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Islas entre nosotros
Cultura | Este País | Galaxia Gutenberg | Angelina Muñiz-Huberman | 01.02.2014 | 0 Comentarios

 Islas entre nosotros. Voces de la narrativa contemporánea israelí, compilación de Esther Seligson y de Ioram Melcer, prólogo de Ioram Melcer, introducción de Angelina Muñiz-Huberman, fce, México, 2013.

Islas entre nosotros. Voces

de la narrativa contemporánea israelí,

compilación de Esther Seligson

y de Ioram Melcer,

prólogo de Ioram Melcer,

introducción de Angelina Muñiz-Huberman,

FCE, México, 2013.

 

La presentación del libro Islas entre nosotros. Voces de la narrativa israelí contemporánea tuvo lugar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el pasado mes de noviembre. Por primera vez se reúne una selección de treinta y cuatro autores de la literatura actual israelí para disfrute del lector de habla castellana. La variedad de temas, tonos, inflexiones, matices de esta literatura que cuenta con una aceptación mundial se refleja en la presente publicación.

Islas entre nosotros —acertado título que proviene de un verso de Esther Seligson, quien tuviera la idea de realizar esta antología, junto con Ioram Melcer, y que, desgraciadamente, no logró ver su fin, porque la muerte no sabe de antologías— culmina todo un cuidadoso proceso de selección, traducción e investigación. Este ejemplar panorama literario es también un viaje por la historia y la geografía del pueblo hebreo. El éxodo, la sobrevivencia, el Holocausto, la lucha de independencia son asuntos presentes; pero también, vida y muerte, amor en todas sus facetas, el kibutz como forma única de aporte a la colectividad, la infancia como fuente de imaginación, la presencia de la mujer, toques de misticismo y, claro, no podían faltar el humor y la ironía tan característicos del pueblo judío. Un solo cuento, el de Yoram Kaniuk, “La bella vida de Clara Shiato”, trata un asunto del mundo sefardí: un enamoramiento que ocurre en la juventud y que solo se cristaliza en la vejez. De este modo, se redondea la variedad caleidoscópica de la literatura actual israelí.

Llevaría mucho espacio tratar sobre los treinta y cuatro escritores y cada uno se lo merecería, de ahí que sea forzoso escoger unos cuantos, tal vez al azar o tal vez porque se dieron cita en la Feria Internacional del Libro (como islas) y pudimos acercarnos a ellos para hablar y preguntarles por su quehacer literario.

David Grossman, en su relato “Días de pareja”, realiza una fina disección de la vida marital. El tiempo fluye en direcciones sin límite y, a partir del momento de la celebración de siete años de matrimonio, lo mismo retrocede que se sitúa en el presente. El punto de vista entremezcla el de él y el de ella, junto al de la mesera que les atiende en el restorán donde celebran el aniversario de bodas. Erotismo y, tal vez, reminiscencias místicas: el siete del aniversario, número de la culminación de la creación; el nueve de los rostros y de las sefirot, se entremezclan en la memoria todopoderosa:

Un hombre desnudo, atontado por el placer y el agotamiento, junto a la mujer fantaseada, junto a los nueve rostros que ahora se funden nuevamente en los plácidos rasgos de su cara, y que antes se habían revolcado entre los gemidos que él emitía, con los dientes apretados, cuidando de gritar el nombre correcto entre los nueve, entre los noventa, para desplomarse después con la saciedad final dibujada en su rostro. (p. 31)

El agónico concepto del amor entre la “conciencia sexual” y la “redención” del cuerpo. La belleza y la violencia involucradas: “Tú me haces el amor como si hicieras la guerra”. Los amantes como opuestos que van limando sus diferencias y haciendo uno el cuerpo y una el alma: “El código descifrado de nuestros cuerpos”. El paso del tiempo que unifica: “Y tú ya no eres todo ángulos agudos y yo ya no soy toda redondeces”. Y el amante domado que reconoce: “Soy ahora un delfín amaestrado que se exhibe sonriente, un lobo marino emergiendo de un hueco en el hielo, con el arpón sabiendo a pepino encurtido clavado en su cabeza”. (p. 40)

Para que de forma cíclica principio y fin se unan en la conjunción sexual, en el derramamiento placer-tristeza y en un llanto sin sentido.

