Esta es la historia de una lengua: una lengua que vive en un contexto en el que otra lengua es el idioma de prestigio. Vamos a llamarla lengua Beta, para no revelar tan pronto y de manera tan descarada su verdadera identidad. Conviene para nuestros fines que por lo pronto esté oculta. La lengua beta, como decíamos, vive en un contexto en el que otra, a la que llamaremos omega, domina el escenario. La mayor parte de la producción intelectual se escribe en la lengua omega: las historias del mundo, las canciones, la memoria de la cultura, los textos religiosos, en fin, el mundo de lo escrito y el del conocimiento se transmite a través de la lengua omega.
Los hablantes de la lengua beta tienen la intención de que su lengua tenga más presencia en el mundo de lo escrito y que sea valorada como una lengua a través de la cual es posible registrar y transmitir conocimiento por medio de la escritura. Para lograrlo, uno de los dirigentes más importantes impulsa las traducciones del conocimiento que antes existía sólo en la lengua omega a la lengua beta. Cree que es necesario que los hablantes de la lengua beta puedan acceder a este conocimiento a través de los textos escritos en su lengua materna.
Los traductores se enfrentan a varios desafíos, ¿cómo escribir una lengua hasta entonces casi no escrita? Sin pensarlo, casi asumiéndolo de inmediato, deciden utilizar el mismo conjunto de caracteres que utiliza la lengua omega para su escritura. Se presenta otro desafío, a diferencia de la escritura de la lengua omega que parece estar fijada y estandarizada, la lengua beta evidencia múltiples variaciones dependiendo del lugar en el que se habla. Los hablantes de la lengua beta escriben sobre todo la variante de su propia comunidad aunque tratan de incorporar elementos de otras variantes. Sobre la marcha, van fijando las formas escritas de cada palabra y las reglas ortográficas. En un principio las palabras se escriben de muchas formas diferentes, a través de convenciones distintas y que van cambiando a cada paso. En el comienzo de este proceso, cada quien parece tener diferentes normas de escritura para la misma lengua beta a diferencia de la lengua omega que tiene un conjunto sólido de reglas de escritura que nadie parece cuestionar ni discutir.
Con el tiempo, la escritura de la lengua beta va cobrando mayor prestigio e importancia, los textos más importantes poco a poco pueden ser encontrados en esta lengua y a la par se impulsa también la creación misma de textos. Lo que en un principio sólo parece ser una actividad de unos cuantos empieza a cobrar mayor popularidad. La escritura de la lengua beta va creciendo en prestigio y las reglas ortográficas se van estandarizando.
Con el tiempo, un lingüista dedicado a los estudios gramaticales de la lengua omega se da cuenta de que es importante también que la lengua beta cuente con una descripción gramatical. Se da a la tarea de elaborarla y publicarla y de ahí ésta se vuelve una gran referencia de consulta. Los lingüístas se dan cuenta de su importancia y de ahí en adelante se publicarán muchas gramáticas más de la lengua beta, igual o más de las que la lengua omega tiene. Con el tiempo, la escritura de la lengua beta logra el prestigio y la importancia que en un principio no tenía.
Esta historia está basada en hechos reales. Las coincidencias parecen apuntar a la historia de alguna de las lenguas indígenas en la que ésta sería la lengua beta mientras que el español sería la lengua omega. Pero no, los hechos reales se basan en las aventuras y cuitas que sufrió el español (beta) frente a la tradición escrita de latín (omega).
Alrededor del siglo XIII, el rey de Castilla Alfonso X “El sabio” patrocinó, supervisó y participó en la Escuela de Traductores de Toledo. Los especialistas de esta Escuela tradujeron al castellano las obras científicas e historiográficas más importantes de la época y dotaron de prestigio a la lengua escrita del castellano en una época en la que la escritura del latín parecía ser casi el único medio válido para registrar el conocimiento. Desde esta esta Escuela de Traductores de Toledo, se emprendieron también la traducción de textos jurídicos, morales, literarios y religiosos no sólo del latín sino de otras lenguas como el árabe y el hebreo. Además, desde este espacio, se impulsó también la creación poética en castellano y la normalización ortográfica de la misma. Los volúmenes y manuscritos que compilaban todas estas producciones en castellano eran lujosos y hermosamente ilustrados con miniaturas, lo que contribuyó al prestigio de la lengua. Con el tiempo, el especialista de la gramática del latín, Antonio de Nebrija, elaboró la primera gramática del castellano en 1492 y comienza así la tradición de descripciones gramaticales del español.
Los problemas que actualmente presenta la escritura de muchas de las lenguas indígenas del país no son problemas intrínsecos, son en cierta medida los mismos problemas que tenía el español del siglo XIII: la variabilidad, la falta de estandarización ortográfica, la falta de referencias y publicaciones en la actualidad[1]. Estos problemas no los tenemos por tratarse de lenguas indígenas, son problemas de las lenguas que viven en un contexto en el que la escritura de cierta lengua omega domina el escenario y, cómo lo hizo el español, son problemas que pueden superarse.
También es importante darse cuenta de la diferencia de las circunstancias, detrás del esfuerzo de Alfonso X “El sabio” por dar prestigio a la escritura del castellano, había también un programa en el que la escritura del castellano se utilizaba como un intrumento político al servicio de la corte y del reino. Estas implicaciones se ven ya claramente reflejadas siglos después en la gramática de Nebrija que apunta en el prólogo que a cada imperio acompaña una lengua. Importantes lecciones que se pueden aprender. Lenguas somos y en el camino de la historia andamos.
[1] Son problemas actuales, no hay que olvidar que muchas lenguas indígenas contaban con fuerte tradición escrita desde la época prehispánica y colonial que luego fue interrumpida.