una osadía o algo banal para muchas personas, El Chavo del ocho forma parte de su cultura particular, lo mismo que otro tipo de manifestaciones que, desde el punto de vista de la alta cultura, podría parecer absolutamente inaceptable.

 

FEDERICO REYES HEROLES: Me gusta el planteamiento que hizo Néstor de cómo se ha ido abriendo el concepto de cultura; creo que fue Tello quien dijo que cultura es todo lo que el ser humano hace en su vida: cómo nos vestimos, cómo nos alimentamos, cómo nos vinculamos familiar y políticamente. De alguna manera todo eso es cultura, pero cuando las prioridades son todo, uno termina por establecer un relativismo total.

Esa visión de lo que trasciende, la alta cultura, se sigue dando de codazos frente a los reclamos de abrir las puertas y analizar las cosas de una manera más sociológica.

Creo que eso es también lo que nos llevaría a tratar de delinear qué es y qué debería ser el Conaculta. Durante años, Octavio Paz defendió aquello de que un Ministerio de Cultura le recordaba a los regímenes fascistas, que la cultura no podía ser tratada por el Estado; si algo no era deseable era justamente eso. Pero todos estamos convencidos, sin embargo, de que debe haber un fomento a la cultura, una promoción para que [el quehacer cultural] encuentre una tierra más fértil donde florecer. Creo que en ese sentido sí se ha flexibilizado un poco más el entendimiento de la cultura. Incluso entre los premios nacionales ya hay uno para actividades indígenas, que no existía hace 20 años, y es un gran avance que México haya logrado que nuestra cocina fuera reconocida por la UNESCO.

¿Puede el Estado meterse en todo? No lo sé, pero lo que sí me parece que nos falta es darle a esa institución una independencia de los vaivenes gubernamentales e ideológicos y de los caprichos del régimen en turno.

Un segundo punto apasionante es cómo el instrumento está cambiando nuestras mentes. Hay un libro muy interesante que se llama Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, de Nicholas Carr, un doctor en literatura que se puso a analizar con sus colegas cuáles lecturas largas han hecho recientemente, y se encontró con que la mayoría de ellos ya no las ha hecho. Así, la cultura digital nos está quitando profundidad pero, por otro lado, es una fantástica puerta de entrada a la cultura.

¿Cómo equilibramos los dos instrumentos? La tesis de Carr es muy sencilla: el instrumento sí determina la mente. Pero ¿cómo llevar a las escuelas las computadoras y que permanezcan la lectura y la capacidad de apreciar otras artes que suponen una disposición diferente?

 

PABLO BOULLOSA: En la medida en que vamos ampliando nuestro concepto de cultura vamos a llegar a que toda actividad humana es cultural. Cuando lleguemos a eso, el 100% del presupuesto federal será cultural porque está apoyando una actividad humana. Quiero que estemos conscientes de ese peligro.

Sigan la pista del dinero de los presupuestos culturales en estados y municipios, y van a encontrarse con que muchísimas veces se destina a artistas de la televisión, a los corridos, a la rumba. Eso no tiene un beneficio directo, no eleva el nivel de conversación, de esfuerzo, ni reconoce el mérito de la cultura, que es realmente lo que nos hace falta. Si toda actividad merece el mismo respeto y el mismo lugar, si no podemos hacer una mínima jerarquía entre una actividad superior y otra que no lo es, realmente estamos diciendo que todo da lo mismo.

También recuerdo que hace unos años se discutió una ley de cultura en el Distrito Federal en la que se pretendía apoyar con recursos públicos a las fiestas populares de los pueblos para que no se pierdan. A mí me parece una contaminación peligrosísima porque esas fiestas populares no dependen de nadie y se mantienen porque la gente quiere sostenerlas con sus recursos. Esa es la situación ideal de un fenómeno cultural.

Por otra parte, creo que las “Listas fundamentales de la cultura mexicana”, que me parece un ejercicio fantástico, no son más que una muestra aleatoria de la opinión de las personas; no deben ser la única definición válida de cómo ocupamos nuestro tiempo, porque entonces utilizaríamos en la definición cultural el hecho de que en México cada persona ve seis horas de televisión al día: esa es nuestra costumbre, es a lo que realmente dedicamos nuestro tiempo, esa es nuestra cultura. ¿Quién se va a poner el saco de la superioridad para decir que eso está mal? Yo no tengo empacho en ponérmelo.

