En Occidente se celebra a las madres un día al año; en varias latitudes lo ubican en algún domingo de mayo. En México se festeja siempre el día 10, feriado y con severos embotellamientos porque miles llevan a su madre a comer fuera.1
Los seres humanos salimos de un vientre materno. Todos, con excepción —dicen— de Adán y Eva, tenemos ombligo para recordarnos a diario que durante nueve meses dependíamos totalmente de un cuerpo ajeno para subsistir.2
En este país, madre, como sustantivo, además de su significado principal es sinónimo de cosa, como en “pásame esa madre” o “¿cómo funcionará esta madre?”. También significa asunto: “esta madre ya no me está gustando”. Esta cosificación, como todas, tiene razones complejas en un imaginario colectivo centenario que no son siempre fáciles de desentrañar. Decir puras madres significa decir tonterías/mentiras; mentar madres, estar furioso. Una madrecita, lógicamente, es un objeto pequeño.3 Una madrezota es lo contrario y suele referirse a armatostes de difícil manejo: no confundir con matrona (comadrona) ni con la protectora matriarca, tampoco con madrota, mujer que regentea un burdel o a prostitutas y cuyo equivalente masculino es padrote. Madrazo es golpe; madriza, como es obvio, golpiza. ¡Mamacita! gritan algunos transeúntes a una mujer bonita; ¡mamazota!, a una exuberante.4
A primera vista la regla, si bien poco coherente y en apariencia injustificada, parece simple: cuando algo “está muy padre” es que “está (de) poca madre”.5 La paternidad sería, entonces, positiva, igual de positiva que la escasez de maternidad. Pero la locución a toda madre contradice esa lógica ya que significa: excelente, grandioso. Existe el superlativo padrísimo; *madrísimo, en cambio, no. Para alguien que está aprendiendo el español puede resultar práctico al principio emplear estos adjetivos comodines, como padre,6 en vez de otros más específicos: divertida, animada (para una fiesta); deliciosa, exquisita (comida); simpática, agradable (persona); impactante, emocionante (película); lujoso, bien diseñado (coche); interesante, revelador (libro), etcétera. Entre los hispanohablantes, esos comodines suplen la falta de vocabulario y, lo que tal vez sea peor, la alientan. El equivalente venezolano es chévere; el argentino, macanudo, el español, cojonudo…
Madre también funciona como adverbio: “hecho la madre/hecho madres”, significa rápidamente o bien con precipitación. ¡Ni madres! es un ¡no! categórico. No saber/no entender ni madres quiere decir nada. Como verbos tenemos madrear, es decir dar una paliza (sea física, sea moral), romper/partir la madre,7 con idéntico significado, dar en la madre/desmadrar (descomponer, romper) y el pronominal madrearse (dos o más personas que pelean con los puños). Darse en la madre significa sufrir un accidente. “Echan desmadre”, en cambio, quienes se divierten, a menudo ruidosamente; esto colinda con la idea de desorden, confusión [ser/estar (hecho) un desmadre]. “Está hasta la madre” alguien fatigado, hastiado.
Madres o maternas hay células, lenguas, políticas, superioras, patrias. Salirse de madre, al referirse a un río o a una situación da la idea de desbordamiento. Las exclamaciones ¡en la madre!, ¡puta madre! (que la interjección ¡uta! suaviza) expresan incredulidad o enfado súbito; su equivalente en España es ¡La madre que te/lo/la parió! Los padres de un recién nacido eligen para bautizarlo un padrino y una madrina (el compadre y la comadre) que en teoría se encargarían de aquel en caso de desgracia: se piensa que serían más amorosos que unos padrastros.
En algunas expresiones hay elipsis de la palabra madre. Así, de “me vale madres”, “qué poca madre” y “de poca madre” solamente se dice ¡me vale!, ¡qué poca!, ¡de poca! Y todos sobreentendemos. Las interjecciones ¡por mi madre! y ¡madre mía! son, respectivamente, un juramento y estupefacción/preocupación ante algo imprevisto.
A “¡chinga a tu madre!”, máximo insulto entre nosotros, solo se le acerca “¡yo soy tu padre!” (pronunciado sin ningún tipo de ternura). Según El laberinto de la soledad, en México es motivo de escarnio el que la madre del interlocutor haya sido violada [de ahí: hijo(a) de la chingada], mientras que para otros hispanohablantes el insulto estriba en tildarla de prostituta.8 En el df, “¡ya valió/valieron madres!” es la fórmula introductoria que utilizan los criminales para informar a sus víctimas que están siendo asaltadas.
A contrapelo de lo dicho hasta aquí, en el habla popular mexicana también se respeta a los progenitores. Asumimos nuestra subordinación: mis jefes significa mis padres. El femenino suele usarse en diminutivo (mi jefecita) e incluso con una fusión de términos: “mi jechu” (mi jefecita chula). Mi patria es el suelo que me legó mi padre pero es mi madre quien me dio el habla. No hay que olvidar que el español es la lengua en la que el hipocorístico mamá se halla más cercano a los verbos mamar y amamantar.
Como ha quedado asentado, madre no solo hay una. ~
1 Consecuentemente, también hay bastantes desembotellamientos.
2 Lo cual no quita que algunas personas “no tengan madre”, como decimos los mexicanos cuando consideramos que alguien es un sinvergüenza.
3 El término se utiliza también para describir —en su ausencia, claro— a una persona de baja estatura: “Es una madrecita así”, se dice colocando el dedo índice, flexionado hacia arriba, a un metro del suelo.
4 Independientemente de lo edípico de estas expresiones, en otro apunte nos ocuparemos de la persistencia del piropo en los países hispanohablantes: violación verbal, socialmente tolerada, de un espacio vital al que todo ser humano debería tener derecho.
5 Se dice “¡qué poca madre!” para reclamar, inconformarse por algo.
6 Últimamente y con el mismo significado, chido(a) ha escalado socialmente.
7 El pronominal partirse la madre implica también trabajar, esforzarse mucho, como en la metáfora animal partirse el lomo.
8 Recordemos que Paz explica la ambivalencia, lo desgarrador del concepto madre entre los mexicanos ya que “tenemos” dos: una es traidora, promiscua y detestable (la Malinche); la otra, la Virgen de Guadalupe, pura y protectora.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”. Es autor del libro de relatos Agosto tiene la culpa (SAMSARA, 2014).