Monday, 18 November 2024
Artículos relacionados
Dormir a solas
Becarios De La Fundación Para Las Letras Mexicanas | Cuento | Cultura | Alfredo Loera | 30.11.2010 | 0 Comentarios

Lui­sa abrió la puer­ta con la ma­no li­bre mien­tras, con la otra, de­te­nía a su ma­ri­do. No era la pri­me­ra vez que lo en­con­tra­ba ti­ra­do en las ca­lles del cen­tro. Lui­sa dio un pa­so y co­men­zó a guiar a Ru­bén por las som­bras de la ca­sa. Ac­ción di­fí­cil de rea­li­zar pues Ru­bén de­cía co­sas inin­te­li­gi­bles y le da­ba por di­va­gar por en­tre los mue­bles. Lui­sa re­gre­só a ce­rrar la puer­ta. Des­pués, se vol­vió ha­cia su ma­ri­do, que ya se ale­ja­ba ha­cia cual­quier par­te de la vi­vien­da.

—¿Oyes? ¿Oyes? —de­cía el hom­bre—. ¿Oyes có­mo ha­blan de mí?
Lui­sa tra­tó de ig­no­rar­lo. No lo­gra­ba ver­lo; su voz se­me­ja­ba un eco atra­pa­do en las pa­re­des. Se que­dó plan­ta­da unos se­gun­dos mi­ran­do lo ne­gro; in­me­dia­ta­men­te, se ade­lan­tó ha­cia la re­cá­ma­ra y se acos­tó. Es­tu­vo unos mi­nu­tos al tan­to de los pa­sos, de los bal­bu­ceos des­co­no­ci­dos. ¿Quién es­ta­ba con ella? Se dur­mió.

So­ñó que es­ta­ba vie­ja. Se veía en el es­pe­jo y se sor­pren­día de en­con­trar­se tan an­cia­na. ¿Cuán­to tiem­po ha­bía pa­sa­do? Sus ojos arru­ga­dos, sus ca­be­llos gri­ses, sus en­cías sin dien­tes. Se asus­tó. Por al­gu­na ra­zón, ella com­pren­día que só­lo se tra­ta­ba de un sue­ño, pe­ro no de­ja­ba de asus­tar­se. Su re­fle­jo de cier­ta for­ma era ver­da­de­ro. Sin­tió sus ma­nos hue­su­das y sus te­tas hol­ga­das. En el sue­ño, ella vi­vía con sus pa­dres, así, aca­ba­da y vie­ja.

Ahí es­ta­ba jun­to a su ma­dre sen­ta­da so­bre uno de los si­llo­nes de la sa­la; só­lo mi­ran­do el sue­lo. Ella in­ten­tó lla­mar­la pe­ro su ma­dre pa­re­cía una fi­gu­ra de car­tón. Des­pués se es­cu­cha­ron los gri­tos:

—¡Lui­sa! ¡Lui­sa! —Sí, un sue­ño, pe­ro en­ton­ces, ¿por qué te­nía mie­do?
Ella es­ta­ba en la ca­sa de sus pa­pás y era una an­cia­na y al­guien la lla­ma­ba. ¿Quién po­día ser? ¿Ru­bén? Se­gu­ra­men­te se tra­ta­ba de él, ¿pe­ro dón­de es­ta­ba? Avan­zó por el pa­si­llo prin­ci­pal de la an­ti­gua vi­vien­da. La voz pro­ve­nía del úl­ti­mo cuar­to; un hom­bre se ha­lla­ba en­ce­rra­do. Se vol­vió ha­cia su ma­dre, que con­ti­nua­ba ab­sor­ta. Aho­ra, pa­re­cía sa­ber que Lui­sa la es­ta­ba vien­do. Una es­pe­cie de son­ri­sa apa­re­ció en su ros­tro. Era una son­ri­sa in­de­fi­ni­da, ve­da­da, tris­te.

—Ay, hi­ja, que bue­no que tú no te ca­sas­te pa­ra no te­ner que an­dar car­gan­do bo­rra­chos.

Sí, to­do era un sue­ño. Lo con­fir­ma­ba el he­cho de que ella es­ta­ba ca­sa­da con Ru­bén. Lue­go re­cor­dó: a su pa­dre siem­pre lo en­ce­rra­ban en el cuar­to pa­ra que se le pa­sa­ra la bo­rra­che­ra. Qué cu­rio­so lo que ha­bía di­cho su ma­dre: ella era la que lo me­tía ahí. Siem­pre ella, nun­ca su ma­dre. En­ton­ces, ¿por qué ma­má di­jo eso? Los gri­tos con­ti­nua­ron.

