Sabemos que lo que sucede en materia de trabajo incide en el fenómeno de la criminalidad. La forma en que interactúan estos dos planos, sin embargo, es compleja y su explicación requiere de matices. Nuestra autora analiza esta relación con base en factores poco discutidos, como la pérdida violenta del empleo y las expectativas de los jóvenes en un entorno sin oportunidades.
Introducción
La violencia creciente que ha sacudido al país nos ha obligado a hurgar más a fondo fuera del ámbito estrictamente policiaco y de seguridad, para analizar desde muy distintas ópticas la ola de criminalidad que hoy nos agobia.
Recientemente ha surgido la hipótesis de que la incapacidad del mercado de trabajo para generar suficientes empleos pudo haber sido uno de los factores detonantes de este nuevo y preocupante fenómeno social. Las respuestas no se han hecho esperar. Tanto quienes niegan a toda costa la relación entre la economía y los factores de la violencia, como quienes atribuyen a aquélla el peso fundamental de la explicación, se han pronunciado.
El tema merecería una investigación a fondo enfocada en nuestras circunstancias económicas y sociales, ya que los hallazgos de estudios basados en evidencia estadística de otras latitudes no son extrapolables en todos sus supuestos a la realidad de México. Hoy se conjugan factores tan diversos como el particular momento que vivimos de nuestra evolución demográfica, cambios radicales en los patrones culturales y modos de vida, un contexto económico de mayor volatilidad financiera, inestabilidad laboral a nivel mundial y una economía que tiene tres décadas de un magro crecimiento.
Algunas de las preguntas
Algunas de las preguntas que surgen son las siguientes: ¿Por qué dentro de nuestro mismo país algunos estados y algunas localidades son más violentos que otros? ¿Por qué la violencia actual del crimen organizado tiende a afectar en mayor medida a las áreas urbanas? ¿Por qué algunos estados que hasta hace algunos años se contaban entre los más pacíficos han experimentado un crecimiento inusitado de la inseguridad? ¿Por qué se desata la violencia en algunos de los estados más ricos y con más empleo formal? ¿Por qué, si la crisis ha afectado a muchos países, sólo en algunos es acompañada de violencia? ¿Cómo explicar, por ejemplo, que Estados Unidos esté experimentando una baja en sus índices de criminalidad, justo cuando sus tasas de desempleo y pobreza están alcanzando un nivel históricamente elevado? ¿Qué hemos aprendido de las investigaciones realizadas en el mundo sobre la relación entre mercado de trabajo y criminalidad?
Las teorías
Todas las teorías modernas de la criminología observan, con distintos énfasis, que existe un vínculo entre la economía y el crimen. El astrónomo y matemático belga Adolphe Quetelet (1796-1874), uno de los primeros en reconocer dicho vínculo, se resistía a aceptar que la causa radicaba únicamente en las patologías individuales y en factores biológicos o psicológicos, como era la idea predominante. A fines del siglo XIX, la Escuela de Chicago vino a reforzar el nuevo énfasis en los factores sociales tras estudiar la criminalidad y sus causas en esa ciudad; Chicago había experimentado un crecimiento poblacional explosivo, derivado principalmente de una alta y muy variada inmigración, y sufría una ola de criminalidad. Los investigadores encontraron que era en los barrios donde confluían altos índices de desempleo, desorganización social y deterioro en las condiciones y perspectivas económicas, donde existían los ambientes más propicios para el incremento del crimen.1
La Escuela de Chicago sentó las bases para la investigación posterior en este campo y apuntó a un nuevo concepto, el de la desorganización social,2 como una de las causas de los mayores índices de criminalidad. Sus estudios se nutrieron de las investigaciones del sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917), quien sostenía que un factor que influía en la explosión de la criminalidad era el rompimiento de la solidaridad,3 que es característica de las pequeñas localidades, donde hay reglas y costumbres claras, redes de apoyo familiar y un fuerte sentimiento de homogeneidad y sentido de comunidad. Esta solidaridad se resquebrajaba en los grandes asentamientos humanos de crecimiento explosivo y desordenado, ante la carencia de valores compartidos y en circunstancias de heterogeneidad cultural, fuerte movilidad demográfica y una compleja división del trabajo. Se creaban ambientes impersonales, hostiles y sin normas ampliamente reconocidas, lo que favorecía un ambiente propicio para la criminalidad.
