Conversaciones con Mariana sobre el tigre
…ya mi niñez me hará la segunda voz.
Horacio Ferrer / Astor Piazzolla
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I
¿Qué hace el tigre anillado por la sombra saltando entre la lumbre circular?
¿En su piel de félido está por siempre el fuego saltando entre círculos de sombra?
¿Qué hace el tigre siendo un universo para sí mismo?
¿Qué hace la sombra tratando de perpetuar, aprisionando en su piel, la lumbre en constante fuga?
¿Qué hace Mariana aprisionando al tigre escrito en su cuaderno de aire?
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II
Le bastará su propia jaula al tigre para andar suelto por todo este circo.
Traza el felino círculos de pánico en un solo sitio, para después mirar, inmóvil, siendo esfinge, las gradas insaboras y pensar en carnadas fáciles.
Saco al tigre del poema, entonces, para mantener la calma entre la gente, y Mariana, cruzada de brazos, me dice:
Ahora todo riesgo ha desaparecido,
¿para qué sirve así un poema?
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III
Escribo Tigre mientras pienso en la palabra Solar.
Para alumbrar este poema necesitaré al gato salvaje que brinca entre aros encendidos, pero no escribiré sobre esas argollas de fuego ni sobre el catrín que lo obliga a saltar, me basta la incandescencia propia del felino.
Pensaré en una vela o una naranja para escribir sobre su atuendo de minino elegante.
Cuando termine el poema, entonces dejaré en paz al tigre en su celda doblemente enjaulado y a la palabra Solar la devolveré a los naranjos.
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Hubo un tiempo de aguacero
Para Mariano Becerra
Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos, sin cesar.
Charles Baudelaire
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I
En el aserradero el niño carga como bestia la viga, la tormenta gélida se deshace y se osamenta sobre su espalda lánguida y amarga.
El vino sobre el párvulo aletarga el cansancio, la lluvia y la herramienta.
Bebe el niño pues ya se acerca lenta, cual víbora, la noche ciega y larga. Toma y se lleva su alma con las manos, le quita las astillas con más vino, con allegro y grandeza de artesanos.
Y se va como un dios por el camino.
Testigo fue la tarde de aguacero que vio al niño ebrio en el aserradero.
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II
Que no me agarre otro desvarío estando desarmado de palabras.
Grande es el delirio y tan corta la voz para nombrar la eternidad de la ebriedad bajo el aguacero.
Que la lluvia lo haga arcángel y que el verso le construya el reino.
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III
Él es del vino para no ser de la tormenta para forjar su pecho de hierro de aguacero y entre el párvulo vientre y el crecido madero se entrevé un ángel ebrio y una tarde violenta.
La lluvia también guarda un brillo de ladera.
El niño escucha claro el rumor del canario, la voz del mirto, el álamo, la pausa del corsario y el canto de la máquina cortando la madera.
Tiempo, bendice al niño (de todos) que se pierde entre la vejez cruel como único asidero.
Arrebátale el suero de odio que él feroz muerde, la carne de piedad y el dios y el fruto verde.
Serás testigo, Tiempo preñado de aguacero, que viste al niño ebrio en el aserradero. ~
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• Manuel Becerra Salazar (Ciudad de México, 1983) es autor de los poemarios Cantata castrati y Los alumbrados (Premio Nacional Enrique González Rojo, 2008).
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