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Violencia en México: la erupción de un volcán. Entrevista con Guillermo Valdés Castellanos
Este País | Emiliano Balerini Casal | 01.06.2014 | 0 Comentarios

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Guillermo Valdés Castellanos, exdirector del Centro de Seguridad Nacional (Cisen) en el sexenio pasado, luce tranquilo. Como él mismo dice: “No es lo mismo estar en un cargo como el que tuve en el Gobierno de Felipe Calderón, que aquí en mi oficina”. Esa misma calma, con la que vive ahora, lejos del escrutinio público permanente, le permitió escribir su más reciente libro, Historia del narcotráfico en México (Editorial Aguilar), en el que analiza la evolución del crimen organizado en el país durante las últimas décadas. En entrevista con Este País, el socio de Grupo de Economistas Asociados y exbecario de la Fundación Ortega y Gasset, con sede en Madrid, habla sobre los temas que aborda su libro, hace un diagnóstico del problema del narcotráfico en México y se refiere a la detención de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”. EBC

EMILIANO BALERINI CASAL: ¿La evolución del narcotráfico se debe atribuir a la falta de voluntad del Estado mexicano para acabar con el problema?

GUILLERMO VALDÉS CASTELLANOS: El Estado mexicano tiene un severo problema de omisión con respecto al problema del crimen organizado. Durante muchas décadas no consideró al narcotráfico como un problema grave. Por lo tanto, no actuó en consecuencia. El narcotráfico empezó a ser considerado como un problema severo y un conflicto de seguridad nacional en los años ochenta del siglo pasado. Sin embargo, todavía no se conocía a fondo la gravedad de su evolución. A pesar de que en el discurso político ya se lo consideraba como un problema grave, ese discurso sigue sin corresponderse con una política que defina la gravedad del problema actualmente. En Historia del narcotráfico en México sostengo que el Gobierno no ha sido especialmente afecto a entrarle al Estado de derecho, para convertir el país en una nación de leyes.

Desde su perspectiva de exdirector del Cisen, ¿a qué cree que se deba la omisión del Estado en este problema?

Durante años, el Estado tuvo la capacidad de imponer ciertas reglas básicas al narcotráfico; solía decirle que lo toleraba porque para el país no era un problema el consumo de drogas. Ese conflicto, más bien, pertenecía a Estados Unidos. Por otra parte, al Estado mexicano le faltó durante muchas décadas una inteligencia estratégica para prever hacia dónde evolucionaba el problema.

¿Qué le ha faltado a Estados Unidos?

En Estados Unidos pecan del mismo mal. Un ejemplo: cuando el presidente Ronald Reagan le declaró la guerra a las drogas a principios de los años ochenta, se tomó la decisión de cortar el flujo de cocaína a su país, que llegaba por la ruta del Caribe a Miami. Cuando hicieron esto, provocaron que el flujo de la cocaína se diera por Centroamérica y México. Cerraron la ruta marítima, pero abrieron la terrestre. De esa forma, metieron a México en un problema, porque las organizaciones de narcotráfico en México, que eran las principales surtidoras de mariguana y amapola, también se convirtieron en las principales surtidoras de cocaína. Que los mexicanos le entraran al mercado de la cocaína los potenció mucho, y debilitó al país institucionalmente.

¿Qué le faltó al Gobierno de Felipe Calderón para acabar con el problema?

