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Regreso al origen
Este País | Federico Reyes Heroles | 06.04.2011 | 2 Comentarios

Pan de cada día de la vida democrática en el México contemporáneo, las encuestas eran hace veinte años una especie vedada en el país. Aquellos en el poder las ninguneaban, seguramente porque las temían. Otros creían más en las impresiones y en las inercias que en estadísticas y datos duros. A fines de los ochenta eso empezó a cambiar.

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©istock.com/Juan Luis Jones Herrera

Ya va siendo tiempo de contarlo. Corría 1988. Después de décadas en el poder, el pri se había fracturado. No era un renacimiento con nuevos ropajes. Cuauhtémoc Cárdenas retaba en serio al poder establecido. Carlos Salinas de Gortari era el candidato llamado a dar continuidad al proyecto modernizador. El opositor reunió a los muy arraigados sentimientos nacionalistas con distintas concepciones de izquierda, algunas con ánimos de verdad democráticos, otras no tanto. Su fuerza crecía día a día. Las oposiciones ya tenían asiento formal en el debate electoral pero el sistema –los jóvenes no sabrán de qué hablamos– estaba todavía controlado en lo básico por el propio gobierno. Las dudas sobre el padrón abundaban. La representación cruzada era muy débil. El ife no era un órgano de estado con la necesaria autonomía que ello demanda. Pero había un área todavía más oscura. Los mexicanos no sabíamos cuáles eran nuestras preferencias, no sabíamos lo que pensábamos. Los estudios de opinión pública eran inexistentes.

Matizo lo de inexistentes. Algunos políticos muy avezados tenían sobre sus escritorios encuestas que les servían para la toma de decisiones. De hecho Salinas era –¿es?– un apasionado de las encuestas. Pero, salvo El Norte en Monterrey, nadie en México publicaba encuestas. Se hacían pero no se daban a conocer, eran para usos privados. Un grupo de conocidos, porque no puedo decir que fuéramos amigos –Enrique Alduncin, Adolfo Aguilar Zínser, Miguel Basáñez, Jorge Castañeda, Juan Molinar, de los que recuerdo– nos reuníamos a comentar los pasos de la vida nacional. Varios de ellos tenían acceso, por razones profesionales o de trabajo, a encuestas pero, insisto, no se podían hacer públicas. El que menos vínculos tenía con las encuestas era yo. La fuerza de Cuauhtémoc y el Frente crecían. Lo sabíamos pero no había cómo documentarlo en público.

Mientras tanto el presidente del pri, a la sazón Jorge de la Vega Domínguez, hacía cuentas alegres. Salinas ganaría con más de 22 millones de votos. Era simple e incuestionable aritmética. De la Vega sumaba los votos prometidos por el aparato corporativo del pro: campesinos, obreros y sector popular, ésas eran las expresiones usadas para referirse a ellos. En las sobremesas era difícil, por no decir imposible, convencer a los crédulos del sistema de que algo se estaba moviendo en la sociedad mexicana. Ni siquiera aceptaban la duda, la historia de los triunfos priistas se repetiría.

Recuerdo respuestas geniales de un ex regente: “No te confundas Federico, los mexicanos son guadalupanos y priistas. Yo los he visto a los ojos, van a votar por el pri”. Otro típico superviviente que todavía anda por ahí, mucho más “fino”, con un enorme habano en la boca y tomándose un coñac xo ¡en Acapulco!, miró a los cerros y me dijo: “¿Tú crees que la indiada de allá arriba sabe votar por otro partido?”.

La clase política mexicana en lo general, salvo contadas excepciones, confiaba más en sus impresiones que en los estudios de opinión. De hecho el país se leía a sí mismo, en el mejor de los casos, a través de la literatura, del ensayo: Paz, Fuentes, Emilio “El Chango” Uranga, Cuesta, Ramos y otros. En las universidades públicas, por increíble que parezca, tampoco se hacían estudios de opinión pública. Ése era un instrumento “burgués”. Lo más común era escuchar intervenciones que comenzaban con “yo creo”, “yo siento” y –ya en un acto de extremo racionalismo– “yo pienso”. No se leían hechos o tendencias, era pura intuición. Fue en parte por esas necedades que el grupo de conocidos decidimos “pasar la charola”, creo que fue Miguel Basáñez el organizador, y hacer una encuesta por nuestra cuenta. Pero había un problema, pequeño problema, ¿dónde publicaríamos el estudio? Había que buscar un cómplice.

