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La pregunta de la literatura
Cultura | Carlos Fuentes | 06.04.2011 | 1 Comentario

Sergio Missana,
Las muertes paralelas,
Ediciones Era,
México, 2010.

Salto mortal debió dar Sergio Missana de El día de los muertos (2007) a Las muertes paralelas (2010). Aquella novela tenía un perímetro temporal y personal preciso: el día del golpe militar contra Salvador Allende, un grupo de amigos revolucionarios, el desprendimiento del narrador, quien sólo formaba parte del grupo por amor a una mujer, y varias décadas más tarde, un reencuentro en París, y una revelación literaria: todo estaba escrito desde antes.
De esa interrogante literaria parte ahora Sergio Missana en Las muertes paralelas. Todo indica que el narrador, Tomás Ugarte, es el protagonista de la novela. Habla en primera persona. Ocupa un espacio, mantiene relaciones, familia, esposa, amigos. Tiene sueños. Tiene una mujer, Paula, que se está separando de él. Tiene una amante de ocasión, Fernanda, que no lo satisface y lo pone en peligro. Tiene una gata, Lola, que —acaso— es la emisaria de una millonaria norteamericana, Phyllis, que por accidente hereda su fortuna a quien se presente a su velorio. El único que llega y firma es Tomás Ugarte. La difunta carecía de higiene, pero no de gatos…
Tomás regresa a su trabajo. La agencia que lo emplea “se iba hundiendo rápidamente en el recuerdo, volviéndose irreal”. Y añade: “Todo ahí parece haberle ocurrido a otra persona”. Tomás tiene un sueño. “Soñé que era una anciana.” Sólo que la anciana, Inés, no es soñada. Es una presencia real, callejera y turbadora cuyo destino, confundido con el propio, Tomás quisiera evitar. La recoge en la calle, la lleva a su apartamento. Inés es una mendiga repugnante: “su olor acre en el que no sólo se mezclaban el excremento y la mugre, sino que ya parecía imperar un principio de descomposición —se concentraba en sus ropas […]”.
¿Por qué la rescata Tomás? ¿Por qué la lleva de la calle a su casa? Porque ha soñado el destino de la anciana —una muerte atroz— y quiere salvarla. Evitar el futuro soñado de Inés. Y sin embargo, Tomás sabe que no debe usurpar la vida de Inés. Esa vida era suya, de Inés, era su única posesión: una vida de “basureros, disputas y treguas territoriales […]. Su memoria parecía atrapada en un laberinto”. Ahora Tomás quisiera “moldear en Inés a la viejita adorable que no era y que nunca iba a ser”.
En un misterioso acto de trasposición, Tomás viste a la anciana con algunas prendas de Paula como si quisiera acercarla a todo lo que la vieja no es mediante eso que Freud llamaría el contacto o deseo de tocar lo prohibido por el tabú. Sólo que cuando alguien (Tomás) ha transgredido el tabú, él mismo se convierte en tabú a fin de no despertar los deseos prohibidos de sus vecinos. Tomás no entiende esto. Cree que Inés es redimible. Inés sabe que no. Engaña a Tomás. Se escapa. Regresa a la calle. La asesinan en un cajero automático, donde la anciana dormitaba, cinco “antisociales” que la rocían con gasolina y le prenden fuego.
El destino de Inés, soñado por Tomás, se cumple, es decir: se cumple el sueño de Tomás. Éste, el benefactor, entiende que “no tenía derecho a usurpar la vida, por muy miserable y sórdida que fuere, de Inés; era suya, su única posesión”. Sólo que esta explicación racional va acompañada de una sospecha: al intentar evitar el futuro de Inés, ¿Tomás evita, desvía o cancela su propio futuro? Pero, ¿tiene porvenir propio quien asume —así sea soñando— el destino de los demás?
Hay una escena horripilante en la que Tomás, de noche, se topa con “rotos” comparables a los que incendiaron a Inés. Se acuesta al lado de uno de ellos: “un hedor abyecto, peor que animal”. Quiere “saldar” una deuda con Inés. Aún no se entera de la deuda de Inés con Tomás. ¿Soñó Inés a Tomás o Tomás a Inés? Los indigentes le revelan la verdad. Lo amenazan. Le orinan encima. Lo llaman “huevón”. Pero lo tratan igual que a Inés. Sólo le ahorran la muerte.
La sospecha se insinúa: ¿soñó Tomás a Inés o soñó Inés a Tomás? ¿Murió Inés, igual que en el sueño de Tomás, a nombre de Tomás? ¿Evitó Tomás una muerte similar a la de Inés a mano de los “antisociales”? ¿Murió Inés para salvar a Tomás de un destino comparable? ¿O es Inés quien, para salvarlo, soñó a Tomás?
Este encuentro de Tomás con los “rotos”, que en vez de matarlo le orinan encima, es el encuentro de todos nosotros —clases medias y altas, profesionistas y empresarios, intelectuales y amas de casa— con el vasto submundo latinoamericano de la miseria y el crimen. Aquí es Santiago de Chile. Podría ser Río de Janeiro, Lima, Caracas o México. Claro que Missana no explica esto. Hace algo mejor: le da vida y abre las puertas de una ficción contagiosa. A partir de Inés, crea el vínculo secreto de Tomás con Ramiro y Osvaldo en la noche helada de Los Andes, de Tomás con Aurelio, o de todos ellos habitando a Tomás, creando la “ficción” de Tomás “el presentador de campañas, […] el jefe eficiente, paternalista, trabajador, controlador, seductor”.
Todos ellos, ¿fueron Tomás? ¿O Tomás fue ellos?
Missana da una vuelta final al tornillo en el episodio concluyente de Matías y la filmación en —el muy chileno— regreso al desierto. No revelo el sorprendente final de Las muertes paralelas. Una casa quemada. Una muchacha sonámbula. El bloqueo de crédito y carnet: la pérdida de la identidad moderna. Y una pregunta inútil y necesaria de Tomás: “¿Era posible que mi propia presencia fuera alterando las cosas […] abriendo una estela de posibilidades nuevas […]?”
Es la pregunta de Sergio Missana. Es la pregunta de la literatura.

_______________
Carlos Fuentes (1928) es uno de los principales exponentes de la literatura mexicana. Entre su vasta obra destacan su primer volumen de cuentos, Los días enmascarados, y sus novelas La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz. En 1987 recibió el Premio Cervantes y en 1994 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Una respuesta para “La pregunta de la literatura”
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