Lo que pasa con la violencia en México a partir de 2008 es como la erupción de un volcán que se fue gestando a lo largo de muchas décadas. ¿Cómo se formó ese volcán? Hubo un crecimiento ininterrumpido de las organizaciones del narcotráfico, que se hicieron cada vez más poderosas en términos económicos. En el momento en que entraron en conflicto entre sí por el control del mercado, se volvieron además ejércitos violentos. Esto, combinado con una baja en el consumo de cocaína en Estados Unidos, agudizó la lucha interna por el control del mercado. Cuando estalla un volcán, es imposible taparlo. Hace erupción a lo salvaje. Por ejemplo, el caso colombiano y el mexicano no son iguales, pero sí están relacionados. Entre 1983 y 2001, en Colombia, el número de asesinatos vinculados al narcotráfico pasó de 20 por cada 100 mil habitantes a 80, es decir, se cuadruplicó. Hubo un ciclo de 18 años de violencia. En México, la fuerza del volcán se desencadenó en 2008 —en 2007, el crecimiento de esta violencia todavía era pequeño. En 2011, la violencia alcanzó su pico. A partir de mediados de ese año se estabilizó, y 2012 y 2013 presentaron una tendencia decreciente ligera. No sabemos si repuntará o caerá esta tendencia pero, comparada con la de Colombia, su impacto ha sido mínimo. Para entender la magnitud de este problema hay que ver distintas situaciones: una vez que se gestó el volcán, no puedes decir que lo tapas para que no explote. Con tantas décadas de omisión del Estado en la construcción de una cadena institucional de justicia y seguridad fuerte y, al mismo tiempo, de empoderamiento de las organizaciones del narcotráfico, era inevitable que explotara el volcán. En este sentido, el futuro nos alcanzó. Hubiera explotado con Felipe Calderón, con Andrés Manuel López Obrador o con quien fuera. Cuando Calderón llegó al poder había cuatro guerras en curso entre las organizaciones del crimen organizado. La primera era el conflicto del cártel del Pacífico contra los hermanos Arellano Félix, que ya tenía varios años. La segunda era la del cártel de Sinaloa contra el del Golfo: en 1991 se registraron las primeras batallas por el control de Nuevo Laredo y en 2004-2005 Estados Unidos cerró su consulado en esa ciudad por la guerra a plena luz del día que los matones de esas organizaciones sostenían a diario. La tercera se desató en 2004, cuando la alianza que habían mantenido los cárteles de Juárez y del Pacífico se rompió con el asesinato del hermano del líder del primero y, luego, con la muerte del hermano de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”. La cuarta guerra se dio cuando Los Zetas, que habían conquistado Michoacán a principios de la primera década de este siglo, destruyendo al cártel del Milenio, se enfrentaron en 2006 con La Familia michoacana, que acababa de surgir.

Estos conflictos no solo hicieron que el Gobierno de Calderón dijera: “Hay que ponerle un freno a este problema”. Fue la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) la que presentó a Felipe Calderón, cuando todavía era presidente electo, en noviembre de 2006, un diagnóstico de la gravedad del problema. No es que Calderón inventara un problema y declarara la guerra irresponsablemente.

¿Usted cree que fracasó la Estrategia Nacional de Seguridad implementada por el Gobierno de Felipe Calderón?

Es muy pronto para poder hacer una evaluación seria. Si la reducción de la violencia y los homicidios continúa, podremos pensar que la estrategia fue la correcta y que a partir de 2011 se empezó a controlar el incendio, a apagarlo y extinguirlo paulatinamente. Hay casos regionales muy documentados donde ha sido exitosa la política, por ejemplo Ciudad Juárez, Monterrey, Tijuana y Veracruz, donde los homicidios se han reducido claramente. Hay elementos para decir que la estrategia fue exitosa en algunos estados y en otros no, como Michoacán, Guerrero, Tamaulipas y, probablemente, Sinaloa, donde el problema sigue siendo grave, pero sí creo que sería irresponsable decir: “Fue un fracaso”.

Hace un momento mencionó el caso de Colombia. Sin embargo, una de las diferencias que ha habido entre México y el país sudamericano es la inversión cultural que hicieron allá. ¿Una de las formas de enfrentar el narcotráfico es la de invertir en educación y cultura?

La estrategia de seguridad debe ser integral. Tiene que cubrir todos los ámbitos. Así lo planteamos desde 2007. Había un componente de fuerza: la intervención del Ejército, la policía y la marina, cuyo objetivo era desarticular a las organizaciones del narcotráfico. Otro componente fundamental de la estrategia era reconstruir las instituciones: no tenemos policías eficaces, limpias, honestas; tampoco ministerios públicos, cárceles ni Poder Judicial. El tercer componente era enfocarse en la parte social preventiva, para reducir las condiciones socioeconómicas que facilitan la implantación y la expansión del crimen organizado, y que se manifiestan en la falta de oportunidades para los jóvenes y en la pobreza de los campesinos. Hay un cuarto componente de la estrategia que tiene que ver con la cooperación internacional: dado que esto es un problema regional, tienes que colaborar con todos, debes construir lazos de cooperación en el ámbito internacional. Por lo menos existen estos cuatro elementos a considerar. ¿Cómo los combinas y a cuáles les das prioridad? Depende de tus necesidades. En México se ha criticado, con muy poco fundamento, que la Estrategia Nacional de Seguridad de Felipe Calderón estaba centrada en el uso de la fuerza, y que lo único que le interesó fue sacar al Ejército. Esto no es cierto porque en agosto de 2008 se firmó el Pacto Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, que era todo un planteamiento de reconstrucción institucional del país. Se avanzó en algunas cosas con muchas dificultades; en otras no se pudo, pero era real que se tenía una estrategia completa. Por ejemplo, se crearon más de 300 centros contra las adicciones para atender a la gente, se construyeron preparatorias y universidades. No se quiere ver así, pero estaba ese componente. Dependiendo de los cambios en la situación, tienes que ajustar la estrategia continuamente.

