En un pasaje muy particular del Paraíso de Dante, el poeta se encuentra tan absolutamente inmerso en los aires Divinos, tan rebasado por la belleza que le rodea, en su pureza total, en su Absoluto, que no puede ya decir palabra. El silencio lo abruma por lo poderoso de las imágenes, del Cielo, de la Totalidad. No hay forma de describir lo que presencia, y eso es lo que describe, la no-descripción.
“Sometimes there is too much beauty in the world”, dicen en algún momento de American Beauty, “that is overwhelming”. Las palabras se entrecortan mientras se recita la línea, como buscando el silencio.
Beckett, en cambio, busca el silencio en el mismo sentido (cuando la Humanidad es tanta que ya no hay más que decir) pero por razones distintas: para él lo inexpresable existe porque todo rasgo de conocimiento, de expresión y, finalmente, de vida, es imposible. Porque toda está sujeta a los sucios trucos del lenguaje, a las desinformaciones inherentes a las relaciones humanas y, por tanto, a una serie de malas interpretaciones y entendimientos que nulifican la propia función del lenguaje y, por consiguiente, de la Razón.
Si no podemos identificar con plenitud de consciencia y objetividad que para mí “el sol” es lo mismo que para otro “el sol”, entonces toda causa está perdida. Como suelta en Ohio Impromptu, una de sus piezas teatrales más excelsas y menos conocidas: “there is nothing left to say”.
George Steiner, en el extraordinario ensayo El poeta y el silencio, dice que el silencio del poeta en la segunda mitad del siglo XX viene a cuento, fundamentalmente, porque se ha dicho ya demasiado. Y a pesar de que semejante aseveración pudiera originarse en la actitud autoreferencial y autoconsciente de la obra de arte en ese periodo tildado como el de la “posmodernidad”, o quizá explicando la razón misma del génesis de esta etapa histórica (o post-histórica, en la época del post-todo), el francés apunta al Holocausto como el símbolo más claro y sintomático de que, culturalmente, hemos excedido las palabras.
Steiner no frivoliza; él mismo, judío, fue víctima del exilio Nazi y condena con extraordinaria profundidad cualquier muestra de abuso y segregación (una digna del tema, muy distante al abuso mediático que se le ha tenido). La barroca cosmovisión nacionalsocialista, atiborrada de retórica y lagunas lingüósticas, es síntoma de una época que nos ha llevado mucho, mucho más allá de nuestras posibilidades propias de contener, y entender, el uso verdadero del lenguaje.
El referente inmediato de un análisis histórico a través del lenguaje es, por supuesto, Giambattista Vico. El filósofo italiano planteaba desde los albores del siglo XVIII la posibilidad de entender a la Historia como un acontecimiento evolutivo y cíclico cuyas principales causales y referencias estaban en el lenguaje empleado por distintas sociedades. Dentro de ellas, la última etapa del ciclo, antes de repetirse, era una peligrosamente parecida a la actual: el ascenso de la Racionalizacion nos conducía necesariamente a una barbarie della reflessione, una sobrecompensación de nuestras capacidades analíticas y objetuales que, en miras de Steiner, llevaron a Occidente a analizar quizá de más, y a cosificar de forma evidente, a toda una población étnica.
Queda entonces reflexionar sobre el paso del silencio en la actualidad, sobre sus posibilidades, o las posibilidades que tiene la poesía (la primera parte del ciclo de Vico – o como le llamaba Borges, del “círculo Vicioso”) de regresar a nuestras vidas como herramienta común del lenguaje social. En este contexto, tenemos una realidad a dónde apuntar, que trataremos en otro pequeño ensayo: el rol de la imagen mediatizada como remedio antes esta problemática.