 

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: Lo que observamos es que el tiempo de televisión está disminuyendo, especialmente entre la generación de jóvenes, quienes están más ante la pantalla de la computadora que ante la de la televisión, lo cual complejiza el problema.

En estos días se discuten las leyes secundarias de telecomunicaciones y de medios, y si va a haber más televisión pública. Yo acabo de firmar una declaración en el sentido de fortalecer un área dentro del Estado que promueva más canales de televisión pública, aprovechando la extensión de la digitalización en las frecuencias.

Hay una cuestión que me gustaría retomar y que mencionaba Federico: ¿cuál es la competencia del Estado en este momento?, ¿en qué tiene que participar e intervenir? Las reacciones contra los ministerios de Cultura del tipo de las de Octavio Paz y también Gabriel García Márquez eran en el sentido de prevenir que el Estado intervenga, dirija e imponga un modo de hacer cultura.

En los países donde ha habido ministerios de Cultura —no en todos: hay casos en los que sí ha habido directivismo e imposición; estoy pensando en los casos de Francia, España (en mejores épocas, no ahora) y Colombia—, ¿qué han producido? Primero, una mayor capacidad del ministro para negociar el presupuesto en igualdad de condiciones con los otros ministros. Segundo, el Estado no ha crecido mayormente como propietario de los bienes culturales ni de los medios, sino que ha llamado a una mesa a conversar a empresarios y grupos de la sociedad civil, y ha podido organizar la política cultural teniendo en cuenta muchas voces.

¿Cuáles son las competencias hoy? El Estado ha tenido muchas en México, afortunadamente porque de otra manera no tendríamos la infraestructura de museos y sitios arqueológicos que requerían grandes inversiones.

Sin embargo hoy, en las áreas que requieren inversiones más altas, como son las industrias culturales, creo que la mayoría estamos de acuerdo en que el Estado debe tener una presencia pudorosa, limitada, no invasiva. Debe tener un papel, pero no como emisor de mensajes gubernamentales; y no debe haber canales gubernamentales, sino públicos. Lo que diferencia a un canal público es que tiene independencia, autogestión, convoca a sectores muy diversos con pluralidad, no da la voz del Gobierno en turno sino que coloca una plataforma para que aquellos programas de arte, literatura, de las industrias culturales de la mayor calidad, que quizá no son lo que más interesan a la televisión comercial, encuentren su espacio.

Otro aspecto que me preocupa es la cultura digital. ¿Cómo favorecer la creación de plataformas que permitan la circulación de las creaciones digitales, o de las que se hacen fuera de la red pero que luego estarán en ella?

Además de la producción y la creación para la red, también me interesa el tema de la desigualdad en el acceso. Una de las desigualdades más irritantes que todavía tenemos en México es que solo un cuarenta y tantos por ciento de la población tiene acceso fluido a internet. ¿Qué debería hacer el Estado para no simplemente dar computadoras sino también generar contenidos específicos? Hay cantidad de actividades que ya se están haciendo en muchos lugares pero que requieren una inversión para que mayores sectores puedan acceder gratuitamente.

 

JUAN DOMINGO ARGÜELLES: Esta parte entronca también con otro problema: la creación de públicos. Lo que veo aquí como ese gran problema de la desigualdad de acceso es que el Conaculta, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) y el Sistema Nacional de Creadores están planteados para, entre otras cosas, apoyar a la creación, y en algún aspecto también señalan la urgencia de crear públicos para que esa creación tenga sentido.

Me parece que en la forma en que está expuesto el apoyo a los creadores hay una burocratización y una falta de comprensión de la creación misma.

Lo que veo también es que se entiende como profesionalización el dar dinero para crear, pero eso no se refleja en una ampliación del público que goce de esas producciones. Pienso que, al concentrarse demasiado el apoyo en la creación, se ha perdido de vista que la creación debe tener un destino, y ahí es donde se ha fallado. Cada vez que se quiere tocar el tema de los recursos financieros destinados a escritores, estos saltan. Son como las cuotas de la UNAM: es un tema tabú.