Si no mal recuerdo, en diciembre de 2012 The Washington Post publicó que la guerra contra el narcotráfico había dejado alrededor de 25 mil desaparecidos… ¿Qué puede decir al respecto? ¿Cree que hubo una guerra de cifras sobre las bajas civiles en el sexenio de Felipe Calderón?

Tal vez esta sea una de las razones por las cuales escribo Historia del narcotráfico en México. El debate sobre qué estaba pasando, por qué estaba pasando y cuáles eran las consecuencias en términos de la lucha contra el crimen organizado en general fue terriblemente politizado y partidizado. Hubo demasiada gente que politizó la lucha contra el narcotráfico, por el estado de polarización con el que llegó Calderón al poder. Parecía que los análisis durante el sexenio pasado no eran sobre lo que estaba pasando, sino sobre quién era el culpable. Había una guerra de cifras. Dependiendo de quién las generaba, te dabas cuenta de que lo que se quería demostrar era que Calderón era un genocida. Hubo gente que lo planteó. Esos señores lo que querían era inventar cifras que justificaran su juicio. Si queremos resolver el problema, primero tenemos que entenderlo y después debemos despolitizarlo y despartidizarlo. En este sentido, muchas de las cifras que se manejaron no tenían fundamento ni sustento. En agosto de 2010, cuando todos los periódicos decían que iban 22 mil muertos, el Gobierno Federal, a través de una participación mía en una reunión del Sistema de Seguridad Pública, dijo: “No señores, van 28 mil”. No teníamos ánimo de ocultar el problema ni su gravedad. De ahí a las cifras que daban a conocer muchos opositores había una distancia enorme. Esa misma cifra que dio una funcionaria hace poco de los 26 mil desaparecidos resultó que eran denuncias, no datos documentados. Lo que publicó The Washington Post se presta a esta mala información, porque en esas cifras pueden estar las chicas que se van con los novios, los papás que se van de juerga.

¿Qué diferencias ve entre las estrategias de seguridad de Calderón y de Enrique Peña Nieto?

El hilo negro aquí no se inventa. Tienes que debilitar a las organizaciones del crimen organizado. No van a desaparecer. Mientras haya 25 millones de consumidores en Estados Unidos, existirá alguien que le quiera entrar al negocio. No puedes permitirte ni darte el lujo de dejar crecer a esos señores al grado de que coopten al Estado. Debes mantener a raya y lo más débil y desarticuladas a estas organizaciones. ¿Cómo lo haces? Si tu prioridad es detener líderes, atacar el lavado de dinero, erradicar plantíos o darle golpes a la estructura operativa, es tu decisión, pero tienes que debilitar a estos señores. Necesitas reconstruir las instituciones. Puedes poner prioridades: la construcción de la Policía Federal o el fortalecimiento de la Procuraduría General de la República. La estrategia depende del momento. Para Calderón era importante crear policías, de tal forma que el Ejército no estuviera en la calle. Él dio prioridad a la construcción de una Policía Federal. Con defectos, con problemas, lo que tu gustes y mandes, pero tenemos una policía de 36 mil elementos, todavía muy pequeña para las necesidades del país, pero mucho más grande que los 6 mil elementos que recibió. Para darnos una idea: España tiene entre la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía alrededor de 150 mil elementos para un país de alrededor de 45 millones de habitantes y un territorio de medió millón de kilómetros cuadrados; México, en cambio, tiene 113 o 115 millones de habitantes, dos millones de kilómetros cuadrados y una policía de apenas 36 mil elementos, es decir es una fuerza pequeñísima. Al no tener recursos infinitos, debes priorizar qué vas a hacer. Si quieres reconstruir las instituciones, tienes que decir a cuál de ellas le darás prioridad. El Gobierno actual está poniendo énfasis en la reforma, renovación y fortalecimiento de la Procuraduría General de la República, lo cual me parece muy bien. La estrategia a seguir debe tener la capacidad de debilitar, por un lado, al crimen organizado y de fortalecer, por el otro, a las instituciones. El tercer componente es la parte social-preventiva. En este momento el presidente Peña Nieto está poniendo mucho énfasis en esto, porque es importante, una vez que apagas los incendios, fortalecer la prevención. En términos generales, más allá de las polémicas, la estrategia, con los matices y prioridades, va en la línea correcta.

¿No es mucha casualidad que hayan detenido a Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” unos días después de la visita oficial de los presidentes de Estados Unidos y Canadá?

