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Un escritor de contrastes, Alfonso Reyes y su trabajo periodístico
Cultura | Este País | Héctor Iván González | 01.02.2014 | 0 Comentarios

En este ensayo-reseña del libro de Marcos Daniel Aguilar, Héctor Iván destaca la importancia de la recuperación de una de las múltiples vetas de la actividad de Alfonso Reyes: el periodismo. Nos habla de una obra que pone en su justa dimensión el empeño con el que Reyes trabajó por la libre difusión de información e ideas.

Marcos Daniel Aguilar, Un informante en el olvido: Alfonso Reyes, prólogo Jorge F. Hernández, Conaculta (Periodismo cultural), México, 2013.

Marcos Daniel Aguilar,

Un informante en el olvido: Alfonso Reyes,

prólogo Jorge F. Hernández,

Conaculta (Periodismo cultural),

México, 2013.

A primera vista, uno podría pensar que Un informante en el olvido: Alfonso Reyes es solo una invitación a conocer el trabajo periodístico de este autor, una sugerente forma de internarse en uno de los muchos resquicios de la obra que permanece en nuestro imaginario como la labor de un patriarca y un estilista que, como muy pocos, ha alcanzado el título de erudito de las letras. Sin embargo, por mucho que uno se imagine o por mucho que se pueda decir, me temo que el libro de Marcos Daniel Aguilar rebasa con creces los intentos de definición que se esbocen. Por lo cual, yo me limitaré a hacer algunas menciones.

Lo primero que hay que decir es que Reyes tiene una obra compuesta por varios troncos importantes: el estudio del mundo helénico; el rescate y análisis de la figura más señera del barroco español, Luis de Góngora; la aproximación al poeta francés Stéphane Mallarmé; el abordaje biográfico e intelectual a Goethe. Asimismo, inauguró algunas investigaciones en el campo teórico: la búsqueda de los orígenes de la crítica en el mundo occidental para llevar este trabajo a su máxima versión en su teoría fenomenográfica, con la cual intentaba definir lo literario. Estas reflexiones se darían a conocer en libros como La crítica en la edad ateniense, La antigua retórica, La experiencia literaria, Tres puntos de exegética literaria, El deslinde y Al yunque, este último sería el espacio donde —por propia mano— criticaría y corregiría sus versiones de los libros anteriores logrando así una palinodia, género que no está tan al uso en el ámbito mexicano como uno podría pensar. Sin embargo, a este largo mapamundi que es la obra de Reyes, la cual no necesita mutilaciones ni segregaciones, se le adjunta una serie de obras de narrativa, poesía, ensayo y obra periodística. Todo lo anterior es el centro de su obra, si alguien quiere buscar un aspecto menor al que existe, pues simplemente estará tratando de cerrar los ojos al proyecto total.

Al parecer, Marcos Daniel empezó esta investigación a sugerencia de Carlos Monsiváis (1938-2010). Es curioso que fuera este autor quien lo atizara para emprender este proyecto en un momento donde el periodismo, la crónica y el reportaje habían tomado un aire revitalizador por medio del mismo Monsiváis y periodistas como Kapuscinski, Jon Lee Anderson, y antologadores como Alonso Carrión y Darío Jaramillo Agudelo, quienes con sus respectivos trabajos: Mejor que prosa y Antología de la crónica latinoamericana actual nos recordaban que la prosa de rápidos reflejos no tiene por qué ser una escritura abigarrada o desproporcionada, sino que, ahí mismo, pueden tener lugar frases esplendentes como las que encontramos en Un informante en el olvido: Alfonso Reyes.

Retomando la cronología vital, Aguilar empieza a mostrar la forma en que Reyes desde muy chico se sintió interesado en participar en la vida cultural y en las polémicas de su estado; posteriormente, dentro de los vaivenes de la Revolución mexicana, debió partir al extranjero con su familia y los bolsillos semivacíos. Al respecto, José Emilio Pacheco (jep) ha expresado su consternación al recordar que el general Reyes, siendo uno de los hombres más poderosos del México porfirista, no haya tenido los suficientes caudales para heredar a tres o cuatro generaciones de sus descendientes —“como lo hace actualmente cualquier presidente municipal”. Lo señalado por jep es muy cierto, ya que esta ruina intempestiva se debió al fraude que sufrió el general por una inversión en Estados Unidos que fue así descrito por Alfonso en una carta del 29 de enero de 1908: “Lo he oído [al general] quejarse de que está atrasado económicamente, por la quiebra de un capitalista que tenía sus fondos, y tan preocupado lo veo que ya seriamente pienso en pedirle que no me mande a New York”.1 Creo que no es inane traer a cuento esta carta pues a Reyes le estuvo merodeando la cabeza la idea de irse un año a Estados Unidos junto con Max Henríquez Ureña y quizá el propio Pedro Henríquez Ureña para estudiar jurisprudencia. Finalmente no fue así y solo nos queda la especulación de qué hubiera sucedido si Reyes se hubiere instalado en ese país para terminar su formación y dar a conocer sus obras que incluso podrían haber sido escritas en inglés directamente.