FEDERICO REYES HEROLES: Quiero rescatar lo que dijo Néstor. Creo que no se ha entendido la brecha digital como algo que puede ampliar la injusticia en México. Si seguimos con la simple dinámica de los mercados, vamos a encontrar que los niños de Monterrey o Aguascalientes tienen acceso a la red y van a salir disparados en sus conocimientos, y los de Oaxaca, Guerrero y Chiapas se van a quedar rezagados. Si el acceso a una computadora es importante, el acceso a la digitalización lo es todavía más, y creo que allí el Estado tiene que asumir una responsabilidad, para ponerles un piso parejo a los niños y que pueda haber realmente una competencia más justa, menos lesiva para las entidades que tienen mayores rezagos sociales.

El dinero también puede ser un factor corruptor, y creo que una sana relación con el mercado es muy buena. No es casual, por ejemplo, que la época de oro del cine mexicano se haya producido sin apoyo del Estado, por productores que metían sus dineros y querían hacer cine de calidad porque sabían que la taquilla les iba a responder. Eso los acercó e hicieron obras muy buenas; no había la idea de que el cine tenía que ser apapachado.

Uno de los grandes vacíos son los fondos privados. En México siempre pensamos que el Estado debe ser el redentor; por ejemplo, en investigación en ciencia y tecnología, 80% de los recursos son públicos y 17 o 18% son privados, cuando en Estados Unidos es exactamente al revés: 90% de los recursos son privados. ¿De dónde nació la Universidad de Chicago? De los Rockefeller, que dijeron: “Necesitamos una institución que forme cuadros para las necesidades de nuestras empresas”. Y ahora es la universidad que tiene más premios Nobel de todo el mundo.

Mientras no existan gravámenes fuertes a las herencias, los fondos privados no se van a fortalecer…

 

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: …y estímulos para que también los empresarios, como ha ocurrido con el cine, sientan que pueden invertir con un sentido de mecenazgo. Falta mucha política en ese sentido.

 

PABLO BOULLOSA: Hay tres temas: la brecha digital, los presupuestos y los públicos. Yo creo que por lo menos dos de ellos están muy relacionados con algo que está fuera del ámbito del Conaculta, pero donde las personas de la cultura debemos asumir mayores responsabilidades: lo que realmente falta para formar públicos es educación.

Tenemos esa paradoja en México: hay una gran cultura y un bajísimo nivel educativo. ¿Por qué no hay públicos para las artes? Por el gigantesco rezago educativo.

La tecnología digital es un riesgo, como mencionaba Federico, porque puede hacernos más estúpidos o más inteligentes. Es un arma de dos filos y, desde luego, como ha señalado Néstor, es necesario que nos cambiemos el chip y entendamos que muchas cosas están cambiando tan rápido que si nos perdemos de la amplísima oportunidad digital, nos perdemos de lo más importante que está ocurriendo en este tiempo. Tenemos que subirnos a eso, y no solamente el Estado.

A los creadores nos falta tener una mayor vocación para buscar, crear y educar públicos. Un ejemplo concreto: en otros países, en otras lenguas, es muy fácil encontrar todo tipo de lecciones de primaria, secundaria, bachillerato y universidad gratuitas en internet. No estamos creando esos contenidos en México, y allí es importantísimo que todos participemos. No se necesita a fuerza la intervención del Estado, aunque el dinero, cuando está bien utilizado, claro que ayuda.

Decía Alfonso X el Sabio unas coplitas que suelen achacársele: “Los dineros son de amar / pues sin ellos grandes cosas, / legítimas y piadosas, / no se pueden alcanzar”. Hay grandes cosas que no se pueden alcanzar sin esos dineros, pero voy a poner un ejemplo concreto que a mí me llevó a crear una página en internet: no hay en México ni una sola preparatoria realmente abierta. ¿Cómo es posible que el Estado no la tenga, en el sentido digital del término? Porque, efectivamente, hay muchas preparatorias abiertas, en línea, pero yo no puedo entrar porque no tengo ficha de inscripción, número de estudiante, no he pagado, etcétera.