La malicia que tiene la pregunta proviene del desconocimiento que existe sobre cómo operan estas cosas. Había una explicación que leí de un investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México que decía precisamente esto: “Barack Obama vino a regalarle a Peña Nieto a ‘El Chapo’. Ahí lo tienen, y aprovechando la visita lo saco y te lo regalo”. Atrapar a un tipo de estos es una tarea muy complicada. ¿Cuántos años le llevó al Gobierno de Estados Unidos asesinar a Osama Bin Laden? Para poder detener a este tipo de gente se debe hacer una tarea que involucra a muchas personas; debes tener mucho tiempo y paciencia. La imagen que uso es esta: “Tú necesitas dos datos para agarrar a un fulano así: dónde va a estar y a qué hora”. Si sabes eso, vas y lo detienes. Montas un operativo eficaz, lo esperas y lo atrapas. Para llegar a esos dos datos, que son como las dos últimas fichas de un rompecabezas de 10 mil, debes estrechar cercos. En la medida que sabes quiénes son sus íntimos; cómo se mueven; con quiénes, a qué hora y cómo se comunican; qué tipo de aparatos telefónicos emplean: teléfonos celulares, Nextel o satelitales, cierras tanto su círculo que no puede ser una obra de la casualidad que lo detengan en tres días. Esta detención es producto de muchos años de trabajo.

¿Se han tocado las estructuras financieras de los cárteles de la droga?

No es que no se deban tocar. Debes hacer el esfuerzo de pegarles en el bolsillo, como comúnmente se dice. Sin embargo —voy a decir una cosa políticamente incorrecta—, creo que si bien hay que tocar las estructuras financieras del narcotráfico, por ahí no vamos a llegar a destruirlos. Los vínculos entre la economía ilegal y la legal son infinitos. El cártel de Sinaloa tiene cientos de negocios pequeños: tiendas para uñas, salones de belleza, restaurantes, fondas, gasolineras, distribuidores de teléfonos celulares de todas las marcas; pequeños negocios de inversión de medio millón, un millón, un millón y medio de pesos que en su conjunto forman una fortuna muy grande. Si pudieras decomisar estos negocios a lo mejor les pegas en algo, pero para que puedas demostrar que un salón de belleza en Guamúchil, Sinaloa, es de ellos y que se hizo con billetes de 20 dólares que vienen de la venta de droga en Atlanta o Los Ángeles es muy complicado. Por ejemplo: Estados Unidos, que tiene instituciones más robustas, al año detecta y decomisa dos por ciento de la droga. Sí hay que pegarles, pero pensar que con eso se acabará el problema es equivocado. 

¿En algún momento el Gobierno de Felipe Calderón se sentó a negociar con el crimen organizado?

Por supuesto que no. Es otro gran mito. El Gobierno Federal no puede hacer un pacto con el crimen organizado. Es inviable e ineficaz. ¿Con quién negocias? Hay seis, diez, quince, veinte organizaciones que se odian a muerte. ¿Los vas a sentar en la misma mesa? Si negocias con “El Chapo”, ¿qué te va a garantizar? Y tú, como Gobierno Federal, ¿qué vas a pactar? ¿Te van a obedecer el poder judicial y los 32 gobernadores? Cuando tienes un poder político descentralizado, dividido en tres poderes y con alternancia democrática, ya no es viable lo que podía hacer el pri en los años sesenta, en relación a que la palabra del presidente la cumplía todo mundo.

Sin embargo, el narcotráfico sí ha puesto a funcionarios públicos…

Eso se debe al cambio en el balance de fuerzas en la relación Estado-crimen organizado. De los cincuenta a los ochenta, quien tenía el poder para decir “estas son las reglas del juego” era el Estado. Este pacto desapareció a finales de los ochenta. En ese tiempo, los narcotraficantes se fortalecieron y el Estado se debilitó, sobre todo las instituciones en los ámbitos local y estatal. Cuando surgió, el cártel de los hermanos Arellano Félix era más poderoso que el Gobierno de Baja California, porque las policías locales trabajaban para ellos.

Los narcotraficantes se han diversificado de tal manera que ahora no solo trafican droga, sino que hacen trata de personas…

Los Zetas. Ellos no eran socios del cártel del Golfo, eran su ejército de matones. Estos hombres no se contentaron con sus salarios, porque eran asalariados. Los dueños del negocio, para evitar que estos tipos se les salieran de control, les dijeron: “Autofinánciense, les damos el narcomenudeo”. Entonces Los Zetas se dedicaron a generar consumo interno, a traficar con personas y a robar hidrocarburos. 

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EMILIANO BALERINI CASAL estudió la licenciatura en Periodismo en la Escuela Carlos Septién y la maestría en Estudios Latinoamericanos en la UNAM. Ha colaborado para las revistas Cambio, Fernanda y Playboy. Actualmente es reportero de la sección cultural de Milenio.

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