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El glamour de andar en bicicleta
Cultura | Miriam Mabel Martínez | 01.11.2011 | 0 Comentarios

En ciudades como la de México, andar en bicicleta es una diversión, una necesidad, un deporte o una pose. No es una alternativa real de transporte porque carecemos de la infraestructura y, lo que tal vez es más importante, la cultura de la bici. De ahí la excentricidad de quienes imitan mal el uso que se hace de este medio en otras partes del mundo.

Andar en bicicleta no es lo mismo que transportarse. Requiere elegancia, estilo… caché. No se trata de un pedaleo frenético, con el tiempo y la práctica se adquieren velocidad, equilibrio y dominio para —además— combinarlo con otras acciones, como hablar por teléfono, charlar con otros ciclistas, llevar flores sin maltratarlas, vestir sombreros y sostener la bolsa o el café, por mencionar sólo algunas. La rapidez que resulta de la constancia no debe confundirse con la vulgarización del acto. El porte es un modo de vida, no sólo una actitud. Es una cualidad jamás mermada por los estragos del clima —lluvia, nieve, viento o calor— ni por la prisa, mucho menos por la velocidad. Elegancia y velocidad no están peleadas, y en el acto sublime del ciclismo urbano, son un binomio.

Andar en bici no es para cualquiera. Transportarse es un objetivo demasiado escueto, demasiado simple; sin embargo, nadie niega que es una de las razones de esta actividad. Aquéllos que son movidos sólo por el instinto de llegar a otro punto, utilizan medios más eficaces como el autobús, el metro o el coche.

Andar en bici tampoco es un fenómeno “provinciano”, como algunos nouvelle urbanitas lo califican, y esto lo saben muy bien los mundanos de abolengo. Es un acto sofisticado de origen; su práctica exige delicadeza, austeridad, dignidad y seguridad. Este desplante, este saber de dónde se viene es una de las tantas aportaciones del campo a la ciudad. Uno de los legados más palpables de las migraciones.

Andar en bici tampoco es un mero divertimento, como lo asumen los habitantes de las megaurbes, quienes se defienden planteando la dimensión espacial como una limitante. Ciertamente la extensión del territorio influye, así como el número de habitantes, pero aun más importante es la orografía: un sitio plano es más amigable, e incluso así no resulta determinante. La fragmentación ha contribuido a resolver parte de esta problemática; no se trata de atravesar la ciudad —más allá de su tamaño— de un jalón, sino de andarla poco a poco. La verdadera censura es la ignorancia en la que se basan los simplistas que afirman que el uso de la bici es sólo un entretenimiento —si se rescata su sentido lúdico— o un deporte aeróbico. O peor aun: una moda. Esta idea ha sido impulsada por un sector de las poblaciones urbanas, sobre todo las recién aterrizadas en la alta burguesía (en pocas palabras: wannabes que confunden sofisticación con provincianismo y falta de mundo, por ciertas pautas mal entendidas, leídas y digeridas sobre el lujo, el dinero, el buen gusto y el desprecio al esfuerzo físico, pero —nosotros— los nuevos pobres lo sabemos). Andar en bici nunca será una moda, aunque la burguesía-global-consumista-nouvelle rich lo pretenda; ya lo dice Marc Augé en su Elogio a la bicicleta: “La bicicleta iguala y hermana, respetando las diferencias: es radical y profundamente democrática”. La sofisticación ciclista no es relativa al dinero, sino a la creatividad y al conocimiento. No es fashionable, va más allá de temporadas y tendencias, más allá de “los ciclistas de ocasión”. Pero no hay de qué preocuparse, esta plaga global no afectará una práctica integral que no sólo demuestra el abolengo de una ciudad, sino que es una extensión de su cultura, una manera de aprehender el trazo urbano. Es un acto cosmopolita per se.

Esto lo comprendí en Copenhague, donde, además de aprender el arte de andar en bicicleta,1 perfeccioné ciertas técnicas y percibí las diferencias culturales entre el universo escandinavo y el mexicano.

