El proceso de elegir el próximo presidente estadounidense está por empezar, lo cual conlleva la obligación de evaluar las políticas actuales en un amplio rango de temas. Uno de ellos, por supuesto, es América Latina, y por lo tanto estamos por ser inundados con evaluaciones del trato de la administración de Obama hacia la región, y las propuestas de los candidatos que aspiran sustituirlo.
La calidad de estas evaluaciones es muy variable, pero casi todas tienen presentes dos ideas equivocadas: una es que América Latina es una región coherente, donde los mismos problemas y necesidades prevalecen en todos los países, y la segunda idea errónea es que le conviene a América Latina más atención de Estados Unidos.
Empecemos con el primer error: analizar la política extranjera de cualquier aspirante a oficio nacional tiene todo el sentido en el mundo, pero usar el mismo marco continental para analizar a todos los países de América Latina es un error. Véase, por ejemplo, las propuestas para la región ofrecida por la campaña de Mitt Romney, el precandidato para la nominación republicana: según su equipo, América Latina nada más necesita una TLC regional, la creación de un equipo de seguridad estadounidense especializados en temas latinoamericanos, y más cooperación entre las fuerzas armadas mexicanas y estadounidenses.
Llama la atención que la propuesta de Romney efectivamente ignora Brasil, el país más grande de América Latina. Es un error, sin duda, pero cualquier intento de simplificar docenas de países muy diferentes a una sola región con una pequeña lista de necesidades es condenado al fracaso. Si fuera Brasil, habría otra omisión importante. La región es demasiado fragmentada política, económica, y hasta culturalmente para analizarla como una sola zona, en donde cumplir con unos cuantos objetivos—y por alguna razón, la mayoría de estos reportes se organizan alrededor de tres o cuatro objetivos o prioridades—ayudaría a todos los países de la región de la misma forma, sin importar las divisiones nacionales.
La verdad es otra. Las necesidades de Brasil respecto a EU no tiene nada que ver con las de México. Y las situaciones son igualmente diferentes para casi cualquier par de países dentro del continente; los retos de Argentina son muy distintos a los de Chile, y los problemas de Perú más distintos aún a los de Nicaragua. Lo que se requiere, pues, es un análisis de la región organizado según las necesidades específicas de cada país específico, no una serie de propuestas vagas y basadas en una comprensión simplista.
Otro problema con el análisis estadounidense viene de la tendencia de lamentar profundamente la falta de atención que la región ha recibido del gobierno federal. Como ejemplo, les presento esta columna de Andrés Oppenheimer:
“Si las biografías políticas de recientes presidentes del EU y los mayores funcionarios de la política extranjera dan una indicación de lo que están pensando —y yo creo que sí— el nuevo libro de Condoleezza Rice, la ex secretaria de estado, habla por sí mismo: 98 por ciento se trata del Medio Oriente, Rusia, y Asia, y solamente 2 por ciento de América Latina.”
Oppenheimer también resume las memorias recientes de Bill Clinton, George W. Bush, y la ex secretaria de estado Madeline Albright, y encuentra el mismo desinterés en América Latina en cada una. No es la primera vez que Oppenheimer, argentino por nacimiento y uno de los expertos de América Latina con más influencia en Estados Unidos, ha hecho este mismo argumento. Y si se utiliza un marco analítico en que los países son como los hijos, se ve bastante válido: no ponerle atención a un país implica que es menos importante que los demás.
Pero los países no son como las personas, y por más problemas que tiene América Latina, el hecho de que no recibe mucha atención no es algo negativo. Al contrario, implica que en comparación con Europa, a América Latina se le ve como una zona de estabilidad económica. Mientras a China y al Medio Oriente se les percibe como posibles fuentes de amenazas de seguridad nacional, América Latina es una zona de tranquilidad geopolítica. Visto así, la falta de atención hacia el Hemisferio Occidental es un halago, no un insulto y mucho menos una causa de preocupación.
Eso no implica que a la región le faltan problemas, pero no queda claro que hay algo que puede hacer Estados Unidos al respecto. La inseguridad es un reto mayor en muchos países, incluso México, pero la solución a esto es fortalecer los sistemas domésticos de seguridad y justicia, no esperar más atención del gobierno estadounidense. El desarrollo económico es un asunto principalmente interno. Tampoco me parece que EU pueda influir mucho en los esfuerzos para fomentar la calidad educativa, eliminar las barreras monopolistas, o castigar la corrupción.
Además, cuando Estados Unidos sí ha volteado a ver sus vecinos, en muchos casos el resultado no ha sido positivo. Durante la Guerra Fría, por ejemplo, el interés estadounidense en América Latina contribuyó al golpe pinochetista, el genocidio guatemalteco, y muchas otras tragedias. Efectivamente, las acciones del país hegemónico ayudaron a borrar la democracia del continente. El entorno actual es bastante diferente, y no creo que las vergüenzas de ayer se repitan hoy en día, pero vale la pena recordar que una mayor atención estadounidense no implica una mejoría latinoamericana.
De todas formas, resulta que los problemas para los países de esta región sí tienen una cosa en común: se solucionan en casa.