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Demografía del envejecimiento
Este País | Roberto Ham Chande y César González González | 01.10.2013 | 0 Comentarios

El año 2030 está más cerca de lo que parece. Para entonces, el bono demográfico habrá quedado atrás y México enfrentará un marcado proceso de envejecimiento poblacional. El porcentaje de las personas económicamente activas disminuirá y los retos epidemiológicos y pensionarios serán enormes. Vale la pena entender el fenómeno desde ahora y prever.

Políticas de población

©iStockphoto.com/ReyKamensky

En el anhelo de encontrar el mejor porvenir para la nación, sostenible y a largo plazo, continuamente se proponen planes, programas y acciones de desarrollo social y económico. La reiteración se debe a que las propuestas fallan en mucho, principalmente por desacuerdos sobre cómo alcanzar las metas. Esto se constata cuando se comparan las aspiraciones en torno al modelo económico que conviene, las estructuras políticas que nos deben gobernar y las muchas reformas pendientes, como la fiscal, la educativa, la laboral, la sanitaria y la energética. Las propuestas en estos y otros temas a menudo entran en callejones cuyas salidas se estrechan y hasta se cierran por intereses ideológicos, políticos, sindicales o económicos, alejados del bien común.

Sin embargo, aunque escasos, sí ha habido casos exitosos, como las campañas por la salud pública. Otro caso notorio fueron las políticas de población iniciadas en la década de los sesenta. Estas han sido un ejemplo de planeación —aceptada por todos— que trascendió coyunturas sexenales y logró las metas planteadas. Su origen está en las proyecciones de población que vislumbraban una explosión demográfica si la fecundidad se mantenía tan alta luego del descenso de la mortalidad. Las tendencias eran alarmantes pues la tasa de crecimiento de 3.4% de la década de los sesenta habría llevado a la población de México a los 185.7 millones en 2010, en lugar de los 112.3 que registró el censo. Esta diferencia de 73.4 millones da idea de la magnitud de los problemas que se habrían tenido en educación, empleo, atención a la salud, seguridad alimentaria y otros campos, en escenarios críticos de hacinamiento urbano con deterioro ambiental y carencia de agua.

Esta política demográfica se logró gracias al consenso político, económico, social y también religioso, para considerar explícitamente las variables demográficas en los planes nacionales de desarrollo. Como principales acciones se aceptó y promovió la planificación familiar, se iniciaron programas de salud materna e infantil, se incorporó a las mujeres al desarrollo mediante un mayor acceso a la escolaridad y a la equidad social y laboral. Asimismo, se revaloró la migración internacional y sus efectos positivos para México y Estados Unidos.

Dinámica demográfica y envejecimiento

Producto de esas políticas demográficas, los resultados observados hasta 2010 y los que se esperan para 2050 tienen una primera expresión en el tamaño de la población y de las estructuras por edad. Este proceso se describe en la Gráfica 1. Antes de 1970, cuando comenzaba la planificación familiar, y hasta 1980, la tasa de crecimiento poblacional permaneció alta. Después, las tasas de crecimiento disminuyen en tendencias que influirán en las proyecciones demográficas. Así, se estima una población máxima de poco más de 150 millones para 2050.

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Junto al tamaño de la población, es importante mirar cómo han sido y se espera que sean las estructuras por grandes grupos de edad: los niños y adolescentes (0-14), la población intermedia (15-64) y la población envejecida (65+). La gráfica muestra cómo se desacelera el crecimiento de la población (0-14), se espera una estabilidad casi completa en las próximas dos décadas y luego un descenso. Un factor importante es el incremento continuo de la población intermedia (15-64), producto de la alta fecundidad anterior y la mayor supervivencia. Por su parte, la población de 65+ no solo crece sino que es el único grupo cuyo crecimiento se acelera. La principal razón de este envejecimiento son los incrementos en las esperanzas de vida (promedio de años por vivir bajo las tasas de mortalidad existentes). Las esperanzas de vida en 1950 eran de 45.1 años en los hombres y de 46.7 en las mujeres, al momento de nacer. En 2010 las cifras son de 71.0 y 77.0, respectivamente, y se proyecta que sean de 77.3 y 81.6 para 2050.

Dependencia demográfica

La Gráfica 2 muestra las relaciones entre los grandes grupos de edad, detallando cuántos jóvenes y cuántos viejos hay por cada 100 personas en las edades intermedias. Este esquema se considera “de relaciones de dependencia” bajo el supuesto simplista de que la población de 0-14 está en la etapa de crecimiento y escuela, de que los de 65+ son dependientes en razón de edad avanzada y de que los encargados del sostenimiento y cuidado de ambos grupos son los de las edades intermedias (15-64).