Resulta evidente, y por tanto ocioso, pensar que las condiciones en la capital mexicana son las mismas que las vividas en la danesa: las megaurbes del mundo están en constante reconstrucción y ampliación. Ni Copenhague (CPH) ni el DF están a salvo. La obra es proporcional a la dimensión de la ciudad. La tortura es la misma. Podríamos saltarnos el dato escandaloso de que en la Ciudad de México y sus alrededores habitan más de 22 millones de personas y que Dinamarca tiene una población total menor a la cuarta parte. Podríamos esquivarlo, pero resulta de utilidad para marcar una de las primeras diferencias: la cultural. El DF es la sexta ciudad más poblada del mundo —la superan Mumbai, Delhi y Tokio, donde sí se anda en bicicleta. Tampoco es la más grande2 —São Paulo y Brasilia son mayores— pero sí lo es más que CPH.3 El tamaño sí importa, tanto como la sensatez: la bicicleta se utiliza para recorrer ciertas distancias. Se requiere inteligencia para dilucidar los tramos recorridos pertinentes para no perder la elegancia ni el aplomo.

Si bien es cierto que CPH está al nivel del mar, y que el DF está a dos mil doscientos cuarenta metros sobre éste, la presión atmosférica en la capital danesa puede afectar tanto como la altura. La Ciudad de México también tiene zonas planas, el problema son los baches y los puentes que saturan las vías de tránsito a beneficio de los coches. Mix & match es la onda: bici + caminata + metro + camión, pero el lastre cultural lo mata todo. En el DF la bicicleta es un vehículo que carece de glamour para su uso cotidiano, pero sobrevaluado en diseño y estética para su uso fashionable, lo que lo hace impráctico para el día a día. No se ha acabado de entender que la sofisticación no limita la eficiencia, sino al contrario. Andar en bici en el DF tiene una connotación cool con un acento peyorativo. Es “divertido” que andes en dos ruedas de aquí-para-allá en ciertas colonias hip, si eres “alternativo”, artista o, en su defecto, hipster (la mayoría) o extranjero. Solamente a los individuos que se apeguen a este perfil se les perdonará tener esta extraña —pero muy chic— costumbre. Lo que sí les está permitido abiertamente es presumir la bicicleta, la cual debe ser retro, poco funcional y carente de luces y timbre.

Si no se tiene el “ingenio” o el poder adquisitivo para comprar una de estas bellas pero imprácticas bicis, se aceptan las de panadero y las normalitas (esas que venden en las tiendas para pobres como Elektra, por ejemplo). Únicamente hay que tener en cuenta que, entre más pinches, más se exigirá a sus usuarios el cumplimiento ortodoxo de los cánones de lo alternativo. Uno de los retos es la vestimenta y, como dijera Tin Tan, “la personalidad”: (a) ninguna de las prendas deben combinar (ni en colores, ni en texturas, ni en diseños, ni en tramados); esta prueba es dificilísima de superar en un país como México, devoto de combinar perfectamente todo en el mismo color y tono: zapatos, calcetines, calzones, aretes, vestido, pantalón y demás accesorios visibles y ocultos (véase cualquier señorita en la calle, aunque los mejores ejemplos podrán ser encontrados en las bodas y quince años); (b) de preferencia se deben vestir esas prendas que la apretada sociedad mexicana considera impúdicas para montar la bici, o sea faldas, chanclas, pijamas; (c) hay que ir despeinado: da un toque de distracción, ése propio de los artistas. Si responde a esta descripción o es muy extranjero,4 uno quizá sea perdonado. Como observará el lector, la limitante número uno para andar en la Ciudad de México es la estética: no se ve bien.

En CPH es un estilo de vida. No se busca ser visto, sino ser móvil. Aquí radica el glamour: cero pretensiones. El diseño simplifica la tradición protestante —la austeridad— y constata la presencia danesa en el diseño contemporáneo y su aportación al modus vivendi. La ergonomía es esencial para que ellos y ellas puedan subirse sin descuidar la postura ni afectar la vestimenta —sin romperse medias, pantalones o zapatos—, y también para evitar, por supuesto, cualquier incidente, como el del vestido o abrigo atorado en la llanta o la cadena. El color predominante entre las bicis es el negro, aunque las hay en colores vistosos. Por lo general llevan una canasta al frente para la bolsa, el portafolios, la mochila o el mandado. La parte trasera está destinada a la silla del infante (cabe señalar que en Christiania se diseñó un aditamento —que sigue la misma lógica que la “carreta” utilizada por los tamaleros en México— para llevar a los bebés, sólo que acondicionado para proteger a éstos de los sinsabores del clima); en su defecto, es el sitio ideal para una rejilla que sostenga libros, computadoras o aditamentos funcionales como los utilizados por los carteros.

