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Escala Obligada | Este País | Mario Guillermo Huacuja | 01.02.2014 | 0 Comentarios

En estas semanas de fastuosas premiaciones, Hollywood se vuelve omnipresente. Las otras vidas del cine, sin embargo, no cesan. Una de ellas, la que alienta el proyecto Ambulante, avanza a ras del suelo y le pone rostro humano al quehacer cinematográfico.

Febrero es el mes resplandeciente de la cinematografía. Los eventos estelares del cine son los premios, y este mes en Estados Unidos, España y el Reino Unido las principales organizaciones del medio proyectan sus reflectores hacia los escenarios donde se entregan los galardones. Una vez conocidos los ganadores de los Globos de Oro en enero, la atención se concentra en la entrega de los premios BAFTA en el Covent Garden de Londres, los Goya de Madrid y los anhelados Oscar de Hollywood.

Hay efemérides y rituales que no cambian. Detrás del glamour de las alfombras rojas y las ceremonias está el trabajo arduo y disciplinado de ese ejército de productores, directores, actores, guionistas, músicos, escenógrafos y demás responsables de la coherencia, el ritmo y emotividad de las películas, que se desviven por una nominación y, si esta sucede, ocultan su deseo de destrozarse las uñas con los dientes y se muestran ante el respetable público como oponentes civilizados en la democracia cinematográfica anglosajona, cuando en el fondo serían capaces de arrojar a sus competidores a las aguas turbulentas del Támesis o de Malibú.

Pero otros asuntos sí cambian, y entre ellos está la desigual y encarnizada competencia que se asoma entre las películas y las series televisivas, las pantallas grandes y las pequeñas. Ahora cualquier ciudadano dotado de una computadora portátil o un iPhone puede ver videos, series y películas dondequiera que exista el Wi-Fi y a la hora que mejor le acomode, y las profecías más negras están augurando el holocausto del cine tal y como lo conocemos, con sus salas y filas de asientos acolchonados, sus taquillas y palomitas los sábados por la tarde.

Los Globos de Oro, adelantándose a los tiempos, incluyen en sus listas de nominaciones y ganadores no solamente a los personajes de las películas de cine, sino también a los participantes de las series televisivas. ¿Nuevos talentos? No precisamente. Este año estuvieron nominados, por sus actuaciones en las pantallas chicas, nombres tan familiares y reconocidos como Kevin Spacey, Al Pacino, Jon Voight, Jessica Lange, Jacqueline Bisset, Michael Douglas, Matt Damon, Helen Mirren y Helena Bonham Carter. Las series televisivas están robándose a las estrellas de la pantalla grande. Además, las principales casas productoras del cine y la televisión tienen que hacer huecos, muy a su pesar, para los nuevos protagonistas que emergen de los efluvios de la nueva tecnología. En menos de un año la empresa llamada Netflix, que empezó a despuntar como un club de renta de videos por pago mensual, produjo la serie House of Cards, que de inmediato tomó su asiento de primera fila junto a las grandes producciones de HBO, Disney, NBC, Fox, Warner y CBS. El productor y actor principal de la serie es el galardonado Kevin Spacey, que aparece en escena como un Maquiavelo moderno que, lejos de buscar aconsejar al príncipe, quiere destronarlo rompiéndole despiadadamente los hilos de su poder.

Hoy en día, las relaciones entre el cine y la política se vuelven cada vez más densas. Mientras el año pasado la primera dama Michelle Obama tuvo una inesperada participación en la entrega del Oscar, en House of Cards la trama es tan intensa y estrujante que el público se pregunta al final de cada capítulo si el guión está sustentado en hechos reales. O, por lo menos, en parte de ellos. Los espectadores están conscientes de que para ingresar a la arena política hay que tener nervios a prueba de choques eléctricos y una dosis inagotable de hipocresía, pero a nadie le agrada la idea de que los representantes del pueblo no solo vivan del engaño hacia sus votantes, sino que para escalar posiciones sean capaces de cualquier quebrantamiento de la ley, incluyendo el asesinato. Y esto es lo que aparece descarnadamente en series tan populares como House of Cards y Homeland. Mientras eso sucede en el país más poderoso del mundo, en el Reino Unido tampoco presentan a los funcionarios públicos como una parvada de blancas palomas. En los momentos crepusculares de la serie llamada The Hour, cuyo libreto exhibe los jaloneos entre la BBC de Londres y el primer ministro a propósito de la política exterior y la guerra, se observa que la censura y los crímenes forman parte de las acciones prioritarias del Gobierno para salvaguardar la seguridad nacional.