Yo me desempeñaba como miembro del Consejo de Administración de La Jornada, en ese momento el periódico crítico y de avanzada que había suplido al Unomásuno de Manuel Becerra Acosta, del cual nos habían corrido. Nuestra nueva casa estaba abierta a todo tipo de expresiones, igual publicaba Octavio Paz que Monsiváis o la izquierda más radical. ¿Por qué no publicar una encuesta? El primer obstáculo fue la incredulidad en el instrumento, esas cosas no funcionan en México, los mexicanos mienten por sistema, tú crees que van a contestar de verdad. En fin, el cómplice fue Carlos Payán, director del diario, quien de buena gana aceptó entrarle a la aventura.

Se levantó la encuesta nacional, el apoyo a Cárdenas rondaba ya —si no me falla la memoria— alrededor de un 35%. Faltaban un par de meses de campaña. Su victoria era no sólo viable sino muy posible. Payán publicó el estudio. Comenzó el bombardeo. Llamadas al director del periódico con todo tipo de insinuaciones, desde que se trataba de una encuesta a modo hasta versiones que apuntaban a la integridad personal de los atrevidos organizadores. Otra “respuesta” fue la publicación en dos diarios de circulación nacional, Excélsior y El Universal, de sendas encuestas que daban como evidente triunfador a Salinas en un increíble 60% y de pasada mandaban a Cárdenas al sótano. Una había sido coordinada supuestamente por El Colegio de México y otra por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Recibieron tratamiento de ocho columnas para compensar así –eso pensaron– el impacto de nuestra travesura. Sin embargo, poco después de su publicación de los pseudoestudios —que no fueron simultáneos— tanto el presidente de El Colegio, Mario Ojeda, como el director de la Facultad se deslindaron de la paternidad. ¿Quién era el autor? No se supo. ¿Quién había financiado?, tampoco se supo.

La anécdota pudiera ser más que una anécdota, pues desnuda a aquel México cavernario en sus formas de leerse a sí mismo y cavernario en su vida política. En lugar de leer el mensaje atacaron al mensajero. Para rematar trataron de tapar la realidad con mentiras. Lo más dramático de la pedestre reacción es que no sólo pretendían engañar al ciudadano sino que también se engañaban a sí mismos. No querían ver la realidad. No se prepararon para el tropiezo, de ahí la sacudida el día de la elección y la fallida respuesta. Si meses antes se hubieran conocido los niveles reales de la contienda unos y otros se hubieran preparado para ganar o perder. ¿De qué les sirvió decir que su candidato venía con más del 60% de la votación? Pasaron las semanas, la emoción democrática, cierta incertidumbre, creció entre nosotros. Decidimos levantar otra encuesta.

En el segundo ejercicio Cárdenas había subido, nada dramático, pero se confirmaba: habría tendencias muy cerradas, algo totalmente novedoso en México. Regresamos a La Jornada con el estudio. Payán enfrentó serias resistencias tanto internas como externas para publicar la encuesta. En el periódico decidieron no dar a conocer los resultados. Buscamos otras casas editoriales, nos cerraron las puertas. Nos quedamos con el estudio en las manos. Una noche, desesperados, caímos en cuenta de los múltiples controles de un aparato autoritario. Fue entonces que decidimos crear nuestra propia publicación, para que nunca más se repitiera esa historia. Por supuesto la elección fue un desastre, Salinas ganó en cifras oficiales con menos de 10 millones. A De la Vega le faltaron 13 millones. La aritmética corporativa ya no funcionaba en México, tampoco el “manifestódromo”. Los ciudadanos asistieron a las concentraciones convocadas por el pri, pero en la soledad de la urna votaron siguiendo sus convicciones. Las encuestas eran y son un arma muy poderosa para destruir los aparatos autoritarios. Quizá por eso les temían tanto, quizá por eso en Cuba, por ejemplo, no hay encuestas. Las encuestas y la democracia están esencialmente ligadas.

Los desfiguros oficiales marcaron el fin de una era. México se movía, había que leerlo con instrumentos modernos. Ése es el origen de Este País, de una revista sin dueño cuya consigna de nacimiento fue: “…para leer el cambio”. Ya les contaré otras historias.

_______________
* FEDERICO REYES HEROLES es Director Fundador de la revista Este País y Presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana. Su más reciente libro es Alterados: preguntas para el siglo xxi (Taurus, México, 2010). Es columnista del periódico Reforma.

2 Respuestas para “Regreso al origen
  1. […] fundador, “se hacían pero no se daban a conocer […], no se podían hacer públicas” (Reyes Heroles, Este País, abril de 2011). De ahí nuestro lema: “Para leer el cambio”. El cambio se dio y se sigue dando, seguimos […]

  2. Mario H dice:

    Dicen que recordar es volver a vivir, en este caso: recordar, es tratar de no volver a vivirlo… Felicidades por la revista.

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