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Violencia en el noviazgo
Blog | Sexciudadanía | Enrique Cerón | 31.07.2014 | 0 Comentarios

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Amores que matan

La alta incidencia de la violencia en el noviazgo es un foco rojo para la sociedad en su conjunto; forma uno de los gérmenes más palpables de la violencia intrafamiliar y la descomposición social, y evidencia la incapacidad de una sociedad para legar a sus jóvenes generaciones elementos que les permitan construir relaciones que sean fuentes de crecimiento y bienestar, y educarlos como ciudadanos.

 

Cadena sin fin

La Comisión Nacional de Derechos Humanos anunció en 2012 que la violencia familiar afectaba a 28.6 millones de hogares. Ésta no se reduce a aquella que se ejerce contra la pareja, pues implica todo acto u omisión contra otra persona o personas con las que se tiene o tuvo algún grado de vínculo de parentesco o con las que se cohabita o cohabitó. Sin embargo, los noviazgos violentos guardan una estrecha relación con ésta pues implican el ensayo social para relaciones de cohabitación en las cuales se estrechan los vínculos de intimidad, físicos, emocionales y económicos. Las y los adolescentes en muchas ocasiones debutan en sus primeras relaciones de noviazgo sin otro ejemplo o recursos que los de sus propios entornos familiares en los que la violencia y la inequidad de género está naturalizada o normalizada. Alrededor de 76% de los jóvenes de ambos sexos de entre 15 y 24 años de edad sufren violencia emocional en sus noviazgos como insultos, humillaciones o amenazas, y 15% tuvo por lo menos un episodio de violencia física. De este modo se perpetúa una cadena sin fin de destructividad que requiere de intervenciones en las distintas dimensiones del problema y trabajo con los distintos actores involucrados para ser frenada.

 

La complejidad de un problema

La violencia al interior de las relaciones emocionales es cíclica y presenta una tendencia a escalar en su grado de destructividad que incluso puede llegar al asesinato. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) 70% de las mujeres asesinadas en el mundo lo son a manos de sus parejas o exparejas. Esta es la principal causa de muerte y discapacidad entre las mujeres de 16 a 44 años de edad.

Se trata de una problemática multifactorial y complejo por lo que para su comprensión es importante desglosar algunos de los principales factores que intervienen en ésta.

 

Una educación emocional equívoca desde la infancia

Los límites en las relaciones emocionales se entienden como la conciencia de que se trata de dos personas distintas con necesidades específicas, y la capacidad para frenar abusos de cualquiera de las partes. Sin embargo, muchos son los factores que juegan en contra de éstos. En primer lugar, las relaciones de chantaje y abusos velados en la relación padre-hijo o adulto-infante marcadas por el autoritarismo. Lo común no es enseñar a niñas y niños a identificar sus emociones, expresarse por sí mismos y decidir, sino someterlos (adiestrarlos a obedecer) “por su bien” en nombre de su falta de experiencia (característica obvia de la infancia). Las personas formadas así carecen de herramientas para establecer límites o relaciones de mutuo beneficio, pero sí introyectan el patrón de conducta básico del autoritarismo: estoy en desventaja, me someto; estoy en ventaja, abuso.

 

Educación ciudadana. Niñas, niños y adolescentes sujetos de derechos

La contraparte es una educación ciudadana que reconozca y respete los derechos de niñas, niños y adolescentes, incluyendo asumir y educar en los valores cívicos y democráticos que permiten su real vivencia. Todavía son pocas las familias dispuestas a cuestionarse a este respecto y educar a sus hijas e hijos como sujetos de derechos. A manera de examen de conciencia valdría que padres y maestros se preguntaran si, como pasa con muchas personas, los derechos de los menores les parecen un riesgo personal o que son incompatibles con sus propios derechos.

 

La desigualdad global entre los géneros y la masculinidad violenta

Los recientes estudios de la OMS han develado que la violencia contra las mujeres es un problema global. Por un lado, las mujeres están en desventaja para exigir sus derechos y, por el otro, los ideales de masculinidad que se difunden socialmente y en los que somos educados los hombres implican el ejercicio de la violencia como prueba de masculinidad. En México cada vez más mujeres se incorporan a la vida económica y aportan recursos a sus relaciones de pareja, sin embargo, el machismo no disminuye al mismo ritmo.