En México se han hecho películas con argumentos sociales y políticos, y hay un cúmulo de nuevos cineastas que han revitalizado nuestro cine y lo han difundido con éxito en el exterior. Pero los principales obstáculos para la creación de un público interesado en el cine obedecen a factores que los sociólogos llaman estructurales. Como país pobre en vías de desarrollo, la urbanización no ha estado acompañada, entre muchas otras cosas, de una infraestructura de acceso al cine. Y junto a la escasez de salas cinematográficas y la pobre disponibilidad de internet, la enorme dispersión de la población representa un dique geográfico para la difusión de películas. Según el último censo, las comunidades que no llegan a los cinco mil habitantes son más de 190 mil. Son comunidades sin caminos, sin viviendas dignas, sin escuelas y sin clínicas. Y por supuesto sin salas de cine.

En ese contexto nació Ambulante. Es una organización si se quiere embrionaria aún, pero cuyas ramificaciones han modificado la estructura de distribución y exhibición de películas en menos de una década.

La idea surgió de las cabezas de Gael García Bernal y Diego Luna cuando se propusieron hacer algo para que el cine en México llegara a más gente. Era el año de 2005. Entonces surgió Ambulante como un colectivo que buscaba difundir documentales más allá de las salas de cine, en ciudades y poblados que están lejos de considerarse centros culturales, y que rara vez son tocados por los conciertos, las exposiciones, las obras de teatro y las películas. Ahí, la gente no tiene ningún acceso a los documentales. Ni mexicanos ni extranjeros.

“Un documental es otra visión de la realidad —dice Elena Fortes, directora de Ambulante—; casi siempre es una historia realista, que narra experiencias de otras personas, en otros lugares, en tiempos distintos. Un documental puede tener algo de ficción, pero esencialmente es una historia anclada en la realidad.” Ambulante se inició así, llevando historias distintas a la gente que no tiene acceso a una sala de cine. En giras cinematográficas, el equipo acude organizando semanas de cine, proyectando documentales en plazas abiertas, en playas y explanadas, en auditorios universitarios, sobre fachadas de iglesias coloniales, en bares y salas tradicionales. A precios muy accesibles en lugares cerrados. De manera gratuita en sitios abiertos. Y hay que ver los rostros de los espectadores cuando ven las escenas. Filmar sus expresiones, sin mayores explicaciones, daría origen a otro documental.

El año pasado Ambulante estuvo en Guerrero, Puebla, Veracruz, Nuevo León, Chiapas, Oaxaca, Coahuila, Baja California y el Distrito Federal. La caravana proyectó 106 documentales de 27 países, y la asistencia rondó los 90 mil espectadores. Fue un espectáculo sobrecogedor observar a públicos que no tienen acceso a las pantallas de cine hechizados por la fuerza de documentales nacionales y extranjeros, trabajos de denuncia sobre la violación de derechos humanos y los regímenes dictatoriales, obras que analizan con microscopio la propia actividad cinematográfica, cortometrajes infantiles, videos que exploran la música, trabajos experimentales y documentales consagrados por otros públicos.

