Poca gente en el mundo no ha escuchado hablar de Lady Gaga. Las páginas editoriales del periodismo del espectáculo han derrochado tinta tangible y electrónica en halagos a la mujer que ha roto todos los estereotipos, que se ha alzado como una figura alternativa en el pop y que en mayo estará en México.
Los analistas señalan al escándalo como el principal vehículo del éxito de esta artista de veinticuatro años; otros afirman que se trata de su estética visual, principalmente la de los videos y la moda que viste, con tacones muy altos, ropa ajustada, antifaces, máscaras, sombreros exóticos y hasta vestidos hechos de carne de res. Alguno por ahí menciona la música como un elemento del éxito.
Habría que analizar esas teorías: desde el punto de vista de la música como factor de la popularidad, de entrada hay que notar que la mayoría de las reseñas de su más reciente gira hablan de lo que se ve, y no de lo que se escucha. Por otro lado, hay que saber que Lady Gaga, antes de interpretar su música, escribía canciones para artistas pop como Britney Spears (aquellos prefabricados por las disqueras con el único objeto de vender). Así, su fórmula musical es la misma: una melodía pegajosa, un ritmo cadente y una letra que habla de amor o desamor.
Aunque es verdad que en las vertientes del pop “prefabricado” existen tendencias, y Lady Gaga fue una suerte de respiro después de casi veinte años de la fusión de r&b, rap comercial y pop como constante en prácticamente cualquier producción de ese tipo, el sonido de Gaga retoma el ritmo de la música electrónica de club para bailar —principalmente el house y el dance— mientras que sus melodías se inspiran en la música comercial ochentera, con un ligero toque de glam rock. En cierta forma, lo que Gaga ensaya ahora es algo similar a lo que el dúo Everything But the Girl experimentaba en los años noventa, aunque el resultado en este caso era un pop experimental y en el de Gaga es un pop estándar.
En el terreno de la moda y la estética visual, Gaga es quizá más innovadora que en su música, si bien aquí es mucho más clara la influencia del glam y del pop art de las décadas de 1970 y 1980. La novedad quizá no radica tanto en la estética como en los objetos en los cuales la utiliza, como la ropa. Con el discurso visual de sus videos sucede algo similar: conlleva un lenguaje cinematográfico que abreva de las mismas corrientes artísticas de dichos años.
Los “looks” y estéticas escénicas de Lady Gaga ya han permeado a gran parte de las “celebridades” pop. Al usar elementos que aparentan ser sumamente “conceptuales” —o abstractos— pero tras los cuales existe una intención meramente decorativa —algo totalmente concreto—, todo el universo icónico derivado de Lady Gaga podría tener un destino similar a la estética de los años ochenta, que fue detestada en las décadas subsecuentes dada su tendencia a la exageración y a la superficialidad.
Finalmente, está el escándalo que, podría decirse, sí ha sido el vehículo del éxito, pues a raíz de él se ha difundido infinitamente más la obra de esta artista pop. Lo curioso es que en realidad no es el alboroto lo que llama la atención, sino que Lady Gaga lo provoque: no importa a quién escandaliza, sino el hecho de que lo haga. En el fondo, casi nadie está escandalizado, pero todo el mundo se interesa por saber qué ha hecho ahora. Mientras tanto, las cosas que realmente disgustan a muchas personas no suelen tener tantos seguidores en las redes sociales, ni derivar en ventas millonarias de productos.
El escándalo es, en el fondo, una suerte de pantalla que cubre el hecho de que muchos periodistas quieran hablar de ella, sea porque les guste o porque la compañía disquera los bombardea con boletines de prensa sobre todo lo sorprendente que hace cada día. Por ejemplo, fue una gran noticia que Lady Gaga se convirtiera en la persona más seguida en Twitter, pero no las decenas de personas que lo hicieron poco antes que ella; también fue muy sonado que un video suyo fuera el más visto de la historia de Youtube, pero cuando éste fue superado por uno de Justin Bieber nadie hizo sonar bombos y platillos. Tampoco se menciona que en Facebook está en cuarto lugar y en Myspace en vigésimo.
Pero la menos culpable de todo ello es Lady Gaga: si los periodistas quieren decir que es un escándalo, tanto mejor para sus ventas y su popularidad; quizá muchos lo hagan porque les guste que rompa con cierta solemnidad del medio o por el hecho de que una mujer que estudió en el Sagrado Corazón sea tan abiertamente sexual.
Lo que debe quedar claro es que detrás del impresionante aparato que la respalda, está una propuesta musical casi carente de innovaciones y un discurso hueco —tanto en las letras como en la estética— que aparenta una profundidad emanada del arte pop. Aunque se la ha ubicado como una figura alternativa por haber iniciado en la “escena de bares” de Nueva York, Lady Gaga no lo es en absoluto —hay bares para todos los gustos y estilos. Lo que sí sucede es que tuvo que esforzarse más en “picar piedra” que el común de los artistas pop.
Está por verse si Lady Gaga logra dar el paso más difícil: mantenerse en la cima del pop y no ser otra estrella fugaz, como la mayoría de las que pueblan el firmamento de las “celebridades”.
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