¿Cómo es posible que no exista una Khan Academy hecha en México? Ese no es un proyecto institucional, sino que surgió espontáneamente de abajo para arriba. También las personas de cultura tenemos que darnos cuenta de que poseemos inmensos poderes, que la oportunidad digital nos da un grado de libertad enorme. Hay que aprovechar y comenzar a crear esos contenidos de abajo para arriba. Claro, el Estado también puede ayudar, crear condiciones, destinar bien sus recursos, etcétera, pero hay muchas cosas que podemos hacer nosotros y que no estamos realizando.

Yo hago una invitación para que los creadores y los académicos abran sus lecciones, que hagan cosas más elementales para formar gente, para educar.

 

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: Esto último que se está mencionando nos muestra cuánto no depende del Estado, sino de que la sociedad se organice. En los países donde hay mejores leyes para promover el cine, por ejemplo, es porque hay asociaciones de directores y de actores que presionan y presentan propuestas al Gobierno.

El Gobierno tiene que regular y hacer ciertas tareas que no son solo poner dinero, pero tiene que haber, de parte de los propios expertos en el área, propuestas que le ayuden a ir en la dirección correcta. Y eso no lo tenemos. Necesitamos organización desde la sociedad.

El otro aspecto es la base educativa: tenemos una educación que no entrena para leer buena literatura, para elegir con conocimiento los programas de televisión. La oferta es mucha; si uno tiene acceso a cable, puede elegir muy buenas películas y acceder a informaciones muy diversas provenientes de países distintos. Pero necesitamos que la gente aprenda a ver la televisión, que aprenda a buscar en internet lo que no está en esa pantalla. Esa es capacitación desde abajo.

Otro punto que me gustaría colocar es uno que pocas veces suele tratarse: el abismo que hay entre creación y público; entre ambos se encuentra la distribución, y mucho de lo que falla se debe a esta. Si uno ve, por ejemplo, los informes autocríticos de Ibermedia, puede encontrar dos datos. Esa plataforma se creó en 1998; en los 15 años anteriores se habían coproducido 67 películas entre España y los países latinoamericanos; en los 15 años siguientes se superaron las 300, pero no hay dónde exhibirlas porque la distribución crea un tajo entre el momento de la creación y el de la recepción. En México vemos que las películas nacionales han crecido en los últimos años hasta un promedio de 100 títulos anuales, pero hay que ir a la Cineteca, que está solo en la Ciudad de México y solo en Coyoacán, cuando deberíamos tener en nuestra zona metropolitana de 22 millones de habitantes por lo menos 10 cinetecas.

En provincia vemos iniciativas sociales que sí se han desarrollado muy bien, como los festivales de cine independiente. Ambulante va a 12 o 15 ciudades de los estados y tiene un eco. Es una buena iniciativa para intervenir justamente en el problema de la distribución. También me parece que el Estado y otros actores privados podrían hacer mucho en ese sentido: dar espacios para que haya giras teatrales por todo el país o que haya una circulación más inteligente, más colaborativa y no competitiva entre los canales de televisión. Hay incluso fondos internacionales que están disponibles para quien presente un proyecto inteligente en esta área.

 

JUAN DOMINGO ARGÜELLES: Se ha tocado un punto en el que todos coincidimos: el de la educación. Yo quiero recordar lo que alguna vez dijo Jaime Torres Bodet: “La educación ha de concebir algo más decisivo y fecundo que una somera tarea de ilustración o una simple habilitación de emergencia para ciertos oficios y profesiones”. Así la definía él desde la SEP, y añadía que había “que evitar esos sistemas de domesticación y amaestramiento que las minorías imponen de arriba abajo”. Finalmente enfatizaba el carácter ético de esa educación por él imaginada y deseada: “Todo profesor que aconseja el bien pero acepta el mal y lo practica por comodidad o por cobardía no es un maestro”. Remataba: “Mientras la Secretaría de Educación no sea un órgano efectivo de definición para la moral pública, llamarla ‘de educación’ constituirá, a lo sumo, un alarde retórico intrascendente”.

