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Atrapados sin salida
Cultura | Este País | Galaxia Gutenberg | Ocios Y Letras | Miguel Ángel Castro | 03.06.2012 | 0 Comentarios

Sigo con mi rollo, digo, con los hilos de mi artículo sobre texto y sus derivaciones en la era de la electrónica, que me llevan a comentar otra proximidad entre el mundo de la escritura y el de los textiles o las telas. Una de las metáforas fundamentales es, sin duda, la tela de Penélope, labor y palabra que le permitía distraer el acoso de los pretendientes que daban por muerto a Odiseo o Ulises. Antínoo, uno de aquellos, revela la treta de la fiel esposa:

Tres años van con este, y pronto llegará el cuarto, que juega con el corazón de los aquivos. A todos les da esperanza, y a cada uno en particular le hace promesas y le envía mensajes; pero son muy diferentes los pensamientos que en su inteligencia revuelve. Y aún discurrió su espíritu este otro engaño: se puso a tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable… Desde aquel instante pasaba el día labrando la gran tela, y por la noche tan luego como se alumbraba con las antorchas deshacía lo tejido. De esta suerte logró ocultar el engaño y que sus palabras fueran creídas por los aqueos durante un trienio…

No se trataba de una espera silenciosa pues, como hemos visto, la noble Penélope le tiraba un rollo a cada uno de los asiduos pretendientes. Esta expresión coloquial hace referencia a un sustantivo que procede del latín rotulus, cilindro, y que sirve para designar, según el Diccionario de la lengua española, a la ‘materia que toma forma cilíndrica por rodar o dar vueltas’; ‘en ciertos oficios, como el de pastelero, el de chocolatero, etc., al cilindro de madera, piedra, metal u otra materia dura, que sirve para labrar’; a un ‘cono truncado que sirve para fines análogos’; al ‘madero redondo descortezado, pero sin labrar’; a la ‘porción de tejido, papel, etc., que se tiene enrollada en forma cilíndrica, como rollo de estera, de tabaco’; a la ‘película fotográfica enrollada en forma cilíndrica’; al ‘canto rodado de forma casi cilíndrica’; a la ‘persona o cosa que resulta aburrida, pesada o fastidiosa’; al ‘papiro u otro material laminado que, enrollado, constituía el libro en la Antigüedad’; a una ‘columna de piedra, ordinariamente rematada por una cruz, que antiguamente era insignia de jurisdicción y que en muchos casos servía de picota’; en forma coloquial a una ‘relación amorosa, generalmente pasajera’, a cierta ‘tendencia, inclinación, actitud o modo de ser’, por ejemplo: “No me gusta el rollo de tus compañeros”; a un ‘asunto del que se habla o trata’: “Ya tengo preparado el rollo para la conferencia”; a una ‘impresión o sensación’ como en “Las películas de terror me traen mal rollo” o “Me da mal rollo que te cases tan joven”. En lo que el lexicón considera jerga, la voz rollo hace referencia al ‘mundo de la droga o de la marginación’; e ir alguien a su rollo u ocuparse de su rollo es ‘ir a lo suyo, ocuparse de sus propios asuntos’. El Diccionario de mexicanismos consigna dos usos coloquiales de rollo, como ‘asunto complicado’: “El examen fue todo un rollo”; y como interjección ¡qué rollo!, ‘expresión para indicar sorpresa o desconcierto: “¡Qué rollo con esa señora! Me echó el coche y tenía el alto”. (Los subrayados son nuestros).

Textos, rollos y mensajes, que dan cuerpo a noticias, anuncios, artículos, ensayos, historias, crónicas, cuentos, poemas, relatos, dramas, biografías, consejos, pensamientos, denuncias, insultos, chismes, humoradas, chistes y hasta novelas, encontraron una síntesis, lamentablemente poco literaria, en la palabra información. Comenzó a repetirse que ya estábamos en la sociedad de la información, unidos sin remedio a una computadora y atados a un teléfono celular o móvil. Lo cierto es que desde hace un par de décadas la escritura viaja a velocidades extraordinarias por carreteras que llegan a todos los rincones del planeta. De este modo han aparecido numerosas palabras y siglas para designar esas novedades y, como por lo general proceden del inglés, así suelen pasar a formar parte de nuestro vocabulario, salvo algunas excepciones. No extraña entonces que aquellos interesados en el buen uso del español quieran saber cómo se han adaptado o traducido. Los atendemos.

