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Violencia y medios
Este País | Alejandra Lajous* | 06.01.2011 | 1 Comentario

¿Cómo deben comportarse los medios ante los crecientes actos de violencia que azotan al país? ¿Vale darles resonancia directa en radio y televisión, a riesgo de amplificarlos? ¿Conviene obviar algunos de sus aspectos, a riesgo de desinformar? Alejandra Lajous se refiere a éstas y otras interrogantes en la columna que Este País dedica mes a mes a la reflexión sobre la dimensión ética del periodismo.

Pa­ra to­dos re­sul­ta evi­den­te que la lu­cha con­tra el nar­co­trá­fi­co es tam­bién una gue­rra me­diá­ti­ca. Por ello, es opor­tu­na la con­vo­ca­to­ria de Es­te País a re­fle­xio­nar so­bre el pa­pel de los me­dios de co­mu­ni­ca­ción en el con­tex­to de vio­len­cia que exis­te en Mé­xi­co.

“El nar­co­trá­fi­co sue­le gol­pear dos ve­ces: en el mun­do de los he­chos y en el de las no­ti­cias, don­de ra­ra vez en­cuen­tra un dis­cur­so opo­nen­te. La te­le­vi­sión acre­cien­ta el ho­rror al di­fun­dir en clo­se up y cá­ma­ra len­ta crí­me­nes con di­se­ño ‘de au­tor’”, es­cri­bió Juan Vi­llo­ro en el tex­to que le va­lió el Pre­mio In­ter­na­cio­nal de Pe­rio­dis­mo Rey de Es­pa­ña.

En es­ta gue­rra, los pe­rio­dis­tas se aven­tu­ra­ron a in­for­mar sin ma­yor pre­pa­ra­ción y sin que sus ca­sas edi­to­ras com­pren­die­ran a ca­ba­li­dad el ries­go que to­dos es­ta­ban to­man­do. Se ha ve­ni­do cu­brien­do am­plia­men­te la des­truc­ción que cau­sa la lu­cha con­tra las dro­gas, sin ter­mi­nar de en­ten­der que los di­fe­ren­tes ban­dos es­tán uti­li­zan­do a la pren­sa pa­ra ha­cer pro­pa­gan­da de su fuer­za y su ca­pa­ci­dad de te­rror.

Los me­dios de co­mu­ni­ca­ción tu­vie­ron que vi­vir ase­si­na­tos en su gre­mio pa­ra sen­tir­se vul­ne­ra­bles. Y no es­ta­mos ha­blan­do só­lo de re­por­te­ros po­co co­no­ci­dos o de me­dios lo­ca­les. El te­mor, la pre­cau­ción, ya se de­jan ver en los me­dios na­cio­na­les. Na­die pue­de sen­tir­se se­gu­ro, pues los cri­mi­na­les sí tor­tu­ran y ma­tan apa­ren­te­men­te sin lí­mi­te al­gu­no. No les im­por­ta dis­pa­rar con­tra ele­men­tos del ejér­ci­to, pe­rio­dis­tas, can­di­da­tos a pues­tos de elec­ción po­pu­lar o ci­vi­les. Ha­cen lo que es útil al car­tel, pun­to.

La rea­li­dad es­tá obli­gan­do a cues­tio­nar la po­lí­ti­ca que si­gue el go­bier­no y la for­ma co­mo los me­dios es­tán di­fun­dien­do las imá­ge­nes de col­ga­dos, los char­cos de san­gre, los men­sa­jes su­pues­ta­men­te es­cri­tos por nar­co­tra­fi­can­tes. ¿Por qué dar tan­ta im­por­tan­cia a las de­cla­ra­cio­nes y no al con­tex­to que nos per­mi­ta en­ten­der lo que es­tá ocu­rrien­do?

Só­lo re­cien­te­men­te han apa­re­ci­do es­tu­dios que bus­can ex­pli­car có­mo y por qué sur­gen las pan­di­llas y có­mo son cap­ta­das por los car­te­les, cuá­les son las vio­la­cio­nes que co­me­te el ejér­ci­to, cuán­tos po­lí­ti­cos es­tán co­rrom­pi­dos, qué so­lu­cio­nes so­cia­les y cul­tu­ra­les exis­ten.

Los me­dios y los ciu­da­da­nos de­be­mos pre­gun­tar­nos có­mo ac­tuar pa­ra no co­la­bo­rar de ma­ne­ra in­vo­lun­ta­ria con los ene­mi­gos del Es­ta­do me­xi­ca­no. En es­te sen­ti­do, con­vie­ne tra­tar de ha­cer es­te de­ba­te lo más in­clu­yen­te po­si­ble. No in­for­mar es ma­lo, pe­ro ha­cer­lo con mor­bo o fue­ra de con­tex­to es de­sin­for­mar. El ciu­da­da­no le da otra vic­to­ria in­vo­lun­ta­ria al te­rro­ris­mo cuan­do aban­do­na su ca­sa y sus ne­go­cios, cuan­do les de­ja la pla­za.

Si nos atre­ve­mos a ver más allá de nues­tras na­ri­ces, en­con­tra­mos que en di­fe­ren­tes mo­men­tos y lu­ga­res se han es­ta­ble­ci­do có­di­gos de éti­ca y con­ven­cio­nes pe­rio­dís­ti­cas pa­ra ca­mi­nar de ma­ne­ra ra­zo­na­da. Cir­cuns­tan­cias co­mo las que es­ta­mos vi­vien­do en Mé­xi­co de­be­rían lle­var­nos a cam­biar la for­ma de re­la­cio­nar­nos en­tre los me­dios, en­tre las per­so­nas y en­tre am­bos y el Es­ta­do.

