Con los ojos fijos para siempre. Sobre Los de abajo
Cultura |
Humberto Guzman | 19.11.2010 | 1 Comentario
Mejor novela que Tropa vieja, con un asunto previo a la Revolución, Los de abajo —hay que recordarlo— fue la primera (1916) con el tema de la Revolución Mexicana en pleno, y también lo fue del trabajo novelístico de Mariano Azuela (1873-1952). No deja de ser un texto de formato sencillo pero narrado con acierto. Los muchos personajes están resueltos, redondos, y la no muy complicada trama, eficazmente sostenida. Azuela escribió otras novelas en donde se perciben sus lecturas de literatura europea de la época, pero es Los de abajo a la que me seguiré refiriendo.
En cuanto a mi gusto por encontrar un refilón pesimista, Los de abajo no me defrauda. La novela abre con la llegada de los federales al modesto rancho El Limón, donde vive Demetrio Macías (nombre de héroe, sin duda), su joven mujer y su pequeño hijo. Buscan a Demetrio precisamente. Ante su ausencia, uno de los militares decide aprovecharse de la mujer. Entonces aparece Demetrio en la entrada del jacal. (Me imaginé una toma de Gabriel Figueroa en una película del Indio Fernández, aunque la versión que existe de Los de abajo fue dirigida por Chano Urueta, con la fotografía del propio Figueroa; data de 1940. Las películas de “la Época de Oro” que tratan el tema de la Revolución Mexicana debieron de haber surgido de su literatura, sin contar el ambiente nacionalista proveniente de esta misma epopeya revolucionaria. Se hace de lado el europeísmo de los años porfiristas y se va al otro extremo, como suele ocurrir: el del folclor, la música y el baile populares, el campo, la provincia y la misma Revolución.) La presencia y la fama de Demetrio ahuyentan al abusivo federal; pero aquél tiene que emprender de nuevo la huída, ya que lo persiguen desde que causó una muerte circunstancialmente. Se le unen otros en su misma situación. Se hacen fuertes y al rato ya son una importante banda, un pequeño ejército. Luego vendrá su incorporación, para aprovechar la condición de rebelde evasor, a la Revolución. No es, entonces, el idealismo puro que hace que un hombre deje familia, tierra y todo para luchar a favor de los pobres y explotados por los ricos poderosos. Coincide con Tropa vieja por el origen de la rebelión de sus protagonistas, más bien obligados por las circunstancias personales. Hay un destino rector que parece jugar con los personajes. Se podría denominar este origen como fortuito y trágico.
Azuela se afilió al villismo en 1914 y el caso del jefe revolucionario Francisco Villa coincide con el de Demetrio Macías: un rapaz que balacea al hacendado por “el honor de su familia” y se ve orillado a vivir fuera de la ley hasta que la Revolución lo encuentra, lo rescata. Martín Luis Guzmán, en Memorias de Pancho Villa, hace decir a este caudillo que siguió a Abraham González, primero, y luego a Francisco I. Madero, en el inicio de la Revolución, para defender a los pobres de los ricos y de los gobiernos explotadores. De modo que tal vez el Centauro del Norte le sirvió de modelo inicial a Azuela para crear a Demetrio Macías.
Cuando en la novela de marras aparece un remedo de intelectual —personaje familiar de todas las épocas—, el Curro, le habla a Demetrio labiosamente acerca de “los mismos ideales” que ambos defienden; “la misma causa que ustedes defienden”, la tiene él, dice. Demetrio sonríe: “¿Pos cuál causa defendemos nosotros, pues?”. Más adelante el Curro, para impresionar, les echa un discursito de burócrata encumbrado: “La revolución beneficia al pobre… porque el rico convierte en oro las lágrimas, el sudor y la sangre de los pobres”. Demetrio lo interrumpe: “¡Bah!… ¿y eso como a modo de qué? ¡Cuando ni a mí me cuadran los sermones!”. Estas respuestas a la demagogia del tal Currito muestran un anarquismo originado por un devenir incontrolado, son dadas por un perseguido convertido en combatiente.