Otras teorías se sumaron a esta explicación, entre ellas la de la tensión social,4 que sostiene que ésta se genera cuando las metas que la sociedad postula como culturalmente deseables no corresponden a los medios económicos disponibles para alcanzarlas. Desde un punto de vista diferente, la teoría del control explica por qué algunos individuos se controlan y se mantienen alejados del crimen. Explica que factores como el poder que ejercen la familia estructurada y la escuela, el prestigio en la comunidad de pertenencia y el contar con un empleo permanente, son elementos disuasivos. Finalmente, la teoría económica del crimen5 sostiene que el ser humano toma decisiones racionales cuando elige entre la actividad económica legal y el crimen. Señala que las personas, regidas por el interés de maximizar su ingreso, miden las posibilidades de éxito que les ofrece cada una de esas dos vías, tomando en cuenta las posibles ganancias y los riesgos de detención y castigo.
Aunque hoy en día los estudiosos del tema parecen coincidir en que los factores económicos y sociales son un elemento esencial en la explicación de la criminalidad, el hecho de que existan diferencias tan marcadas entre los niveles de criminalidad de distintas ciudades o distintos países lleva a la pregunta de qué explica estas diferencias. Las investigaciones más recientes han tratado de probar las diversas hipótesis mediante técnicas estadísticas y econométricas basadas en la información más sistemática de que hoy se dispone.
Criminalidad y mercado de trabajo
Existe un cúmulo de investigaciones que han medido empíricamente la relación entre desempleo y criminalidad. Sin embargo, los resultados hasta ahora no han sido totalmente concluyentes. En ciertos contextos y periodos, se ha encontrado que los índices de criminalidad aumentan durante las recesiones, mientras que en otros casos no sucede así. Un fenómeno que tiene perplejos a muchos investigadores es que en Estados Unidos los índices de criminalidad han mostrado una tendencia a la baja desde principios de los noventa, justamente cuando el país atraviesa por un periodo de elevado desempleo.6
Algunas de las explicaciones que se dan a esta falta de concordancia conclusiva entre las teorías y los hallazgos empíricos son las siguientes:
- A pesar de que hoy existen mediciones más sistemáticas del crimen, las estadísticas no son siempre comparables porque se basan en distintas metodologías; hay diferencias en las formas de medición, la agregación y el significado de desempleo en distintos contextos;
- No hay dos recesiones iguales. Los factores que entran en juego en cada una de ellas son múltiples y muy variados y, por lo tanto, no pueden aislarse de los contextos en los que ocurren, ni pueden hacerse generalizaciones;7
- Si bien la mayoría de las teorías indican que un deterioro del mercado laboral tiende a aumentar la propensión a la criminalidad, el hecho de que esta propensión llegue a convertirse en acto o no depende de que encuentre un “ambiente propicio”.
¿Qué hipótesis podemos adoptar para el caso de México?
Tras examinar lo que está sucediendo en el país en materia de crimen y violencia y contrastarlo con algunos factores económicos y sociales, con el fin de explicar las causas de la abrupta crisis de seguridad de los últimos años, me atrevería a apuntar las siguientes hipótesis:
1. No hay un factor solamente. Es un conjunto de fallas simultáneas, de problemas que se alinean y detonan la violencia.
Es algo parecido a los accidentes aéreos. Hay una concatenación de factores diversos. De manera aislada, estos factores no suelen ser fatales, pero cuando convergen pueden dar lugar a una tragedia. En el contexto mexicano de la última década, coinciden en el tiempo varios fenómenos inusuales.
México experimenta una transición demográfica: la población en edad de trabajar empieza a superar en número a la población dependiente. Hay una muy alta proporción de jóvenes en edad productiva, que constituirían el llamado “bono demográfico”. Esta situación, que podría representar una ventana de oportunidad, se presenta sin embargo al cabo de tres décadas de magro crecimiento y en un entorno en el que una parte importante de los empleos se ubica en la informalidad o fuera del territorio nacional, lo que fomenta la emigración.