Es entonces que se dedica al periodismo, no sin cierta nostalgia. Sin embargo, podemos ver que Reyes demostró que un humanista es capaz de realizar un sinfín de tareas. De esto el libro de Aguilar da muy buena cuenta. Gran parte de las aportaciones que ofrece radica en mostrarnos la forma en que el trabajo de Reyes es extraordinario, pues Marcos Daniel va analizando cada uno de los tratamientos que da a las notas y las compara con lo que serían los libros canónicos del género. De hecho, los comentarios son tan puntuales y tan acertados que, al leerlos, surge en el lector una especie de posibilidad al ver la destreza con la que se desempeña Reyes, la posibilidad de ver en estas páginas un espléndido libro que ayude a los jóvenes estudiantes de periodismo a encontrar modelos ideales de ejecución. No hace poco, un amigo me comentaba que los libros de otro extraordinario periodista, Rodolfo Walsh, se encontraban agotados en la Argentina debido a que Operación masacre, El caso Satanowsky o ¿Quién mató a Rosendo? son actualmente libros de referencia en la preparatoria y en las licenciaturas especializadas. Por lo cual me surge una duda, ¿no es en esto en lo que consiste ser un “clásico”, en formar parte de un acervo para quien busca formarse con documentos fundamentales? Quizá me adelanto un poco, pero veo en Un informante… ya los rasgos de algo más que una amistosa aproximación a Reyes, y me parece que el tratamiento de los primeros capítulos contienen una disección tan precisa y meticulosa que no me imagino un lector más autorizado que Aguilar para sondear esa etapa alfonsina.

Otro de los aspectos que me interesó fue la forma en que Reyes aborda la historia del periodismo en países como Inglaterra y Estados Unidos. Su análisis, plasmado en Las mesas de plomo, nos deja ver al Reyes que siempre abordaba las cuestiones desde un punto de vista crítico, pues —como he señalado al inicio— es este recurso, la crítica, el que el autor emplearía como un medio de trabajo imprescindible. Por eso, Aguilar acierta al señalar prudentemente: “Alfonso Reyes propone que los diarios no aturdan al lector con la cantidad de información, sino que deben cuidar la calidad de la noticia, sea en una nota o en un artículo. Pocas palabras y más contenido”. No es extraño ver a un Reyes involucrado en esta empresa modernizadora de los medios de comunicación masiva debido a que fue esta, la modernización, la empresa a la que se comprometiera desde cualquier espacio que ocupara: la creación, la crítica, la teoría, la edición, la fundación de instituciones, el magisterio y, desde luego, su participación en el diarismo. Llama la atención la forma en que ve en la prensa libre o independiente un protagonista fundamental en las sociedades modernas —o en vías de serlo— que siempre está en riesgo de caer en la tentación del gran capital y de los organismos monopólicos. Es agradable encontrar las observaciones de Reyes al desenvolvimiento del diarismo y su forma de hacer críticas claramente anticapitalistas que en muchos momentos serían las mismas que cualquier marxista expresaría con toda justicia. Espero no haber alarmado los ojos del lector al pronunciar un término como el marxismo, interprétese como un simple llamado al sentido común al que apelaría cualquier sujeto que prepondere el bienestar común por encima de la creación de monopolios o grupos de poder en cualquier sociedad. Tampoco dudo que escritores de corte conservador como G.K. Chesterton hayan alentado a Reyes a introducirse en estos temas, pues en uno de sus libros más notables, Herejes, podemos ver el inolvidable artículo “La mansedumbre de la prensa amarilla”, donde son exhibidas las figuras de Alfred Harmsworth y Pearson, quienes impulsaron al sensacionalismo en la prensa inglesa de finales del siglo xix. Este sensacionalismo es criticado por Chesterton, no por violento, sino por ser “intolerablemente manso” frente a la voluntad de los poderosos de la época. No es en balde que Reyes y el propio Aguilar esgrimieran algunos argumentos al respecto: Reyes, en aquel entonces con su Mesas de plomo, Marcos Daniel, al introducir una comparación de la obra alfonsina con los trabajos de los historiadores como Georges Weill o Vincent Price, o cuando relaciona los ideales democráticos de Reyes con los del politólogo Giovanni Sartori.

