Con su permiso, y si no, pues ya ni modo, haré referencia a tres historiadores de nuestra cultura escrita por obra y generosidad de uno de ellos, un investigador, discreto como pocos, que ha consagrado cuatro décadas de trabajo a la literatura apresada por periódicos y revistas con el propósito de precisar quién es quién en nuestra república de las letras. Con tal empeño ha indagado que sabe lo que no sé si deba saberse. Su modestia es tanta y tan verdadera que casi ofende cuando se le habla. Para conocer lo que piensa es necesario tener paciencia para encontrar el momento en el cual se decide a conversar o a tomar la palabra porque nada aprecia más que su libertad. Así, he tenido la fortuna de tratar a Sergio Márquez, a quien me refiero y a quien conocí en la Biblioteca Nacional cuando me incorporé al Instituto de Investigaciones Bibliográficas hace más de una veintena de años. Fiel colaborador y muy cercano a María del Carmen Ruiz Castañeda, sobresaliente historiadora de la prensa y la literatura, quien fue directora de la Hemeroteca Nacional y luego del Instituto, y uno de los personajes a los cuales deseo aludir. Ambos han estudiado los seudónimos a tal punto que pueden considerarse como los mayores especialistas en esa materia en nuestro país. Nadie, a mi juicio, los supera. La prueba es su Diccionario de seudónimos, anagramas, iniciales y otros alias usados por escritores mexicanos y extranjeros que han publicado en México editado por la unam en el 2000.
En días de noviembre del año pasado, en el marco de la conmemoración de los 45 años del Instituto orgullosamente universitario, Sergio Márquez se refirió a su mentora (como siempre la ha llamado), a “la maestra Ruiz Castañeda” y a Miguel Capistrán, a la amistad que cultivaron, a su gusto por la historia de la literatura y a los seudónimos que usaron. Los dos han sido muy apreciados por él, y me parece justo recordarlos, sobre todo ahora que Miguel Capistrán se separó de este mundo en septiembre, unos cuantos días antes de leer su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, así que le dedicamos este comentario, con la venia del curioso y tenaz seudonimófilo Sergio Márquez, quien nos contó que la maestra Ruiz Castañeda usó el alias de María del Carmen Rueda Magro y Castañeda, y dos seudónimos al alimón con Miguel Capistrán que figuran en algunos periódicos de los años sesenta: M.C. Rueda y Ángel M. Ruiz.
También recordó que Miguel Capistrán le puso a María del Carmen Ruiz Castañeda el ingenioso apodo de Vestal Hemerográfica una mañana de 1969 en el Café de Dante de la Hemeroteca Nacional. Asimismo consideró oportuno agradecer la generosidad que tuvo Capistrán para compartir sus indagaciones sobre seudónimos; él fue quien les proporcionó dos interesantes epígrafes para el Diccionario, uno de Adolfo Bioy Casares y otro de Fernando Pessoa. Poseía Capistrán información muy valiosa sobre la vida y las vicisitudes cotidianas de muchos escritores, y en particular era experto en los Contemporáneos; estudió, compiló y editó obras de José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Salvador Novo, etcétera, y es autor de Los Contemporáneos por sí mismos. Aficionado a los juegos de ingenio literario, como Salvador Novo, usó los siguientes seudónimos:
Carlos Cortázar.- Lo usó en Vida capitalina, suplemento de Novedades (1970). El seudónimo está compuesto por el nombre de pila del novelista mexicano Carlos Fuentes y el apellido paterno del escritor argentino Julio Cortázar.
Emecé.- Iniciales de su nombre, las empleó en el suplemento El Sol de México en la cultura, suplemento de El Sol de México (1977-1978).
In y out.- Suscribió en El Heraldo de México (1968) informaciones diversas acerca del medio cultural. Alias de mancomún con Roberto Páramo, este seudónimo escrito en inglés se halla inspirado por la entonces llamada “Mafia” de escritores (véase Luis Guillermo Piazza, La mafia), y designa dos personajes que se mueven en el campo de la cultura: uno se halla bien ubicado, esto es al día (In), y el otro personaje, el anverso, no está al día, se halla fuera de lugar, no está pertinentemente informado (Out).