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Aunque los supuestos en los que se basan los cálculos para determinar la dependencia son poco estrictos, la Gráfica 2 sí es ilustrativa de las relaciones cambiantes entre grupos de edad. La dependencia era decididamente creciente hasta antes de 1970, cuando llega al máximo debido a la historia de fecundidad elevada y el descenso acelerado de la mortalidad. Después, con la disminución de la fecundidad, la dependencia relacionada con la población joven decrece, mientras que la relacionada con la población de 65+ no deja de aumentar. De modo muy lento hasta el año 2000; a partir de ahí, el envejecimiento demográfico crece con tal rapidez que se convertirá en la característica dominante en la demografía del siglo XXI.

En este proceso, se espera que la dependencia total sea mínima hacia 2020 y 2030, cuando equivalga a la mitad de la de 1970. Luego de eso, crecerá cada vez más rápido. Pero lo más digno de remarcar es que lo hará bajo un cambio sustancial en la naturaleza de la dependencia, pues los dependientes serán cada vez menos los niños y jóvenes y cada vez más las personas envejecidas. Esta variación sustancial provocará diferencias anímicas, con otras connotaciones familiares y sociales, y con consecuencias para las perspectivas económicas.

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En general, se puede decir que a todos les gustan los bebés y que no a todos les gustan los viejos. Los requerimientos de un niño se conocen de antemano, se sabe cómo va a ser su desarrollo, cuándo va a ir a la escuela, y todo eso es parte del gozo de ser padres y abuelos. En la niñez, la mayoría de los problemas de salud son predecibles y, por lo general, de solución inmediata y barata. Además, todo gasto que se haga en la niñez y la juventud —sobre todo cuando tiene que ver con educación— es una inversión para el futuro de la familia, la sociedad y la economía. En contraste, lo común es que las necesidades de salud de la población envejecida no se planifiquen, que sean inesperadas, generalmente costosas y casi siempre sin solución. De esta manera, el gasto en los viejos es un gasto puro, sin rendimientos a futuro. Pero tampoco se puede olvidar que se trata de un importante e ineludible deber y de una recompensa de solidaridad y afecto filial hacia los mayores. Es asimismo un reconocimiento por el legado que dejan a las nuevas generaciones.

Los conceptos de vejez y dependencia

En una primera definición demográficamente sencilla, envejecer es haber alcanzado una edad suficientemente avanzada. En la práctica estadística, el umbral de la vejez ha sido los 60 años; la más difundida es los 65, y recientemente se han propuesto edades mayores. Bajo el criterio de una edad cronológica fija, se observa que cada vez son más las personas que alcanzan esas edades en buenas condiciones —tanto de salud como económicas y sociales— y con funcionalidad física y mental. Ante ello, los criterios para clasificar a las personas dentro y fuera de la vejez deben basarse en el grado de funcionalidad y dependencia familiar o social. En este artículo se abordan dos formas de dependencia en la vejez: por problemas de salud y por sustento económico.

Enfermedades crónicas y discapacidades

Las enfermedades crónicas, degenerativas y discapacitadoras se correlacionan con la mayor edad, de tal manera que es costumbre considerarlas como propias de la vejez. Con el envejecimiento demográfico que ya se ha alcanzado, son ahora la principal causa de muerte, tienen mayor presencia y permanencia, y afectan la calidad de vida y el bienestar físico y emocional. El costo de estas enfermedades, por atención médica y farmacia, es muy elevado. En estados avanzados requieren cuidados permanentes, además de que no tienen cura; a lo más, se controlan o se palían sus consecuencias. Sin embargo, también debe considerarse que no hay una relación ineludible entre enfermedad y edad avanzada, cuando hay espacio suficiente para la prevención.

En México, 24.8% de la población de 65+ declara tener una discapacidad, de acuerdo con el Censo de Población de 2010. Las cifras de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012 (Ensanut) señalan que 45% de la población sufre alguna forma de discapacidad; las mujeres, los más viejos, los más pobres y aquellos con menor escolaridad representan los mayores porcentajes de la población con discapacidades.

En cuanto a los gastos, en la actualidad la mitad del presupuesto de las instituciones públicas de salud se destina a atender las enfermedades crónicas no transmisibles, entre ellas la diabetes y la hipertensión arterial. Arredondo estimó que en 2010 la diabetes le costó a México 778.4 millones de dólares; señaló que cada paciente con diabetes le cuesta al sistema de salud 708 dólares anuales en promedio (alrededor de 9 mil pesos). En cuanto al gasto de los pacientes y sus familias, según un ejercicio realizado por la Federación Mexicana de Diabetes, cuando el paciente solo requiere algunos medicamentos necesita 14 mil 600 pesos anuales, pero el gasto es mayor (47 mil pesos anuales) si la persona requiere múltiples cuidados y medicamentos.

La Tabla muestra que no todos los viejos están enfermos y que no todos tienen dificultad para realizar actividades. Es  remarcable que la mayoría se mantiene sin enfermedades ni discapacidad hasta edades avanzadas de 75+, con lo cual, en términos de enfermedades crónicas y funcionalidad, los 60 o 65 años no son el mejor umbral para hablar de vejez, sino una edad más elevada.

