En el centenario de la Revolución Mexicana, tuvimos la oportunidad de revisar con nuevos instrumentos historiográficos y miradas diferentes, muchos temas y aspectos de la trascendente lucha de 1910, de la cual aún queda mucho por estudiar.
Algunos se cuestionan todavía si esta Revolución trajo beneficios para la mayoría, cuáles fueron y si repercutieron en la vida posterior, incluida la contemporánea, de nuestro país. Seguramente estas preguntas seguirán abiertas por mucho tiempo. Quizá nunca lleguen a responderse del todo, como las heridas dejadas por las guerras, que nunca cicatrizan completamente.
Sin embargo, desde mi punto de vista, revisar la historia siempre trae consigo un saldo positivo. Nos permite vernos en el espejo, reconocernos de nueva cuenta, escuchar voces que estaban en silencio y descubrir ángulos de nuestro rostro que permanecían en la oscuridad. Ése es el saldo que yo he obtenido en el centenario de uno de los episodios más importantes de nuestra historia y que he tratado de compartir mediante el documental Mujeres de la Revolución Mexicana.
¿Por qué un documental sobre mujeres de la Revolución? Desde que tengo memoria es un asunto que me resulta fascinante, pues me remonta a las conversaciones con mi abuela materna y con mi padre; a las sobremesas de la casa familiar en donde las historias personales y la vida política de México a menudo coincidían en nombres y lugares.
Mi amor por la historia de México se lo debo a mi padre, estudioso y amante de todas las épocas, periodos y expresiones de esta tierra. Mi interés por descubrir a las mujeres de la Revolución es producto de mis recuerdos infantiles, de los relatos de mi abuela, una “revolucionaria” que de manera clandestina, como muchas de las protagonistas de mi documental, contribuyó a la causa democrática.
Así pues, el interés de búsqueda de estas mujeres se inicia hace muchos años en mi inconsciencia, pero tiene como detonador la investigación reciente, comenzada a finales del 2008, sobre los caudillos de la Revolución, figuras legendarias que me fueron revelando a las mujeres que los rodeaban.
Invitada a producir una serie de televisión sobre “los hombres de la Revolución”, empecé mi tarea de investigación. En ese proceso, al buscar a Aquiles Serdán, mano derecha de Francisco I. Madero en Puebla, encontré a su hermana Carmen, periodista, activista política, defensora de los clubes antirreeleccionistas, aguerrida mensajera entre los jefes de la Revolución. En los archivos judiciales de su estado hallé valiosos testimonios que hizo Carmen por la defensa del sitio de Puebla y fui siguiendo el hilo de su historia, escondida entre páginas y referencias circunstanciales.
Carmen Serdán
Mi interés por Carmen Serdán se agudizó cuando descubrí en una cita de su diario que le gustaba leer los periódicos de oposición que Aquiles llevaba clandestinamente a su casa, como Regeneración y El Hijo del Ahuizote, y fue entonces cuando la voz de mi abuela se hizo presente de nuevo. Vinieron a mi memoria los relatos que nos hacía a mi hermana y a mí sobre lo mucho que le gustaba leer de jovencita, y el orgullo que le daba contarnos que era de las pocas mujeres de su época que leía los periódicos. También recordé las anécdotas sobre su padre, mi bisabuelo, rico hacendado de Durango, que mandaba dinero a los impresores a los que les cerraban sus periódicos para que pudieran volverlos a abrir. Tal como Madero lo hizo en su momento con los hermanos Flores Magón, con don Camilo Arriaga y otros periodistas.
Esos recuerdos me impulsaron a seguir buscando a las mujeres ilustradas de ese periodo, que como Carmen Serdán y mi abuela leían los periódicos oposicionistas. Surgió entonces la necesidad de saber quiénes eran las plumas que nutrían las páginas de los diarios y esa curiosidad me condujo a los nombres de escritoras que, con sus propios nombres, o de manera oculta —bajo algún pseudónimo—, denunciaban al gobierno de Porfirio Díaz. Estas periodistas me fueron llevando de la mano una tras otra. Carmen Serdán me condujo hasta Sara Pérez de Madero, la esposa del candidato antirreeleccionista que llegaría a la presidencia de México, Francisco I. Madero, una mujer singular, de la que Carmen se hizo amiga cercana.
Sara me interesó por su particular forma de conducirse al lado de Madero, un hombre fundamental para la Revolución Mexicana. Su presencia al lado de su esposo hizo visibles a las demás mujeres que la siguieron en la lucha. Así, Sara me llevó a descubrir a otras maderistas, como Elena Arizmendi y Leonor Villegas de Magnón. Ambas mujeres fundaron, con sus propios recursos, las primeras organizaciones de socorro para los heridos de guerra. Elena fue fundadora de la Cruz Blanca Neutral, Leonor encabezó la Cruz Blanca en la frontera norte del país.
Sara también me remitió a sus cuñadas, Mercedes y Ángela, a su suegra, a las mujeres de los Flores Magón y a otras periodistas que escribían en esos diarios arriesgando la vida y supliendo las labores que sus hombres no podían atender al ser aprehendidos por la policía porfirista. María Talavera Brouse, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Elisa Acuña, Dolores Jiménez y Muro, Hermila Galindo, Elvia Carrillo Puerto… los nombres fueron surgiendo, para mi deleite, en las páginas de los periódicos de oposición. En la Hemeroteca Nacional encontré algunos de estos diarios y tomé conciencia de la falta de una investigación mucho más amplia sobre esos diarios fundados y sostenidos por mujeres. En realidad, hay muy pocos ejemplares de esos documentos hemerográficos.
