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El dragón abre los ojos
Escala Obligada | Este País | Mario Guillermo Huacuja | 01.12.2011 | 0 Comentarios

Mientras que muchos países de Occidente enfrentan una de las mayores crisis de la historia reciente, China sigue escalando lugares entre las economías más fuertes del mundo. Sin embrago, no todos son casos de éxito. El progreso trae consigo carestía y hay sectores importantes de la población que se están quedando atrás.

Para alimentar la incredulidad y el asombro de todos los economistas —de aquellos que creen que las actividades productivas de las naciones tienen un sentido predecible y que confían a ciegas en la lógica implacable de la libre empresa—, China se ha convertido en un fenómeno que desafía las leyes y pronósticos elementales de las disciplinas económicas. Ahora resulta que después de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, el desarrollo capitalista más veloz y voraz del mundo es el de un país que se ostenta como una dictadura del proletariado.

Desde que el Partido Comunista de China se decidió a abrir las compuertas del libre comercio, las exportaciones baratas y el amor al dinero, el país ha tenido un crecimiento espectacular, muy ajeno a las crisis y los descalabros de los emporios tradicionales del capitalismo en Norteamérica y Europa. Aunque este año su ritmo de crecimiento bajó a un nada despreciable 9.2% al cierre trimestral, en 2007 llegó a estar por encima de 12% anual. La nación se ha convertido en una verdadera locomotora productiva, impulsada por los bajos salarios y la fuerza de trabajo de mil 300 millones de habitantes.

Ese fenómeno ha desatado un oleaje de envidia y temor en las democracias de Occidente. Hasta Japón, su vecino y rival histórico en la saga de las dinastías orientales, ha tenido que tragarse su orgullo al ser desplazado al tercer lugar en el medallero de las economías más poderosas del mundo. La plata ahora es para China. Y su vertiginoso ascenso se observa en todos los rincones del planeta. En Las Vegas, por ejemplo, los elegantes mafiosos japoneses han tenido que ceder sus asientos en los casinos a los nuevos apostadores chinos. En París, donde los bolsos para dama se cotizan en miles de dólares, las mujeres chinas entran a las boutiques de marca y arrasan con todos los modelos. Lo curioso es que no lo hacen por el frívolo encanto de estar a la moda, sino para copiar la extravagancia y ligereza de los diseños de Prada, Gucci, Valentino. Esas mujeres no son modelos de revistas. No buscan el toque de la elegancia. Son empresarias, están trabajando. Les gusta el dinero, pero para ponerlo en marcha.

Aplicando rigurosamente las técnicas productivas para mercados masivos, en China el arte se ha convertido en una impresionante maquinaria de producción en serie. Al norte de Hong Kong existe un pueblo especializado en la pintura de los grandes maestros, algo que hubiera llevado a Van Gogh a perpetrar un nuevo suicidio. Se llama Dafen y es una villa donde se mueven miles de pinceles. Pero no se piense en un barrio resplandeciente al estilo de la colina de Montmartre en París, donde los pintores recrean su universo interior en imágenes originales llenas de creatividad. No, en Dafen hay miles de pintores que salen de las escuelas de bellas artes de todo el país para plasmar sus conocimientos en un industria robotizada, en la que cada pintor se especializa en una porción de una obra de arte, en determinada técnica, en ciertos tonos y colores, y de esa forma —por el esfuerzo de varias manos— salen diariamente cientos de autorretratos de Van Gogh, Giocondas de Leonardo da Vinci, bañistas de Renoir, parques de Monet, mujeres tropicales de Gauguin, besos de Gustav Klimt, bodegones de Paul Cézanne.

Las cifras de esta industria son impresionantes. En Dafen laboran 10 mil pintores que exportan más de 5 millones de obras de arte a los hoteles, restaurantes y centros comerciales de los cinco continentes.

Ante ese éxito extraordinario, ya nadie recuerda que en los años cruentos de la Revolución Cultural —ese movimiento extremista promovido por Mao Tse-Tung para imponer sus propios dogmas— el ejército rojo encendió piras con los cuadros de los pintores más famosos del mundo porque eran parte del tristemente célebre “arte burgués”. Esas mismas obras que fueron condenadas a las cenizas de la hoguera años atrás, ahora se venden por 35 dólares al mejor postor, independientemente de su ideología.

Y si de lujos se trata, China se está posicionando como un surtidor inagotable de esta clase de artículos. Ahí están las perlas, por ejemplo. En el pequeño pueblo de Zhuji —anclado en la provincia de Zhejiang, en la región centro-oriental del país— hay empresarios que organizan la producción masiva de perlas de media pulgada, extraídas de lagos de agua dulce que han surgido de los antiguos cultivos de arroz.

