Este viernes en Durban, Sudáfrica, podría decidirse el futuro de la humanidad. Sin caer en catastrofismos ni confundir la realidad con profecías en torno al 2012, un año más sin compromisos globales nos aproxima al punto de no retorno.[1] Es cosa seria lo discutido en la 17ª Conferencia de las Partes (COP 17, por sus siglas en inglés), que desde 1995 organiza anualmente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para deliberar sobre causas y consecuencias del cambio climático.
Este País publica este mes artículos y entrevistas de especialistas en el tema, y tal como nos lo hicieron saber Rodrigo Gallegos y Rodrigo Franco en su artículo El cambio climático: un problema financiero y político, de no reducir nuestras emisiones sufriremos la pérdida de 35% de las especies de la Tierra. ¿Superaremos el reto?
Hace un año, los acuerdos de Cancún demostraron que es posible: se aprobó el “fondo verde” mediante el cual los países desarrollados movilizarán 100 mil millones de dólares anuales para financiar proyectos de países en desarrollo contra el calentamiento global. No obstante, siempre que se deja lo importante para más tarde las cosas suelen complicarse. ¿De dónde saldrán tantos millones de dólares? ¿Qué institución será la encargada de su administración? ¿Alcanzaremos un pacto sobre reducción obligatoria de emisiones? Dicen que el diablo está en los detalles y parece cosa cierta. Lo peor que podría ocurrirnos es revivir la confusión de Babel y descubrir que cada nación ha estado hablando su propio idioma.
La agencia noticiosa CNN, en un ejercicio de “creatividad informativa en tiempo real”[2] lanzó el proyecto Ecoesfera, gráfica arbolada que se alimenta por los tweets escritos en todo el mundo sobre la COP, siempre que se distingan por etiquetas alusivas: #COP17, #cambioclimático, etcétera. Una vez tweeteado el mensaje, se puede observar cómo se integra entre los árboles que crecen sobre la superficie del planeta, cada cual de una coloración fluorescente distinta en función de los diversos temas.
Llaman la atención los más de mil 200 tweets sobre la negativa de Canadá a comprometerse con un segundo periodo del protocolo de Kyoto, único tratado que obliga a los países firmantes a reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). No es difícil entender sus razones: ni los Estado Unidos de América, ni China –responsables de 40% de las emisiones– han aceptado firmarlo nunca y tanto Japón como Canadá anuncian que no cooperarán a menos que esas potencias lo hagan. No es difícil entender, pero resulta desesperanzador.
“¿Qué tiene que ocurrir?”, se pregunta César A. Domínguez en la entrevista a cinco voces realizada por Ariel Mondragón Ruiz para Este País. “Tiene que haber un cambio de paradigma en el desarrollo económico, y esto pasa casi necesariamente por la igualdad”. Con razón se expresan así Rodrigo Franco y Gabriela Alarcón en el artículo Acciones locales para combatir el cambio climático:[3] “La falta de acuerdos se debe principalmente a que los costos del cambio climático no son iguales para todos”.
Y es que en el erosionado desconcierto de los mensajes difundidos a través de la red, encontramos todo tipo de posiciones. Así, José Antonio Medina, presidente de la Red Indígena de Turismo de México, considera que en la COP “se habla de biodiversidad, pero no de pueblos indígenas ni de sus sistemas de vida y de cultivo, de su medicina; sus conocimientos tradicionales no están siendo considerados”. A una semana de iniciarse la reunión de Durban, el Presidente de Greenpeace, Kumi Naidoo, exclama: “Esto no es un ensayo general. Una semana de beligerancia y puñaladas por la espalda tiene que dar paso a ofertas reales sobre el futuro de nuestro planeta. Los que no están interesados en salvar vidas, como Estados Unidos, deben hacerse a un lado”.
En consecuencia, la iluminada imagen futurista de los tweets ecológicos se torna en momentos árida y, parafraseando a Gonzalo Rojas, vamos cargando con nuestras torres de Babel a cuestas. ¿Es posible lograr acuerdos importantes sin la participación de las dos potencias que más contaminan? La Unión Europea es un ejemplo: en 12 años ha reducido sus emisiones 17%, mientras que su PIB ha crecido 40 por ciento.
¿Y en México? ¿Hemos avanzado algo? El parecer de casi todos los expertos consultados por Este País no es favorable, más allá de aquella de hace un año en Cancún. Gabriel Quadri, en la entrevista antes aludida, señala que sin la eliminación de los subsidios, sin la apertura a la inversión privada, sin una estructura de primas a la generación de electricidad con fuentes renovables, sin un carbon tax, no hay forma de que tengamos una política climática seria. En esa misma entrevista, Javier Crúz nos informa que las acciones del gobierno no compensan lo que no tenemos: buenas políticas públicas. “Esto es lo primero que hay que hacer, no cambiar foquitos: identificar las zonas geográficas y socioeconómicas más vulnerables y actuar en consecuencia”.
Existen buenas propuestas, como las sintetizadas por Rodrigo Gallegos y Rodrigo Franco a partir del trabajo realizado en el Instituto Mexicano de la Competitividad. ¿Podrán ser escuchadas por los gobiernos? Porque a pesar de lo que el sentido común dicta, se han tomado decisiones contrarias al interés colectivo. Un ejemplo es la eliminación de la tenencia vehicular, cuya ausencia fomenta una mayor tasa de motorización. Otro se halla en las concesiones para la explotación minera, rendidas a empresas canadienses en áreas protegidas pertenecientes a los pueblos huicholes, que ponen en peligro la supervivencia de colectivos humanos y su relación característica con el medio ambiente.
Ante este panorama, el mejor ejemplo a seguir parece ser el de la Unión Europea, que reduce sus emisiones sin importar que sus competidores comerciales estén lejos de hacerlo. Así también nosotros podemos contribuir a luchar contra el cambio climático, poniendo cada uno nuestro grano de arena, pequeña semilla sembrada en el concierto de las acciones del mundo.
Antonio Santiago Juárez
[1] Lo anterior se debe, de acuerdo a lo explicado por Rodrigo Gallegos y Rodrigo Franco, a que el dióxido de carbono permanece en la atmósfera largos periodos de tiempo, lo que rompe el equilibrio entre su emisión y su absorción y resulta en su acumulación durante siglos. A ello se agrega que la capacidad del planeta de absorber carbono se agota (los bosques se acaban y los océanos se saturan). Esto significa que el calentamiento global continuará aunque hoy dejáramos de emitir gases de efecto invernadero. “Por ello, es clave estabilizar nuestras emisiones antes del 2020. De lo contrario, desencadenaremos un proceso no reversible de liberación de metano del ártico siberiano, lo que causará la desaparición de 35% de las especies que hoy habitan el planeta”.
[2] Como fue definido por el sitio de noticias alternativas Pijamasurf.
[3] Publicado igualmente por Este País.
De acuerdo con el autor. Resulta interesante cómo los países europeos han reducido sus emisiones de CO2 sin comprometer su crecimiento económico: eso es desarrollo sustentable, por lo que no es creíble la afirmación de países como EU o China que no están dispuestos a reducir emisiones aduciendo sus altos costos que impactarían en su competitividad y desarrollo. Y aunque así fuera, son costos que hay que pagar hoy para no comprometer el mañana, si ellos son los que más contaminan deben asumir el costo de su externalidad, es responsabilidad con las generaciones futuras y el planeta en su conjunto.