A propósito de las negociaciones entre el Gobierno colombiano y las FARC, el autor propone algunos principios de los cuales debe partir la labor periodística para no extraviarse en su objetivo de informar.
Colombia afronta desde hace unos meses una nueva situación política como consecuencia de las negociaciones entre el Gobierno y las FARC, encaminadas a resolver una guerra instalada en el país —con episodios de mayor o menor virulencia— desde hace medio siglo. Este contexto (sobre el que algunos de los actores implicados hablan en privado con contenida esperanza) ha propiciado que entre los políticos y los medios de comunicación se comience a hablar del ‘posconflicto’, expresión que predispone para una realidad aún inexistente y que alienta la consecución de un pronto final. Si esa sensación comienza a calar entre la opinión pública —no sin ciertas reservas— será fundamentalmente por la acción de los medios informativos y por un manifiesto deseo de los colombianos de que así sea.
En este nuevo entorno, los dos actores principales han decidido desarrollar sus negociaciones fuera del país, quizá para evitar la presión social, reducir las posibilidades de que se produzcan filtraciones que puedan dar al traste con todo o simplemente transmitir una sensación de cierta neutralidad, incluso en el escenario. Por la lejanía física y por la dificultad de conocer de primera mano lo que está ocurriendo en La Habana, los colombianos solo disponen de la información que les faciliten los medios para intentar adivinar cuál puede ser su futuro. El papel de los periodistas se vuelve por tanto trascendental para la configuración de la opinión pública, puede incluso que a pesar de las dos partes negociadoras. O quizá no, si una o las dos los pretenden utilizar para dirigir el proceso haciendo partícipe indirecta a la opinión pública, favoreciendo la publicación de determinadas informaciones.
En esta delicada situación, los periodistas deberían abandonar tres obsesiones de su oficio, tres mitos absurdos:
1. El periodista debe ser objetivo. No. La objetividad no es posible. Es solo una tendencia. Trabaja sobre la actualidad, que está configurada por ideas prácticas (políticas, morales), no por ideas teóricas como la ciencia. En el periodismo no cabe la demostración porque no hay explicación de fenómenos físicos; solo la persuasión, el convencimiento referido principalmente a cuestiones políticas o morales.
2. El periodista debe ser independiente. No. Nos engañamos si pensamos que la independencia es solo respecto a lo que venga de fuera: de un partido político, de un grupo de presión, de un banco. ¿Qué ocurre con las ideas propias, con las convicciones, con los patrones morales? ¿Acaso los periodistas —como cualquier otra persona— no tienen una dependencia de lo más íntimo, de aquello que condiciona su forma de ver y entender el mundo, como resultado de su educación, de sus relaciones personales, de sus valores…? Se puede pretender —y es necesario— la independencia exterior. Pero es de todo punto imposible alcanzar la independencia interior. Ni tan siquiera pretenderlo.
3. El periodista debe ser neutral. No. El periodismo, por definición, tiene una clara vocación social. Si no es social no es nada. El periodismo libre facilita el desarrollo de una opinión pública libre porque es condición indispensable para que esta exista. Y también un Estado de derecho. Un Estado de derecho y una opinión pública libre están en la base de la democracia. Y la democracia implica una defensa de valores ante la que el periodista no debe ser neutral. Ante las injusticias, la violencia, los ataques a la libertad… el periodista no debe ser neutral.
En momentos tan críticos para la vida de un país, los profesionales de la información deberían romper con esos clichés y reemplazarlos:
1. El periodista debe ser veraz. La veracidad supone un esfuerzo al contrastar la información, al ponderar las fuentes. Los datos son objetivos pero no su tratamiento, porque este implica una mediación.
2. El periodista debe ser honesto. Contar las cosas con la honestidad que se merecen quienes nos permiten ejercer un derecho solo por trabajar en una profesión que no es como el resto. Y eso implica contarlo pese a quien pese —presiones o intereses de fuera— pero también aunque nos pese a nosotros mismos.
3. El periodista debe comprometerse. Fundamentalmente, con la defensa de los valores universales. Decía Kapuscinski: “Mi actitud frente a la guerra, y por eso escribo, es tratar de ayudar en mi modesto campo para que esa guerra se termine lo más pronto posible. Escribir sobre la guerra es luchar contra la guerra. Es tratar con lo que escribimos y con la manera como lo hacemos de crear una atmósfera en contra de la guerra”. Pues eso.
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JULIO CÉSAR HERRERO es profesor universitario. Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Camilo José Cela, combina su actividad docente y de investigación con el ejercicio del periodismo. Escribe una columna semanal y es analista en TVE. Especialista en marketing político, ha asesorado a numerosos políticos latinoamericanos y publicado varios libros y artículos científicos sobre esa materia.