Cultura |
Gustavo Rivera Loret de Mola | Antonio Villarreal Moreno | 08.12.2010 | 0 Comentarios
Desde hace más de un año se ha generado un importante debate sobre cómo las dos últimas administraciones del Ejecutivo Federal han organizado los festejos de dos eventos fundamentales: el Bicentenario del inicio de la Guerra de Independencia y el Centenario del comienzo de la Revolución. Hemos leído todo tipo de posiciones, opiniones, críticas y cuestionamientos sobre este tema; hemos reflexionado una y otra vez sobre lo que se pudo haber hecho y no se hizo; hemos revisado las causas por las cuales renunciaron quienes fueron designados para organizar las festividades y los eventos conmemorativos. El saldo: unos festejos trasnochados, que no enaltecieron el nombre de México ni contribuyeron a remendar el muy agujerado tejido social, pero sí fueron un buen pretexto para emborracharnos como cada año y para olvidar por unas horas nuestra apremiante realidad —si bien a muchos nunca les ha alcanzado para eso. Al final, tras un camino largo y minado con desesperanza, nos queda el amargo sabor de nuestras conclusiones, que compartimos a continuación.
* * * Festejos trasnochados
Sin duda, más de uno de los que aceptaron la responsabilidad de organizar o coordinar los trabajos relacionados con estas festividades no supo qué hacer o no hizo caso a las sugerencias de los especialistas, pero aun más, se habrá dado cuenta de una realidad incuestionable: no existió el ánimo ni la voluntad de más de cien millones de mexicanos que vivimos en el país y de casi veinte millones que residen en el extranjero para sumarnos a dichos eventos, puesto que nunca quedó claro qué se debía festejar; porque la mayoría de los funcionarios que han encabezado los gobiernos federales y estatales desde la Independencia sólo han buscado satisfacer sus ambiciones personales; puesto que, después de cien años de un incesante saqueo, las clases medias y bajas que deberían ser la base de estos festejos se encuentran cansadas de remar a contracorriente.
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No nos hagamos bolas (históricas)
Al menos en teoría, estamos conmemorando dos eventos: el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. El movimiento independentista tuvo diversos antecedentes, como la proclama de soberanía del ayuntamiento de México en 1808 —con el virrey José de Iturrigaray a la cabeza, debido a la abdicación sucesiva de los reyes Carlos iv y Fernando vii en favor de Napoleón Bonaparte—, y el precipitado levantamiento de Miguel Hidalgo y Costilla —que a la postre le costaría la vida tanto a él como a Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, entre otros. La Independencia, empero, no se concretó sino hasta la publicación del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, suscrita el 28 de septiembre de 1821. Por lo tanto, en sentido estricto, los festejos del “Bicentenario de la Independencia” deberían celebrarse hasta el 28 de septiembre de 2021.
Por su parte, también en teoría, el movimiento revolucionario de comienzos del siglo xx “estalló” a las dieciocho horas del 20 de noviembre de 1910, tal y como lo convocara el Plan de San Luis de Francisco I. Madero, publicado el 5 de octubre de ese mismo año bajo el lema de “Sufragio efectivo, no reelección”. Hasta la fecha, sin embargo, carecemos de un consenso académico sobre qué acontecimiento marcó el fin de este movimiento: unos señalan la renuncia de Porfirio Díaz a la presidencia, el 25 de mayo de 1911, y su posterior salida por el puerto de Veracruz; otros, la promulgación de la Constitución de 1917; otros más, la muerte de Venustiano Carranza el 21 de mayo de 1920. Ahora, si el objetivo original del movimiento revolucionario —según el Plan de San Luis— era la renuncia de Porfirio Díaz, deberíamos celebrar el “Centenario de la Revolución” el 25 de mayo de 2011, y esto viene a colación porque lo que conocemos coloquialmente como “Revolución” es la confrontación fraticida de por lo menos cuatro años, a consecuencia del magnicidio del Presidente Madero y del Vicepresidente Pino Suárez en febrero de 1913, siendo entonces una “Revolución” que no debería festejarse sino más bien analizarse como una etapa lamentable de la historia mexicana.