—¡Lui­sa! ¡Lui­sa!

Des­per­tó: la pe­num­bra. To­có su cuer­po. No, aún no es­ta­ba vie­ja. Se sin­tió ali­via­da, pe­ro esa sa­tis­fac­ción du­ró po­co. Al ins­tan­te re­co­no­ció que es­ta­ba ca­sa­da. Y lue­go, al­guien con el de­do ín­di­ce le pi­ca­ba la es­pal­da.

—Lui­sa, Lui­sa —de­cía el hom­bre.

Ella de­jó que si­guie­ra ha­blan­do so­lo, en la no­che, co­mo un mo­ri­bun­do. Es­ta­ba har­ta. Pe­ro el re­cla­mo se hi­zo más obs­ti­na­do.

—Lui­sa, Lui­sa. Te es­toy ha­blan­do… Te es­toy ha­blan­do.

Se vol­vió ha­cia la voz.
—¿Qué quie­res? ¿Qué quie­res? Dé­ja­me dor­mir…

En la os­cu­ri­dad del le­cho na­da se veía.
—¿Es que no oyes?… ¿Es que no oyes?… ¿No oyes que es­tán ha­blan­do de mí… no los oyes?

—No. Es­tás bo­rra­cho… dé­ja­me dor­mir… —di­jo, y se apar­tó dán­do­le otra vez la es­pal­da.

—Oye… Ha­blan de mí…

Al ver que no te­nía res­pues­ta, el hom­bre em­pe­zó a dar­le le­ves pu­ñe­ta­zos a Lui­sa. Ca­da uno era más fuer­te. Ella se vol­vió de nue­vo asus­ta­da.

—¿Es que no oyes?… ¿No ves lo que hay en el ba­ño?… Una co­sa que me da mie­do…

La voz más in­co­he­ren­te e inin­te­li­gi­ble.
—Ten­go mie­do… ¿No ves las hor­mi­gas que vie­nen y que me ha­blan?… Ahí vie­nen… ¡Me es­tán es­pe­ran­do en el ba­ño!…

Lui­sa co­men­zó a sen­tir­se co­mo en otro sue­ño. Aque­llo no po­día es­tar pa­san­do. Se­gu­ro era un sue­ño. Pe­ro no, es­ta­ba jo­ven. En el sue­ño ella es­ta­ba vie­ja pe­ro aho­ra era jo­ven.

—Ayú­da­me… ¿No ves las hor­mi­gas?… ¡Las hor­mi­gas! —vo­ci­fe­ra­ba el hom­bre, la som­bra, la co­sa sin iden­ti­dad que ya­cía jun­to a ella.
Al ver­lo así, tan pu­si­lá­ni­me, de pron­to co­bró va­lor. Los gol­pes ya ha­bían pa­sa­do. Ade­más, no cre­yó que hu­bie­ran si­do tan fuer­tes.

—¡Ya duér­me­te, Ru­bén! ¡Es­tás bo­rra­cho!

Lo ex­tra­ño fue que, aho­ra, ella tam­bién em­pe­zó a gol­pear­lo con los pu­ños. Nun­ca lo ha­bía he­cho. Ti­ró los pu­ñe­ta­zos quién sa­be có­mo.

—¡Ya duér­me­te, Ru­bén!

Se de­tu­vo. La voz se ca­lló. Ella res­pi­ra­ba agi­ta­da, sor­pren­di­da de su ím­pe­tu. Hu­bo un si­len­cio. Des­pués es­cu­chó un so­llo­zo. El ebrio llo­ra­ba. Lui­sa sin­tió lás­ti­ma.

—Duér­me­te… duér­me­te… —di­jo, y es­ti­ró la ma­no en la no­che pa­ra to­car aquel bul­to.

To­mó su ros­tro. Des­cu­brió las arru­gas, la piel re­se­ca, las bar­bas, des­li­zó la pal­ma por el cue­llo aja­do.

—Bue­no… es­tá bien… hi­ja… pe­ro no me pe­gues… no me pe­gues… Hi­ja… tie­nes ra­zón… Es só­lo que… ya me co­no­ces… Ya sa­bes… tu pa­dre es un bo­rra­cho…

Lui­sa se se­pa­ró. To­có su cuer­po. To­da­vía era jo­ven. ¡To­da­vía lo era! No era un sue­ño. Des­pués se que­dó vien­do lo ne­gro. Es­ta­ba acos­ta­da jun­to a su pa­dre. Eso era to­do. 

