En este artículo, Sergio González Gálvez hace un repaso puntual de la gestión de Adolfo López Mateos en materia de política exterior. El autor destaca una serie de logros, como el Tratado de Tlatelolco negociado por García Robles, para abogar a favor de una política exterior basada en el respeto entre las naciones y la no intervención.
(Foto tomada de Wikipedia/Adolfo López Mateos)
Recuerdo con gran interés que la obra México, 50 años de Revolución: La política, publicada en 1961 por el Fondo de Cultura Económica, incluye un artículo que considero luminoso donde el ex canciller y brillante jurista mexicano Jorge Castañeda de la Rosa señaló:
Los objetivos internacionales de un país son el resultado de una constelación de fuerzas, de naturaleza permanente algunas, como la geografía y la historia, y de carácter transitorio las otras, como la cambiante coyuntura internacional.
Cuando la acción de las constantes es especialmente vigorosa, la actitud internacional de un país muestra perfiles acentuados a lo largo de su historia y presenta cierta continuidad. Así, en el caso de México, su vecindad con los Estados Unidos de América y las distintas trayectorias que han seguido uno y otro país, la historia anterior a la conquista y los signos de dominación española, el carácter y la limitación de sus recursos naturales y, en suma, su tierra y su pueblo, han dado un sello característico a su política internacional. Desde la independencia, la actitud de México frente al exterior ha sido cautelosa y reservada y su política internacional esencialmente defensiva. De allí el valor especial atribuido a algunos principios a través de su historia y la preeminencia de ciertos objetivos internacionales sobre otros.
De igual manera, el distinguido historiador y diplomático uruguayo Héctor Gross Espiel, fallecido hace poco y que pasó años de su vida profesional en México, nos recuerda en su libro De diplomacia e historia que la política exterior de un Estado no puede ser planificada, decidida ni ejecutada sin un adecuado y cabal conocimiento de la historia diplomática de ese Estado.
Es por eso que a menos de dos años de las próximas elecciones presidenciales en nuestro país y en un ambiente dominado ya por la lucha política que se avecina, parecería muy oportuno reflexionar sobre la política exterior que requiere el México que queremos, siempre como parte fundamental de un proyecto de nación. Para hacerlo, tomemos como ejemplo, como punto de referencia, el quehacer internacional de un presidente mexicano nacido en el Estado de México —donde también vio la primera luz el que escribe—, recordado por su nacionalismo acendrado y su clara visión política, el licenciado Adolfo López Mateos. Como bien señaló el diputado don Emilio Chuayffet el pasado 27 de mayo, durante la ceremonia de entrega que hizo su familia a la Universidad Autónoma del Estado de México del acervo de dicho dignatario, “López Mateos fue provinciano por excelencia, adquirió precisamente en la provincia el pensamiento liberal. Si Atizapán fue la cuna, Toluca fue la escuela y en el viejo instituto da lustre a un linaje liberal que reúne entre sus ancestros a Ignacio Ramírez, Juan Mateos, Francisco Zarco y Jesús González Ortega”.
Según nos recuerda Clemente Díaz de la Vega en Adolfo López Mateos: Vida y obra, libro publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, el presidente mantuvo inquebrantable la posición de México en el ámbito internacional, una posición basada en el respeto mutuo, la concordia, la cooperación, la paz con justicia y la no intervención.
Además, a lo largo de su gestión, destacó en varios pronunciamientos solemnes su convicción de que los principios que enmarcan nuestra política exterior emanan de nuestra experiencia histórica y, como bien lo explicaba ese ilustre presidente mexicano a la opinión pública, postulamos la no intervención en la vida de los Estados, no sólo para lograr que se nos respete, sino para que todos, débiles y poderosos, queden a salvo de amenazas, inequidades y violencias; defendemos la paz y la cooperación internacionales, no solamente para vivir en armonía con los demás pueblos, sino para que ellos, grandes o pequeños, puedan desenvolverse y realicen sus finalidades; sostenemos la libre determinación de cada pueblo, para que se nos deje proyectar nuestro propio destino y para que todos, fuertes y débiles, grandes y pequeños, puedan hacer lo mismo dentro de una convivencia pacífica.
