En octubre de 2013 se llevaron a cabo los YouTube Music Awards, los cuales contaban entre sus atractivos con la dirección de Spike Jonze, cineasta que saltó a la fama precisamente por dirigir videoclips con propuestas estéticas de vanguardia. Para estos premios, apostó por realizar videoclips en vivo a lo largo de la transmisión del evento; así, el recinto que albergó la ceremonia se convirtió en un inmenso sitio de filmación donde se construyeron múltiples sets para las grabaciones de los videos, algunos de ellos con resultados bastante atractivos.
Los premios YouTube, otorgados con base en votos realizados a través de las redes sociales, buscan celebrar la apertura democrática que ha representado el advenimiento de la web 2.0 (el término utilizado para sitios que permiten interacción en tiempo real), cuyo caso icónico es el de los Arctic Monkeys: a mediados de 2005, fans de la banda británica conocida por su energía en vivo, así como porque distribuían sus demos gratuitamente en los conciertos, subieron la música del grupo al sitio MySpace, una de las primeras redes sociales que obtuvieron audiencia millonaria.
Surgida en 2003, MySpace permitía abrir un perfil de persona o artista, y los músicos podían subir su música para ser descargada. La de los Arctic Monkeys se reproducía y descargaba por millares, y esa difusión potenció el éxito en su primer año, lo cual atrajo la atención de las grandes disqueras: era quizá la primera banda que podía tener un alcance de cientos de miles de fans antes de ser firmado por una trasnacional.
Desde entonces, casi cualquier banda nueva abre perfiles en redes sociales, que se han convertido en herramientas esenciales para la difusión. Ante el acceso casi universal a la red, ello representó una democratización mayor respecto a las bandas que podían ser firmadas por trasnacionales y escuchadas por grandes audiencias. Ya no se estaba a la merced de la radio y las payolas para escuchar las novedades: uno podía refugiarse en otro lado, sin tener que gastar una fortuna en la compra de discos.
Ahora, aunque MySpace sigue existiendo, ha sido opacada por la eficiencia mucho mayor de otras redes como Facebook (surgida en 2004) y Twitter (2006), combinadas con redes de fotos, música o reproducción de videos como Instagram (2010), ReverbNation (2006), SoundCloud (2007), Vine (2013), Vevo (2009) y YouTube (2005). Desde entonces, la dinámica de estas redes con los medios masivos de comunicación y las compañías disqueras ha evolucionado y está reestructurando la industria musical, como he explicado en mis recientes columnas, que han conformado esta trilogía sobre redes sociales.
El auge de internet y de sitios como Spotify y YouTube, con un aparente catálogo ilimitado, parece abrir las puertas del edén a los melómanos y democratizar enormemente el acceso a la música. Ambas redes forman parte de los sitios de streaming (transmisión), el primero de música y el segundo de video, que se refiere a poder ver el contenido en tiempo real sin necesidad de descargarlo a una ubicación permanente en la computadora o dispositivo desde el cual se reproduce. Su gran avance ha sido conciliar el acceso libre al contenido para los usuarios, con el pago a los creadores y productores (a través de los anuncios).
Es verdad que hay animadversión hacia los sitios de streaming gratuito por parte de algunos músicos consagrados, como David Byrne, Patrick Carney, Roger Waters y Thom Yorke, que consideran ínfimo el pago por cada reproducción. Un caso extremo anti-streaming es el de la banda de hip-hop Wu-Tang Clan, de cuyo nuevo álbum, Once Upon a Time in Shaolin, primero solo habrá una copia y solo se podrá escuchar en festivales, galerías y museos del mundo. La idea es que la gente pague alrededor de treinta dólares para escuchar el disco, en un entorno fuertemente vigilado. Después, según declaró el grupo a la revista Forbes, se planean vender copias únicas en cajas creadas por el artista marroquí Yahya, y el costo será de millones de dólares por cada ejemplar.
Pese a esa resistencia, según la revista Wired, actualmente hay trescientos millones de usuarios de servicios de streaming en el mundo, mientras que en 2013 hubo cuatrocientos mil millones de reproducciones de videos en YouTube, que equivale a que cada habitante del planeta hubiera visto al menos un video por semana. Los servicios gratuitos de música vía streaming además han logrado frenar el uso de piratería, en particular a partir de la salida de Spotify (2006): se ha reportado que en diversos países europeos, la gente que recurría a la piratería ha disminuido hasta en cincuenta por ciento. En los países con menor desarrollo económico y tecnológico las cifras son menores, debido a que es mucho más limitado el acceso permanente a internet. Sin embargo, todo parece indicar que conforme aumente el acceso, las tendencias en el declive de piratería serán las mismas.
En cierta forma, los premios YouTube celebran esto último, junto con el aspecto democratizador de internet: entre los galardonados hubo un balance entre las propuestas que emergieron como fenómenos independientes en YouTube y artistas impulsados por las grandes compañías de música.
De cualquier forma, es prioridad que la industria mantenga un código ético y que no se den más casos de payolas, chayos o intentos de inflar cifras en YouTube, pues esto último ha hecho evidente que las grandes disqueras, en su descarnada persecución por la mayor ganancia económica, aprovecharán la menor hendidura que les permita crear espejismos sobre el éxito de sus artistas y engañar al público. ~
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Escritor, sociólogo y DJ, BRUNO BARTRA ejerce desde 2000 el periodismo en medios como Reforma y Replicante. Actualmente cursa un doctorado en etnomusicología. Es miembro fundador del grupo musical La Internacional Sonora Balkanera. Twitter <@brunobartra>.