Las generaciones jóvenes, con acceso a mayores niveles educativos que sus padres y con mayores aspiraciones, enfrentan una situación crítica. La industria ha cancelado puestos de trabajo, los servicios modernos son una opción para pocos y el grueso de esta población termina en la informalidad o en el desempleo, donde la tasa juvenil casi triplica a la tasa promedio.8 La frustración encuentra caminos alternos en la ilegalidad o las adicciones, vías que están muy a la mano y que resultan fáciles de seguir en un ambiente de impunidad. La primera causa de muerte entre la población en la edad más productiva (15 a 49 años) es la violencia. Las agresiones por homicidio tuvieron un repunte casi vertical entre 2006 y 20089 (ver Gráfica 1).
2. El taponamiento de las válvulas de escape del mercado laboral durante la reciente crisis. Esta crisis fue singular, porque a diferencia de la de 1995 y otras anteriores, no se limitó a México sino que fue de carácter mundial y cerró considerablemente las dos válvulas de escape tradicionales de nuestro mercado laboral: la migración a Estados Unidos y la expansión de la informalidad. La crisis frenó el flujo migratorio y menguó significativamente la entrada de remesas. La segunda válvula —el empleo informal, que constituye el refugio del grueso de la fuerza de trabajo— creció, pero no en la medida que se hubiera esperado ante estas circunstancias difíciles.10 La estrechez del consumo de las familias, del que nutre este tipo de trabajo, significó un límite a esa expansión, que parece estar encontrando niveles de saturación. Se dio entonces un fenómeno atípico en nuestro país, que fue el salto abrupto de la tasa de desempleo, la cual desde 2009 se ha mantenido alta y no ha podido regresar a los niveles previos a la crisis (ver Gráfica 2).
3. Dentro del mercado de trabajo, el principal factor desestabilizador es la pérdida violenta de empleo formal. El brote de violencia que hoy nos agobia y que se ha ido extendiendo paulatinamente no se dio en los estados más pobres del país. Las manifestaciones iniciales surgieron justamente en algunos de los estados más ricos y desde ahí se han propagado a otras regiones y se han diversificado, lo que vuelve difícil distinguir el origen.
En la frontera norte, el explosivo crecimiento del empleo en la maquila entre 1995 y 2000 se revirtió abruptamente durante la última década, y más aun con la reciente crisis (2008-2009). De los 11 municipios grandes (con más de 100 mil asegurados en el imss) que registraron las caídas más acentuadas de empleo formal en la crisis reciente, la mayoría se encuentra en la frontera norte (ver Gráfica 3). Muchas de las ciudades donde problemas sociales como la criminalidad y el consumo de drogas se han exacerbado en la última década, están en esos mismos estados. Diversos estudios recientes han señalado que el consumo de drogas en la franja fronteriza norte muestra índices hasta cuatro veces más elevados que el promedio nacional.11
Ciudad Juárez, la ciudad que más empleos perdió de 2000 a 2009 en proporción a su población ocupada, registra una situación crítica en materia de violencia, adicciones y otro tipo de enfermedades como el VIH/SIDA. En una investigación reciente, la Secretaría de Salud coloca a esta ciudad a la cabeza en el consumo de prácticamente todas las drogas en el país.
Lo anterior coincide con las conclusiones de varias investigaciones recientes sobre el crimen: más que los niveles de pobreza, son los entornos con un mayor índice de inestabilidad laboral donde suele encontrarse la mayor propensión a los crímenes violentos y contra la propiedad.12
4. Si bien los factores asociados al deterioro y la inestabilidad del mercado laboral aumentan la propensión a la criminalidad, la realización de ésta requiere de lo que los estudiosos del tema llaman “ambiente facilitador”. En nuestro país, el ambiente facilitador presenta múltiples dimensiones: desde el elevado índice de impunidad, que hace que el costo de delinquir sea muy bajo, hasta la proliferación de muy variadas oportunidades de acceso a las actividades ilícitas, que prometen ingresos superiores a los que ofrece el mercado laboral. Se suman además elementos como la desorganización social de algunos entornos urbanos y la frustración derivada la tensión social.
