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La finitud en la palma de la mano
Cultura | Ana Clavel | 17.04.2009 | 0 Comentarios

Gioconda Belli,
El infinito en la palma de la mano,
Seix Barral,Barcelona,2008,238 pp.

Se sabe que el artista verdade-
ro no se arredra con los retos.
Un aire de temeridad luciferi-
na alienta su búsqueda. Pue-
de otear el horizonte de la tradición,
contemplar los escollos y los obstácu-
los,presentir las bestias y las tentacio-
nes,y a la par,sonreír anticipadamen-
te, gozoso de proseguir tras su sueño.
¿Qué pensaría Goethe cuando se im-
puso la tarea prometeica del Fausto?
¿Cuál sería el brillo de la mirada de
Bulgákov cuando concibió la historia
de amor de una mujer que no duda en
pactar con el diablo para salvar a su
amado en la Rusia represiva de los
años treinta, fabulando con El maestro
y Margarita la contrapartida femenina
e irreverente del Fausto? Los conoce-
mos, los leemos y releemos como clá-
sicos porque consiguieron su cometi-
do.Pero,¿qué tal si no?
La novela más reciente de Gioconda
Belli (Nicaragua, 1948) se impone la
tarea de abarcar el infinito en la pal-
ma de la mano a partir de la recrea-
ción de un mito fundacional: Adán y
Eva durante y después del Paraíso.
Frente al legado bíblico,la autora urga
en versiones apócrifas y en su imagi-
nación para presentarnos una visión
complementaria, con pinceladas rea-
listas a veces,impresionistas y surrea-
listas en otras más, y así plasmar un
fresco imaginativo del primer Edén,
sus habitantes y alrededores. ¿Qué
sintió Adán cuando se percibió en me-
dio del jardín? ¿Por qué si estaba ple-
no se sentía solo? ¿De qué se alimen-
taba? ¿Con qué ojos miró a la mujer
que le extrajeron del costillar y de su
primer sueño? Son algunas de las mu-
chas interrogantes que Belli responde
de forma puntual y casi siempre poé-
tica.Un ejemplo:
Y fue.
Súbitamente. De no ser, a ser cons-
ciente de que era.Abrió los ojos, se to-
có y supo que era un hombre, sin sa-
ber cómo lo sabía. Vio el Jardín y se
sintió visto. Miró a todos lados espe-
rando ver a otro como él.
Mientras miraba,el aire bajó por su
garganta y el frescor del viento des-
pertó sus sentidos. Olió. Aspiró a ple-
no pulmón. En su cabeza sintió el re-
voloteo azorado de las imágenes
buscando ser nombradas. Las pala-
bras, los verbos surgían limpios y cla-
ros en su interior a posarse sobre
cuanto lo rodeaba. Nombró y vio lo
que nombraba reconocerse. La brisa
batió las ramas de los árboles. El pá-
jaro cantó. Las largas hojas abrieron
sus manos afiladas. ¿Dónde estaba?,
se preguntó. ¿Por qué aquel cuya mi-
rada lo observaba no se dejaba ver?
¿Quién era?
El guión original es demasiado podero-
so como para tomarse muchas liberta-
des, pero hay intentos, varios de ellos
resultado de una larga investigación
en fuentes antiguas: el Árbol del Cono-
cimiento no es un manzano sino una
higuera; no son dos los hijos de la pri-
mera pareja sino cuatro: Caín y Abel,
la bella Luluwa y la simiesca Aklia; no
es sólo por la envidia por las ofrendas
del hermano que el agricultor Caín da-
rá muerte al pastor Abel, sino por los
celos provocados por el deseo carnal
hacia una de las dos hermanas; el ori-
gen de l a humani dad se remont a a
Aklia, la hija de rasgos y comporta-
miento antropoides que así resulta ser
el eslabón perdido que vincula al Gé-
nesis con la teoría evolucionista…
En ningún momento la autora pre-
tende parodiar, distorsionar, disentir
verdaderamente del canon. Su inten-
ción es otra: recrear, completar la ver-
sión original y tradicional, solazarse
con su indiscutible don poético e ima-
ginativo como un pequeño dios para
nombrar lo que aun de esa historia no
ha si do nombrado. El resul t ado, no
una novela con trama e hilos y nudos
de tensión, sino una alegoría, una glo-
sa, un relato —eso sí, magníficamente
contado. Sin embargo, no deja de sor-
prender que dos jurados (el del Premio
Biblioteca Breve y el Sor Juana de la
FIL) hayan considerado premiar como
novela a El infinito en la palma de la ma-
no —aunque no demasiado sorpren-
dente si se considera que la tentativa
i ni ci al y el trabaj o del l enguaj e son
muy seductores.
Entre los elementos que Gioconda
Belli propone a la trama ori gi nal se
encuentra el de dotar al personaje de
Eva de una relevancia desestabilizado-
ra al orden divino: será ella —la curio-
sa, la irreverente— quien cargue con
el papel dinámico que habrá de poner
en crisis la eternidad inmóvil, lo mis-
mo al comer la fruta prohibida que al
buscar respuesta a las preguntas que
su mente ágil no se cansa de formular.
Sin embargo, esta idea, que en algún
mo me n t o p u d o s e r c a l i f i c a d a d e
transgresora, ha venido a convertirse
en el lugar común de una perspectiva
feminista que busca legitimar el papel
de las mujeres a lo largo de la historia.
No creo que nadie en su sano juicio
pueda cuestionar esa presencia, pero
cuando una idea se vuelve consigna
en literatura ya no estamos creando
personajes y encarnándolos de huma-
nidad, sino urdiendo entelequias ideo-
logizadas, y haciendo proselitismo en
uno de los pocos reductos donde lo
humano es poliforme y contradicto-
riamente proteico: el arte. Bajo esta
premisa, no es de sorprenderse que se
asigne a Eva el papel de iniciadora del
arte rupestre al pintar con los restos
de una fogata las paredes interiores de
u n a c u e v a mi e n t r a s e s p e r a a q u e
Adán retorne de sus labores de caza y
recolección.
En de s c ar g o s e ñal ar é uno de l os
p o c o s mo me n t o s d e t e n s i ó n d e l a
h i s t o r i a , e l q u e me p a r e c e me j o r
anudado y en el que la pasión —no
las intenciones— mueve a los perso-
najes: el episodio de la rivalidad de
Caín que culmina en el primer asesi-
nato. Y que sea por el amor de una
mujer nos habla intrincadamente de
u n c o n f l i c t o d e l c o r a z ó n h u ma n o.
Que Lul uwa sea l a nueva manzana
en di s c ordi a es mat er i a novel es c a,
como también lo habría sido el deseo
de Adán por esa hermosa muchacha,
que en el relato se queda como una
mera sugerencia incestuosa y que la
aut ora de c i di ó no aprove char. Una
lástima: ahí estaba la verdadera car-
ne de la novela. Así pues, El infinito en
la palma de la mano es un libro de al-
cances finitos, que se deja leer por la
atinada e imaginativa prosa de una
escritora de afamada trayectoria, con
varios premios, seis libros de poesía
(se destacan De la costilla de Eva y El
ojo de la mujer) y cinco novelas (entre
el l as La muj er habi tada y Sofí a de l os
presagios), cuya temática es siempre
trinchera feminista.


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