El prestigio histórico de la diplomacia mexicana es, en una medida importante, el de sus protagonistas. Una prueba de ello es la gestión de Emilio O. Rabasa al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores, algunos de cuyos episodios tuvieron un impacto determinante en los ámbitos nacional e internacional.
Evitar que nos rebase el cambio y nos convierta en espectadores pasivos de una realidad que, a final de cuentas, habrá de afectarnos; participar en la determinación de la doctrina que conjugue la validez actual de los regionalismos con su proyección universal, y lograr el necesario ajuste o equilibrio en las metas de carácter económico y redistributivo con la preservación de los valores sociales y culturales de un mundo en paz con justicia, son algunas de las metas que definen la acción de la diplomacia mexicana ayer y hoy.
Aceptamos también el cambio de contexto y la actualización tanto de los instrumentos como de ciertos objetivos tácticos de nuestra política exterior, sin por ello perder la continuidad de los principios orientadores y de los fines estratégicos.
Son éstas las dimensiones básicas del trabajo realizado en forma permanente por la Cancillería, conceptos que, considero, fueron guía de muchas de las acciones adoptadas por el gobierno mexicano en la época que comentaremos y que, afortunadamente enriquecidos, nos siguen guiando hoy en día a pesar del complicado escenario internacional.
Mi experiencia de 42 años en la Cancillería como diplomático de carrera, que incluye el desempeño de diversas posiciones en el área multilateral durante la época del doctor Emilio O. Rabasa (1970-1975), me permitieron atestiguar cómo él supo dar un contenido real a la política exterior mexicana, respondiendo a los retos que enfrentó el país en ese periodo —como la creación prioritaria de un frente de países en desarrollo a fin de tratar de equilibrar fuerzas con las naciones que buscan dominar el ámbito internacional, y lograr así un intercambio más justo a nivel global en términos políticos y económicos, tarea en la que creo que se ha avanzado significativamente pero que sigue inconclusa a pesar de los esfuerzos de muchos países, entre ellos México.
Al respecto, sugiero leer el muy completo análisis de la doctora Ana Covarrubias sobre la política exterior en la administración de Luis Echeverría Álvarez, donde aparece un estudio comparativo de lo hecho en esa administración y en los seis años del gobierno del señor Vicente Fox.
Constitucionalista de prestigio, don Emilio Rabasa —consciente del peso moral que le significaban sus antepasados, distinguidos juristas ambos, y rodeado en su paso por la Cancillería por muchas personas entrañables para él—, al mismo tiempo que confió en el Servicio Exterior Mexicano, como quizá ningún otro canciller que no lo haya sido de carrera, enfrentó con gran dignidad, pero sobre todo con inteligencia, la compleja tarea que le encomendó el gobierno de la nación bajo la presidencia de Luis Echeverría, quien, como el propio doctor Rabasa comenta en sus memorias, “le proporcionó una de las más gratificantes experiencias de su vida profesional”.
Las memorias de Emilio O. Rabasa resumen sin duda lo más importante del desempeño del doctor como Secretario de Relaciones Exteriores; sin embargo, quizá por modestia se omiten los razonamientos que lo impulsaron a tomar decisiones en algunos temas. Dichos razonamientos hablan muy bien de su visión sobre cuestiones de gran importancia, como la preparación que, en su opinión, requiere el profesional en el diseño y ejecución de la política exterior de un gobierno, como afirmó el 14 de diciembre de 1974 al inaugurar el Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, que desde entonces y gracias a ese impulso inicial ha ampliado su actividad al trabajo editorial y a la actualización académica del Servicio Exterior, así como a la difusión de temas de política exterior entre el público en general.
Otra idea suya fue la de establecer el Acervo Histórico Diplomático, a fin de poner énfasis en el hecho de que la política exterior no puede ser planificada, decidida y ejecutada sin un adecuado y cabal conocimiento de la historia diplomática del Estado y del mundo en general, como muy bien lo señala el diplomático y jurista uruguayo Héctor Gros Espiell en su obra De diplomacia e historia, publicada en 1989.
Destaco también otros temas en los que su criterio y calidad de jurista y negociador fueron clave, como la compleja negociación internacional que se requirió para lograr la aprobación de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados por parte de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (onu), luego de la presentación de la idea en la iii Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en Santiago de Chile el 19 de abril de 1972, que dio inicio a un proceso en el que participé directamente por decisión del doctor Rabasa, acompañando al Embajador Castañeda y a destacados economistas, entre ellos Manuel Armendáriz y Fernando de Mateo, cuya asesoría fue clave en este esfuerzo.