En contraste con el DF, se espera que todos tengan una bicicleta: no tenerla resulta incomprensible. ¿Cómo, si no, apropiarse del hábitat? CPH, para sorpresa de muchos —sobre todo la mía—, no es tan pequeña ni de trazo tan simple, y en bici es más asequible. Una vez detectadas las venas principales, moverse de un lugar a otro te llevará, como dicen, “diez-quince minutos”, que sumados pueden ser treinta, pero debido a la condición plana del terreno y al ánimo colectivo, no se siente. Estas distancias razonables se desparraman en el metro o el autobús, las continuas paradas crean un efecto expansivo, entre un sitio y otro ya no hay “diez minutos” sino como tres paradas y la multiplicación de los segundos.

Debido a que su uso más que popular es democrático, andar en bici no tiene relación alguna con los códigos postales ni con los de vestimenta. Más que criticar y restringir modas, las impone, y requiere de buenos modales. La bicicleta no distingue sino que crea empatía, y colectivamente impone vanguardia.

Las vías ciclistas5 se convierten en pasarelas. En invierno son un despliegue de bufandas, gorros, abrigos y botas que dejan claro que los daneses saben combatir el frío y el viento sin perder el estilo y definiendo, pedaleo tras pedaleo, una personalidad ensimismada que en verano se rebela. A pesar de esta introspección, la galanura al andar es compartida por todos. Incólumes, siguen su camino a gran velocidad sin permitir que el viento ni la lluvia, mucho menos la nieve, los detenga. ¡Ah, qué delicia ver las bufandas ondear!

Aquí nos enfrentamos a una tercera diferencia que involucra a las dos anteriores: el clima. Créanlo o no, las coincidencias meteorológicas entre DF y CPH son varias: ambas ciudades presumen de un clima estable6 y en las dos puede llover en cualquier época —es la constatación del reinado de los dioses antiguos: Tláloc y Thor. Pese a estas coincidencias, existen costumbres locales que marcan la diferencia: en CPH se asume la presencia de Thor con tanta sumisión como el uso de sombrillas e impermeables; en el DF, donde el estoicismo marca la pauta, preferimos empaparnos y enfermar antes que utilizar una sombrilla, ni hablar de un impermeable. Esta actitud refleja el clasismo chilango: mojarse significa que no se tiene auto o el dinero para pagar un taxi. Se mojan los que caminan y los que usan transporte público. Los ciclistas ni siquiera aparecen en el imaginario lluvioso, ni en las reglas de tránsito, ni en la cortesía de los automovilistas. He aquí otra gran diferencia: el civismo.

Para explicar este apartado me otorgo la licencia poética de narrar una anécdota personal. Hace más de doce años, en un acto de rebeldía contra el DF, decidí moverme en bicicleta. En esta batalla sobreviví —sin salvarme de la gripa— las lluvias. Me sobrepuse a la impuntualidad (descubrí la rapidez de la bicla urbana). Practiqué el cadereo al driblar obstáculos, sobre todo las puertas que pilotos y copilotos abren sin fijarse, y subir y bajar banquetas, lo que me causó terribles caídas (me pregunto cómo han birlado estas malas costumbres los panaderos, afiladores, tamaleros y demás cantores que trabajan sobre ruedas mientras componen la sinfonía de la ciudad). Sobreviví, también, a los imprudentes transeúntes que de repente aparecen y con la misma ligereza desaparecen. Remonté la agresividad de los cláxones y soporté que me echaran la lámina así sin más, aunque siempre con un remate lírico como “quítate, pendeja” o “idiota” o un sonoro “chinga tu madre”. Incluso logré resanar mi orgullo feminista ante los constantes silbidos y la nutrida lista de piropos (“¡Los ángeles no tendrán espalda, pero qué cola, Dios mío!”, “¡Si tus piernas son las vías, cómo estará la estación!”), pero me rendí ante los charcos y la afición de los automovilistas por mojar a quien se pueda. No me quedó más que sacar la bandera blanca. Esta situación conduce a otra diferencia: el drenaje. Sin comentarios.7

