EstePaís |cultura hospeda en esta ocasión la obra gráfica de un amigo y un creador especial,
Pedro Diego Alvarado. Lo es ?artista especial? por todo lo que de autenticidad logra
entrañar su obra. Sin aspirar a una reproducción literal, naturalista, de la realidad, Pedro
Diego Alvarado parece guardar una fidelidad suprema con la verdad de su objeto. Y esa
verdad no es, de ningún modo, la del hipotético observador neutral ?y por ende
neutralizado?, la del científico, ni siquiera la del pintor realista. Es la verdad de quien
privilegia al objeto mismo de su
contemplación, permitiéndole así
hablar con su voz propia. Alvarado
cita la realidad, no la parafrasea.
Alvarado traslada la realidad, no la
parodia. Un acto de traslación como
éste, sin embargo, implica una
renunciación, un apego absoluto al
esplendor del objeto, a su sintaxis
misma como objeto bajo la luz. Y en
tal renunciación hay una virtud
humana ?amor, si se perdona el uso
de tal sustantivo? que
inevitablemente permea a la obra de
arte. El arte de Alvarado está, pues,
despojado de vanidad, de cualquier
afán o desliz del egoísmo, y en
tiempos como los nuestros, en que el
protagonismo se ha vuelto para muchos característica del discurso
artístico, tal virtud cobra dimensiones fascinantes y, nos atrevemos
a decir, se vuelve, ella sí, cualidad del arte. Paz afirmó alguna vez
que el verdadero artista es un ser fiel a sus visiones. Alvarado,
artista verdadero como el que más, es un ser fiel al objeto de su
visión, a la verdad de su objeto. Ello es cierto para su obra
pictórica, a la que se ha rendido un importante homenaje
recientemente, al ser compendiada en un hermoso libro que lleva
el nombre del artista, pero lo es también, el lector nos dará la
razón, para los dibujos que le proponemos en las páginas de este
número.
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