Dejar un comentario



Velatorio
Este texto estará disponible en el transcurso del mes. Por favor, visite el sumario general o el sumario del suplemento de Cultura regularmente. Los títulos subrayados indican que el artículo completo ya está disponible. Suscríbase a Este País y reciba la versión impresa cada mes a la puerta de su casa o cómprela con su […]
Ahora todos los caminos llevan a Francia
Literatura de la Primera Guerra Mundial
La literatura también se desplazó al frente. Estuvo en las trincheras, encarnada en autores ya formados que debieron desplegarse o en soldados que acabarían escribiendo a partir de esa experiencia. Y estuvo fuera del campo de batalla, pero impactada de tal forma por el conflicto, devorada con tal celo, que no tuvo más remedio que […]
Relatos
Sentido contrario Supongo que debía haber tenido alrededor de cuatro años, pero mi memoria no llega tan lejos. Lo que sí recuerdo es que fue la mano izquierda con la que comencé a tomar las crayolas, gises, lápices y lo que estuviera a mi alcance para rayar todo. Y aunque mi creatividad no tuviera límites, […]
Caminos lingüísticos de ida y de regreso:
Novelas en maya, libanas en español
Escribir novelas en mixe, obras de teatro en tepehua, poemas en tepehuano son rutas posibles en el campo de los encuentros interculturales, posibilita experimentar lenguas en los géneros literarios de otra tradición cultural. Más allá de los gustos personales estoy a favor y me interesa el resultado de estos encuentros, las implicaciones que acarrea, las […]
Crónica desde El Animal
La velocidad del zoom del horizonte,* dramaturgia de David Gaitán, dirección de Martín Acosta. MÉXICO, DF, ALGÚN DÍA DEL SIGLO XXI.— Todos parecían excitarse ante un mismo factor: una obra de teatro de ciencia ficción. Teatro mexicano y de ciencia ficción… A mí, la proposición me suscitó dos reacciones de intensidad equiparable mas en direcciones […]
Más leídos
Más comentados
Los grandes problemas actuales de México (152.874)
...

La economía mexicana del siglo xx: entre milagros y crisis (65.768)
...

Con toda la barba (47.804)
...

¿Por qué es un problema la lectura? (30.459)
Desarrollar el gusto por la lectura no es cuestión meramente de voluntad individual. El interés por los libros aparece sólo en ciertas circunstancias.

La distribución del ingreso en México (26.554)
...

Presunto culpable: ¿Por qué nuestro sistema de justicia condena inocentes de forma rutinaria?
Bas­tan­te han es­cri­to y di­cho ter­ce­ros so­bre Pre­sun­to cul­pa­ble....

Los grandes problemas actuales de México
Se dice que el país está sobrediagnosticado, pero en plenas campañas y ante...

I7P5N: la fórmula
Homenaje al ipn con motivo de su 75 aniversario, este ensayo es también una...

China – EUA. ¿Nuevo escenario bipolar?
No hace mucho que regresé de viaje del continente asiático, con el propósito...

La sofocracia y la política científica
Con el cambio de Gobierno, se han escuchado voces que proponen la creación...

1
Foro de Indicadores
Debates que concluyen antes de iniciarse
El proceso legislativo reciente y sus números

Eduardo Bohórquez y Javier Berain

Factofilia: Programas sociales y pobreza, ¿existe relación?
Eduardo Bohórquez y Paola Palacios

Migración de México a Estados Unidos, ¿un éxodo en reversa?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Donar no es deducir, donar es invertir. Las donaciones en el marco de la reforma fiscal
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Impuestos, gasto público y confianza, ¿una relación improbable?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Los titanes mundiales del petróleo y el gas
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La pobreza en perspectiva histórica ¿Veinte años no son nada?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

La firme marcha de la desigualdad
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia. 2015: hacia una nueva agenda global de desarrollo
Roberto Castellanos y Eduardo Bohórquez

¿Qué medimos en la lucha contra el hambre?
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Bicicletas, autos eléctricos y oficinas-hotel. El verdadero umbral del siglo XXI
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Parquímetros y franeleros: de cómo diez pesitos se convierten en tres mil millones de pesos
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Una radiografía de la desigualdad en México
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: Más allá de la partícula divina
Eduardo Bohórquez y Roberto Castellanos

Factofilia: El acento está en las ciudades. Algunos resultados de la base de datos ECCA 2012
Suhayla Bazbaz y Eduardo Bohórquez