Los atormentados veranos chilangos son la pesadilla de cualquier ciclista, con porte o sin porte. No hay impermeable ni botas que se sobrepongan a coladeras tapadas, a los consecuentes ríos y a las bocanas artificiales que se forman entre puentes y pasos a desnivel. Las lluvias danesas conviven cordialmente con el sistema hidráulico de la ciudad. En esos días dominados por Thor, los ciclistas se camuflan en impermeables resistentes y muy vistosos, calzan botas de plástico y usan además los accesorios propios de la época, como gorras, capas, cubrecanastas y uno que a simple vista parecería más un capricho: los calzones de bici. He de confesar que he comprobado su eficacia. Este accesorio (cuyos modelos satisfacen las exigencias de casi cualquiera) es imprescindible cuando la bicicleta pasa un tiempo estacionada. A pesar de los avances tecnológicos, los materiales del asiento absorben el agua, humedad que el conductor percibirá casi de inmediato; el problema no es la sensación, sino la apariencia.

Aunque la costumbre de moverse en bici se desarrolló primordialmente durante la Segunda Guerra Mundial,8 llegó para quedarse, a pesar de los altibajos derivados de la modernización del mundo con sus motores y gasolinas. Su renacimiento posterior fue impulsado por las crisis energética y económica. El ahorro se refleja en el bolsillo y en la salud. No sólo no hay gordos, sino que también hay personas con una espalda sana, beneficio físico que está directamente ligado al diseño. Las leyes escandinavas de la ergonomía atienden a cada género (no en un acto discriminatorio sino de igualdad) y redundan en la funcionalidad: cómo subirse, cómo frenar, cómo mantener el equilibrio en los semáforos, cómo retomar el pedaleo, cómo estacionarse. En este punto es menester desechar las diferencias y entrar a la práctica sin perder, por supuesto, el glamour.

Es ya del dominio público internacional que CPH es una metrópoli bicicletera con más de trescientos cincuenta kilómetros de vías, conexiones a rutas verdes que cubren otros cincuenta kilómetros y un sinfín de estacionamientos. Asimismo, está permitido subir las biclas a los trenes suburbanos y viajar entre las islas o a Suecia. Lo que no es tan conocido en el mundo es la sofisticación para subir y bajar, quizá sólo igualada —que no superada— por otras urbes bicicleteras, como Ámsterdam y Oslo.

El porte es consecuencia de la conciencia civil. La bici no es un accesorio, ni un evento social, ni un entretenimiento: es un vehículo, objeto de una acción cotidiana como estudiar, trabajar, convivir, compartir. Está basada en la dignidad y en la santificación de hacer las cosas bien.

