Sunday, 17 November 2024
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Arcoíris nocturno
Cultura | Galaxia Gutenberg | Ana Clavel | 04.10.2011 | 0 Comentarios

León Guillermo Gutiérrez,
Los colores de la noche,
Ediciones Sin Nombre,
México, 2011.

“La belleza será convulsiva o no será”, reza el imperativo surrealista convertido en dogma para muchos artistas de la transvanguardia. Entre ese ser convulsivo o no serlo, hay un amplio espectro de matices, tonalidades, pigmentaciones, tintes, sombras, claroscuros, gradaciones, colores. Con poca luz, el ojo humano sólo ve en blanco y negro. Pero el observador que sabe mirar más allá de las apariencias, percibe en la materia oscura un caleidoscopio cromático. León Guillermo Gutiérrez nos ofrece con el volumen Los colores de la noche una aparente contradicción: un arcoíris nocturno. No porque sus cuentos sean siempre nocturnales con variaciones de lo umbrío, sino porque nos hace descubrir que aun en lo más visto y conocido es posible atisbar la epifanía de los pequeños hallazgos.

Acostumbrados a las audacias, las transgresiones, las deconstrucciones, las irreverencias en terrenos de arte y literatura, resulta casi temerario enfrentarnos a una materia narrativa que por sobre todas las cosas quiere contar. Como si ahora el reto fuera situarse en el horizonte de la anécdota y trazar cartas de exploración que mejor den cuenta de esos universos acotados. León Guillermo Gutiérrez lo hace con el oficio de un narrador que ha abrevado en la fuente de una tradición cuentística que hermana a Rulfo, Stevenson, Maupassant y Borges. Lo hace con rigor e inteligencia, pero sobre todo, por el placer de hacerlo. Y eso se nota lo mismo en la cadencia que va llevando los destinos trágicos de Marcelina y Celestino en el constelado cuento que abre el volumen, “Santiago: la estrella más azul”, que en la maquinada sorpresa de irse reconociendo el protagonista y embalsamador en el cadáver que velan sus propios familiares en la “Capilla número 8”: un juego del doble y el absurdo con fulminante tiro de gracia.

Ese placer de contar también está presente en el humor negro-noche de otras historias que nos van llevando de la mano en una dirección cuando en realidad nos deparan una inesperada vuelta de tuerca, como en los cuentos de “Obsesión” y “Rojo sandía”. El primero es la historia que perpetra otro doble pero menos criminal asesinato en el cuerpo de dos apetecibles cerdos. El segundo, el relato de una anciana reducida a la decadencia y la inactividad, incluso a la hora de ser vestida y maquillada grotescamente para su propio velorio.

Pero más allá de las argucias de narrador agazapado que León Guillermo Gutiérrez sabe disfrazar con eficacia, está una figura temática que cuento a cuento recorre el espectro que abarcan estos colores de la noche. En diferentes gradaciones o modalidades aparece la dualidad, el desdoblamiento: transformaciones en el otro por el misterio del amor como en el ya mencionado “Santiago: la estrella más azul” o en “El azar del cuento”, fluctuaciones en un personaje que se difracta en su doble (“Crónica infantil”), disociaciones de personajes que terminan siendo su opuesto (“Danubio azul”, “San Cástulo”), desdoblamientos que permiten al personaje verse desde la perspectiva del otro (“Un poco de noticias”, “Rojo sandía”, “En el nombre la penitencia”, “Navidad”). Como si la uniformidad del ser necesitara para ser plena no sólo “la incurable otredad que padece lo uno”, de la que ambivalentemente nos habla Machado, sino las incurables otredades que padece cada uno, las inefables oquedades de lo que creíamos antes unitario y sólido. En este sentido, los once cuentos aquí reunidos parecieran signados por la influencia de un elemento asociado particularmente a la noche: la presencia lunar, símbolo de lo que aun evidente a nuestra mirada, oculta en la propia luz y en la sombra misma sus mudanzas e identidades.

Registro caleidoscópico, multicromático de una realidad que creíamos ya conocida y apresada, Los colores de la noche extiende así su paleta de tonalidades lunares desdobladas y de belleza regocijante y serena. ~

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ANA CLAVEL (Ciudad de México, 1961) estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. En 1991 obtuvo el Premio Nacional de Cuento “Gilberto Owen” con el libro Cuando María mire el mar (después llamado Amorosos de atar). Entre sus novelas se encuentran Cuerpo náufrago y, la más reciente, El dibujante de sombras.

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