Quizás es en su último informe de gobierno al Congreso de la Unión, el 1 de septiembre de 1964, donde encontramos el mejor resumen de sus logros en la actividad internacional de México. Destaco los siguientes: ante los abruptos cambios de gobierno en República Dominicana y Honduras, siendo él presidente, se reiteró la vigencia de la Doctrina Estrada, emitida en 1930 por el entonces canciller Genaro Estrada y que consiste en sostener que ante un cambio ilegal de gobierno, es decir, un golpe de Estado, se mantienen o se retiran nuestras representaciones diplomáticas, sin hacer por motivo alguno declaraciones que evalúen públicamente la situación interna en esos países, por considerar que de hacerlo, las declaraciones pueden llegar a constituir una violación del principio de no intervención en los asuntos internos de otros países, concepto cuya vigencia, a pesar de las críticas, es incontestable, ya que difícilmente podemos negar que lo que se nos impone sin que medie nuestra voluntad soberana es y seguirá siendo intervención violatoria del Derecho Internacional Público.
Asimismo, valoramos que la Doctrina Estrada sigue teniendo vigencia como posición oficial de nuestros gobiernos, aunque ahora la decisión de qué acción debe tomarse frente a un cambio violento de gobierno se deja, por regla general, al organismo regional, que en nuestro ámbito de acción es la Organización de Estados Americanos (oea). Por ejemplo, la oea ha tenido bajo estudio y consideración el caso de Honduras, donde un golpe militar sacó del poder al presidente Zelaya.
En su último informe a la nación, López Mateos recordó la dolorosa desaparición del presidente John F. Kennedy, víctima de un alevoso crimen que conmovió al mundo entero y que nunca fue aclarado satisfactoriamente. López Mateos destacó el papel fundamental del mandatario norteamericano en la solución de algunos de los problemas que teníamos con la potencia vecina, como son el antiguo problema de El Chamizal, que significó el cumplimiento del laudo emitido en 1911 por la Comisión de Arbitraje que presidió el destacado jurista canadiense Eugenio Lefleur, laudo que derivó, más de 50 años después, en la devolución a México de un área de 177 hectáreas.
En esa última comparecencia, el presidente López Mateos recordó asimismo que un año antes había lanzado en compañía de otros jefes de Estado latinoamericanos, la iniciativa para lograr un pacto multilateral que proscribiera el uso, la fabricación, la transferencia y el almacenamiento de armas nucleares en América Latina y El Caribe, que culminó en la firma y vigencia del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina, más conocido como Tratado de Tlatelolco. En él, se comprometía formalmente a las potencias nucleares al respeto del compromiso multilateral, creando así la primera zona poblada libre de armas nucleares en el mundo. Este modelo ha servido de ejemplo a otras regiones del mundo para establecer zonas libres de esos apocalípticos artefactos bélicos, reduciendo significativamente las áreas de conflicto en el mundo en las que se permite el uso de armas nucleares en una guerra.
Quizá muchos de mis compatriotas no están conscientes de la importancia de ese esfuerzo internacional, pero el Tratado de Tlatelolco prácticamente convirtió a México en uno de los líderes de la lucha por el desarme nuclear en el mundo.
Asimismo, al destacar el hecho de que México siempre ha dado una importancia vital al imperio del derecho como marco de la relación entre las naciones, don Adolfo mencionó ante el Poder Legislativo que el liderazgo de nuestro país fue clave en la aprobación por parte de la Asamblea General de la onu en Nueva York de la Declaración sobre los Principios de las Relaciones de Amistad y Cooperación entre los Estados conforme a la Carta de la onu (Resolución 2526 xxv), marco jurídico que reglamentó la coexistencia pacífica en plena Guerra Fría y que, con base en su experiencia histórica, nuestro país decidió incorporar en el artículo 89, párrafo x de su Constitución.
En el recuento de lo logrado bajo su mandato constitucional, López Mateos no podía omitir una mención a la posibilidad que se abrió para solucionar el problema de la salinidad de las aguas del Río Colorado, aguas que México recibe de acuerdo con el Tratado de Aguas de 1944. Esta vía de solución reflejaba el entendimiento al que se había llegado con el presidente Kennedy en 1962, para entonces ya fallecido, con el fin de explorar medidas posibles ante un complejo problema que finalmente se resolvió bajo la administración del presidente Johnson.
Otro gran tema, que hizo crisis en la época de Adolfo López Mateos, fue el del impacto de la Revolución Cubana en nuestro país y en los demás países de América.
El mandatario manifestó reiteradamente su simpatía por la Revolución Cubana. Por ejemplo, en junio de 1960, cuando el entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, fue invitado a México, López Mateos dijo: “Nosotros, que hemos recorrido etapas semejantes, comprendemos y valoramos el esfuerzo de transformación que Cuba está llevando a cabo”.
