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La liberación de maíz transgénico en México: ilegal y riesgosa
Este País | María Elena Álvarez-Buylla | Alma Piñeyro Nelson | 16.11.2010 | 0 Comentarios

“Se pensaba que el hombre había nacido
para dominar a la naturaleza,
pero creo que no sabía que es así como el hombre
está cavando su propia tumba”.

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El 29 de septiembre de 2009 un grupo amplio de  científicos prestigiados de todo el mundo, a iniciativa  de la Unión de Científicos Comprometidos  con la Sociedad (UCCS) de México, suscribió un  extrañamiento dirigido al Presidente Felipe Calderón  Hinojosa que dice:

Este año, usted tiene la responsabilidad histórica  de prevenir el daño irreversible a uno de  los más valiosos recursos naturales del mundo:  la diversidad del maíz mexicano. Su administración  recientemente ha dado pasos con el fin  de apresurar la introducción de maíz genéticamente  modificado en el campo mexicano y  estamos convencidos, con base en el conocimiento  que tenemos de la evidencia científica  disponible, de que esta decisión representa un  riesgo desproporcionado e innecesario que  debe evitarse a toda costa por el bien de México  y del mundo. Unidos por el compromiso ético,  ampliamente fundamentado, de preservar este  recurso para la humanidad, exigimos que su  administración tome medidas drásticas que  garanticen que ningún tipo de maíz transgénico  se siembre en México, el centro de origen y  diversidad de este importante alimento. […]  Vemos con gran preocupación que los argumentos seriamente planteados por científicos y  expertos en el campo de las humanidades y las disciplinas sociales sobre la inconveniencia de  introducir maíz genéticamente modificado en  México han sido ignorados durante largo tiempo.  Incluso, la evidencia experimental producida  en México, en ensayos (que hacen a los  experimentos recién aprobados innecesarios)  realizados hace 15 años que condujeron a la  moratoria plenamente justificada de siembras  de organismos transgénicos desde 1998 a 2003,  parece haberse dejado de lado en aras de un  desproporcionado impulso para permitir la  siembra de maíz transgénico en México. (Texto  completo en www.unionccs.net /comunicados/  index.php?doc=sciencetrmaize_es)

Este extrañamiento fue entregado en mano y con  firma de recibido en las oficinas del Presidente de  la República y de los funcionarios responsables de  la bioseguridad en México. Hasta ahora no hemos  recibido respuesta alguna. ¿Qué intereses tan ajenos  al bienestar social, la seguridad alimentaria y  la sustentabilidad estarán presionando al gobierno  mexicano para abstenerse de escuchar los innumerables  argumentos para impedir la liberación de  cultivos transgénicos en sus centros de origen y  diversidad, como lo es México para el maíz? Y ¿por  qué en lugar de actuar en beneficio de la población  mexicana en su conjunto, del futuro de nuestro ambiente y de la seguridad y la soberanía agroalimentarias, se abren las puertas a una tecnología  privatizadora, que no puede coexistir con las milenarias  técnicas de producción de maíz, actual sustento  nodal en el campo de nuestro país? ¿Se han  olvidad de que esta forma campesina e indígena  de producir maíz y otros alimentos ha generado la  mayor diversidad de cultivos y ha demostrado ser  capaz de resistir los embates del clima y las vicisitudes  del mercado?

Estas preguntas han sido abordadas en todo el  mundo y las respuestas son preocupantes: por un  lado, los gobiernos federales están perdiendo su  capacidad de fungir como árbitros entre el interés  privado y el público, y no han sabido asegurar medidas precautorias y de regulación que eviten la  expansión de ciertas tecnologías producidas y  comercializadas por grandes consorcios monopólicos;  por otro lado, el uso masivo de estas tecnologías  que puede ocasionar riesgos y efectos negativos  irreversibles, que pueden tener grandes  alcances para la humanidad y el medio ambiente.Finalmente, los beneficios derivados de estas  tecnologías se han privatizado y concentrado en  cada vez menos manos, mientras que los riesgos  que implica su uso son públicos, de  gran alcance y se distribuyen de manera  injusta entre la población mundial.

A la presión de estos intereses monopólicos  también han cedido biotecnólogos  de todo el mundo. Algunos de ellos se han convertido en los paladines del  uso de transgénicos en México, a pesar  de argumentos ecológicos, científicos, económicos, sociales y éticos que apuntan a los grandes riesgos y peligros que  implica la liberación de maíz transgénico  en su centro de origen y diversidad. Estos defensores  impulsan tecnologías “científicas”, obsoletas  e insuficientes, que se han expandido primordialmente  por un interés lucrativo, puesto que no son  sustentables e implican una monopolización de beneficios económicos en cada eslabón de la cadena  alimenticia de uno de los cereales más importantes del mundo: el maíz. Estos biotecnólogos  están adquiriendo una responsabilidad crucial al  avalar la pérdida de los múltiples conocimientos y  sistemas productivos del maíz, y con ello el posible desmantelamiento del sistema social y agroecológico  que desde hace miles de años sustenta la capacidad de regeneración de la riqueza genética.

