En su columna más reciente, Jorge Zepeda Patterson pretende escribir sobre la inseguridad en Monterrey, pero la mayoría de sus palabras van dirigidas a los élites locales y la jerarquía social que predomina en la ciudad:
Cuando uno viajaba a Monterrey encontraba que los regiomontanos transpiraban un sentimiento de orgullo ganado a pulso, aunque en algunos momentos rozaban en la soberbia. Era tal el éxito de sus empresarios, tal la capacidad de sus élites para generar riqueza, que podía advertirse una actitud de menosprecio hacia los que menos tienen. Con frecuencia escuché decirles que quien seguía siendo pobre lo era por flojo. Los logros de sus empresarios habían extendido entre la sociedad una falsa noción del mérito como único factor de promoción social. Como si la incapacidad del obrero para avanzar en la pirámide social obedeciera a la holgazanería o la falta de voluntad, pese a trabajar 10 o 12 horas diarias toda su vida.
La vida social y económica regiomontana parecía depender de una cultura cortesana en torno a los 15 o 20 apellidos significativos. Todo habitante de la ciudad definía su estrato social en función de los grados de distancia que lo separaban de estos apellidos o de sus empresas.
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El enorme espíritu de esa ciudad puede enriquecerse con un sentimiento renovado de compasión, empatía y solidaridad al margen de clase social o apellido. Tendrán que depender de algo más que de la habilidad para los negocios que tienen sus empresarios. Monterrey puede ser de nuevo un ejemplo para el resto del país, pero esta vez por el ingenio y la entereza de hombres y mujeres de a pie. Ha llegado el momento de la comunidad y no sólo de sus élites.
Comparto su desagrado por cualquier sistema de castas, pero su argumento tiene varios problemas. La primera cosa que llama la atención es que a pesar de criticar a la ciudad muy fuertemente, Zepeda Patterson habla de una manera bastante indeterminada, sin referirse a ningún comentario ni persona en particular. La reputación de Monterrey es bien conocida, pero sin algo más concreto, parece que se refiere nada más a sus prejuicios personales. Cabe mencionar que esa idea, por cierto ofensiva y confundida, de que la condición de los pobres se debe a una falta de ganas de trabajar existe en todo el mundo. El prestigio exagerado de unas cuantas familias tampoco es algo de Monterrey exclusivamente.
Pero aún aceptando su descripción de la sociedad regiomontana, no tiene mucho sentido culpar a las élites y su dominio social, por dos razones: primero, la violencia fuerte apenas llegó a Monterrey en 2010, y la estructura social que tanto le molesta existió desde mucho antes. Y segundo, hay otras ciudades, que no tienen esa misma dinámica social, y sufren de la violencia peor que la de Monterrey, como Acapulco y Juárez.
De todas formas, esa jerarquía social tiene muy poco que ver con la inseguridad que actualmente azota a la gente de Monterrey. El problema se debe a la falta de elementos policiacos, la corrupción dentro de los cuerpos de seguridad, y el pleito entre los Golfos y los Zetas. (Véase el artículo reciente de Ricardo Cayuela Gally en Letras Libres para más detalles.) Las élites tienen un papel clave en el desempeño de cualquier entidad, pero ver a las estructuras sociales como el problema más inmediato de la seguridad es una equivocación.
Me imagino que a Zepeda Patterson le han tocado muchos regios pesados y soberbios. Qué lástima, pero todas las zonas en el mundo tienen sus habitantes desagradables, y nadie quiere que se le juzgue a través de sus vecinos más pesados. Eso de usar algunos estereotipos para generalizar sobre toda una población tiene una larga trayectoria en la historia humana, y no es bonita. Es la táctica de los racistas, los machistas, y los xenofóbicos. No creo que Zepeda Patterson merezca ninguna de esas etiquetas, así que es mejor evitar ese tipo de argumento.
Además de las generalizaciones, Zepeda Patterson también exhibe otra tendencia lamentable en su columna: la de culpar a la victima. Son los sicarios, los secuestradores, y todos los demás delincuentes, y no los ciudadanos de Monterrey —por lo menos, los que no se meten en el crimen organizado— que son los responsables por la violencia que está padeciendo la ciudad.
Zepeda Patterson tiene razón cuando dice que Monterrey requiere de “compasión” y un sentido de “comunidad”, pero éstos no se necesitan solamente entre los regiomontanos, sino entre todos los mexicanos. No se encuentra ni una de las dos cosas en esta columna.