Ángel Lagunes.- En El Heraldo de México (1966) escribió la sección “Gaceta cultural”; en el mismo periódico colaboró en otra sección titulada “Heraldo del estudiante”. El seudónimo se conforma por el segundo nombre de pila del escritor y su apellido materno.
Marcial Rojas.- Este seudónimo perteneció a la redacción de la revista Contemporáneos y en ella lo usaron Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza y Bernardo Ortiz de Montellano. El alias apareció en el año de 1930 en la revista Escala, donde lo usaron no se sabe si José o Celestino Gorostiza. Figuró también en El Espectador, periódico en el que colaboró este grupo de escritores. En el año de 1931 reapareció en Resumen, donde habitualmente escribían Novo y Villaurrutia, el primero como director. En Letras de México (1937), además de aquel grupo de autores, lo usó Octavio G. Barreda. Xavier Villaurrutia lo empleó en la revista Hoy (1937) y, posteriormente, a principios de los años cuarenta, en Jueves de Excélsior, al igual que en la revista México al día. Miguel Capistrán lo usó en 1966 en El Heraldo de México. Por su parte, José María González de Mendoza añade que Ortiz de Montellano lo usó como traductor de El rey leproso de Pierre Benoit, en 1931.
M.C. Rueda.- Seudónimo al alimón con María del Carmen Ruiz Castañeda. Suscribieron las primeras entregas de la sección “Tijeretazos” en las Últimas noticias de Excélsior, edición de mediodía. El seudónimo se formó con parte del real apellido paterno de María del Carmen Ruiz Castañeda más las iniciales que parecen ser de Miguel Capistrán.
Ángel M. Ruiz.- Como ya se señaló, compartió este nombre con María del Carmen Ruiz Castañeda en una sola ocasión en el artículo “¡Al diablo con la homonimia!” en Diorama de la cultura, suplemento de Excélsior (24 de marzo de 1968).
Vale copiar la definición de la palabra seudónimo que da el Diccionario de la lengua española de la Academia, señala que procede del griego pseudo, ‘falso’, y onoma, ‘nombre’ y es: 1. Dicho de un autor; que oculta con un nombre falso el suyo verdadero; 2. Se dice de la obra de este autor, y 3. Nombre utilizado por un artista en sus actividades, en vez del suyo propio.
El lexicólogo Arrigo Cohen comenta en uno de sus amenos artículos etimológicos que para los romanos “el nombre era un presagio” cuando, para adivinar la suerte o destino de una persona, tomaban como base de interpretación su nombre propio. Advierte asimismo que “el latín clásico no conoció el verbo ominari, ‘presagiar’, forjado posteriormente, pero sí el sustantivo omen, ‘ventura o pronóstico obtenido de una voz, de una palabra’ […] y el adjetivo ominosus, ‘ominoso’, ‘de mal agüero’, que connotaba una idea vitanda [que se debe evitar, odiosa], detestable. Ominari, ‘ominar’, ‘predecir por señales agoreras’, dio abominari, ‘abominar’, ‘execrar’, que etimológicamente (de ex, ‘fuera’, y sacer, ‘sacro’, ‘sagrado’) quiere decir ‘condenar’, ‘maldecir’ con autoridad sacerdotal, en nombre de lo sagrado”. Añade que “entre los griegos, el arte de adivinar por el nombre se llamó onomanteía (de ónoma, ‘nombre’ y manteía, ‘adivinación’), que da en español onomancia”. De este modo, la onomástica es la ‘ciencia que trata de la catalogación y estudio de los nombres propios’ y el ‘conjunto de nombres propios de un lugar o de un país’. El adjetivo onomástico hace referencia a los nombres en general, y particularmente a los nombres de las personas y, como sustantivo, el onomástico es el día en que una persona celebra “su santo”, su cumpleaños, pues así se acostumbraba porque la tradición católica establecía que se debía poner el nombre a las personas de acuerdo con el santoral, es decir, con base en la ‘lista de los santos cuya festividad se conmemora en cada uno de los días del año’, pues se bautizaba y daba el nombre a los hijos del santo del día en que nacían, de modo tal que se consideraba la fecha del cumpleaños de una persona como el ‘día de su santo’, tal como se canta en las populares “Mañanitas”. ~
——————————
MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios. Fue director de la Fundéu México y actualmente coordina el servicio de Español Inmediato.