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Patrick Corcoran | 15.04.2014 | 0 Comentarios
Hace 20 años arrancó uno de los horrores más escalofriantes y lamentables de un siglo lleno de ellos: el genocidio de Ruanda. Durante tres meses, los extremistas del grupo étnico mayoritario, los Hutu, empezaron a matar a diestra y siniestra a los miembros del grupo minoritario, los Tutsi, y sus presuntos aliados. Cuando acabó la locura, entre 750 mil y un millón de personas habían muerto, entre una población de unos 7 millones. Alrededor de 70% de los Tutsi en el país acabaron muertos. Según la ONU, seis personas por minuto fueron asesinadas durante el genocidio. Como proporción de la población general, es equivalente a la muerte de unos 11 millones de mexicanos, o 30 millones de estadounidenses.
Lo de Ruanda no fue producto de una verdadera guerra (aunque provocó una) ni de la maquinaria de un ejército, un gran número de los asesinos eran vecinos de sus víctimas y la gran mayoría de los fallecidos sucumbieron a machetazos. La brutalidad de la masacre fue algo sacado de la antigüedad. Como recientemente describió el evento Jackie Northam, reportera canadiense que cubrió la masacre hace 20 años: “una locura se apoderó del país, convirtiendo en monstruos a la gente que antes era normal, razonable, cariñosa”.
La rivalidad entre los Hutu, que controlaban el gobierno, y los Tutsi, la minoría dominante durante la época colonial, llevaba tiempo formándose previo a 1994. El Frente Ruandés Patriótico (FRP), un grupo de rebeldes Tutsi que operaban desde el otro lado de la frontera en Uganda, había lanzado ataques contra instalaciones del gobierno en Ruanda. Los Hutu formaban milicias de civiles, realizaban compras masivas de armas y machetes, y diseminaban transmisiones radiales contra los Tutsi, en las cuales incluso los etiquetaban como “cucarachas”.
La matanza finalmente estalló con el derrocamiento del avión en el que iban los presidentes Hutu de Ruanda y Burundi (donde también existe una división Hutu-Tutsi entre la población) en Kigali, la capital de Ruanda, el 6 de abril de 1994. Los Hutu extremistas que quedaban en el poder públicamente culparon a sus adversarios políticos Tutsi y llamaron a sus correligionarios a vengarse a través de la matanza de sus paisanos Tutsi. (Lo más probable es que los responsables fueron los mismos extremistas Hutu buscando un pretexto para echar a andar el matadero.) Así arrancó el genocidio que no acabó hasta que la fuerza rebelde llegó de Uganda y corrió a los líderes Hutu del poder.
Lo de Ruanda sigue en la memoria hoy gracias a una serie de factores. Uno es que no queda claro que el país haya superado el trauma y el genocidio sigue siendo el mayor punto de referencia. El jefe del FRP, Paul Kagame, ha sido el presidente desde 2000 y pese a haber ganado dos elecciones, su gobierno ha enfrentado acusaciones de represión y autoritarismo. Según sus adversarios, Kagame ha usado una serie de leyes escritas para prevenir otro genocidio para silenciar o eliminar la oposición.
El horror de Ruanda también habla de una serie de problemas que, como planeta, no hemos superado. Para empezar, el reto de la sustentabilidad ambiental. Los factores políticos y étnicos sí fueron fundamentales, pero como explica Jared Diamond en su libro Colapso, las presiones ambientales también agregaron un ingrediente clave. Ruanda está entre los países más densamente poblados del continente y, peor aún, la mayoría de los ciudadanos vivían de la agricultura de subsistencia. Las tierras por persona disponibles para la explotación venían disminuyendo durante años, hasta que se volvieron insuficientes para alimentar a los que los cultivaban, cosa que alentó la matanza masiva. No es solamente hipótesis y lógica: Diamond demuestra que las zonas pobladas sufrieron las matanzas aunque no había Tutsi viviendo ahí. En fin, el desastre ecológico iba de la mano del desastre político. Como el cambio climático puede provocar una nueva ola de tales problemas es importantísimo estar conscientes de cómo podría repetirse este fenómeno.
La matanza de los Tutsi fue un evento insólito, pero el conflicto étnico y los estados débiles son lamentablemente comunes, sobre todo en África. Lo de Ruanda provocó promesas de “nunca más”, pero desde entonces han habido reportes o avisos de genocidios en Sudán, Chad, y uno en la República Centroafricana que está sucediendo actualmente. Es un problema del infierno, en la frase famosa de Samantha Power, pero toca a los que viven en la tierra arreglarlo. Aún no lo hemos hecho.
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Fotografía tomada de www.flickr.com/photos/configmanager/
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