Esto lo quiero entroncar con la lectura. Lo ha señalado muy bien Gabriel Zaid, quien dice que un programa de lectura que no pase por la escuela está condenado al fracaso, y el problema es que también está condenado al fracaso si los maestros no leen. Él decía que si se quisiera enseñar a los alumnos a paladear y gozar la riqueza del idioma por medio de la lectura en voz alta, la mayor parte de los profesores no podrían cumplir con esa tarea.

Es por esto que los programas de lectura tendrían que estar regidos desde el sistema educativo, para que los profesores aprendieran a leer y para que dichos programas tuvieran un calado más profundo y un espacio más abarcador. Con el modelo de cultura que se ha seguido en México, los programas de lectura, operados por instancias oficiales de cultura, se dirigen casi exclusivamente a los públicos ya formados o en formación; se dirigen a esa minoría culta que, por lo demás, ni siquiera necesita demasiada insistencia para saber que leer es bueno, grato, deleitoso e incluso útil.

Por otro lado, tenemos una red nacional de ocho mil bibliotecas públicas. Ahora que se habla de la necesidad de cerrar la brecha digital, también se menciona que las bibliotecas deben estar digitalizadas, pero un gran porcentaje de ellas tienen un espacio pequeñísimo. En su momento fueron creadas con la función de resolver las necesidades escolares de la gente, y fueron hechas para que tuvieran mil 500 o dos mil volúmenes en unos espacios pequeñitos que no pueden crecer.

Otro gran problema que tienen es que deberían ser también centros de lectura, no nada más de apoyo para las tareas, pero no tienen acervos. No existe en México un recurso muy sólido para comprar acervos y que las bibliotecas alberguen los libros más recientes.

 

PABLO BOULLOSA: Aunque tienen un rezago lamentabilísimo, las bibliotecas son una gran oportunidad si les damos vida, si entendemos que esos deben ser los centros, en primer lugar, para abatir la brecha digital. Creo que para atraer a la gente a las bibliotecas, el Estado debe convertirlas en centros de atención ciudadana completa, con libros pero también con acceso digital, con información pertinente para la comunidad. Las bibliotecas deben involucrarse en los problemas de sus comunidades, ayudar a resolverlos; que sean centros de creatividad, que ofrezcan talleres para aprender oficios, para capacitar para el trabajo, para crear empresas.

Una lección del cambio tecnológico es que con menor inversión podemos tener mucho mayor impacto. Eso es lo que está haciendo la tecnología con nosotros: es la mejor oportunidad que se nos está brindando, con todos sus riesgos.

Por otra parte, creo que hay algo que es elemental y que nunca hemos discutido: que los presupuestos se usen no para crear burocracias, no para que se autoalimenten las instituciones sino para que tengan realmente un impacto hacia afuera. Necesitamos fijar porcentajes máximos en los presupuestos, de cultura y de cualquier otra actividad, que pueden utilizar las instituciones para sí mismas.

¿Cómo podemos maximizar el impacto hacia afuera? ¿Cómo podemos hacer que nuestros recursos públicos beneficien no a las burocracias, no a los sindicatos, no a los gremios, sino a todos? Los gremios podemos organizarnos para obtener beneficios para nosotros mismos, pero no estamos organizados para beneficiar a la sociedad.

En 2007 hice unos análisis de muchas instituciones públicas, y la mayor parte de sus presupuestos (estamos hablando de 95% para arriba) se iba en su nómina y en sus gastos generales propios.

Si somos los inteligentes del país, los preparados, la élite beneficiada por la educación, los que leemos y tenemos más mundo, tenemos que poner el ejemplo, tenemos que exigir estas cosas básicas de administración racional.

 

FEDERICO REYES HEROLES: Yo lo que quisiera retomar es que nunca antes habíamos tenido la posibilidad de llevar la cultura a tantas personas de una forma tan barata. El Estado sí tiene, creo, la obligación de por lo menos ampliar el menú de recreación humana que nos da la cultura. Pienso, por ejemplo, en las orquestas de Venezuela. ¿Qué va a ser de ellas? Sin duda van a surgir nuevos Dudamel, pero lo más interesante de todo el resto de los cientos de miles de niños que acuden a esas agrupaciones juveniles es que sean escuchas exigentes de buena música, entendida como música orquestal.