 

Autoritarismo más allá de la relación entre los géneros

La violencia no es menor en relaciones emocionales de personas del mismo sexo pues, aunque puede que no esté presente la desigualdad genérica, sí lo están los patrones autoritarios. Diez por ciento de las víctimas de maltrato y violencia doméstica son hombres. Se requiere desarticular la brutal violencia civilizatoria contra las mujeres, aunado a ello se deben dedicar esfuerzos para visibilizar y erradicar los mecanismos culturales que permiten que unas personas vivan a costa de las otras, sin importar en que dirección se den los abusos.

 

La idealización del amor

Las relaciones amorosas se presentan como uno de los grandes objetivos de la existencia de las personas, sin embargo, nuestros conceptos e ideales acerca de éstas implican una gran cantidad de equívocos y de violencia invisibilizada.

La idea de un amor confluente (la media naranja) puebla el imaginario colectivo. Promovido por los medios masivos de comunicación a través de sus ficciones, conlleva la fantasía de que las personas van a alcanzar una realización existencial si encuentran a su alma gemela, que ello depende de un “golpe de suerte” y que la felicidad consiste en vivir en función de la relación.

La realidad es que esa ficción es la trampa perfecta para quienes padecen grandes carencias emocionales, que el amor confluente implica un proceso de despersonalización y que detrás de esa fantasía se esconde la aspiración de que alguien más se haga cargo del bienestar que el o la fantasiosa no pueden proporcionarse a sí mismos. La construcción de relaciones sanas no es una cuestión de suerte ni de inspiración romántica, sino de crecimiento personal (incompatible con vivir en función de una relación) y de poseer recursos de distinta índole (conceptuales, cognitivos, emocionales, actitudinales, autoconocimiento, autocuidado, para establecer relaciones interpersonales de colaboración, de comunicación y económicos) para aportar al bienestar común, incluyendo aquellos que permiten poner un límite a las actitudes abusivas y fin a una relación destructiva.

Ahí no acaba la madeja de situaciones a solucionar. Una de las menos analizadas y más instaladas en nuestro sistema de valores en torno a la sexualidad y el amor, como natural y necesaria, el ideal de fidelidad. La fidelidad debe, en parte, su amplia difusión a que se trata de un concepto ambiguo y la ambigüedad en las relaciones humanas sirve para sacar ventaja de los demás, funciona como las letras pequeñas en los contratos que utilizan quienes las ponen para arrebatar “de manera lícita” beneficios cuando se presenta un conflicto. La fidelidad significa, a conveniencia de cada quien, exclusividad sexual, exclusividad emocional, lealtad y una norma que permite invadir la vida del otro para prevenir, impedir o castigar su incumplimiento. De todos estos significados enredados, el que menos usan las personas es la lealtad, es decir, la preocupación y las acciones en pro del bienestar de la otra persona y, la que más usan es el derecho que se adjudican a invadir la vida de los otros en nombre de la norma. La mayoría de los casos en los que la violencia llega al asesinato o al intento de éste, los agresores justifican sus actos como “legítima” reacción ante la infidelidad. Modificar la cultura de la violencia requiere analizar, deconstruir y contestar nuestros propios mecanismos de violencia hacia otras personas o los que permiten que otros nos invadan, no importa de dónde vengan.

 

La responsabilidad personal ante una vida libre de violencia

En muchos foros en los que expongo la necesidad de generar transformaciones en muchos de estos ámbitos por parte de los diferentes actores involucrados en esta problemática, recibo como respuesta: “Eso que dice es muy difícil” (trasformar nuestros contextos requiere de voluntad y esfuerzo sostenidos en el tiempo), yo contesto a ese señalamiento que vivir en medio de la guerra de todos contra todos es aún más difícil.

 

Más información sobre el autor en  www.sexologohumanista.com

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