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Mercantilismo ¿camino correcto?
Escritos De Frontera | Este País | Arturo Damm Arnal | 01.11.2011 | 0 Comentarios

A pesar del vigor que ha alcanzado el capitalismo en las últimas décadas, luego de la caída del bloque comunista y la proliferación de tratados comerciales internacionales, el proteccionismo sigue siendo una práctica común. En opinión de nuestro autor, es válido incluso hablar de un neomercantilismo.

La gente dedicada al mismo negocio
difícilmente se reúne, aunque sea por solaz y esparcimiento,
sin que la conversación termine en una conspiración
en contra del público, o para aumentar precios.

Adam Smith

I

El mercantilismo, según el diccionario, es el “sistema económico que atiende en primer término al desarrollo del comercio, principalmente al de exportación […]”, definición que es la histórica ya que de mediados del siglo xv a mediados del xviii ese tipo de sistema económico (que privilegió la exportación sobre la importación, con el fin, inmediato, de obtener una balanza comercial superavitaria, y con el objetivo, mediato, de acumular dinero, que en aquel entonces era oro y plata) fue la regla.

Otra definición de mercantilismo, más apegada a su esencia que a sus manifestaciones históricas, es ésta: “Contubernio entre el poder político y ciertos grupos del poder económico, por el cual el primero otorga ciertos privilegios a los segundos, privilegios que, siendo distintos, desde un subsidio hasta una concesión monopólica, tienen un fin común: limitar o eliminar la competencia a la que, sin esos privilegios, otorgados por el poder político, se verían sujetos esos grupos del poder económico”; cabe recordar que un contubernio es una cohabitación ilícita, no tanto por ilegal como por inmoral, y que ese tipo de mercantilismo, que busca no una balanza comercial superavitaria, ni la acumulación de dinero como fuente de poder nacional, sino el otorgamiento de privilegios a favor de los productores nacionales, y por ello mismo en contra de los consumidores, sigue vigente. Bien puede hablarse delneomercantilismo.

II

El mercantilismo original padeció la ilusión crisohedónica, es decir la creencia de que la riqueza de una nación depende de la cantidad de dinero acumulada, acumulación que se puede lograr en la medida en que la cantidad de mercancías exportadas (y por tanto la cantidad de dinero importado: se venden mercancías a extranjeros y se recibe dinero) sea mayor que la cantidad de los productos importados (y por ello que la cantidad de dinero exportado), para lo cual el gobierno debe incentivar las primeras (exportaciones) y desincentivar las segundas (importaciones), todo lo cual es moralmente cuestionable (el gobierno beneficia a unos, los productores nacionales, a costa de otros, los consumidores) y económicamente ineficaz (el gobierno promueve la incompetencia de los productores nacionales al tiempo que reduce el bienestar de los consumidores).

El objetivo de aquel mercantilismo fue la acumulación de dinero por medio de una balanza comercial superavitaria, todo lo cual significó —a manera de subproducto, y como consecuencia de la incentivación de las exportaciones por parte del gobierno, ¡pero sobre todo de la desincentivación de las importaciones!— proteger a los productores nacionales de la competencia que traen consigo éstas últimas, competencia que para tales productores puede significar desde la reducción de sus ganancias (al verse obligados a ofrecer sus mercancías a un precio menor) hasta la quiebra de sus empresas (al no ser capaces, frente a la competencia, de volverse más competitivos —capaces de hacerlo mejor que los demás— mediante aumentos en la productividad —capacidad para hacer más con menos).

Esto último —la protección otorgada por el gobierno a ciertos grupos empresariales, protección que siempre obra contra la competencia— es lo que sigue vigente del mercantilismo hoy en día, al grado de poder hablar, con toda propiedad, de neomercantilismo.

III

El mercantilismo está vigente, tal y como se puede constatar, explícita o implícitamente, en el discurso de los líderes empresariales, discurso que tarde o temprano termina haciendo referencia a lo que el gobierno debe hacer para defender los intereses del productor nacional, independientemente de cuál sea la actividad productora a la que éste se dedique. ¿Y qué es lo que, en la visión de quienes piden tales cosas, debe hacer el gobierno para defender sus intereses? En esencia, y en este punto ni siquiera hay una excepción que confirme la regla, otorgar privilegios que limiten (por lo menos) o eliminen la competencia, sobre todo si viene del exterior vía las importaciones, privilegio que puede ir desde prohibir la importación de la mercancía que viene a competir con la nacional, hasta la imposición de un arancel que, por obra y gracia del aumento en el precio de la mercancía importada, le reste competitividad. La petición, en esencia, es siempre la misma, ¡que el gobierno otorgue un privilegio!, y siempre se hace en función de los intereses pecuniarios de los productores nacionales.