Hay que dar incentivos para despertar sensibilidades en los niños a través de las escuelas. El Estado tiene la obligación de garantizar, por ejemplo, el acceso a un cine distinto. Con los actuales medios, ¿cómo quieren que los niños aprendan y aprecien el cine francés si nunca han tenido acceso a él porque las pantallas están invadidas de productos de Estados Unidos?

Creo que esa compensación es obligación del Estado; ese trabajo de tratar de despertar en la base nuevas sensibilidades es algo que no debemos perder.

Pablo lanzó una palabra que es políticamente incorrecta: elevar. Tenemos que admitir que hay niveles diferenciados porque si no, estamos relativizando.

Decía Proust que nada le cuesta más trabajo al ser humano que ir de un hábito a otro. Pero la capacidad para absorber nuevos hábitos también enriquece, y creo que uno de los grandes males que ha habido en la forma de ver la cultura mexicana es la cultura de invernadero: “Hay que preservarla, no vaya a ser que se contamine”. ¿La china poblana, el mole y el mariachi de dónde salieron? Esa pureza no existe, y tratar de fomentar la pureza es no entender la hibridación.

 

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: Pero entre las fusiones hay que buscar la elaboración, la calidad, la capacidad de pensar más a partir de lo que se percibe. Eso es lo importante.

Hay dos datos que podrían ser indicativos si los ponemos juntos: cuando escribí un artículo sobre la Encuesta Nacional de Juventud de 2005, vi que 31% de los jóvenes mexicanos en ese momento tenían computadora en su casa, pero más de 70% tenía acceso a internet. Segundo dato: casi en la misma época, cuando se inauguró la Biblioteca Vasconcelos, participé en una mesa redonda sobre lectura, y uno de los principales editores de México dijo: “Yo estoy, desde luego, necesitado e interesado en hacer libros, pero quiero contar lo que pasa en mi pueblo, en Sinaloa, un pueblo de 10 mil habitantes. No tenemos biblioteca, no llegan los periódicos, pero hay cuatro cafés internet privados”.

¿Por qué no podemos transformar las bibliotecas dándoles más libros y más diversidad? Hay que hacer estudios de los públicos, de los lectores reales y potenciales, pero además ponerles computadoras, enseñarles a acceder y darles el software, un conjunto de recursos de entrada a la diversidad cultural, que en buena medida es poder elegir entre diferentes ofertas. Eso es lo que nos falta.

Tenemos ocho mil bibliotecas; hagamos una buena evaluación de dónde están, qué les falta; seguro que a un número mayoritario de ellas les faltan computadoras y programas adecuados para conectarse.

Es infraestructura que ya existe y que puede tener un uso mucho más extendido, brindar una oferta mucho más diversa. Desde luego que los ciudadanos van a querer abrir páginas pornográficas y hacer muchos accesos que quizá no son los que preferimos, pero una vez que está soltada la posibilidad de acceder también llega otro tipo de programas, y escucharán a lo mejor una radio de otro país latinoamericano.

En Brasil, uno de los programas más efectivos para transformar su situación fue el que creó Gilberto Gil con los Puntos de Cultura: seis mil centros en todo el país. Como la música es central, fueron equipados con islas de grabación para que jóvenes de pequeños lugares hicieran su producción, la mandaran al mundo, y eso le ha dado una proyección internacional a las culturas locales. Creo que ese tipo de descentralización y reconexión con el mundo es lo que pone en movimiento nuevos hábitos culturales.

 

MALENA MIJARES: Para finalizar, los invito a abundar en la cultura como motor de bienestar social. Recientemente hubo una instrucción del presidente Peña Nieto a Conaculta para intensificar las actividades culturales y así contribuir a reparar el tejido social en Michoacán.

 

JUAN DOMINGO ARGÜELLES: Yo creo que en el planteamiento del concepto de cultura asociado a educación está implícito que debe haber un reflejo en la sociedad: que haya un punto de diferencia entre lo que está al ras y lo que se ha conseguido después de tener cierto acceso a la cultura y a la educación.