En línea con la teoría de la desorganización social está el desordenado y explosivo crecimiento de centros urbanos, como Ciudad Juárez o Tijuana. En ellos, la fuerte demanda laboral de la segunda mitad de los años noventa se dio sin que existiera la infraestructura habitacional, de transporte y de servicios necesaria; se nutrió de una fuerte inmigración de trabajadores(as) solos(as) que debieron insertarse en ambientes impersonales, lo que supuso un desarraigo familiar y la pérdida de identidad y valores compartidos. Estos elementos, que ya prevalecían durante el auge económico de dichas localidades, se convirtieron en un factor explosivo cuando cambiaron las condiciones económicas y cayó abruptamente la demanda de empleo. Ambas ciudades empezaron a perder puestos de trabajo de manera constante a partir de la entrada de China al mercado mundial en 2000 y sufrieron su mayor descalabro durante la crisis de 2008-2009.13
Otro factor son las tensiones sociales crecientes que se generan en las áreas urbanas cuando no se ven cumplidas las aspiraciones y metas económicas y sociales de una generación urbana joven con mayores niveles de escolaridad que la anterior, con un contacto mayor y más inmediato con lo que sucede en el mundo, y sujeta a una mayor influencia de las modas, modelos y estilos de vida de otras latitudes y grupos sociales. Las generaciones jóvenes experimentan una gran frustración cuando no encuentran los medios lícitos para obtener esos satisfactores. A este desencuentro es a lo que Merton llamaba la teoría de la tensión social, que en algunos casos degenera en atonía y comportamientos antisociales.
Reflexiones finales
Para explicar este brote irrefrenable de violencia hay que considerar la conjugación de numerosas causas. Se trata de un conjunto importante de factores económicos y sociales, que aunados a la debilidad del Estado en materia de seguridad e impartición de justicia, actúan en una sincronía malévola, como peligroso cóctel explosivo. La estrategia, en consecuencia, no puede limitarse a acabar con los cabecillas. Es un problema mucho más serio y profundo, que requiere un abordaje multidimensional.
1 K. Hayward, et ál., Fifty Key Thinkers in Criminology, Routledge, Londres, 2010.
2 C. Shaw y H. McKay, The Chicago School of Crime 1914-1945, Vol. V, Routledge, Nueva York, 2006.
3 I. Moyer, Criminological Theories: Traditional and Non-Traditional Voices and Themes, Sage, Londres, 2001.
4 R. K. Merton, Social Theory and Social Structure, Free Press, Nueva York, 1968.
5 Moyer, op. cit.
6 K. Finklea, Economic Downturns and Crime, Congressional Research Services, Washington, 2009.
7 Ídem.
8 INEGI, Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, México, 2011.
9 J. E. Hernández y L. S. Palacios-Mejía, “Transición epidemiológica y el perfil de la salud” en Informe México sobre determinantes sociales de la salud, México, 2011 (en prensa).
10 N. Samaniego, “El empleo y la crisis: precarización y nuevas válvulas de escape” en Revista Economía UNAM, no. 20, México, 2010.
11 G. Ángel y M. Hernández Ávila, Condiciones de salud en la frontera norte de México, Instituto de Salud Pública y El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana, 2010.
12 R. Crutchfield, Labor markets, employment and crime, National Institute of Justice Research Preview, Washington, 1997.
13 N. Samaniego, “La crisis, el empleo y los salarios en México” en Revista Economía UNAM, Vol. 6, no. 16, México, 2009.
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NORMA SAMANIEGO, licenciada en economía por la UNAM, realizó estudios de posgrado en el Institute of Social Studies de La Haya. Fue Presidenta de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos y Secretaria de la Contraloría. Ha sido consultora externa del BID, la OIT y la OCDE, entre otros organismos. Es autora de una veintena de artículos, libros e informes técnicos.
Creo que será un estudio pionero. Ubicar la tipicidad de esta crisis, señalar la relevancia del entorno detonante con la impunidad por delante, marcar el nexo entre informalidad y consumo familiar y la regionalización del proceso ya son méritos suficientes para ello. Muy seguramente estudios empíricos puliran y enriquecerán las visializaciones de la autora. Felicitaciones por no dejarse vencer por el correctismo político ni por el establecimiento infundado entre hechoa y factores concurrentes que no siempre causales.