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En cuanto al estado de salud de los adultos mayores actuales y futuros, el horizonte no es claro. Por un lado, se espera que las condiciones de salud mejoren y que los adultos mayores sean capaces de vivir independientemente; pero debido al envejecimiento poblacional, también se espera que las condiciones económicas y sociales que prevalecen en el país no sean las óptimas.

Seguridad social en la vejez

Uno de los riesgos de la vejez es la disminución o suspensión de la capacidad de trabajo y, con ello, del ingreso económico. Desde la concepción de la seguridad social a fines del siglo XIX hasta el refrendo que se ha hecho en los convenios internacionales promovidos por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), “una pensión de retiro es el apoyo que la sociedad concede a quienes por motivo de vejez pierden capacidad de trabajo”. Semejante propósito está plenamente justificado, pero en la realidad está lejos de cumplirse.

El patrón de desigualdad social y económica que afecta a la generalidad de la población también existe en el sector de las edades mayores, incluyendo la seguridad social. Comienza por el hecho de que la población económicamente activa afiliada a la seguridad social que eventualmente puede tener una pensión de retiro es apenas la tercera parte. Esta población la constituyen los trabajadores asalariados del sector urbano. Quedan fuera los trabajadores rurales y el creciente sector informal, quienes no tienen expectativas de alguna vez contar con una pensión. De esta manera, de la población de 65+, tan solo la cuarta parte tiene algún tipo de pensión. Casi todos los pensionados viven en zonas urbanas, la mayoría son hombres, y de las mujeres, que constituyen el menor porcentaje, la mayor parte tiene pensiones por viudez.

Asimismo, los pensionados por la seguridad social no son homogéneos. Ciertos sindicatos y grupos con capacidad de presión política lograron prestaciones a futuro, como pensiones de privilegio de altos montos, revaluables junto con el alza de los salarios y concedidas a edades anticipadas, cuando aún existe capacidad de trabajo. Fue inequitativo que se incrementaran los beneficios sin que aumentaran las aportaciones, lo que causó que el costo de estas pensiones de privilegio sea ya impagable, comprometiendo el futuro social y económico del país.

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©iStockphoto.com/ReyKamensky

Se debe agregar que, desde el punto de vista financiero, el sistema no está preparado para atender las crecientes necesidades de salud relacionadas con la epidemiología de la vejez.

Según datos de la Ensanut 2012, de las personas de 65 años y más, 20.9% trabajaron la semana anterior a la entrevista, 18.2% son jubilados o pensionados y 11.5% tienen alguna limitación física o mental permanente que no les permite trabajar. La suma de los que trabajan y son jubilados o pensionados es alrededor de 40%. Eso significa que el 60% restante tienen dependencia económica (si bien hay quienes reciben apoyos gubernamentales, gozan de rentas o tienen ahorros).

El escenario de la reforma a la seguridad social

En busca de soluciones, sobre todo ante la imposibilidad de pagar y el costo político de cancelar privilegios, se pasó del esquema de reparto con beneficios definidos a uno de contribuciones definidas en cuentas de ahorro individual y administración privada. Sin embargo, ahora surgen nuevas advertencias actuariales, económicas y sociales sobre otro tipo de crisis. La ampliación de la cobertura de la seguridad social es más difícil, no es un esquema solidario y su redistribución es negativa; las pensiones del nuevo sistema serán insuficientes; hay altos riesgos financieros para el futuro pensionado; es un sistema muy costoso; el ahorro se dedica a financiar el gasto público corriente; hay un costo de transición y de pensiones mínimas no financiado, y no estamos preparados para la epidemiología de la vejez. El nuevo sistema está basado en una deuda pública a pagar por las generaciones que vienen, con lo cual se regresa al sistema de reparto, pero de modo totalmente incierto y más caro.

La perspectiva general

En este texto nos hemos propuesto destacar varios puntos acerca de lo que nos espera debido al envejecimiento demográfico. Lo primero es que se trata de un proceso ineludible, de gran magnitud y que se muestra irreversible. Este proceso traerá cambios sociales, económicos y políticos de la mayor profundidad, que dan lugar a grandes preocupaciones. Una se refiere al cambio epidemiológico que impone nuevas condiciones en los sistemas de salud. Otra, a la creciente demanda por seguridad económica y pensiones, en un sistema que ahora es diverso, desordenado y con el máximo defecto de ser inequitativo.

Para envejecer en mejores condiciones individuales, familiares y sociales, se requiere un nuevo enfoque, con otras relaciones entre generaciones, más justo social y económicamente, y donde los programas preventivos sean cruciales. ________

ROBERTO HAM CHANDE es doctor en demografía por la Universidad de París-Nanterre. Premio Nacional de Demografía 2009, ha sido actuario en el IMSS y el ISSSTE. Fue director del Centro de Estudios Demográficos y Urbanos de El Colegio de México. Actualmente es investigador en El Colegio de la Frontera Norte. CÉSAR GONZÁLEZ GONZÁLEZ es maestro en demografía por El Colegio de la Frontera Norte y doctor en estudios de población por El Colegio de México. Actualmente es investigador en ciencias médicas en el Instituto Nacional de Geriatría.

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