Hay que tener cuidado de no caer en la ingenuidad de pensar que bastaría con crear ciertos programas para que todo se resuelva en un ámbito donde se necesita atender asuntos más prioritarios. Cuando he estado en encuentros sobre lectura, las personas dicen que los libros son muy importantes, pero que hay problemas mucho más apremiantes.

La cultura, la lectura, la literatura, la música no son necesariamente panaceas para resolver problemas que responden a asuntos todavía mucho más profundos y graves.

 

PABLO BOULLOSA: Otra vez debemos revisar lo que hemos hecho los intelectuales: hemos aceptado acríticamente muchísimas cosas, como la literatura del narco. Yo, por ejemplo, creo que casi todos los intelectuales aplaudieron una novela como La reina del sur, para poner un ejemplo concreto, donde se tocaba el tema glamuroso de la vida de una mujer en el narco. Vivimos las consecuencias de no asumir una actitud moral y crítica frente a muchas costumbres; creemos que no hay que criticarlas porque todo es legítimo o hay grandeza incluso dentro del narco.

Coincido con Juan Domingo en que llevar una mesa redonda o una exposición no va a resolver los problemas; lo que falta es un trabajo de mayor imaginación y de mayor impacto en la propia comunidad. Necesitamos empezar a desarrollar los centros comunitarios de una forma más integrada y más relevante, con sus propias comunidades, y eso es un reto enorme.

No tenemos claro cómo deberíamos hacer esa reconstrucción del tejido social. Existen ejemplos, como San Luis Potosí, donde hay centros que empiezan a involucrarse más con los problemas de sus comunidades.

Hay una palabra que dijo Federico que me parece muy importante: hábito. Hay que recordar justamente el espíritu del Renacimiento, como lo decía Piero della Francesca cuando mencionaba que todas las criaturas del Universo tienen una naturaleza, pero que los seres humanos tenemos dos naturalezas: una, la que nos es dada, y otra la que elegimos y que vamos formando con nuestros hábitos. Entonces, si pasamos seis horas ante la tele o siete horas en el Facebook, esos son los hábitos que estamos desarrollando.

Lo que tenemos que hacer es formarnos una naturaleza más activa, más propositiva y que amplíe nuestras posibilidades. John Dewey repetía una frase: “Debemos ampliar nuestras posibilidades; esa ampliación de las posibilidades es el espíritu del humanismo”. Lo que limita nuestras posibilidades es el antihumanismo. El extremo de la limitación de nuestras posibilidades está en casos como el de Michoacán: comunidades donde uno no puede salir a la calle porque se corren muchos riesgos.

Tus posibilidades aumentan muchísimo cuando lees, cuando internet te sirve realmente para ampliar tus horizontes, no para quedarte en tu circulito de amigos del Facebook sino para encontrarte un material que de otra forma jamás iba a llegar a tus manos.

Esa expansión del espíritu humano es lo que no debemos perder de vista. Y eso es lo que también necesita la gente que está sufriendo más: que la ayudemos a expandir sus posibilidades, a salir de ese círculo espantoso en el que están metidas.

Hay que empezar por algo: a veces, los problemas son tantos que abruman y decimos: “Nada tiene solución”. Hay que formar un círculo virtuoso, que se crea cuando algo se hace bien, lo que puede generar un bien mayor, y así se comienzan a resolver las cosas, de una en una. Hay que empezar por algo, no rendirnos y actuar con esperanza, que también nos falta.

 

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI: Me gustaría colocar en este punto de bienestar social articulado a cultura algo que hemos descubierto en los últimos tres años estudiando a jóvenes creadores en la Ciudad de México.

Encontramos varias cosas: una es que también en esos niveles más calificados, con formación universitaria y donde se habla inglés, hay desocupación, a tal punto que vemos que se ha perdido la idea de carrera y que ha sido reemplazada por la idea de proyecto.

