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Cuatro facetas de Hugo Chávez
Este País | Mario Guillermo Huacuja | 01.02.2013 | 0 Comentarios

Conforme el poder de Chávez ha crecido y se ha afianzado, la historia de Venezuela se ha ido subordinando a la biografía del líder. Entenderla es entender, en cierta medida, dos décadas de la vida del país sudamericano.

Primera faceta: el golpista

En febrero de 1992, a la tierna edad de 37 años y envuelto en la bandera de Simón Bolívar, el teniente coronel Hugo Chávez se lanzó a la aventura de encabezar un golpe militar de fantasía contra el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. El operativo era temerario, porque no había generales entre los golpistas y porque los insurrectos contaban con menos de 3 mil soldados. Muchos dicen que más que un golpe militar, se trató de una puesta en escena estratégica para debilitar al Gobierno de Pérez.

En ese entonces Hugo Chávez era un joven delgado, de tez morena y fina, extrovertido, con una boina roja en la cabeza y un timbre de voz que ya auguraba su futuro de cantante. Tenía una sólida disciplina militar, había destacado por su tesón en las academias castrenses y se sentía el depositario de una misión histórica: rescatar el legado del Libertador de las Américas.

Cuando las luces efímeras del golpe se apagaron y las cabezas de la asonada se percataron de que era inútil sacrificar más vidas —habían muerto 14 soldados—, Chávez apareció ante las cámaras de televisión pidiendo la rendición de sus compañeros, deslizando la idea de que la lucha sería más larga. Enseguida se fue a la cárcel. Y desde ahí empezó a forjar su leyenda. Escribió un libro con un título evocador de Octavio Paz —Cómo salir del laberinto—, organizó una resistencia activa desde su celda y vivió los días de su cautiverio rastreando todos los movimientos de sus compañeros de armas inconformes.

En noviembre del mismo año se produjo una nueva intentona de golpe —con un saldo mucho más cruento que el anterior—, y las denuncias sobre la corrupción del Gobierno vinieron en cascada. Cuando la figura de Carlos Andrés Pérez se volvió insostenible, el Congreso Nacional le pidió la renuncia. Los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente. En marzo de 1994, el caso de Chávez fue sobreseído por el nuevo presidente. El líder salió de la cárcel entre vítores de la gente, fue obligado a renunciar al ejército, y en su nueva condición de civil empezó a fraguar su candidatura a la presidencia de la República.

Segunda faceta: el demócrata

“Tenemos la Constitución más democrática del mundo”, dijo el presidente Hugo Chávez cuando culminó el largo proceso de confección de una nueva carta magna, que sustituía a la de 1961. Pero la declaración, como muchas otras, enmascara la verdadera relación de Chávez con esa palabra que ha empleado como ariete, escudo, pretexto, manto y espectro. La democracia fue utilizada muchas veces, pero jamás como principio. Y no podía ser de otra forma.
Cuando Chávez salió de la cárcel, degradado como militar y consagrado como líder civil, las antenas de los políticos de su país reconocieron en él a un fuerte candidato a la presidencia. Pero esa perspectiva era prematura. Había que recorrer un trecho, unificar a la izquierda desperdigada, minar las fuerzas de sus oponentes. Entonces, cobijado por la idea de la democracia, Chávez empezó a boicotear las elecciones. Como medida de protesta, y denunciando la injusticia de un sistema que permitía el cambio de poderes pero no resolvía las necesidades básicas de la población, llamó a dejar de votar. Ante la inmundicia de los políticos de la época, el abstencionismo era un principio de pureza. Chávez recorrió el país con esa bandera, se dio a querer entre la gente, visitó a Fidel Castro.

Pasados los años, en el momento oportuno, se presentó como candidato presidencial. A finales de 1998 ganó las elecciones sin muchas dificultades. Y a partir de ese momento inició una transfiguración que lo llevaría a ser un individuo mucho más importante que las instituciones. El pueblo encarnó en su persona. “Cuando yo los veo —decía en las concentraciones más nutridas—, cuando ustedes me ven ya no siento algo que me dice Chávez, ya tú no eres Chávez, tú eres un pueblo, Chávez se hizo pueblo […], ya yo no soy yo en verdad […], yo soy un pueblo y ustedes, así lo siento yo, yo me siento encarnado en ustedes, como lo dije lo voy a repetir, tú también eres Chávez muchacha venezolana, tú también eres Chávez muchacho venezolano, tú también eres Chávez trabajador, trabajadora, abuela, abuelo, tú también eres Chávez niña venezolana, niño venezolano tú también eres Chávez […], Chávez en verdad se hizo pueblo […]”.1

Mientras tanto, el presidente se encargó de elaborar una constitución a su medida, y en los años de su gestión fue hilvanando una serie de reglamentos que le permitieron gobernar dando rienda suelta a sus nobles aspiraciones, es decir de acuerdo a las aspiraciones del pueblo. La nueva Constitución, vigente a partir de 1999, invoca la protección de Dios y el ejemplo histórico de Simón Bolívar; es la primera en reconocer los derechos de los pueblos indígenas, y subraya la necesidad de preservar los recursos naturales e impulsar el desarrollo sustentable de la nación. Fue, además, el sustrato normativo que le dio al presidente facultades plenipotenciarias. Gracias a ellas, pudo intervenir en las elecciones locales, la vida sindical y las concesiones de los medios de comunicación.