Ioram Melcer en un breve cuento titulado “Infierno” narra la esclavizante vida de los perros del ejército adiestrados para detectar explosivos. Un cruel y, a la vez, piadoso relato, reflejo de la guerra en sus ámbitos más hostiles. Casi a la manera de una fábula los perros imitan la vida de los humanos. E incluso podríamos añadir la reminiscencia con otra historia clásica de perros, la del Coloquio de Cipión y Berganza de Cervantes. En el relato de Ioram Melcer, Aníbal, el perro veterano, y su plana mayor son incapaces de dejar su lugar al joven perro Escipión y sus seguidores:

Ese era el día de los ancianos, el día de la mejora de la raza. Aníbal y la plana mayor se acercaban lenta y tranquilamente al portón de hierro y aguardaban pacientemente las gruesas cadenas que se cerrarían sobre sus cuellos camino a las hembras. Los jóvenes se ponían fuera de sí. Solo a alguno de ellos se le permitirá seguir los pasos del celo, husmear los restos y asaltar alguna perra cansada, agotada tras el ataque de los ancianos. Quizá llegue el día, una vez que hayan superado un sinnúmero de cargas y emboscadas, y ellos sean los ancianos con derechos adquiridos de primacía para preñar a las perras. (p. 151)

Los perros jóvenes, apodados “cananeos”, comparados con los soldados sufren lo mismo, aprenden su oficio, esperan órdenes, nada discuten, se lanzan aun sabiendo lo que les espera:

En más de una ocasión, vuelve el pelotón de algún operativo, y en la retaguardia viene un soldado con un perro herido. Los perros de la perrera no alcanzan a ver sino al soldado con el atado inerte envuelto en tela militar desaparecer en la cabaña del veterinario de la unidad. Rápidamente se revela la verdad, y en la mayoría de los casos el perro ya no saldrá de allí. El resto vuelve a sus pares, agotados y sucios, sus ojos destilan crueldad amedrentada, como de otro mundo. Pero el mundo no es otro. Es el mundo conocido, el mismo que sigue siempre su curso. A una ola de atentados le sigue una escalada de violencia, el incremento de las acciones anuncia decenas de alarmas, operativos, depuraciones, liquidaciones, irrupciones y ataques programados o circunstanciales. (p. 152)

La tensión entre las dos generaciones de perros crece. Aníbal engorda y envejece, pero no deja el mando, mientras Escipión y los jóvenes se tornan violentos y enflaquecen. Hasta que un día ocurre la más estremecedora de las explosiones y Escipión, aprovechando un hueco de la alambrada que los encierra, toma el mando y se lanza a la libertad con sus jóvenes seguidores:

La tierra que se rebela huye bajo la jauría de cananeos en desbocada carrera, libres, por primera vez en su vida. Ya no más enemigos ni aliados, éxitos ni fracasos, atrapar o ser atrapado, caída o escabullida, y no hay aquí ni allí, este lado ni el otro, antes ni después, porque el tiempo se acaba y la tierra se extingue. Los perros corren hacia el horizonte, en columna, rebaño y comunidad, animales agotados, ebrios, despegan del suelo en llamas, una nube dentro de otra nube, bandada de dioses alados, disparados hacia el horizonte, hacia el agujero negro abierto en el medio, hacia esas fauces primarias que aguardan a los hijos, hacia el hoyo que no deja esperanzas a quienes se introducen en él ni se satisface jamás. Al infierno. (p. 154)

Ioram Melcer condensa en este relato con el mínimo expresivo el máximo horror que es la guerra, su incoherencia y su absurdo. El paralelismo entre vida animal y vida humana a la manera de una descarnada fábula. La muerte como descanso final. Y, por ello, el infierno como forma de la piedad.

La antología Islas entre nosotros incluye autores nacidos entre 1916 (S. Yizhar) y 1982 (Dikla Keidar) con lo cual el espectro literario permite abarcar varias generaciones e incluir desde técnicas de escritura tradicional hasta rupturas y trasgresiones.

Algunos de estos escritores han sido más difundidos en el mundo occidental y la traducción de sus obras ha permitido el conocimiento de sus aportes a la literatura universal. Entre ellos, Amos Oz acude con frecuencia a los recuerdos de infancia y a la complejidad de las relaciones humanas como en el relato antologado, “Extraño fuego”, en el que parece abarcar la naturaleza total, desde paisajes, situaciones urbanas, hombres y animales, momentos eróticos, traiciones, arrepentimientos, crueldades, y un deseo de armonía compensadora. Una mujer mayor y de carácter cruel pretende seducir a su futuro yerno en vísperas de la boda. Al mismo tiempo se conocen breves instantáneas de la vida de dos eruditos amigos, un egiptólogo y un especialista en manuscritos antiguos. Dichas vidas paralelas se conectan de manera sorprendente, dejando al lector el papel de imaginar los sucesos futuros.

Pasando a otro autor y a otra temática, Aharon Appelfeld parte del monólogo de un sobreviviente de un campo de concentración y su dificultad para adaptarse de nuevo a la sociedad en libertad.