Los temas expuestos en las pantallas no tienen limitación alguna. No hay películas para conocedores, ni para gente que asiste al cine por vez primera. El público observa con una atención de azoro y se enfrenta por vez primera a situaciones nunca antes vistas. Todo parece sorprenderle. En Expedición al fin del mundo, un documental finlandés, los espectadores asisten a un viaje sobre un inmenso contorno de hielo, cuya soledad pone a prueba el sentido de la existencia de los expedicionarios; en Partes de una familia, el público se sumerge en la disección de la familia del propio director del corto, quien muestra las entrañas de sus padres separados por un abismo aunque habiten una misma casa; en Buscando a Sugar Man el público se entera, junto con el autor del documental, de la existencia de un músico genial que ha sido enterrado por el olvido en su propio país, pero que en una nación a cual más lejana es considerado un icono de la música poética de Bob Dylan; en La casa donde vivo desfilan, como en una pasarela clandestina, todos los actores que pululan en el tráfico de drogas de Estados Unidos; en El alcalde nos asomamos a la presidencia municipal de San Pedro Garza García, el municipio más rico de México, donde se libra una batalla contra el narcotráfico con sus propias leyes, cambiando bala por bala y diente por diente; en Zona de control total nos enteramos de las atrocidades de un campo de concentración en Corea del Norte a través del testimonio de un prisionero que logra escapar; en La reina de Versalles observamos la megalomanía de las familias que aspiran a la riqueza sin límites en el país más poderoso del orbe; en Campesinos presenciamos las condiciones de miseria y los conflictos por la tierra en Colombia; en Los guardianes escuchamos los testimonios de un puñado de expertos de la inteligencia israelí sobre los métodos de tortura que emplean para salvaguardar la seguridad nacional; en Invierno, ¡lárgate! se presenta la protesta radical de un puñado de jovencitas contra una democracia que gira sobre sus propias insuficiencias; y el documental llamado Ornette: Made in America es la obra póstuma de una cineasta norteamericana sobre un músico de jazz incomprendido, que mientras sopla su saxofón busca un espacio sideral en el que cada hombre o mujer puede encontrar su propia sintonía. Eso es tan solo una muestra.

Pero en esta caravana cinematográfica no solamente hay espectadores pasivos. Además de las mesas redondas que se organizan sobre diferentes temas y los encuentros del público con los cineastas, en el programa denominado Ambulante Más Allá el grupo de trabajo pone los equipos en manos de gente que nunca antes había pulsado una cámara. Son tzotziles, tzeltales, zapotecos, mayas, miembros de diversas etnias que, acudiendo a las convocatorias de Ambulante, participan en talleres de fotografía, lenguaje cinematográfico, sonido, edición y posproducción, y guiados por cineastas expertos se lanzan a producir sus propios documentales.

¿Es el cine una herramienta para transformar la realidad?

“Yo estoy convencida de eso —sostiene Elena Fortes—, porque el hecho de ampliar la visión de la realidad es un primer paso para transformarla.”

Hay muchos ejemplos que le dan la razón. Recientemente en Uganda, donde una secta evangelista estuvo presionando al Gobierno para que decretara que había que castigar la homosexualidad con pena de muerte, un documental llamado God Loves Uganda logró crear una corriente de opinión contraria a la medida, se paseó por los escenarios de premiación cinematográfica en Estados Unidos, Canadá y Europa, y cobró un mayor impulso con una campaña en internet, que se propagó hasta que logró modificar la ley.

Y en México Presunto culpable, cinta que contó con el apoyo de la beca de la cervecería Cuauhtémoc-Moctezuma y Ambulante, desnudó los atropellos y negligencias del sistema judicial mexicano, se convirtió en el documental más visto en la historia del cine mexicano, sacudió los cimientos de la justicia y fue una catapulta para lanzar una reforma que incluyera los juicios orales, la existencia de protocolos de actuación de los cuerpos policiacos y un conjunto de medidas urgentes para ir acabando con los vergonzosos rezagos en ese campo.

Muchas gracias, Ambulante. Necesitamos más caravanas. Más cine donde no existe. Más pantallas que se asomen a la profundidad de nuestra conciencia.

_________

MARIO GUILLERMO HUACUJA es autor de El viaje más largo y En el nombre del hijo, entre otras novelas. Ha sido profesor universitario, comentarista de radio, guionista de televisión y funcionario público.

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