No cabe duda que el tema cubano llegó a crear tensiones entre Estados Unidos y México, si bien al integrarse Cuba a la esfera soviética, el trabajo que realizó México para diferenciar su revolución de la cubana ante la opinión mundial se facilitó. Nuestro énfasis estuvo en aclarar que el movimiento revolucionario mexicano tenía características claramente diferentes a las de la Revolución Cubana, lo cual no nos impedía dar apoyo a dicho esfuerzo de autodeterminación, siempre y cuando no supusiera un intervencionismo.
En el tema cubano y en otros, como lo señala Mario Ojeda en su obra Alcances y límites de la política exterior de México, Estados Unidos de América “reconoce y acepta la necesidad de México de disentir de la política norteamericana en todo aquello que le resulte fundamental a México, aunque para los Estados Unidos de América sea importante, mas no fundamental. A cambio de ello, México brinda su cooperación en todo aquello que siendo fundamental o aun importante para los Estados Unidos de América, no lo es para el país”, una ecuación que si bien marca un rumbo, en la práctica ha sido de muy difícil aplicación y ha causado fricciones a lo largo de los años, fricciones que de una forma u otra hemos podido resolver.
Quizá la mayor lección de este episodio es que en largos periodos de su historia, México ha logrado marcar posiciones que nos diferencian de los Estados Unidos de América, bajo la premisa de que si bien hay coincidencias, tenemos intereses diversos que defender en todo aquello que involucra a Latinoamérica y el Caribe. Sin embargo, cuando una crisis rebasa el ámbito americano y supone una confrontación entre dos bloques, como ocurrió durante la Guerra Fría, México ha estimado y deberá seguir considerando la importancia de su relación especial con la potencia continental, lo cual no debe ser interpretado como una sumisión a los dictados de Washington, sino como la afirmación de que un México independiente y activo en el ámbito internacional puede llegar a ser un aliado importante.
Recordar la actuación del presidente López Mateos en materia de política exterior es importante no sólo porque se trata de un ilustre mexiquense y por lo rico de su experiencia en temas internacionales, sino también porque puede servir de ejemplo para los partidos políticos —que en muchas ocasiones olvidan la importancia que tiene la política exterior para la defensa de nuestros intereses legítimos— en el diseño de programas de gobierno.
Están equivocados aquellos que dicen que hemos perdido el liderazgo en América Latina: nunca lo pretendimos ni lo tuvimos. Sin embargo fui testigo, como Subsecretario de Relaciones Exteriores en las administraciones de los presidentes Salinas de Gortari y Zedillo (tres años en cada caso) de que México llegó a ser “la conciencia de América Latina” en ciertos temas básicos, y que los demás países nos buscaban como factor indispensable para que sus propuestas triunfaran en los foros multilaterales.
Esa percepción de nuestra influencia internacional se ha ido desvaneciendo. Tenemos que tratar de recuperarla, convencidos de que es una tarea viable. Debemos unificar esfuerzos y lograr una mayor coordinación interna en asuntos que tienen repercusiones en el exterior, devolver al servicio exterior de carrera su papel central, y reducir al máximo la dimensión política que nuestros gobiernos han introducido innecesariamente en la actividad diplomática mexicana.
En resumen, la política internacional de México debe ser parte importante de cualquier programa de gobierno y debe ser, ante todo, un instrumento para que nuestra nación se desenvuelva con seguridad y atingencia en un panorama mundial de creciente complejidad. De ahí que las relaciones exteriores deban entenderse en su conjunto como una vía para coadyuvar al desarrollo político, económico y social del país, lo que incluye la defensa de la paz y la seguridad internacionales con acciones independientes y de vanguardia.
Por lo anterior, nos debemos oponer a cualquier forma de subordinación y discriminación y a cualquier otra conducta que fomente inestabilidad y debilite los vínculos de cooperación, cada vez más necesarios a nivel mundial. Sobre la base del respeto recíproco, el gobierno de México debe buscar la amistad de todos los pueblos del mundo y procurar relaciones más estrechas con los Estados que también aspiran a construir una sociedad internacional más justa.
1 El autor agradece a la licenciada Adriana Bazán su apoyo en la búsqueda de datos sobre la actividad gubernamental del ex presidente don Adolfo López Mateos.
*Embajador Emérito de México. Escribe este artículo a título personal.
Quiero un resumen.