Es incomprensible como puede haber funcionarios y biotecnólogos mexicanos que hagan caso omiso de los argumentos que demuestran que, como se asienta en el citado extrañamiento, “después  de un cuarto de siglo de siembras experimentales  y más de una década de distribución comercial  de maíz transgénico, existe evidencia plena de que los beneficios que ofrecen estas líneas comerciales  no compensan de ningún modo los grandes  riesgos que implica su liberación”. Asimismo, se ha  demostrado que los transgénicos no han aumentado los rendimientos ni han disminuido el uso de  agrotóxicos o fertilizantes, pero sí se ha incrementado  su impacto en la emisión de gases de efecto invernadero y el cambio climático global.

Los científicos y funcionarios de este país deberíamos estar empeñados en desarrollar tecnologías  propias, sustentables y precautorias, adecuadas  para un centro de origen y diversidad del maíz y  otros cultivos originarios de México. Es necesario  un diálogo profundo con las organizaciones autogestivas  desarrolladas por las comunidades indígenas  y campesinas del país, poseedoras de tecnologías  milenarias de cultivo. Son este tipo  de opciones las que, como ha demostrado  la doctora Oström, Premio Nobel de  Economía, han sido capaces de producir  alimentos y usar los recursos naturales  de manera sustentable en todo el  mundo. Sin este diálogo, México está a  punto de perder de manera irreversible  la oportunidad de mantener su mayor  ventaja comparativa: la de convertirse  en uno de los “graneros” para el mundo  entero, productor de una gran diversidad  de alimentos sanos, libres de transgenes, diversos y de alta calidad. Esta amenaza se presenta  justo cuando enfrentamos otro gran reto: producir  suficientes alimentos sanos, diversos, aptos y  en cantidades suficientes para alimentar a la  población mundial, utilizando métodos agrícolas  sustentables y eficientes que no dañen el medio  ambiente.

«se ha  demostrado que los transgénicos
no han aumentado los rendimientos
ni han disminuido el uso de  agrotóxicos
o fertilizantes, pero sí se ha incrementado
su impacto
en la emisión de gases de efecto invernadero
y el cambio climático global.»


Desde 2005 el International Assessment of Agricultural Knowledge, Science and Technology for  Development (IAASTD) se dio a la tarea de hacer una indagación rigurosa de la situación de la agricultura,  el hambre, la calidad de la alimentación, la salud, la sustentabilidad, los efectos ambientales  de la producción de alimentos y la pobreza en el  mundo entero. La motivación de esta tarea se resume  en las siguientes líneas del Profesor Bob Watson, director de IAASTD:

Aunque se ha considerado por muchos como  una historia de éxito, los beneficios de los  aumentos en la productividad agrícola mundial  a partir de la Revolución Verde no se han repartido  de manera uniforme. Muy comúnmente,  los más pobres de los pobres se han beneficiado  muy poco, o no se han beneficiado en lo  absoluto, de dichos aumentos o de los desarrollos  agrotecnológicos más recientes (incluidos los cultivos transgénicos). Ochocientos cincuenta  millones de personas en el mundo  sufren de hambre o malnutrición, y unos cuatro  millones adicionales se unen a esta cifra  global cada año. De cualquier manera, estamos  poniendo en nuestras mesas comida que parece  ser barata, pero en realidad es comida que no siempre es sana y que nos está costando muchísimo en términos de agua, suelo y diversidad  biológica de la cual depende el futuro de todos.

Este reporte, que se publicó en 2009, fue elaborado y revisado por centenares  de expertos, quienes concluyeron que es  necesario rescatar las capacidades de  producción de alimentos a escala local,  acortar las cadenas de producción y venta  de alimentos, e integrar nuevas capacidades científicas y tecnológicas apropiadas  a cada contexto y fundadas en  modelos campesinos e indígenas de  producción. Según este reporte, este  esquema es el único capaz de garantizar una producción  suficiente de alimentos de manera sustentable.

El apoyo a los maíces transgénicos por parte del  gobierno federal actual y de algunos biotecnólogos resulta aún más sorprendente cuando viola la  actual Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados (LBOGM), la cual asienta que  no deben liberarse este tipo de organismos si existe  riesgo de flujo génico a variedades nativas. Dado  que todo México tiene diversidad de maíz, sería  imposible impedir la contaminación de dichas  variedades si se siembra maíz transgénico en cualquier  parte del territorio mexicano, incluyendo el  norte del país, donde industrias monopólicas ya  están experimentando a campo abierto con maíz  transgénico.