Ya no es un empresario de la información el llamado periodista de escritorio, quien maneja los periódicos; es el dueño de los medios de producción quien aplica su voluntad para que un periódico salga o no, e incluso, tiene facultad para ejercer el monopolio y determinar el tipo de mensajes que quiere que aparezcan en la prensa escrita. Ese nuevo actor, junto con la clase política, se inserta no solo en la esfera de los medios de comunicación, sino también se inmiscuye y confunde en las decisiones que se toman desde el escenario de la clase hegemónica.2

Así señala Marcos Daniel Aguilar la transición de la prensa, lo cual me recordó la quinta y última temporada de la serie de The Wire de David Simon, otra de las grandes críticas a la forma en que se manejan estas empresas que se deslindan de cualquier vínculo con la coherencia o una versión cercana a los hechos. Por lo demás, rescataría particularmente la cohesión que tiene el libro como un conjunto de ideas que se retoman en algunos momentos y que permiten ver la agudeza de las observaciones del autor; según recuerdo, a este aspecto Reyes le llamaba “redibujar”. No es fortuito que en varias ocasiones recalque la forma en que el fundador de El Colegio Nacional abordaba algunas cuestiones que en el momento en que se encontraba no estaban ni siquiera en la mente de los pensadores de los países más desarrollados. Sentí una empatía personal a esta perplejidad, porque siempre es grato compartir esta sensación de asombro al poder constatar la incuestionable vigencia y clarividencia de don Alfonso.

Por otro lado, la investigación que presenta Aguilar me ha ayudado a dimensionar la pasión con que Reyes veía la libre difusión de información e ideas. Lo primero sería hacer notar que ninguna de sus primeras colaboraciones —hacia 1907— aparecieron en el diario El Espectador de Monterrey, el cual fungía como el periódico que difundía las noticias del gobierno reyista. Qué fácil hubiese sido para el joven Alfonso publicar ahí, pues la opinión de su padre era un mandato formal; pero, todo lo contrario, él era colaborador del Antirreleccionista, lo cual, en esa época, hablaba claramente de sus principios democráticos. Por otro lado, ya siendo Reyes un escritor consagrado, está el episodio Monterrey. Correo literario de Alfonso Reyes (1930-1937), el cual elaboraba —con ayuda de su familia— y auspiciaba personalmente para hacérselo llegar a sus contactos. Más de dos veces he comentado en Twitter, sin recibir alguna respuesta, que esa labor también podríamos verla como un antecedente de nuestras demasiado mentadas redes sociales o del blog, como diría jep, ¿pues no es lo que hacemos todos los días, dirigir un periódico personal con lo que tenemos como lo más importante del día?

Finalmente puedo decir que Un informante en el olvido: Alfonso Reyes captará la atención del lector iniciado y del profano, y que irá a un público mucho más amplio porque es un libro interesante. Cuando digo que es “interesante” lo digo de la manera que uno puede decir que su lectura nos ha mostrado que ignorábamos algo, cuando se abre algo en nuestra imaginación que ni siquiera sospechábamos y que nos aluza un mundo profundo de algo que sentíamos nimio o irrelevante y que ahora se nos muestra como un aspecto fundamental en la concepción que podamos lograr de nuestra propia realidad.  ~

1 Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña. Correspondencia I: 1907-1914, edición de José Luis Martínez, FCE (Biblioteca Americana), México, 1986, p. 66.

2 Marcos Daniel Aguilar, op. cit., p. 131.

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HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ (Ciudad de México, 1980) es escritor y traductor. Colabora en distintas publicaciones, coordinó y prologó La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (Tierra Adentro, 2012). Mantiene el blog <hombresdeagua1.blogspot.com>. Actualmente es becario del Fonca en el género de novela.

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