Afortunadamente, selectos juristas y economistas mexicanos y extranjeros han escrito sobre el alcance que tuvo la aprobación de ese documento. Menciono la obra coordinada por el inolvidable Mario Moya Palencia sobre el tema, Justicia económica internacional, publicada por el Fondo de Cultura Económica en español, inglés y francés. Escriben en ella no sólo el entonces Secretario General de la onu Kurt Waldheim y André Fontaine, a quien debemos el prólogo, sino también Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa con un estupendo artículo sobre el valor jurídico de la Carta, el economista argentino Raúl Prebisch, el Ex Ministro sueco Gunnar Myrdal, François-Xavier Ortolí y Barbara Ward, prestigiada editorialista del Financial Times y de la bbc, entre otros.
Sobre el valor jurídico de la Carta, sólo quisiera afirmar que sin duda refleja la abrumadora opinión de la mayor parte de la comunidad de naciones sobre temas económicos fundamentales, lo que garantizaba que la tesis contraria había perdido validez e incluso preparaba el camino para la creación de normas jurídicas de lex ferenda, confirmadas posteriormente por la práctica de los estados y algunas de las cuales han tenido gran impacto en el mundo que vivimos. Esto, espero, contesta algunas dudas expresadas a lo largo de los años sobre el alcance de dicho esfuerzo de la diplomacia mexicana, que se llevó a cabo bajo la dirección del entonces Canciller Rabasa.
El autor de las memorias también habla con sinceridad de todos los temas que estimó importantes, aún de los más controvertidos, como el voto que equiparó el sionismo con el racismo. En un gesto que lo honra, Luis Echeverría reconoció años después la inadecuada evaluación que se hizo de la gestión realizada por el Canciller en Israel, adonde lo envió el propio Presidente con instrucciones precisas. Recomiendo al lector de las memorias el capítulo titulado “El voto mexicano sobre el sionismo”, que no sólo habla de este tema particular sino también de los esfuerzos de México para mediar entre Egipto e Israel en el complejo conflicto de Medio Oriente.
También se menciona en la obra la reacción de México en la ony ante la inminente ejecución de cinco vascos acusados de terrorismo por el régimen dictatorial de Franco en España, reacción que lamentablemente no tuvo el resultado esperado. Por haber sido testigo directo de ese episodio, pude corroborar que la intervención en el momento menos oportuno de actores ajenos a la Cancillería distorsionó, al más alto nivel, el escenario sobre el que debíamos pronunciarnos, sin permitirnos una evaluación más cuidadosa de las acciones a tomar.
Por otra parte, el Canciller enfatiza en su libro que la política exterior de la administración del Presidente Echeverría puede medirse en el resultado de la negociación frente a Estados Unidos de América para poner finalmente término al problema de la salinidad de las aguas del Río Colorado, con base en el Tratado de Aguas de 1944; en la actuación fundamental de México en asuntos cruciales para la paz, principalmente en la onu y la oea, y en la legislación que determinó para nuestro país la zona económica exclusiva con base en lo resuelto al respecto por las convenciones de las Naciones Unidas sobre la materia, en cuya elaboración México jugó un papel sumamente importante, con la actuación de diplomáticos de prestigio como Alfonso García Robles y Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa.
Asimismo, el doctor Rabasa menciona los beneficios que México logró de las reuniones con más de 60 jefes de Estado y de gobierno; la importancia política de lograr el fin de las sanciones ilegales impuestas a Cuba por una reunión de consulta de la oea convocada conforme al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca y que tuvo lugar en 1964; el inicio de nuevas relaciones diplomáticas a partir de 1970 con más de 50 estados; la significación del llamado Diálogo de Tlatelolco que reunió en México, por vez primera en muchos años, a todos los cancilleres de las Américas que eran miembros activos en la oea, reunión en la que se fijaron nuevos parámetros para tratar de orientar la siempre compleja relación entre América Latina y Estados Unidos (con el doctor Kissinger como Secretario de Estado) y en la que, por cierto, se inició la solución del problema del Canal de Panamá con el reconocimiento de la soberanía de este país sobre esa zona de tránsito marítimo.
Asimismo, entre los temas sobre los que nos ilustran las memorias de Emilio O. Rabasa, sobresale la firme posición de México frente al golpe de Estado en Chile. Constituyó, en mi opinión, un episodio brillante de nuestra diplomacia, comparable con nuestras posiciones en la Sociedad de Naciones ante las invasiones de Etiopía por parte de Italia y de China por parte de Japón, la creación de un Estado títere en Manchuria, la anexión alemana de Austria y la Guerra Civil española, donde los representantes mexicanos en ese organismo, ilustres personalidades de la política y la diplomacia del país, fueron don Isidro Fabela y don Narciso Bassols, ambos de origen mexiquense.
Antes de terminar, quisiera en forma muy breve ampliar algunos de los conceptos básicos que señala el Canciller Rabasa en sus memorias y que dan una clara idea de la dirección que supo imprimir a la política exterior durante su gestión.
Según sus primeros comentarios en el capítulo “Embajador ante la Casa Blanca”, es clara su extrañeza frente al hecho de haber sido incorporado en la vida diplomática. A pesar de haberla vivido en cierta forma con sus padres, le era “exótica”, como él mismo la califica. Cuando fue llamado, Rabasa más bien pensaba que se le asignaría algún otro puesto gubernamental alto, quizás en el sector financiero.