Nuestros estudios de presencia de transgenes en  variedades nativas de maíz han demostrado que el  flujo de genes puede ocurrir aun cuando medien  miles de kilómetros de distancia entre los cultivos;  sin embargo, éstos han llegado desde los Estados Unidos a diversos estados de la República, incluidos Yucatán y Oaxaca, a pesar de la moratoria a la siembra de maíz transgénico instaurada en 1998. Hoy en día, la presencia de transgenes en las variedades  nativas es relativamente baja y está restringida  a pocas localidades, por lo que aún es reversible.  Sin embargo, si se aprueba la liberación de  maíz transgénico en México a escala piloto o  comercial, si no se refuerzan las medidas de bioseguridad en la frontera y no se impide, como recomendó  la Comisión de Cooperación Ambiental  del TLCAN, que entre grano de maíz transgénico, la  contaminación en las variedades nativas podría ser irreversible. Las consecuencias son graves para la  integridad de los maíces nativos y su capacidad de  regeneración, para los ambientes agroecológicos, para los modos de producción campesina y para la salud de los mexicanos (consúltense los argumentos  y documentos que sustentan el extrañamiento  de la UCCS). Además, se pueden  contaminar los parientes silvestres del  maíz (teosintle), lo que afectaría a sus ecosistemas de modo impredecible. Finalmente, los transgenes están patentados  por monopolios, lo que implicaría  la “privatización” de un bien común:  la diversidad de maíces nativos de este país.

Sumados a los riesgos que implica la liberación  de maíz transgénico en México, los supuestos beneficios de las líneas transgénicas comerciales  son inútiles o insuficientes para resolver los problemas  agrícolas de México. Por ejemplo, la doctora  Alejandra Bravo, del Instituto de Biotecnología  de la UNAM, demostró que la proteína insecticida (Cry), que producen algunos de los maíces transgénicos, no mata a las plagas de mayor presencia  en México. Otro ejemplo es el uso del herbicida  glifosato, al que es resistente otro de los maíces  transgénicos (el RoundupReady), y el cual es  incompatible con el policultivo de la milpa, sistema  de producción prevalente en el país, además de  ser altamanete dañino para la salud animal y humana, como se ha demostrado en Sudamérica y  como lo sustentan los estudios del doctor Carrasco  recientemente publicados en una revista científica, y quien también descubrió que la presencia de este  herbicida empleado en las plantaciones de soya y maíz transgénico está asociada a una triplicación  en casos de cáncer y a malformaciones de nacimiento, entre otros efectos.

«los transgenes están patentados por monopolios,
lo que implicaría  la “privatización” de un bien común:
la diversidad de maíces nativos de este país.»

El apoyo a la liberación de los maíces transgénicos resulta aún más difícil de explicar cuando en  México contamos ya con tecnologías no transgénicas, que podrían asegurar una producción sustentable  de maíz de alta calidad y que garantizarían nuestra soberanía alimentaria. Los pequeños productores  de México (más del 75% del total) podrían  además beneficiarse si el gobierno apoyara el  modo de producción campesino promoviendo  una verdadera mejora de las condiciones del campo  y de los niveles de vida de la población rural,  en lugar de apoyar a grandes empresas. Resulta increíble  que el propio gobierno ponga en riesgo el  capital fundamental de los campesinos e indígenas productores agrícolas de  Mexico: las semillas, a pesar de que son  los campesinos e indígenas mexicanos quienes tienen en la milpa y en otros inventos milenarios la respuesta a los  retos de los años que vienen para producir alimentos y hacer frente a crisis ambientales como las derivadas del cambio climático.

En resumen, la tecnología de transgénicos aplicada a la agricultura en manos  de monopolios es una tecnología profundamente antidemocrática que viola principios éticos fundamentales  como el derecho a la autonomía en la  producción de alimentos y a la elección de alimentos libres de transgenes. Más aún, las compañías que se beneficiarán de la distribución de los transgénicos  no tienen los “antídotos” para revertir o  remediar posibles daños colaterales resultado de la  liberación de maíz transgénico en México. Por ejemplo, algunos de los transgenes que se han  insertado en el maíz son utilizados para producir fármacos y sustancias industriales que no deben consumirse. Si se escapara algún transgen que cancelara  la vocación alimenticia del maíz, serían las  empresas que los insertaron las únicas capaces de  averiguarlo, pues ni siquiera tenemos información  completa de los genes insertados en el maíz para  poder monitorearlos, toda vez que esta información  está protegida bajo la calidad de secreto industrial. Es pues una tecnología con una capacidad  de penetración preocupante que no se está  regulando de manera apropiada: con  base en principios legales, económicos,  científico-técnicos, sociales, ambientales  y éticos rigurosos. Ciertamente, es una  tecnología que se puede salir de control,  pues como se ha demostrado científicamente,  las compañías han sido incapaces  de contener estos cultivos en los sitios autorizados, lo que demuestra que  las siembras a cielo abierto son altamente riesgosas.

En conclusión, la soberanía alimentaria  y la bioseguridad de México se encuentran en  un momento crucial. Es momento de animar un  debate de altura con un profundo sentido ético en  beneficio de la humanidad y el medio ambiente.  Los científicos tenemos que trabajar para descubrir  cómo cuidar la naturaleza y cómo convivir en  armonía con ella, en lugar de querer encontrar la  forma de controlarla y ponerla al servicio de intereses  lucrativos sin importar las consecuencias, y a  sabiendas de que la capacidad de pronóstico de los  sistemas tecnocientíficos es muy limitada.

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