Savyon Liebrecht, autora también de obras de teatro y guiones, relata en “¿Acaso te estoy hablando en chino?” una historia cautivadora en la que se rememora la vida sexual de los padres entreoída a través de una pared por una niña que de adulta regresa al hogar de la infancia, vacío y en renta, y decide acostarse con el vendedor del departamento como si así resarciera las veces que la madre se negaba al padre.

“Katzenstein” es un divertido cuento de Etgar Keret sobre un hombre al que nada le sale bien y siempre lo comparan con el perfecto Katzenstein y hasta en la muerte, por un error de cálculo, acabará en el infierno mientras que el perfecto Katzenstein entrará en el paraíso.

El relato de Nurit Zarchi se titula “Madame Bovary de Nevé Tzedek”. Trata del problema básico de todo escritor que se debate entre realidad e imaginación. Un día una mujer que carece de plantas de los pies desciende de una barca en el puerto de Jaffa. Tendrá reuniones con novelistas y poetas cada uno defendiendo su terreno. Después recibirá la visita nada menos que de Madame Bovary y ambas discutirán sobre los desaciertos de Flaubert al crear ese personaje. Al final, el lector descubrirá que la mujer sin plantas del pie lo que está haciendo es traducir del francés al hebreo dicha novela.

De Yarón Avitov se incluye el cuento “La sal de la tierra”. Relata la paródica historia en primera persona de un joven que de tanto bañarse en el mar Muerto y luego no aclararse por medio de una ducha termina convirtiéndose en estatua de sal (como la legendaria mujer de Lot) y trasladado a un museo.

De Dan Tsalka se eligió: “Aharoni y los coleccionistas de antigüedades”. Tiene de peculiar ser un cuento dentro de un cuento. Aharoni posee una tienda de antigüedades a la que llegan sus amigos y se entretienen discutiendo de todo lo discutible. Un día uno de ellos se aparece con un títere y eso desencadena la otra historia que ocurrirá cuando se represente, plena de alusiones musicales y de absurdos a la manera del arte titiritero. Casi me atrevería a decir que imita una especie de comedia del arte.

De otros autores, simplemente al mencionar sus títulos se hace una invitación a leerlos. Por ejemplo, de Alex Epstein: “El perro que hablaba (acerca de la guerra)”. De Ruth Almog: “Zurcido invisible”. De Orly Castel-Bloom: “El cuento de otro”. De Jonathan Fine: “Papá helicóptero y la virgen de Dyezin”. De Avshalon Kaveh: “El embajador Cartílago”. De Amnon Jackont: “La sangre no es agua”. De Shoham Smith: “Hasta el día de hoy no estoy segura de haber estado en Londres”.

Es así como la presente antología integra los más amplios aspectos del quehacer literario, las más diversas propuestas y estilos contrastados por medio de una expresión creativa plena de novedad y de imaginación. A la manera de la cuerda de un equilibrista, el punto medio entre tensión y estabilidad coloca al lector en la situación de quien decide avanzar para que, irremediablemente, el destino se cumpla y el relato llegue a su fin. Historias que desgarran el corazón inmersas, como islas, en mares impredecibles y violentos equiparables a los que desgarran este, nuestro propio y dolido país.

Como nota final de orden personal no dejo de maravillarme ante los ciclos que concluyen y el destino que se cumple. Con Esther Seligson me unieron circunstancias especiales en determinados momentos, en espacios desiguales, a contratiempo, como notas de staccato. Ambas empezamos a escribir en Cuadernos del viento, la emblemática revista que creó Huberto Batis. Mi primera novela en 1972 fue Morada interior; años después, Esther publicó La morada en el tiempo. Cuando creó la revista Aquí estamos me invitó a colaborar, y en la editorial que fundó, Artífice Ediciones, me publicó una novela. Seguí viéndola en periodos espaciados, por sus frecuentes viajes y largas estancias en Europa e Israel. Hoy, lo que nunca imaginaría, cierro su último proyecto.  ~

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Poeta y narradora, académica e investigadora, ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN (Hyères, Francia, 1936) ha dedicado su fructífera vida a las letras. Es autora de más de treinta libros, entre los que se cuentan los poemarios El trazo y el vuelo (1997), La sal en el rostro (1998), Conato de extranjería (1999) y La tregua de la inocencia (2003), por mencionar tan solo algunos de los más recientes. En 1985 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por Huerto cerrado, huerto sellado, volumen de cuentos. Otras de las distinciones que ha recibido son el Premio Magda Donato, la primera edición del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1993), la Medalla Jerusalén y la Orden de Isabel la Católica (2011).

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