El ritual inicia al acomodar las pertenencias en la canastilla o en el lugar más conveniente (que también puede ser la espalda). Acto seguido, se retira el coqueto y discreto seguro colocado en la llanta trasera que limita su movilidad. Es pertinente mencionar quizá la diferencia por antonomasia entre DF y CPH (y pido una disculpa por esta imperdonable omisión): la confianza. En Dinamarca se confía en el otro, aunque se toman algunas precauciones (de ahí el seguro y la estandarización de los modelos: no hay que llamar demasiado la atención); nadie cree que “alguien” podría llevársela cargando o en la posibilidad de un mercado negro de bicipartes. Una vez desarticulado el seguro, ellos y ellas caminan, dirigiendo el manubrio hacia la vía más cercana del lado izquierdo (regla de oro: jamás montarse en la bici cuando se está en la banqueta). Este andar es ligero gracias a que los pedales están fijos, lo que evita desagradables golpes en la espinilla. Una vez en ruta, se gira la mirada para ver si no se acerca peligrosamente otro ciclista y para calcular el tiempo de la ágil maniobra de montarse, la cual consiste en apoyar el pie izquierdo en el pedal y con un impulso elevar el pie derecho, que en el caso de las mujeres cruzará grácilmente el marco de la bicicleta (diseñado para no entorpecer ni frenar los gestos femeninos, ni estorbar el ondular de las faldas, abrigos, gabardinas y demás prendas), en un parpadeo colocar el pie derecho en el pedal correspondiente, y sentarse con la espalda recta (como lo exige una bici urbana que se precie de serlo: no es sólo cuestión de imagen, sino de comodidad). Después se sujetará —ahora sí— con decisión, el manubrio. Un ciclista decente no se recarga, sólo se sostiene; así podrá controlar mejor el vehículo y le será más fácil indicar con las manos —como corresponde al código vial— las vueltas, así como realizar otras operaciones simultáneas como tomar café, contestar el teléfono o fumar. En el caso de los varones, de igual manera se apoya el pie izquierdo en el pedal correspondiente y, haciendo gala de flexibilidad y fuerza en el abdomen, se sujeta el manubrio, se estira la pierna derecha hacia atrás y, con un movimiento viril, se hace una tijera, pasando por encima del asiento, sin siquiera rozarlo, para alcanzar el pedal derecho. Después del primer pedaleo de pie, el siguiente paso es sentarse con altivez y seguir el camino.

Una vez en la vía elegida, se deberá apretar el pedaleo —como se dice vulgarmente— para no entorpecer el tránsito, que en las horas pico de CPH suele ser elevado.9 Buena marcha y ritmo acelerado son casi una regla; cualquier novato habrá de familiarizarse. El carril derecho está destinado al tránsito lento y se rebasa por la izquierda. En caso de que una pareja —de novios o de amigos o familiares, pero un dueto al fin— vaya charlando (este sistema promueve, además, la salud emocional), deberá estar atenta al primer timbrazo; sólo uno es necesario para que el ciclista de la izquierda rápidamente se alinee a la derecha, cediendo el paso a los que vienen detrás. Una vez que éstos últimos han rebasado, la dupla en cuestión puede retomar su andar glamoroso.

Las velocidades altas son posibles debido a que CPH es plano. En los únicos lugares donde se siente la desaceleración es en los puentes, sobre todo si hay viento —el factor principal que inhibe los ímpetus de los ciudadanos rodantes—, titán contra al que hay que luchar y del que hay que protegerse. La temperatura podrá subir, pero el viento no se relajará jamás. Los abrigos y prendas high-tec van cediendo el turno a impermeables, gabardinas, capas de plástico y bufandas veraniegas, como la Arafat Scarf tan de moda hoy en día. Dependiendo de la tolerancia al frío, se dejarán los guantes o no. Lo que sí se sueltan son las cabelleras.

Ah, pronto llegará —inevitable— el momento de dar vuelta, ya sea a la derecha o a la izquierda. Cada una requiere un ademán específico. Antes de abordar el código gestual del ciclista, he de detenerme para explicar el trazo de los caminos: el carril de ciclistas no puede ser invadido ni por peatones ni por coches. Es un poco más alto que la calle y más bajo que la banqueta, por lo que en cruces siempre habrá rampas para evitar golpes y caídas.

Existe un sistema de semáforos exclusivo que funciona en sincronía con los destinados a autos y peatones, lo que da lugar a danzas armónicas: se detienen las bicicletas, dan vuelta los coches; se detienen los coches, continúan las bicis. Antes y después del verde se encienden simultáneamente las luces amarilla y roja. Si es después, no hay duda, habrá que frenar de inmediato, bajar armoniosamente —en el caso de las muchachas— del asiento, y mantener el pie izquierdo apoyado en el pedal (con el que se frena) y el derecho anclado al piso, postura que avienta ligeramente la cadera hacia la derecha y resulta en una bella imagen del curvilíneo cuerpo femenino y de la austera y práctica moda vanguardista que lucen las danesas. Los chicos —haciendo gala una vez más de su flexibilidad— permanecen sentados varonilmente con el pie izquierdo recargado en el pedal, mientras que el pie derecho hace tierra, ya sea apoyando la planta completa o sólo la punta del pie. Sin soltar el manubrio, algunos ciclistas aprovechan el descanso para menear el cabello o hacer alguna llamada; luego responden a las luces preventivas roja y amarilla que anticipan el verde. Ellas giran, como si de un baile se tratara, el pie izquierdo, al tiempo que se impulsan con el derecho (una sola vez), se elevan como en un salto de ballet y retoman el pedaleo, haciendo una demostración de elegancia. Ellos, con soltura, dejan ir el pie izquierdo hacia delante y sin chistar recolocan el derecho en el pedal. Pido una disculpa por extenderme en este ritual, pero la escena lo merece.