No es ne­ce­sa­rio que to­dos los me­dios se pon­gan de acuer­do. Co­mo co­men­ta­ba Ray­mun­do Ri­va Pa­la­cio en el nú­me­ro de sep­tiem­bre de 2010 de Es­te País, bas­ta “la vo­lun­tad del res­pon­sa­ble edi­to­rial del me­dio pa­ra es­ta­ble­cer una se­rie de pro­ce­di­mien­tos y po­lí­ti­cas edi­to­ria­les en un bre­ve có­di­go de prác­ti­cas que sea com­par­ti­do por la plan­ti­lla edi­to­rial”. En su ar­tí­cu­lo, Ri­va Pa­la­cio de­ta­lla sus su­ge­ren­cias con­cre­tas.

Per­so­nal­men­te veo po­co fac­ti­ble que se dé un acuer­do for­mal en­tre los me­dios. No creo que la his­to­ria y la for­ma de ope­rar de los me­dios en Mé­xi­co lo pro­pi­cien. Lo que sí veo po­si­ble es que los me­dios de co­mu­ni­ca­ción, so­bre to­do los na­cio­na­les, mo­di­fi­quen la ma­ne­ra y el pe­so que le dan a la in­for­ma­ción so­bre la vio­len­cia en Mé­xi­co. De he­cho, de al­gu­na ma­ne­ra ya es­tá su­ce­dien­do.

Las en­cues­tas de­mues­tran que es ca­da vez me­nor el nú­me­ro de los me­xi­ca­nos que creen que el go­bier­no va a ga­nar el com­ba­te con­tra el nar­co­trá­fi­co en la for­ma en que lo tie­ne plan­tea­do. Otros da­tos es­ta­dís­ti­cos han pues­to en evi­den­cia que los me­xi­ca­nos atra­vie­san por un es­ta­do de de­sá­ni­mo ge­ne­ral. Es­ta de­pre­sión co­lec­ti­va ha­ce que a la gen­te le re­sul­te muy po­co atrac­ti­vo es­tar vien­do es­ce­nas cru­das, apa­bu­llan­tes, cruen­tas, y bus­que aco­mo­dar­se a una nue­va rea­li­dad, de la que a ra­tos ne­ce­si­ta ol­vi­dar­se pues no le ve sa­li­da. No cues­ta mu­cho en­ten­der el im­pac­to de la vio­len­cia en el es­ta­do de áni­mo de las per­so­nas.

Por su par­te, los me­dios quie­ren ex­po­ner me­nos a su per­so­nal en su co­ber­tu­ra de la vio­len­cia y arries­gar me­nos ca­pi­tal po­lí­ti­co en una lu­cha que, co­mo es­tá plan­tea­da, no se ve que va­ya avan­zan­do co­mo el go­bier­no su­gi­rió que lo ha­ría.

To­dos bus­ca­mos aco­mo­dar­nos a la nue­va rea­li­dad que no tie­ne un lí­mi­te de­fi­ni­do en el ho­ri­zon­te.

Lo es­ta­ble­ci­do has­ta aho­ra por los di­fe­ren­tes me­dios es cla­ra­men­te in­su­fi­cien­te. Por ello no hay que sol­tar el te­ma. Los me­dios son un bien pú­bli­co y de­ben pro­cu­rar re­fle­jar lo que ocu­rre en nues­tra vi­da pú­bli­ca. A no­so­tros —lec­to­res, ra­dioes­cu­chas, te­le­vi­den­tes, ci­ber­nau­tas— nos co­rres­pon­de de­man­dar­lo.

Los me­dios de co­mu­ni­ca­ción de­ben con­si­de­rar, co­mo di­jo Car­los So­ria, au­tor de La éti­ca de las pa­la­bras mo­des­tas, que “evi­tar la exal­ta­ción de la vio­len­cia es in­for­mar des­de las víc­ti­mas, no des­de la pers­pec­ti­va de los vio­len­tos. Y tam­bién es in­for­mar de aque­llo que los vio­len­tos no quie­ren que se se­pa. Un ex­ce­so de in­for­ma­cio­nes vio­len­tas o la in­ten­si­dad de la in­for­ma­ción de la vio­len­cia pue­den in­sen­si­bi­li­zar a los ciu­da­da­nos. La in­sen­si­bi­li­dad tri­via­li­za la vio­len­cia, pro­du­ce has­tío so­cial, vuel­ve in­di­fe­ren­tes a las so­cie­da­des, ener­va los me­ca­nis­mos de res­pues­ta so­cial”.

Creo que se de­be de­sa­rro­llar, par­ti­cu­lar­men­te en los me­dios ma­si­vos, pe­ro no só­lo en ellos, si­no en to­do el sis­te­ma edu­ca­ti­vo, una con­cien­cia cí­vi­ca de res­pe­to a la le­ga­li­dad. En ese ca­mi­no ha tra­ba­ja­do con éxi­to Si­ci­lia al de­cla­rar: “Pa­ler­mo no es la ma­fia. La ma­fia no es Pa­ler­mo”.

Co­mo bien di­jo Fe­de­ri­co Re­yes He­ro­les en la re­vis­ta Et­cé­te­ra: “La de­bi­li­dad del Es­ta­do me­xi­ca­no se mues­tra, en­tre otras co­sas, en que mu­chos de sus usu­fruc­tua­rios ni si­quie­ra sa­ben que per­te­ne­cen al Es­ta­do”. De­be­mos man­dar el men­sa­je de que la ile­ga­li­dad no pa­ga y de que nues­tro fu­tu­ro es­tá li­ga­do al de nues­tra co­mu­ni­dad y al de nues­tro país en su con­jun­to.

*Ex Directora General de Canal 11, actualmente es productora de contenidos para televisión.

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