Lo primero que hay que preguntar es si es legítimo que el gobierno actúe no para garantizar derechos, sino para defender intereses, mismos que, en el caso del mercantilismo, son los de los productores nacionales, a quienes les interesa obtener la mayor ganancia posible, para lo cual tienen que cobrar el mayor precio posible, para lo cual requieren de la menor competencia posible, para lo cual demandan la mayor protección posible, demanda que solamente el gobierno puede atender.

Lo segundo que hay que preguntar es si es legítimo que la actuación del gobierno beneficie a unos, en este caso a los productores nacionales, y perjudique a otros, en este caso a los consumidores, a quienes (1) se les elimina la libertad de elección entre mercancías nacionales y productos importados y (2) se les reduce el nivel de bienestar al forzarlos a pagar, por la mercancía nacional, única opción a la que tienen acceso, un precio mayor del que pagarían si los productores nacionales estuvieran sujetos a la disciplina de la competencia que traen consigo los productos importados.

IV

Puede pensarse, como de hecho se hace, que desde el momento en que tiene como fin proteger al productor nacional de la competencia extranjera, el mercantilismo es lo correcto, pensamiento que parte de la falacia de creer que la actividad económica más importante es la producción, y que la producción más importante es la nacional, cuando la actividad económica más importante es el consumo, y el consumo más importante es el que se puede realizar al menor precio posible, independientemente de la nación de origen de las mercancías.

La actividad económica más importante, al grado de poder llamarla terminal, es el consumo, lo cual quiere decir que ésta, y ninguna otra, es la actividad económica que le da razón de ser a las demás. Si los seres humanos dejáramos de consumir, para lo cual tendríamos que lograr la satisfacción total y definitiva de todas nuestras necesidades, desde las básicas hasta las superfluas, ¿tendría algún sentido seguir produciendo, distribuyendo, comercializando, publicitando y ofreciendo bienes y servicios que nadie va a demandar porque nadie necesita consumirlos? En los hechos, la producción está ordenada en torno al consumo, en el sentido de que se ha de producir aquello que los consumidores estén dispuestos a comprar, independientemente de las prácticas mercantilistas a favor de los productores nacionales, las cuales permiten a éstos vender a un precio mayor del que venderían si tuvieran competencia, pero no obligan al consumidor a comprar. Es más, las prácticas mercantilistas benefician a los productores nacionales siempre a costa de los consumidores, precisamente porque éstos, aunque sea a un precio mayor, están dispuestos a comprar. Las medidas mercantilistas eliminan la libertad de elección del consumidor (poder elegir entre el producto nacional y el importado), pero no la libertad de decisión (poder decidir si, aunque sea solamente producto nacional, se compra o no).

V

Para el mercantilismo, que centra la atención en la producción, lo más importante es dónde (en qué país) se producen las mercancías. Para el librecambismo, antítesis del mercantilismo, que centra la atención en el consumo, lo más importante es cómo (a qué costo y a qué precio) se producen y ofrecen los bienes y servicios. El mercantilismo defiende el interés del productor nacional de obtener la mayor ganancia posible. El librecambismo garantiza el derecho de los consumidores de comprar lo que quieran y donde quieran, es decir independientemente del país de origen de la mercancía. El mercantilismo, al defender intereses de unos (los productores), viola derechos de otros (los consumidores). El librecambismo, al garantizar derechos de todos (todos somos consumidores), no defiende intereses de nadie (mucho menos de los productores nacionales, sobre todo si por tales entendemos, como debe ser en el caso del mercantilismo, los empresarios).

El mercantilismo es antieconómico ya que, si el problema económico de fondo es el de la escasez, lo cual implica que no todo alcanza para todos, y menos en las cantidades que cada uno quisiera, una buena manera de ir no solucionándolo pero sí aminorándolo, es ofreciendo los bienes y servicios al menor precio posible para que, con un ingreso dado, se pueda adquirir la mayor cantidad posible de satisfactores, menor precio que resulta posible en la medida en la que, en todos los sectores de la actividad económica y en todos los mercados de la economía, se dé la mayor competencia posible, algo que el mercantilismo hace imposible.

En éste, como en otros muchos temas, hay que ir más allá de las fronteras. EstePaís

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ARTURO DAMM ARNAL es economista, filósofo y profesor de Economía y Teoría Económica del Derecho en la Universidad Panamericana
([email protected]; Twitter: @ArturoDammArnal).

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