Si “andan en la bola”, como ellos dicen, es porque huyen de algo que deben: un asesinato no premeditado, un robo, un pleito a muerte con el dueño de la hacienda. El caso es que se reúnen bajo el mando de Demetrio, líder natural, por superviviencia propia, en sus andanzas por la sierra. Representan una fuerza, que es aprovechada por los líderes para fortalecer la revolución. Con el Currito, Azuela hace la diferencia entre los revolucionarios de salón o de café y los que se baten a balazos, burlándose de los primeros. Demetrio y los suyos son gente de acción, por eso no se reconocen en los discursos del Currito, que no son más que palabras huecas. Pero Demetrio Macías acepta que no sabe por dónde va la revolución. De ahí que se someta a alguien que cree superior, el general Natera. (Este personaje aparece también en Memorias de Pancho Villa.) “¡Cierto como que hay Dios, compañero; sigue la bola!”, exclama el general Natera. “¡Ahora Villa contra Carranza!” Cuando le pregunta a Demetrio sobre su parecer, éste, sin titubear, contesta: “Mire, a mí no me haga preguntas, que no soy escuelante… La aguilita que traigo en el sombrero usté me la dio… Bueno, pos ya sabe que no más me dice: ‘Demetrio, haces esto y esto… ¡y se acabó el cuento!’”.
El ejemplo favorece el punto de vista de la Revolución de estas notas, pero también muestra a un personaje sincero, seguro en lo que es, logrado como tal, y lo veleidoso, eso sí, de todo movimiento social, en contra de la opinión burocrática de la revolución triunfante, cualquiera que ésta sea, aquí y en China —aunque algunas más que otras.
El acierto: el humor, la ironía hasta la burla, en Los de abajo, me recuerdan los del creador de estupendas películas mexicanas sobre el tema, Fernando de Fuentes (1895-1958), quien también tuvo su experiencia revolucionaria en los hechos: El compadre Mendoza (1933) y ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935). Ambas muy notables, aunque fueron primero Azuela y la literatura.
Me gustaría saber: ¿en qué revolución del siglo veinte ha podido surgir una novelística de la importancia de ésta y, sobre todo, crítica del movimiento que le da origen? ¿En la rusa, la cubana, la china? No. En ésas no se ha podido decir siquiera una opinión en contra —de la rusa sí, años después del derrumbe del muro de Berlín—, mucho menos escribir y publicar una novela que las ponga en duda de alguna manera, ya no digo que las denuncie, como lo hace La sombra del caudillo, en 1929, de Martín Luis Guzmán, la mejor novela de la Revolución Mexicana por lo menos.
Pero lo mismo ocurre en Tropa vieja, en Los de abajo, en El águila y la serpiente, en los relatos cortos de Cartucho, en Ulises criollo y La tormenta —“memorias noveladas”— y en otras más. La Revolución Mexicana no fue perfecta, hubo muchos abusos, incluso fue destructora de algunos elementos que no estaban mal (o no tan mal), pero también tuvo aciertos, y uno de ellos, seguramente, fue la literatura que propició. Perfectas sólo lo son las revoluciones que se quedan en dictadura, porque impiden la crítica, la reflexión y la novela.
En la escena final de Los de abajo, cuando Demetrio Macías se aventura a cruzar con sus hombres en el fondo de un barranco, piensa: “Éste es el mejor sitio para una emboscada de los federales, ya que es una ratonera”; sin embargo, confían todos en que aquéllos están a dos días de distancia. Además, ¿quién sería capaz de mostrar miedo? De pronto, un tiroteo lejano, donde va la vanguardia. Hay quienes vuelven grupas. “¡Fuego sobre los que corran!” Desde lo alto, de entre las rocas y la maleza empiezan a disparar nutridas descargas de ametralladora. Demetrio ve caer a sus hermanos de aventura, uno a uno, a su lado. Anastasio, Venancio, el Meco. Demetrio se descubre solo entre los silbidos que eran “granizada” de las balas. Desmonta y, arrastrándose, se parapeta y pecho a tierra comienza a disparar con la puntería que lo caracteriza y ve desaparecer de sus trincheras a varias cabezas y rifles que lo atacan. Hasta que, después de un ambiente de contraste, para sostener la tensión y llegar con más fuerza, “Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil…”.
Los de abajo es la revolución de un revolucionario: un sujeto, completamente vivo, al garete del destino. Lo dicho: ¿Qué revolución del siglo xx puede presumir una novelística que la critica como lo hace la novela de la Revolución Mexicana?
Humberto Guzmán (Ciudad de México, 1948) es novelista, articulista y maestro de talleres literarios desde 1972. Entre sus publicaciones se encuentran Contingencia forzada (1971) y La lectura de la melancolía (1997). Recibió el Premio de Periodismo José Pagés Llergo (1998) y el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero, por Los extraños (2000).
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