Hermila Galindo
En la biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, encontré un libro de una maravillosa escritora llamada Ángeles Mendieta Alatorre, una de las pioneras de esta búsqueda. La profesora Mendieta no era historiadora, pero su capacidad como investigadora le permitió reunir, en varias de sus obras, importante información y anécdotas sobre la vida de muchas mujeres nacidas a finales del siglo xix y principios del xx. Gracias a ella, de pronto, tuve delante de mis ojos cientos de nombres de mujeres de las cuales, desafortunadamente, había muy poca información como para reconstruir sus biografías. No pude conocer a la maestra Mendieta porque falleció por los años setentas. Entonces busqué a las historiadoras contemporáneas y de género y tuve la suerte de conocer a la doctora Gabriela Cano, quien aceptó el reto de asesorarme y ayudarme en esta aventura. La contribución de la doctora a mi trabajo es invaluable. Gabriela es reconocida como una de las más rigurosas historiadoras de género en México y el mundo por la profundidad y agudeza de sus investigaciones. Además de su prestigio y conocimientos en el tema, posee una sensibilidad y un espíritu generoso que me alimentaron en todo el trayecto más allá de este documental.
En la etapa inicial de la investigación, Gabriela me alertó sobre la falta de documentos sobre estas mujeres pero, sobre todo, me previno de la ausencia de imágenes de estos personajes. Hubo momentos en los que dudé si seguir o no en esta difícil tarea ya que, como documentalista, mi mente siempre está pensando en las imágenes en movimiento, en el lenguaje audiovisual. El cineasta crea lo que se ve en la pantalla, es decir, el discurso visual de su obra, por ello este asunto de la falta de fotografías y archivos iconográficos me preocupaba mucho.
El fin de este trabajo es la reivindicación de las “otras mujeres”
que participaron en la Revolución, además de las Adelitas y las Valentinas.
Esas mujeres con nombre y rostro que actuaron de manera específica
y dejaron obra trascendente en una época histórica de México.
Sin embargo, asesorada por la doctora Cano, fui conociendo la obra de otras colegas suyas, quienes con gran entusiasmo colaboraron y me prestaron fotos, libros, documentos. Una me presentó con la otra y así, haciendo una cadena de voluntades, fui recopilando álbumes personales y familiares. El camino se fue llenando de hallazgos, descubrimientos, sorpresas, archivos inéditos, cajas olvidadas en los sótanos, baúles empolvados y, por supuesto, de visitas a los diversos archivos. Poco a poco el guión fue tomando forma. La relación de unos cuantos nombres de mujeres aguerridas se convirtió en una larga lista, aunque llena de lagunas y vacíos de información y datos corroborables. El rigor de la doctora Cano me permitió hacer una selección de aquellas que contaban con veracidad histórica para armar fragmentos de sus biografías y afinar el guión. Fue Canal Once quien, al conocer el proyecto, decidió apostar por él.
Al hacer este documental nunca pensé que despertaría el interés que ha surgido entre los más variados públicos. Creí que por tener a mujeres como protagonistas, la obra podría recibir un trato discriminatorio. Afortunadamente no ha sido así. El fin de este trabajo es la reivindicación de las “otras mujeres” que participaron en la Revolución, además de las Adelitas y las Valentinas. Esas mujeres con nombre y rostro que actuaron de manera específica y dejaron obra trascendente en una época histórica de México. Mi interés no fue documentar a las mujeres anónimas que sirvieron de telón de fondo de la gesta revolucionaria, sino a las protagonistas que habían sido borradas de la historia.
La mayoría de las mujeres que participaron en la Revolución Mexicana no tenían una clara conciencia de una lucha feminista, ni de un reconocimiento de género. Sus ideales eran la Democracia y la Justicia Social. Así, en general, con mayúsculas y para todos.
Sin embargo, es en esta etapa donde surgen las primeras feministas mexicanas, como Hermila Galindo y Dolores Jiménez y Muro, que por cierto y no en balde, eran periodistas.
El balance general de la Revolución Mexicana, como el de todas las guerras en el mundo, tiene un lado positivo y otro negativo. La lucha civil de 1910 dejó muchos asuntos pendientes y provocó momentos trágicos para el país. Como todos los enfrentamientos armados, sacó lo mejor y lo peor de sus pobladores y lo puso en el terreno de juego. En relación a la violencia contra las mujeres, la Revolución deja un saldo terrible e innegable.
Quizás una de las mejores aportaciones de esta guerra fue que las mujeres se erigieran con una voz propia dentro y fuera del hogar; tanto en los espacios privados como en los públicos. Sin embargo, la Constitución de 1917 no estableció el voto femenino, y en los años que siguieron se trató de regresar a las revolucionarias a la cocina y al silencio.
Mujeres de la Revolución Mexicana tiene como propósito contribuir a cambiar en el imaginario nacional la idea de que la Revolución Mexicana fue sólo cosa de hombres y no la obra de hombres y mujeres unidos por un mismo objetivo: hacer de este país un mejor lugar para todos por encima de ideologías, credos políticos y religiosos, color de piel y, especialmente, por encima de nuestra condición de género.
Ella no es Hermila Galindo, es Amalia Solorzano