Los cruces de la avenidas más anchas están marcados con azul para prevenir las vueltas a la izquierda. Antes de la maniobra hacia la calle transversal, se alza la mano derecha a nivel del hombro con la palma extendida, indicando que en la siguiente esquina se cambiará de ruta, sin afectar la conocida marimba de uso peatonal exclusivo. Ahí el ciclista esperará a que el semáforo le dé luz verde. Es menester precisar que se debe bajar la velocidad. Las vueltas a la derecha son continuas, siempre y cuando no se bloquee el paso de algún transeúnte y se le avise a los de atrás con un rápido estiramiento del brazo derecho; en todo momento debe mantenerse el ritmo para no entorpecer el tránsito. También hay que estar atento a los signos dibujados en el piso, donde se indican las vueltas a la derecha de los automóviles, que en ocasiones invaden, con suma precaución, el carril ciclista; si es así, la preferencia es para el coche. En las avenidas más concurridas existen cruceros inteligentes que permiten dar vuelta a izquierda y derecha, tomar bifurcaciones y otras acciones; es preciso en estos casos prestar suma atención a los altos y sigas sin importar si es de día o de noche.

El respeto y la precaución son tan importantes como el timbre y las luces delantera y trasera. Muchas bicis las traen incluidas, pero debido a los golpes de la vida algunos mecanismos se ven afectados. Para ello existe un sinfín de accesorios luminosos portátiles que se venden en cualquier supermercado a precios varios. Para los despistados, se recuerda que la luz blanca va al frente, donde puede sujetarse a la canastilla o al manubrio, y la luz roja atrás, en una zona visible. Si el conductor así lo decide, se pueden sumar destellos a los rayos, lo cual aumenta la visibilidad, evita accidentes y, sobre todo, crea un delicioso y juguetón ir y venir de luces nocturnas que señalan las rutas de las fiestas y evidencian lo reventado que son los daneses. El tránsito ciclista no cesa, permanece las veinticuatro horas, pero sí se transforman las vestimentas: medias vistosas, tacones altos, vestidos y telas destellantes, bufandas de fiesta, sacos divertidos, sombreros, y ni qué decir de los accesorios: flores, cervezas y botellas de vino.

El mercado alrededor de la cultura ciclista ha generado búsquedas de materiales y originales diseños que no se limitan a la producción de bicicletas, sino que se extienden a los accesorios: carriolas, asientos, canastas, rejillas, salpicaderas, manubrios, timbres, portacomputadoras, maletas, ropa… Avasalla la cantidad de estantes ocupados por modelos de luces portátiles; la variedad es casi tan amplia como el manual para estacionar bicicletas en cph (noventa y seis páginas).

Ignoro si la mayoría ha leído el código oficial de andadores de bicicletas, pero estoy segura de que todos dominan las reglas básicas de estacionado y transportación en el S-train.10 Y aunque pareciera imposible, también los escandinavos rompen reglas; es de esperarse cierta espontaneidad. Sujetarse completamente a las normas acartonaría esta deliciosa forma de moverse que, a pesar de lo bien portado que son los daneses, inhibe el uso de “feos” cascos.11 El glamour debe imponerse a cualquier reglamento y es la única norma sofisticada que merece el pedaleo cosmopolita. Ante cualquier duda hay que bajarse con gracia de la bici (siempre del lado izquierdo) y sujetar con orgullo el manubrio, y hay que mantener el garbo al invadir banquetas y pasos peatonales, al dar vueltas prohibidas y al romper cualquier otra norma. Conservar el estilo y mantener el porte merece cualquier sacrificio.

