En el ensayo siguiente, Orellana Moyao hace una precisa, perspicaz y necesaria disección del delito en México. El autor aborda la delincuencia desde dos dimensiones: micro y macro, y plantea que se trata de dos problemas con dos soluciones distintas. Ofrecemos la primera parte del texto. La segunda entrega aparecerá en nuestro próximo número.
Foto tomada de Flickr/Creative Commons – sinestesiadg
México tiene un triple escenario para la implementación de la reforma de la justicia penal, a saber:
- Una crítica situación de narcotráfico y una delincuencia organizada en franco combate con el gobierno;
- Una crisis de seguridad pública no necesariamente vinculada a la delincuencia organizada pero fomentada por la imagen de las autoridades, que se muestran pasmadas y aletargadas en su reacción, y
- Una compleja ecuación jurídica federal que multiplica el desafío por 33 órdenes jurídicos y casi 2,500 órdenes municipales.
El trabajo de estos tiempos consiste en construir una solución sostenida en un tripié decisional que responda con contundencia, armonía y previsión estratégica a cada rubro en cuestión.
¿Pero el narcotráfico y la delincuencia organizada deben ser tratados con el mismo proceso, los mismos principios y las mismas reglas que el hurto, las lesiones, el fraude y otros delitos que se cometen en la cotidianeidad de la vida civil?
Me parece que la realidad nos anuncia estruendosamente que debemos distinguir entre la macro delincuencia y la micro delincuencia, para resolver y distribuir después las tareas, atribuciones y competencias de las autoridades que deben afrontar a cada una de ellas.
Macro delincuencia
La delincuencia organizada es un asunto verídicamente corporativo basado en afiliaciones masivas, orquestado en grupos competitivos entre sí y con el Estado, con pretensiones de permanencia y que ostenta la imagen de una empresa altamente rentable y lucrativa con un mercado amplio y cautivo que la sostiene y la hace capaz de ofrecer empleo, ingresos y hasta estatus a los jóvenes. Pero además, provee de fondos a muchas empresas y personas que —con o sin conocimiento— hallan en esta enorme organización a un cliente altamente solvente dentro de los mercados lícitos de la economía formal.
Son grupos corporativos que tienen empleados, trabajadores, directivos, especialistas, vendedores, abogados, contadores, médicos, proveedores y clientes, almacenes y transportes, como cualquier otra corporación de negocios, con todo el poder que da el dinero en efectivo y circulante y capaces de defender sus intereses no sólo con las armas sino también con política en el sentido más amplio de la palabra. Es tan visible el poder que esos grupos ejercen hoy día en México que creo que no hace falta abundar en detalles.
Es claro que cuando adoptan acciones hostiles, generan un ataque organizado en contra de la ley, el orden y la paz en su conjunto y amenazan el presente y el futuro de todos.
Micro delincuencia
El delito entre ciudadanos surge en relación proporcional a la pobreza, sumada a la elevación de patrones y expectativas de consumo como validación personal y social. Todo indica que el consumismo (como valor) es la condición necesaria para que la pobreza sea factor de delincuencia, puesto que ella en sí misma no lo es ni lo ha sido en México. A lo anterior se suman también el desempleo, la desigualdad y desde luego la muy lamentable calidad de la educación. México vive hoy su peor analfabetismo cívico, muy riesgoso para la seguridad y la paz.
La respuesta gubernamental típica ante los problemas de la convivencia social es la creación de leyes con penas y castigos. Pero a mayor cantidad de conductas penadas por la ley, mayor es la posibilidad de que un ciudadano se vuelva “delincuente”, voluntaria o involuntariamente. Los accidentes más graves, por ejemplo, son accidentes al fin pero suelen ser puerta abierta para la acción penal en la mayoría de los casos.
La muerte accidental de un ser querido por culpa de otro, las lesiones, el hurto, el daño en la propiedad, entre otras cosas, son conflictos cotidianos que han sido registrados en toda la historia de la humanidad. El derecho penal ha intervenido en ello por tres razones fundamentales:
- Para desterrar la venganza privada como mecanismo de satisfacción y de reparación moral al dolor sufrido;
- Para reflejar en la ley la reprobación ética de ciertas conductas que merecen castigo por sí mismas, independientemente del arreglo que pueda haber entre las partes;
- Para recluir y separar de la comunidad a los individuos antisociales que pueden repetir los daños que han causado; es decir, excluir a los criminales de la vida cotidiana, ya sea para confinarlos o para redimirlos según sea la versión del derecho punitivo de cada sociedad en los diferentes episodios de la historia.
La micro delincuencia no es una corporación. Parece que se trata de conductas individuales casi aisladas, episodios desafortunados que surgen en el día a día de la cohabitación masiva en poblaciones y ciudades.
¿Cuál es la frontera entre una y otra formas de la delincuencia? ¿Qué hace micro o macro a un delito? Seguramente, el tamaño de la amenaza pública que representa respecto de la población en general y del Estado como su suprema autoridad territorial.
Es decir, si una persona lesiona o priva de la vida a otra en un accidente de auto, ¿es por ello un criminal? Aun más, si el conductor iba ebrio y en condiciones de total imprudencia, ¿es eso una conducta criminal? ¿Así lo queremos como sociedad democrática? ¿O sería posible imaginar una obligación contundente de cubrir y reparar los daños al ofendido o a sus deudos sin necesidad de prisión?
Para eso sirven los juicios orales y controversiales: para alcanzar la mejor posibilidad de restitución o reparación al ofendido por parte del que cometió la ofensa, incluso con algún castigo económico o alguna consecuencia (como el cese o la pérdida de la licencia de conducir), sumado al registro de un antecedente en el expediente personal, que irá encareciendo y agravando eventos similares y futuros para el ofensor.
Esto significa que en la justicia controversial y oral debemos —y podemos— liberarnos de la vieja consigna heredada del catolicismo tradicional de que “todo delito debe ser castigado”. Más bien la justicia nos permitirá acuñar una nueva expresión: “Toda ofensa merece reparación y satisfacción independientemente de que proceda un castigo o no”.
La micro delincuencia demanda micro soluciones en lo cotidiano, que resuelven las pequeñas cosas que configuran la percepción social de la paz o del conflicto.
La macro delincuencia es un asunto nacional. El ofendido es el Estado y no una persona.
*Coordinador de asesores de la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Consejo de la Judicatura Federal.
Muchas gracias por el saludo Antonio.
Espero que el material sea útil, al menos para contribuir a un debate sobre el rumbo y el modo de avanzar hacia él.
Alfredo Orellana.
Ojalá este artículo les llegara a servidores públicos que tienen la encomienda de planear integral y multidisciplinariamente la estrategia en materia de Seguridad Pública, dado que partirían desde el inicio del camino con rumbo y no pegando aquí y remendando allá, porque actualmente parece que avanzan un paso y retroceden tres, esa es la percepción ciudadana. Aunque no tengo el gusto de conocer al autor saludos desde Jalapa, Veracruz.