Aquí también la producción es masiva. La exportación va al alza y los precios tienden a la baja. Pero lo sorprendente es que la calidad de las perlas chinas es superior a la de cualquier otro lugar del mundo. En Tahití, que había sido la potencia a vencer en el mercado de las perlas, las ostras de agua marina escasean cada vez más y sus productos son cada vez más caros. Mientras en China una perla de media pulgada se cotiza entre 4 y 8 dólares, las de Tahití cuestan entre 25 y 35 dólares.

La clave de la producción china es una de las simbiosis más comunes del capitalismo moderno: la alianza entre las empresas y las universidades para mejorar los procesos. En Zhuji, la principal compañía productora de perlas está financiando la investigación científica de la secuencia del genoma de las ostras en la Universidad de Zhejiang, con el fin de obtener perlas de mejor calidad. Si a esto se añade la invención de una maquinaria que fotografía y selecciona las perlas para ordenarlas de acuerdo a sus tamaños y calidades, la producción en serie está garantizada.

Y aquí viene lo mejor del asunto: para poder cultivar las perlas, la empresa está contratando trabajadores jóvenes que se dedican a insertar tejidos ajenos a las ostras y sustancias genéticamente tratadas, con el propósito de lograr el tamaño adecuado de las perlas en menos de cuatro años. Algo así como perlas transgénicas de mejor calidad. En esta labor, los trabajadores ganan más de 20 dólares diarios, lo cual está originando una clase obrera mucho mejor pagada que en los tiempos de Mao.

La producción de perlas chinas está modificando las tendencias del mercado mundial. En los aparadores de Manhattan los mejores collares de perlas tahitianas se venden en 14 mil dólares, mientras que los chinos se ofrecen en mil 800 dólares. Aunque los conocedores desconfían profundamente de la calidad de los productos chinos, lo cierto es que las señoras norteamericanas de clase media aplauden de emoción ante el anzuelo de collares de perlas a precios accesibles.

Pero ése es un extremo de la nueva bonanza china. No se piense que en el nuevo capitalismo chino no existen contradicciones. En el país hay ciudades con hacinamientos decrépitos, como Shangai, y ciudades auténticamente deshabitadas. Basta asomarse en Google Maps a la ciudad de Ordos, en el desierto de Mongolia, para descubrir que se trata de una ciudad moderna, de amplias avenidas arboladas, con edificios de la más fina estética, museos ovalados, fraccionamientos impecables al estilo Texas, esculturas emblemáticas, centros comerciales enormes, parques y esquinas destinadas al comercio… pero vacía. Sí, una ciudad vacía.

Se trata de una urbe completa, con todos los servicios, pero deshabitada y fantasmal, donde los precios de los condominios son inaccesibles para el común de los habitantes. Fundada en 2001, cuando el nuevo milenio despuntaba al mundo, la ciudad de Ordos fue creciendo vertiginosamente en una franja del desierto a lo largo del Río Amarillo. Impulsada por una economía en auge y con deseos de avasallar al mundo con sus cifras, Ordos se fue expandiendo con una inversión de 600 mil millones de dólares y el sueño de albergar más de un millón de habitantes.

Sus orígenes son parecidos a los de la fiebre del oro californiano durante el siglo XIX. Ordos floreció en una zona de grandes yacimientos de carbón y gas natural, y su futuro se diseñó en función de la enorme necesidad energética del país. Sólo faltaba iniciativa. El gobierno espoleó a sus burócratas más dedicados para convertirlos en empresarios, y la derrama de dinero no se hizo esperar. Con créditos baratos, los pioneros pusieron en marcha las minas de carbón. Los nuevos ricos fueron ensanchando sus propiedades, y los precios se dispararon al cielo. Los bienes raíces devinieron inversiones a largo plazo, y los primeros en llegar al edén de la fortuna se convirtieron a la postre en los únicos habitantes de la ciudad. Hoy en día, los departamentos en Ordos valen arriba de 100 mil dólares, un precio inaccesible para un trabajador que en promedio gana 6 mil dólares al año.

Ordos parece el reflejo invertido de las ciudades abandonadas por los mayas. Mientras éstas son el testimonio deslumbrante de una cultura que se fue, en Ordos se respira el vacío de una cultura que no llega. La ciudad es también un punto de quiebre de la historia china. Una arquitectura magnífica y un silencio sepulcral rodean la plaza central, donde un conjunto compuesto por una sala de conciertos, un teatro y un museo rodea una colosal escultura de Gengis Kan.

De Mao Tse-Tung, ni los fantasmas se acuerdan.

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MARIO GUILLERMO HUACUJA ha sido profesor universitario, comentarista de radio, guionista de televisión y funcionario público.

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