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Veinticinco años de fomento cultural: un balance
Este País | Gerardo Estrada | 01.04.2014 | 0 Comentarios

Conocedor como pocos de las instituciones culturales del país, de sus hitos históricos y también de sus entrañas, el autor aquilata los que, desde su perspectiva, constituyen los principales logros de una entidad como el Conaculta a lo largo de 25 años.

Antes de empezar esta reflexión pública sobre los 25 años de existencia del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), quiero dejar en claro que he sido parte del proyecto prácticamente desde su concepción hasta el momento actual. A veces como funcionario del Consejo (un año como director del Programa Cultural de las Fronteras, en 1991, y luego como director general del Instituto Nacional de Bellas Artes, de mayo de 1992 a diciembre de 2000). En otros momentos he estado vinculado a él por distintos proyectos: primero como director de Asuntos Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores, más tarde como Coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, luego como director del Festival de México en el Centro Histórico y actualmente como coordinador ejecutivo del Auditorio Nacional.

Dicho lo anterior, debo señalar, sin la menor duda, que la creación del Conaculta y de algunas de las instituciones que nacieron con él —como el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y Canal 22— constituye el avance más notable en el proceso de modernización de las instituciones de cultura del Estado mexicano de la última mitad del siglo pasado.

Ciertamente, la política cultural de los gobiernos mexicanos del siglo XX ha tenido momentos excepcionales y notables. El primero de ellos fue la reapertura de la Universidad Nacional en 1910, con Justo Sierra, y años más tarde, en 1921, la creación de la Secretaría de Educación Pública con Vasconcelos.

Este último hecho es fundamental porque José Vasconcelos concibió la cultura y la difusión de las artes como una parte esencial del proceso educativo. Para Vasconcelos —cito de memoria— “educar sin darle un lugar a la educación artística es como construir una casa sin ventanas […]”.

De hecho, gran parte del modelo cultural que todavía, y yo diría que afortunadamente, tiene vigencia en México es el que concibió el propio Vasconcelos, si no en todos sus aspectos —como el lamentablemente disminuido proceso de integración de la educación artística a los procesos de la educación básica y media—, sí en los principios esenciales, como el de buscar la forma de poner al alcance de las mayorías lo más refinado de las artes y la literatura. Prueba de la enorme visión que tuvo Vasconcelos en cuanto a estos procesos fue la creación de la primera radiodifusora cultural y educativa del país, Radio Educación, en 1924, precisamente en los albores de este medio, que en su momento equivaldría a lo que hoy significa el Canal 22 y el aprovechamiento de internet.

La idea de la fundación de un nuevo organismo que diera cobijo a las distintas instituciones culturales que a lo largo del siglo XX fue creando el Estado mexicano (el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en 1939, y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en 1946, por citar las más emblemáticas) surgió de la inquietud crítica de varios intelectuales, entre los que destacaba Octavio Paz.

Aunque la tendencia general entre muchos sectores intelectuales y artísticos era y sigue siendo la de crear una secretaría de cultura, creo que con un buen criterio se optó por la figura de un consejo que llevara implícita la idea de una organización más horizontal y no vertical, como impondría el modelo de secretaría de Estado. Por las características de este tipo de instituciones, el organismo estaría más limitado, sería menos flexible y, por lo tanto, menos apto en el contexto de una política cultural que busque privilegiar a los creadores y a los espectadores por encima de decisiones político-burocráticas, favoreciendo un clima de libertades que no pretenda imponer líneas en cuanto a determinadas escuelas o tendencias artísticas.

El proyecto para crear este organismo lo encargó el entonces presidente electo, Carlos Salinas, a quien sería el primer presidente del Consejo, don Víctor Flores Olea, con la participación de las oficinas de la Presidencia de la República. Nació bajo la figura de un decreto presidencial, lo que hasta la fecha ha constituido su mayor debilidad y ha sido fuente de múltiples críticas pero, por otra parte, no ha sido obstáculo para su buen funcionamiento.

El argumento más socorrido ha sido que el Conaculta se ha impuesto por encima de instituciones cuyo origen está en leyes aprobadas por el Congreso, como el INAH y el INBA.