Las siglas TIC y NTIC significan Tecnologías de la Información y la Comunicación y Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, respectivamente; estas tecnologías agrupan, como se sabe, todo lo relativo a la informática y las telecomunicaciones.

Llegaron los mouses, y les disputaron su espacio con relativo éxito los ratones, estos dieron lugar a los verbos cliquear y clicar, al parecer necesarios para referirse a la acción de apretar alguno de sus botones, sin embargo es preferible, según la Academia, emplear la locución hacer clic.

Se extendió rápidamente sobre el mundo una invisible red, que pronto no nos dejará salida alguna, traducción de la voz inglesa web y abreviatura de World Wide Web (www), nombre que designa al servicio de internet. Así apareció la página web, que puede llamarse también página electrónica o ciberpágina.

Gracias a la red, abrimos correos, muy a pesar de quienes prefieren decir mails, influidos seguramente por los nombres de las principales empresas que dan este servicio, y nos mensajeamos, es decir que nos enviamos mensajes electrónicos. Y si nos inscribimos al Messenger u otro servicio de comunicación inmediata semejante, chateamos, del inglés chat, ‘charla’ o ‘conversación’, forma que por su brevedad y eficacia pronto se extendió entre los hablantes del español, de manera que entrar al o estar en el chat, es entrar o estar en internet. Chat se puede sustituir por los equivalentes españoles cibercharla o ciberplática. Los usuarios del chat suelen usar nicks (acortamiento de nickname), que no son otra cosa que seudónimos o alias.

Los cibernautas acompañan con frecuencia sus mensajes con emoticonos, que curiosamente tuvieron origen en el siglo XIX, pues de acuerdo con la Wikipedia, el National Telegraphic Review and Operators Guide en abril de 1857 documentó el uso del número 73 en código Morse para expresar ‘amor y besos’; asimismo nos informa que los cuatro emoticonos tipográficos más comunes, que expresan alegría, melancolía o tristeza, indiferencia y sorpresa, fueron publicados en 1881 por la revista satírica norteamericana Puck. Un emoticono era en un principio una secuencia de puntos, comas, paréntesis, guiones y rayas (en cómputo son conocidos como caracteres ascii, pronúnciese [aski]), que se disponían de forma tal que representaban emociones en una supuesta cara. El término emoticono es un neologismo formado por las palabras emoción e ícono. En algunos países latinos son llamados emoticones o caretos. Los emoticonos tuvieron tanto éxito que pronto se produjeron cientos de ellos, así como se crearon imágenes que expresan, además de estados de ánimo, ideas y describen situaciones o cosas. Vale la pena preguntarse si no estamos ante el uso de estas diminutas imágenes como un nuevo código de comunicación básica o elemental.

Blog es una abreviatura del inglés weblog que, según el Diccionario panhispánico de dudas hace referencia a un ‘sitio electrónico personal, actualizado con mucha frecuencia, donde alguien escribe a modo de diario o sobre temas que despiertan su interés, y donde quedan recopilados asimismo los comentarios que esos textos suscitan en sus lectores’. La traducción que se ha hecho de este término en español, advierte la Fundéu BBVA, es bitácora, cuaderno de bitácora, ciberbitácora o ciberdiario pero el uso ya ha asentado en nuestra lengua el término blog escrito en redonda, es decir, sin comillas ni cursiva y su plural es blogs, como cómics, esnobs o cracs. Además, nos informa dicha fundación, que se han instalado en el español derivados como bloguero (persona que escribe en un blog), bloguear (escribir en un blog) o blogosfera, término que hace referencia al conjunto de los blogs (en nuestro país se pronuncia como esdrújula: blogósfera), palabras que proceden, a su vez, de adaptaciones empleadas en inglés: blogger, blogging y blogosphere, respectivamente. Por ahora, queridos lectores, creo que es todo. :-)

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MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios, fue director de la Fundéu México y actualmente coordina el servicio de Español Inmediato.

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