Este breve análisis nos lleva a concluir que las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución no se deben limitar a unos cuantos días o meses, puesto que ni la Independencia se consumó en 1810 ni la renuncia de Porfirio Díaz dio paso al proyecto delineado en el Plan de San Luis. Es cierto que detrás de estos movimientos nacionales hubo muchos años de trabajo y sangre derramada, pero, precisamente por eso, consideramos que la forma de festejar y de conmemorar debe consistir en construir las bases para la reflexión de nuestra verdadera cultura, idiosincrasia y pasado histórico, aunque sea doloroso. Creemos que todavía queda espacio para la reflexión y las acciones. A continuación presentamos una breve valoración de nuestra actualidad y perspectiva como país, que esperamos sirva para reabrir un debate, que por ahora se encuentra ahogado por la apatía generalizada y el desorden propiciado por los mismos organizadores de esos infames festejos, cuyos supuestos gastos ameritan además una exhaustiva auditoría y revisión por parte de la ciudadanía, del Congreso de la Unión y de la Auditoría Superior de la Federación.
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Grande México, pequeños los mexicanos
El paquete nos ha quedado muy grande; es más, para que no nos quede la menor duda, el Ejecutivo Federal se encargó de hacerlo ver así, contratando a una empresa extranjera para que organizara los festejos. El Presidente demostró de nuevo la miopía de su clase política —o por lo menos la miopía de quienes tomaron esas decisiones— y el cinismo al declarar que algunas de estas festividades y eventos nos costaron quinientos ochenta millones de pesos. Los tres mil años de historia registrada resultaron ser una maraña demasiado difícil de desenredar. Los ciento ochenta y nueve años de historia como país independiente se convirtieron en un acertijo imposible de resolver. Los cien años de historia posrevolucionaria sucumbieron ante la narrativa oficial de un régimen que, como el dinosaurio de Monterroso, todavía sigue allí. Los festejos del Bicentenario se han convertido en un oprobio para los héroes “que nos dieron Patria” (Hidalgo, Morelos, Guerrero y muchos otros) y los antihéroes que “nos dieron Estado” (Iturbide y Díaz); para un país tan rico y complejo que ni la soberbia de sus gobernantes ni la indolencia de sus inquilinos le han podido asestar la estocada final.
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Ejemplos sobran
Probablemente para el Ejecutivo Federal era importante presentarse como el “gobierno del Bicentenario”. Esto es válido y hasta cierto punto justificable; los políticos pretenden siempre dar la mejor imagen del país y del gobierno. Lo que no es válido es que, a pesar de las carencias que hay en muchos aspectos, y mientras en dependencias, instituciones y organismos de diversa naturaleza se recolectaban alimentos y utensilios para la población afectada por las lluvias en varios estados del país —las personas cada vez creen menos en colectas y en el pago puntual de sus impuestos—, por otro lado se nos informa que estos festejos y actividades han tenido un costo global de casi tres mil millones de pesos.