Estos críticos olvidan que los institutos siempre habían estado bajo la responsabilidad de la Secretaría de Educación Pública bajo distintas modalidades, la última de la cuales fue la Subsecretaría de Cultura.

Cuando me refiero a las ventajas de la modalidad de un consejo por encima del formato de una secretaría de Estado, hablo de un ideal que —si bien no se ha cumplido del todo en cuanto a la participación de instituciones similares y de personas en la adopción de las grandes líneas de la política cultural— la rigidez de una secretaría de Estado haría prácticamente imposible.

Hay que reconocer que, a diferencia de los primeros 60 años de los regímenes “revolucionarios”, en donde era posible hablar de políticas centrales y de definiciones verticales de los lineamientos de la política cultural, a partir de los años ochenta se comenzó a perfilar en el horizonte una creciente tendencia en las principales capitales de los estados al surgimiento de modelos de autogestión y un fortalecimiento institucional cada vez más notable en las instancias culturales locales, ya fuera a nivel municipal o estatal.

Esta tendencia contradice obviamente la aplicación de un modelo vertical que está implícito en la estructura de una secretaría o un ministerio de cultura, más propia de gobiernos autoritarios, ideologizados y poco plurales. La pluralidad es vital en un país tan culturalmente diverso como México.

En este sentido, quizá la aportación más significativa de esta nueva política la constituya la creación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, el cual, a pesar de las dificultades y las críticas que enfrentó en sus primeros años, ha logrado convertirse en una institución confiable y profundamente democratizadora de la forma en que los recursos públicos se aplican y distribuyen entre los creadores y los activistas culturales —tanto del sector social como del público—, para la promoción, difusión y conservación de las artes y la cultura, e incluso a través de otras instancias gubernamentales estatales y municipales.

La idea de que fueran los propios creadores quienes se encargaran de la decisión del reparto de estos recursos en un principio fue cuestionada con acusaciones mutuas de favoritismos y “compadrazgos” entre miembros de las distintas comunidades artísticas. Sin embargo estas discusiones se han diluido con el tiempo y ahora lo que se discute es el tamaño del presupuesto destinado al Fondo.

El siguiente acierto del Conaculta fue la creación del Canal 22, que dotó a la sociedad mexicana de una alternativa más en los medios para la difusión de las artes y la cultura, ejemplo que afortunadamente fue replicado con la creación de TV UNAM. El Canal 22 es hoy por hoy un referente importante en el panorama electrónico para muchos mexicanos.

La tercera institución con miras de largo alcance que surgió del Conaculta es el Centro Nacional de las Artes. Nació con un propósito, más allá de renovar instalaciones y construir edificios: el de crear un nuevo modelo de educación artística profesional. Por diversos motivos, que van desde las resistencias gremiales y sociales a los cambios hasta el hecho de que una institución educativa requiere más tiempo para consolidarse, no se ha logrado del todo este objetivo, pero sin duda es un primer paso en la dirección correcta.

A lo largo de estos 25 años ha habido otras innovaciones importantes, como la creación de bibliotecas, de nuevos centros regionales para las artes, de obras de infraestructura importantes y de renovación y mejoramiento de las existentes. Acciones que se suman a la gran infraestructura cultural que tiene México y que es excepcional en América Latina.

En cuanto al señalamiento de que la creación del Conaculta disminuyó las posibilidades y la autonomía de las grandes instituciones, me parece que no ha sido así, no solo desde el punto de vista de mi experiencia personal, sino desde una valoración más amplia que se confirma en el quehacer cotidiano del INAH y del INBA. Las limitaciones han sido como siempre las presupuestales y las que el propio desarrollo del país en estos años ha generado.

Finalmente, y como señalo al principio de este texto, la historia de estos 25 años del Conaculta forma parte esencial de mi biografía. Me siento particularmente orgulloso de haber sido, gracias a Rafael Tovar, director del INBA y de haber formado parte de un equipo pionero en las tareas de la difusión cultural profesional.

________

GERARDO ESTRADA es doctor por la Universidad de París. Ha sido director general del Instituto Nacional de Bellas Artes y de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y coordinador de Difusión Cultural de la UNAM. Actualmente se desempeña como coordinador ejecutivo del Auditorio Nacional. Es autor de 1968: Estado y universidad y de numerosos artículos y capítulos de libros.

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