Inicio del peregrinaje
Estaba prohibido franquear el límite que separa la aldea del bosque. Pero aunque los castigos son temibles es imposible evitar que quienes son incapaces de ahogar su ardiente deseo de conocer la verdad abandonen sus hogares.
No sucede repentinamente y por eso reconocerlos es sencillo. Empiezan por asomarse a la calle y después, habiéndose asegurado que ningún vecino los observa, se atreven a cruzar la puerta. Después se aventuran unos pasos y alzan el rostro deseando ver lo que se encuentra más allá del cerco de las casas.
Cuando regresan son incapaces de conciliar el sueño y también de olvidar. Por eso es insoportable permanecer en la celda de fiebre. Salen entonces a merodear y cada vez llegan un poco más lejos hasta que un atardecer alcanzan la última casa y se detienen ante el lindero. Entre el follaje se enciende un círculo de fuego. Quienes se atreven a llegar hasta aquí regresan indecisos a sus hogares devorados por la necesidad de seguir el sendero que se pierde en la sombra entre los árboles.
Un día basta un golpe de viento para vencer la prohibición y dejar atrás la última casa que se cierra sobre sí misma. Entonces ya no hay regreso. Lo único con lo que cuenta el peregrino es su transgresión.
En el monasterio
En el bosque hay un monasterio. Allí los monjes celebran cada día leyendo las Escrituras y con ciego empeño desean confirmar su verdad hasta que la luz declina. Así sucede cada día y cada mes y cada año de sus existencias, una generación tras otra.
Pero en la oscuridad de sus celdas los religiosos enfrentan el silencio, tanto más intraspasable cuanto que en él rezar resulta imposible.
Utilidad de la fe
En el monasterio el peregrino descubre que si Dios no se revela ante la razón es porque prefiere la fe. Así manifiesta su gusto por un conocimiento intuitivo, incierto e inexplicable.
Esto es lo que aprende el peregrino. Quienes deseen salvarse habrán de perderse primero renunciando a la razón. Una vez admitida su derrota los hombres están listos para formarse en colas interminables y cosidos los labios no protestar porque han aceptado que nada comprenden.
Iluminación
La existencia de Dios es inasequible a la razón de los hombres. Solo mediante la iluminación podemos intuir su existencia de la que sin embargo dudamos: apenas chisporrotea sobreviene el apagón.
Valor de la inocencia
El peregrino continúa su viaje. Así arriba a distintos sitios en los que se reúnen otros viajeros ante el templo. Allí aguardan una señal.
En el atrio de la iglesia aparece entonces un inocente.
Pero la congregación se inquieta porque así es imposible disimular la culpabilidad que los amalgama en comunidad. Por eso lo sacrifican. Por eso también afirman adorarlo.
Semana Santa
Pasa el tiempo y llega la Pascua que sorprende al peregrino en un pueblecillo encaramado en la ladera de una montaña áspera y abrasada por una luz atroz.
Avanzan las sombras alargándose sobre las fachadas que ciñen estrechamente las callejuelas y crece el murmullo que las acompaña como panal en movimiento. Al caer sobre los muros encalados, las gotas revientan abriendo sus pétalos de sangre mientras las esquirlas de piel arrancadas por la disciplina caen en el polvo.
En el centro avanza el supliciado, cada paso eterno bajo el madero a cuestas. Es indispensable prolongar su sufrimiento para arrojarlo sobre el rostro impasible de Dios y hacerle asumir su inconcebible inferioridad.
Pureza infernal
Abandonó, arrepentido de haber entrado, esa y muchas aldeas, y atravesó valles y desiertos deseando quedarse ciego. A cada paso se propuso evadir la tentación expulsándola de los pliegues más ocultos del pensamiento. Pero su sombra sabía que habiendo accedido a una pureza ajena a este mundo estaba por fin preparado para entrar en la ciudad eterna.
Plaza
El peregrino llega por fin en harapos a su meta. La suntuosa plaza se desgaja rodeada de columnas marmóreas aislándose en el centro, cornucopia que alberga más de un millón de cuerpos que hacinados se oprimen entre sí para festejar la consagración. Innumerables hombres se reúnen allí para contarse mentiras.