Pero además, la expectativa de más y mejores empleos es una quimera que cada año ensombrece a los miles de mexicanos que cruzan la frontera norte pese al riesgo de perder la vida. La banca, tanto privada como de desarrollo, no se ha convertido en el motor que tanto pregona el gobierno; las tasas de interés y las comisiones son muy elevadas en comparación con las de países económicamente fuertes. Petróleos Mexicanos es el botín de miles de depredadores que ocultan su corrupción tras discursos nacionalistas que resultan insultantes. En el issste y el imss existen cientos de médicos que brillan por su negligencia, irresponsabilidad y falta de compromiso; hay que esperar meses para que un especialista atienda un padecimiento, o de plano no existen los medicamentos necesarios para tratarlo. La Secretaría de Hacienda y el Banco de México nos presentan cuentas alegres de las remesas que provienen del extranjero, y establecen medidas sin sustento e inconstitucionales para restringir la compra-venta de dólares. La Secretaría de Gobernación poco hace para impulsar programas de apoyo a los migrantes mexicanos (aunque mueran algunos en el intento de cruzar la frontera y de conseguir trabajo, vendrán muchos más). El sistema educativo de primaria, secundaria y bachillerato públicos requiere de un replanteamiento y una nueva perspectiva, pero la Secretaría de Educación Pública no será la que emprenda esta tarea. La Secretaría de Turismo da bandazos improvisando “Rutas del Bicentenario”, sin más propósito que generar la idea de que algo se está haciendo para promover el turismo nacional e internacional. Hace falta una nueva cultura laboral que permita absorber a miles de jóvenes estudiantes y mujeres. Como epítome, la delincuencia organizada va en crecimiento y la sociedad y las autoridades pierden terreno. Ronda la Muerte en México.
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Sin embargo, nos queda México
En este escenario, en que nuestro crecimiento como empresarios, profesionistas, estudiantes, artistas e ideólogos se ve amenazado por la pobreza y el crimen organizado, tenemos que hacer un esfuerzo adicional para generar propuestas concretas que encuentren eco por lo menos en unos cuantos lectores o que generen una discusión más amplia en las aulas universitarias, en los centros de trabajo, en las oficinas públicas, en las calles y en los partidos políticos. El objetivo de nuestra propuesta es demostrar que a estas alturas lo único que nos queda es México y que eso no es poca cosa.
Nuestra propuesta es impulsar el turismo nacional en los 27 sitios considerados Patrimonio de la Humanidad en México: motivar a que los mexicanos y los extranjeros vean, prueben, huelan, oigan y sientan este país a través de sus tesoros históricos y culturales. A través del turismo, por más modesto que sea, podemos descubrir nuestra geografía y entender el contenido de nuestra nación. Acercándonos a tres mil años de historia, de manera imparcial y menos ambigua que la de las llamadas “Rutas del Bicentenario” o los famosos “Pueblos Mágicos”, podemos sentar las bases para reflexionar de manera colectiva sobre un nuevo proyecto de nación. Resulta mucho más provechoso visitar con la guía de expertos locales los centros históricos de las ciudades de México, Oaxaca y Puebla, que recorrer la “Ruta Guerrero y el Ejército Trigarante” siguiendo las indicaciones de guías impregnadas de historia oficial. Es más importante conocer el pasado de los primeros monasterios del siglo xvi en las faldas del volcán Popocatépetl que visitar las tiendas esotéricas de Tepoztlán.
A fin de no perder el rumbo, tal como lo concebimos, debemos delinear y elaborar un plan de trabajo integral, organizado y responsable, con la intervención de las autoridades (federales, estatales y municipales), empresas de turismo, hoteles, líneas aéreas y de transporte, prestadores de servicios y restaurantes, para ofrecer el mejor servicio al turismo nacional e internacional bajo programas de trabajo previos, con servicios de calidad y honestidad, para que haya una derrama económica a favor de todos. Se debe reconocer la importancia de la participación de todos (recalcamos lo de “todos”), porque ya vimos que si esto queda en manos de funcionarios del gobierno nos hacen las cuentas del gran capitán, y esto debe iniciar cuanto antes, como un homenaje a todos aquellos que han creído o que aún creen en este México tan golpeado. Todavía estamos a tiempo, ya que los eventos de reflexión, de cultura y de folclor colectivos pueden y deben durar por lo menos hasta el 2021.
__________________________ Gustavo Rivera Loret de Mola es candidato al doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad de Texas en Austin.
Antonio Villarreal Moreno es candidato al grado de Doctor en Derecho por la unam y ganador del Premio Estatal a Servidores Públicos 1990 de Veracruz. Ha cursado diplomados en derecho electoral, sistema de justicia para adolescentes, argumentación jurídica, derecho procesal constitucional y justicia administrativa.
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