Son jóvenes que terminan la universidad y no tienen dónde trabajar; no hay creación de oportunidades de empleo, y empiezan a buscar la beca, el posdoctorado, un proyecto que les permita aplicar lo que aprendieron: en artes visuales para diseñar publicidad, para hacer la escenografía de una película. Están tres meses en una actividad, seis meses en otra, y después pasan cuatro en que no tienen nada.

Ya se ha convertido en hábito saber que solo se puede trabajar por proyecto, que es una idea muy distinta de la de mi generación y la siguiente, cuando pensábamos que si uno cumplía ciertos requisitos de estudio, de desempeño profesional con cierta calidad, tenía un trabajo y una posibilidad de llegar a ser profesor titular o gerente de una empresa.

Pedimos a Ernesto Piedras que hiciera un estudio de economía de la vida profesional de estos jóvenes entre 20 y 35 años. En promedio, lo que ingresan por sus actividades creativas es 19% de lo que requieren; el resto lo buscan donde pueden, muchos con ayuda de los padres, viviendo en su casa hasta los 35 años. Reciben ingresos de otras fuentes, haciendo lo que pueden, pero la mayoría están desempleados o tienen empleos discontinuos, y no hay un aprovechamiento de lo que el país ha invertido en educación para formarlos. Muchísimos se van al extranjero porque aquí no encuentran oportunidades.

Entonces, hay desacuerdos serios entre un sistema educativo que, con todas sus deficiencias, forma gente y emplea mucho dinero, y la falta de posibilidades de ocupación continua, que es la base de todo bienestar. Si no tenemos trabajo, sin garantía de seguridad en el trabajo, todo lo demás se cae.

Hay que poner en el centro del bienestar social esta posibilidad de que los productores y promotores culturales tengan trabajo.

 

FEDERICO REYES HEROLES: Voy a contar dos anécdotas que creo que pueden explicar a dónde voy. Hace unos años fui a dar una conferencia a Mérida; después, la entonces gobernadora, Ivonne Ortega, y la presidenta municipal invitaron a un grupo a cenar. Hablamos sobre la seguridad y me dieron muy buenas cifras, pero la gobernadora también me contó la siguiente anécdota: “Hace unos meses me empezaron a llamar de una zona de la ciudad y me dijeron que habían llegado unos grupos muy sospechosos de hombres muy altos, evidentemente norteños. Rentaron dos casas cercanas, salían muy temprano y regresaban muy tarde. En esas casas no había mujeres, no había niños, y estaban muy preocupados los vecinos. Un día entramos y los detuvimos a todos; eran trabajadores de Bachoco que habían llegado a instalar una planta en Yucatán. Nada que ver con el narcotráfico”.

Eso es el tejido social. En todo caso, la cultura es un instrumento para recuperar ese sentido de comunidad. Hay estudios muy interesantes al respecto, como lo que publicó Robert Putnam en el libro Bowling Alone, en el que muestra cómo en aquellas entidades donde se rompe lo que llamamos tejido social empeoran todas las cifras: la violencia, los divorcios e incluso la evasión fiscal.

La segunda anécdota tiene que ver con mi peluquero: desde hace años me comenta y me recomienda películas. No hace mucho le pregunté: “¿Usted de dónde sabe tanto de cine? ¿De dónde tiene tantas películas?”. Me dijo: “Es que mi hijo estudió Artes Visuales en la UNAM, salió y no encontraba empleo. Pero él y un grupo de amigos pusieron una pequeña empresa de producción y han tenido mucho éxito. Como productores, les hacen llegar películas los distribuidores y entonces me las presta”.

La cultura también puede ser una forma digna de vida. Ya lo muestran las cifras: hasta hace muy poco la cultura producía más que la agricultura y, si se le suma el entretenimiento, se va del cuatro al siete por ciento del PIB.

Tenemos que defender esa posibilidad de que la cultura sea realmente un medio de prosperidad individual y familiar. La esperanza de vida y el tiempo libre se están incrementando, y la cultura se convierte, cada vez más, en una necesidad de supervivencia para el ser humano.

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ARIEL RUIZ MONDRAGÓN es editor. Estudió Historia en la UNAM. Ha colaborado en revistas como Metapolítica, Replicante y Etcétera.

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