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Una opinión imprescindible: Carlos Monsiváis
| Gerardo Estrada | 30.06.2010 | 1 Comentario

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Decir que Carlos Monsiváis formó parte de nuestra revista desde su fundación seguramente tendrá un significado importante en el amplio currículum del cronista mayor de los últimos cincuenta años en México, pero no sería algo excepcional, pues no hubo prácticamente revista de relevancia en México que no quisiera tenerlo entre los miembros de su Consejo de Redacción y que él, con lo generoso y ubicuo que era, no aceptara.

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Decir que Carlos Monsiváis formó parte de nuestra revista desde su fundación seguramente tendrá un significado importante en el amplio currículum del cronista mayor de los últimos cincuenta años en México, pero no sería algo excepcional, pues no hubo prácticamente revista de relevancia en México que no quisiera tenerlo entre los miembros de su Consejo de Redacción y que él, con lo generoso y ubicuo que era, no aceptara.

Sin embargo, lo que es digno de destacarse, en es- te caso, es que en una primera impresión podría- mos pensar, como ya lo ha señalado Federico Reyes Heroles en su artículo en Reforma (21/06/2010),

que nada más ajeno a él que las cifras y las en- cuestas, aunque, hay que decirlo, en relación con el análisis de las tendencias sociales es difícil en- contrar en los últimos años alguien que tuviera la sensibilidad y la inteligencia para detectar, antes que nadie, cuáles eran los rumbos por los que ca- minaba la sociedad mexicana.

La presencia y la solidaridad de Carlos Monsiváis con Este País se explica por los mismos motivos que le hicieron una personalidad única, un punto de vista imprescindible y una perspectiva crítica que hará mucha falta en la discusión pública de México. Confundidos e ignorantes, sus detractores solían acusarle de falta de rigor, e incapaces de compren- der que la pasión, el sarcasmo y la ironía no están reñidos con la precisión, creían que era fácil desca- lificar sus opiniones tachándolas de superficiales. Nada más ajeno a eso que Monsiváis. Su profundo conocimiento de la historia de México y el mundo, su inacabable cultura literaria y su inagotable curiosidad por las cuestiones sociales le conferían una base sólida y exacta a sus apreciaciones.

En los recuentos biográficos que sobre él circulan se suele pasar por alto un dato fundamental: una de las primeras opciones vocacionales que tuvo al ini- cio de su vida como alumno de la Universidad Nacional Autónoma de México, fue la de estudiar Economía, la que si bien abandonó continuó ligado a ella como la mayor preocupación social que le obsesionó a lo largo de su vida y que está presente en prácticamente toda su obra ensayística a través de la desigualdad económica, causante principal para él de la mayoría de los males que padece el mundo.

Por ello, si bien dedicó la casi totalidad de su vida académica, siempre inconclusa, a la historia y la literatura, se aplicó en ellas con un rigor mate- mático que no dejaba de sorprender cuando aparecían en sus escritos o en sus charlas formales o informales: datos inéditos, fechas precisas, citas y referencias que surgían de su prodigiosa memoria. Hay quienes lo han calificado, en algunos casos con cierto desdén, de ser una especie de “sociólogo instantáneo”, lo que seguramente no le molestaba, pues se refiere a esa capacidad, que admiramos en los médicos a quienes reconocemos una gran experiencia, conocimiento y destreza en interpretar y diagnosticar determinados estados y malestares, en este caso sociales. En Carlos Monsiváis no se pueden dejar de reconocer ese talento y esa virtud. Porque se podría disentir de la posición ideoló- gica de Monsiváis, muchos de sus amigos lo ha- cíamos sin menoscabo de la amistad, pero lo que no se podía ni se puede negar es que a donde seña- lara Carlos que había un problema político o so- cial, en ese momento o en ciernes, casi siempre te- nía razón. Sobre todo en dos aspectos fundamen-
tales: sus orígenes y sus consecuencias políticas. Siempre se identificó con el pensamiento y los partidos de izquierda lo que, como es natural, permeaba sus interpretaciones; pero su enorme sensibilidad social, formada en el conocimiento de

la historia y en su cercanía con la gente –el intelectual más conocido y querido del “pueblo”, lo que en este caso no es una abstracción– se enriquecía con su gran interés, conocimiento y gus- to por las expresiones de la cultura popular urbana: la música, el cine, los cómics, a las que elevó al lugar que les corresponde dentro de la Cultura na- cional, agudizaba su inteligencia y le otorga hoy a sus análisis un rango poco común en la prensa y en las ciencias sociales del México actual.

El mayor valor de los escritos y trabajos de Mon- siváis sobre nuestras realidades es la enorme auto- ridad moral de la que estaba investido. Formado en la rígida ética protestante y en los más auténticos valores de un nacionalismo moderno, que no se re-
ñía con sus afanes intelectuales y personales uni- versales y cosmopolitas, siempre fue un hombre coherente y de una honestidad a toda prueba.

Su cercanía con personajes de la política y del mundo empresarial jamás alteró sus convicciones ni le hizo cambiar renglón alguno de sus textos. Su capacidad de diálogo con tirios y troyanos, que en- riquecía su inagotable fuente de información, le permitía confrontar sus puntos de vista y aceptar otros, incluso aceptar errores, pero jamás transigir con sus principios. Esta autoridad moral, de la que hoy estamos tan escasos en México, es seguramente uno de sus rasgos distintivos y que hacía y hace de sus opiniones algo más que irremplazable en nuestro escenario político y social.

Los que formamos la comunidad de Este País echaremos de menos sus siempre bienvenidas y ne- cesarias críticas, su indudable solidaridad en los momentos difíciles, pero sobre todo su entrañable y cálida presencia.

P. S. La lamentable y mezquina disputa sobre a quién correspondía rendirle los últimos honores escenificada por algunas autoridades y funciona- rios en sus funerales, seguramente hubiera mere- cido párrafos enteros de su columna Por mi madre, bohemios y hubiera documentado su optimismo sobre las infinitas posibilidades del ridículo y la estulticia de los políticos, al tiempo que halagaría su pudorosa vanidad.

El oportunismo y el cinismo de quienes se mon- taron en sus homenajes después de hacerlo blanco de vituperios y calumnias, sólo habría provocado su desprecio y algún comentario sardónico.

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