Al mismo tiempo, habla con gran respeto de personalidades de nuestra diplomacia, como los embajadores —lamentablemente ya todos fallecidos— Rafael de la Colina, Alfonso de Rosenzweig-Díaz, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, Manuel Tello Macías y Francisco Cuevas Cancino, además de Roberto de Rosenzweig-Díaz, quien afortunadamente aún está con nosotros. Ello quizá refleja su convicción —como siempre nos comentó— de que la columna vertebral de la Cancillería deberían integrarla siempre miembros del Servicio Exterior de carrera, limitando los nombramientos políticos a selectos destacados mexicanos.
Por ejemplo, en el capítulo relativo al caso de Chile, nos revela algunas de sus opiniones políticas sobre temas vitales, como la actuación de Salvador Allende, quien reconoce que le atrajo desde el comienzo por su proyecto de conducir a Chile por la vía democrática hacia el socialismo o, en sus palabras, “el intento de Allende de arribar a un socialismo humano y practicante”.
En ese capítulo, el doctor Rabasa se refiere a los trágicos sucesos de 1973 que culminaron con el sangriento golpe de Estado militar. Como él dice, debemos rendir tributo a los diplomáticos mexicanos que participaron en la defensa de los asilados y en la negociación de los acuerdos para garantizar su pronta salida de Chile, entre ellos el Embajador Gonzalo Martínez Corbalá y el Ministro Reynaldo Calderón, ya fallecido, que quedó por un breve periodo a cargo de nuestra misión diplomática, compañero y amigo por muchos años del que escribe en la Secretaría. Yo me atrevería a agregar al Embajador Raúl Valdés, compañero y amigo con el que ingresé al Servicio Exterior y que fue pieza clave en muchas de las negociaciones que tuvieron lugar en ese país hermano, ya con el dictador en funciones.
Posteriormente, las memorias se refieren a uno de los asuntos más importantes y controvertidos en el ámbito de las Américas. Me refiero al establecimiento de un régimen revolucionario en Cuba con fuertes vínculos con la entonces Unión Soviética y otros regímenes socialistas. El doctor Rabasa relata los esfuerzos mexicanos para evitar la utilización de los mecanismos del sistema interamericano para expulsar y aplicar medidas coercitivas contra un Estado miembro sin una base legal y política clara, situación que en su momento, a la luz de nuestra discrepancia con otros países del continente, estuvimos dispuestos a sujetar a una decisión de la Corte Internacional de Justicia; nadie aceptó el reto que lanzamos con ese ofrecimiento claro y formal.
Al respecto, cabe recordar que la intervención del Canciller Rabasa —mediante una estrategia muy bien diseñada y en cuya ejecución participamos todos sus colaboradores en esos temas (me tocó el dudoso privilegio de tratar con Baby Doc, Presidente de Haití, entre otros presidentes del Caribe)— fue definitiva para lograr que, en 1975, la decimosexta reunión de consulta, convocada conforme el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, adoptara la resolución “sobre la libertad de acción”, lo que daba libertad a los Estados parte de dicho instrumento internacional para mantener o levantar las sanciones contra Cuba. En resumen, el doctor Rabasa estaba convencido de que las medidas que se adoptaran para lograr la reincorporación de Cuba al contexto latinoamericano, después de su ilegal expulsión, deberían guiarse por el diálogo y no por la confrontación.
Rindo así un sincero homenaje a un distinguido mexicano —hombre justo y tenaz al que no detuvieron los obstáculos—, por su contribución al diseño y ejecución de una política exterior que, sin olvidar nuestra azarosa historia, logró imprimir al quehacer internacional de México un dinamismo que nos colocó en la vanguardia de los esfuerzos para lograr un nuevo orden a nivel mundial.
SERGIO GONZÁLEZ GÁLVEZ es uno de los tres miembros del Servicio Exterior Mexicano que actualmente tiene la distinción de Embajador Emérito, otorgada por la Cancillería mexicana a los diplomáticos más destacados. También es Miembro del Comité Consultivo de Política Exterior de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
* El 7 de marzo pasado, con la presencia de Patricia Espinosa Cantellano, se presentó en la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores el libro de Emilio O. Rabasa, Canciller de México: mis memorias como Secretario de Relaciones Exteriores, 1970-1975 (Miguel Ángel Porrúa, México, 2010). Fue comentado por Ana Covarrubias, profesora e investigadora de El Colegio de México, por los hijos del doctor Rabasa, y por dos cercanos colaboradores del Canciller: Sergio González Gálvez, Embajador Emérito, y Eugenio Anguiano, Ex Embajador de México en Argentina, Austria, Brasil, Costa Rica y la República Popular de China y profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (cide). El texto que publicamos es una versión editada del discurso que pronunció Sergio González Gálvez en dicho evento.