Vocación
El peregrino oye una historia.
Después de raptar jóvenes vulnerables, violarlas y torturarlas, el adicto al sexo se declaró enfermo. Para demostrarlo después de purgar su condena tomó los hábitos. Como sacerdote ha logrado superar la intensidad y frecuencia de sus crímenes. La única diferencia es que ahora son impunes. Un milagro.
Al peregrino se le revela la extravagancia de Dios.
Propósito del milagro
En la plaza la gente celebra la buena nueva.
Ante la miseria no cabe la esperanza ni el consuelo. La desdicha expresa una condición. Solo mediante milagros es posible dejar de fumar y que los Medias Coloradas ganen el campeonato mundial. ¿O tampoco es cierto que Juan Diego existió?
Sabiduría divina
La sabiduría del buen Dios consiste en impedirnos conocerlo. Prefiere que lo intuyamos a través de las palabras de un necio.
El gran truco
Ilusionarse ante la santidad de las palomas es la mejor forma de mantener a raya la desesperación. Hay que exaltarse por lo que no podemos comprobar para ignorar lo que nos aniquilaría.
Cuando el peregrino encontró que a lo insoluble sucede la profanación descubrió el poder del truco.
La noche del espíritu
Por la noche el peregrino se revuelve inquieto. Pasea por las calles desiertas en compañía de las solitarias profesionales con quienes comparte el desánimo. Necesita emprender una acción sin precedentes pero ignora qué hacer. La noche se cierra sobre su necesidad de poner fin a lo que no tiene remedio.
Espectáculo metafísico
Contra su voluntad, el peregrino se libera cuando contempla la santificación como espectáculo deportivo. El teatro del espíritu no tiene más sentido que una simulación.
El silencio de Dios
Recubiertos de volutas doradas, ángeles y medallones, ascienden los tubos entre músicos celestiales. De la espuma del espíritu surgen los cañones que deben guardar silencio porque, de tener Dios las cualidades que los desamparados le atribuyen, su voz destruiría el templo sepultándolo bajo sus horrorosas traiciones.
Al final del viaje el peregrino no encuentra ninguna respuesta. Perdido entre sombras ignora si debe despertar a los dormidos o a los cadáveres.
El sol
El peregrino comprende que el sol no brilla de la misma manera para todos. Ilumina solo las cimas de la gran cúpula sobre la que destella risueño. Más abajo llega desfigurado y de mala gana, lleno de arrepentimiento y envuelto en sombra.
Santidad
Pecaron de pensamiento, palabra, obra y omisión. Pecaron deseando pecar. Pecaron conscientes del dolor que causaban a quienes los amaban. Pecaron burlándose de los ángeles que les habían enseñado a amar durante su infancia, ya corrompida por el mal. Pecaron y adoraron la violencia que desataba su deseo. Pecaron de todos los modos posibles y nada los detuvo en su carrera infame. Pecaron y volvieron a pecar.
La cruz que besan es una hélice hecha para destrozar. Sus albas sotanas están tejidas con crímenes abominables cuya sangre tiñe sus finos escarpines de seda. Al alzarse para bendecir, sus manos santifican sacrílegamente el crimen. Su trono está hecho de carne torturada. El solio que los cubre aprisiona los espectros de sus víctimas. Pecaron más que ninguno y por eso fueron exaltados como infalibles y hoy son venerados como santos.
El intérprete
El peregrino empezó a cantar, lo cual no desagradó a quienes se encontraban en la cafetería. Después de un rato y viendo que el interés desaparecía renovó su reclamo incorporándose. Se encaramó en la mesa y bailó como quien interpreta una coreografía moderna. Pero como esto tampoco fue suficiente procedió a desnudarse.
De allí se lo llevaron a una clínica.
“Este es mi cuerpo, esta mi sangre…” —murmura constantemente.~
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BRUCE SWANSEY (Ciudad de México, 1955) cursó el doctorado en Letras en El Colegio de México y el Trinity College de Dublín, con una investigación sobre Valle-Inclán. Ha sido profesor en esta institución y en la Universidad de Dublín. Es autor de relatos y crítico de teatro.