Confieso que después de tres meses, en un acto de sinceridad, mostré a mis amigos daneses cómo los mexicanos nos trepamos a la bici. Sin preámbulos y con mucho rubor, me paré del lado izquierdo de mi bici, crucé la pierna derecha como pude (creo que por detrás), una vez que tuve los pies en la tierra caminé tres pasos, tomé vuelo y con un brinco empecé a pedalear, tratando de guardar el equilibrio sin mucho éxito. Las risas sonaron como lo ameritaba la ocasión, hasta que Bodil —la gran Bodil Bredsdorff, escritora de literatura infantil— acotó: “Just like kids”. Sí. Esta frase breve sintetizó la diferencia de origen: en México andar en bici es un juego, en tierras escandinavas, un arte.

Ni hablar. ~

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1 Un concepto basado en el movimiento fluido de los habitantes de una ciudad, de una manera eficaz y rápida, que provoca otra manera de entender el espacio urbano y de definirse ante él. Reconocerse en su arquitectura, participar de su historia, crear comunidad, reflejar usos y costumbres como la vestimenta y establecer nuevas redes sociales y prácticas.
2 4 mil 980 kilómetros cuadrados.
3 455.61 kilómetros cuadrados.
4 Llámese “muy extranjero” a alguien muy extranjero: rubio, de ojos azul profundo, estatura mínima de 1.85 para ellos y de 1.75 para ellas, que apenas balbucee el español. Un tono más abajo del rubio elote; ojos verdes o amielados no funcionan, como tampoco las pieles tostadas por el sol (sólo rojas), ni estaturas por debajo de las indicadas.
5 Las primeras vías se construyeron alrededor de los lagos en 1910. Ya para los años veinte y treinta el uso se había expandido, pero la Segunda Guerra Mundial, con su desabasto, fue determinante.
6 En el DF, estable significa la nostalgia de una época en la que se aseguraba que la temperatura media era de 20 grados centígrados, y que la duración del día siempre era el mismo; ésta es una verdad a medias (como todo en México: un vaso medio vacío o medio lleno, cuestión de enfoques), ya que el horario de verano mueve un poco la luz para arriba y para abajo. En CPH el clima estable es frío siempre, aunque con la certeza de que a los cortos días invernales sobrevendrán los eternos días luminosos veraniegos, en los que las noches son menos que un parpadeo. El insomnio de verano no es una enfermedad.
7 CPH es un cenicero. Es una de las ciudades donde he visto más fumadores. Sus calles están atestadas no de basura (aunque sí la hay) sino de colillas —y guantes perdidos. La diferencia va más allá de la condición del drenaje y la edad: radica en la limpieza y en el respeto social. A diario puede observarse a trabajadores con una pinzas enormes que con suma dedicación recogen colilla tras colilla; además de ser un trabajo entretenido, es un trabajo pagado, y bien. En el DF todos tiran y nadie recoge.
8 Dinamarca fue ocupada por los nazis. No fueron bombardeados ni destruidos, pero sí racionados. Ante la escasez de petróleo, la bicicleta se convirtió en un importante medio de transporte no sólo al interior de los poblados sino también entre ellos. Así se crearon rutas que conectan periferias con la municipalidad principal, creando una red gigantesca.
9 Para el 2012, 40% de la población danesa se moverá en bici.
10 Para promover el uso a nivel nacional, está permitida la transportación de bicis en trenes, los cuales cuentan con espacios especiales al frente de cada vagón, y no se debe pagar más. Asimismo, es posible subirlas a los autobuses acuáticos (Copenhagen Harbour Buses).
11 Sólo los niños. Es una norma de seguridad básica.

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MIRIAM MABEL MARTÍNEZ (1971) realizó una residencia artística en Dinamarca de marzo a junio de 2011. Ha publicado textos en Casa del Tiempo, Nexos, Los Universitarios y Origina, entre otras revistas y suplementos culturales, y en noviembre próximo publicará un libro para niños titulado Teoría de conjunto en la editorial Progreso. Actualmente se desempeña como coordinadora editorial de NGT Traveler.

PARA SABER MÁS:
CiclismoDF.com
Bicitekas.org
Ecobici DF
Biciperros.org

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