©iStockphoto.com/ULTRA_GENERIC
Los primeros años de su largo mandato fueron de una turbulencia brutal. Empeñada en derrocarlo de cualquier forma, la oposición organizó en 2002 una serie de manifestaciones tumultuarias, mientras alebrestaba en su contra a buena parte del ejército y la jerarquía de la Iglesia católica. El resultado fue caótico. El relativo equilibrio de las fuerzas políticas se expresó en asonadas declarativas, informaciones contradictorias en los medios, reparto de los barrios y edificios de Caracas según eran las trincheras de los rivales. La agitación rebasó las fronteras de Venezuela. Chávez se refugió ocasionalmente en los países petroleros, y se retrató sonriente junto a Saddam Hussein. La Casa Blanca retiró a su embajador de Caracas después de que Chávez divulgó unas fotografías con niños afganos víctimas de los bombardeos del Pentágono. En un momento determinado, Chávez fue tomado como rehén y la oposición nombró un presidente interino. La mayoría de los países latinoamericanos respaldaron a Chávez y un comando armado lo rescató de su secuestro. Al final del episodio, el presidente apareció en la televisión con un crucifijo, llamando a la calma.
Después, sorteando una serie de referéndums e interviniendo sistemáticamente en cada palmo de terreno de las elecciones estatales y legislativas, Chávez fue colocando sus piezas en todos los rincones políticos del país, hasta ganar la partida.

Tercera faceta: el animador

Pocos mandatarios como Hugo Chávez comprendieron la importancia ineludible de gobernar con los medios. La tarea no es fácil. No basta tener presencia en las pantallas, las cabinas de radio o las notas periodísticas. Es preciso tener un cierto know how. Una mezcla de frescura, calidez, simpatía, facultad para comunicar.

A los tres meses de iniciada su presidencia, Chávez hizo su aparición en el programa radiofónico Aló, Presidente, inaugurando un estilo de gobernar que buscaba la cercanía con la población a través de la intimidad que conlleva la radio, con programas hipnóticos de larga duración. Ese fue el primer peldaño de una escalera hacia el firmamento de las estrellas mediáticas. Enseguida, el presidente diseñó una estrategia de batalla para ir inclinando la opinión pública a favor del Estado mediante la ampliación de las radiodifusoras públicas, la regulación de los contenidos de todos los medios, la cancelación de las concesiones a las televisoras críticas y la obligación de trasmitir los mensajes gubernamentales en todo momento.

Como corolario de los mensajes políticos, el presidente decidió que había que relajarse. Tener un poco de música, pues. Hugo Chávez se destapó como cantante. En eso también se separó del común de los mandatarios. En los actos públicos y las recepciones de Estado, el presidente inflaba los pulmones y entonaba boleros, sones, corridos de mariachi, joropos venezolanos, canciones de Rocío Dúrcal, estrofas de himnos.
El resultado también polarizó a la sociedad: de un lado, los que caían embrujados por su hechizo; del otro, los que aborrecían su figura y su voz.

Cuarta faceta: el nazareno

“El odio de la burguesía no me afecta para nada, porque ese odio es pulverizado por el amor de todos ustedes”. Con esa frase, Hugo Chávez coronaba discursos y arengas donde el amor sustituía los valores tradicionales de la política. Cada vez más, y a medida que su poder se fue imponiendo en el territorio nacional y aislando los ataques de la oposición, Chávez reivindicó un cristianismo que iluminaba con su fe la soberanía nacional, el combate a la pobreza, la reivindicación de los pueblos indígenas, la lucha contra el imperialismo y la dignidad del pueblo.

Montado en la bonanza del petróleo, el Gobierno chavista desarrolló un conjunto de programas sociales llamados misiones, que buscaban ampliar la educación y llevar los sistemas de salud a las comunidades pobres del país. El programa fue todo un éxito. De acuerdo a la cepal, Venezuela logró una reducción notable de sus niveles de pobreza en la primera década del presente siglo. Y todo se logró, más que con una economía planificada basada en los cánones socialistas, “por el poder del amor”.

Aunque la jerarquía eclesiástica de Venezuela no era parte de sus simpatizantes —al contrario—, Hugo Chávez supo irradiar un halo de beatitud que, a los ojos del pueblo, lo identificaba con Jesús. En los meses postreros de su mandato, con una intuición fuera de lo común y un uso profesional del calendario religioso, el último jueves santo de su existencia hizo una declaración extraordinaria en la boca de cualquier presidente. En plena misa, y ante las cámaras de televisión, dijo: “Dame tu corona, Cristo, dámela que yo sangro; dame tu cruz, cien cruces, pero dame vida porque todavía me quedan cosas por hacer por este pueblo y por esta patria. No me lleves todavía. Dame tu cruz, dame tus espinas, dame tu sangre, que yo estoy dispuesto a llevarlas, pero con vida”.2

A falta de una insurrección revolucionaria al estilo Fidel Castro, Hugo Chávez ha canonizado su lucha contra el cáncer. En ese terreno ha luchado con todas sus fuerzas, con la ayuda de los médicos cubanos. Al final, el cáncer lo ha flagelado y   llevado a la cruz. El hueco que deje Hugo Chávez será abismal. La carga para su sucesor, enorme.

1    <www.chavez.org.ve/temas/discursos>
2    Alberto Barrera Tyszka, Letras Libres, septiembre de 2012.

____________________________

MARIO GUILLERMO HUACUJA, novelista, hasido profesor universitario, comentarista de radio, guionista de televisión y funcionario público.

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